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CORRALEJA Sólo Dios es culpable. Declarada única obra finalista en el Concurso Nacional de Memorialistas, Armenia-Ibagué.


(Texto de la solapa)
Lelis Enrique Movilla Bello, nació en Montería el 28 de agosto de 1939, en el hogar formado por José del Carmen y Silvia, y es el segundo de 15 hijos habidos en el matrimonio. A su vez es casado con Elvira Durango Tirado y tiene tres hijos, Enrique II, Martha Lucía y Martín Javier.

Sus estudios fueron precarios –sólo hasta tercer año de primaria- pero su afición a la lectura, su facilidad para interpretar los temas y su brillantez intelectual, suplieron con creces la escasa instrucción, y por ello logró con gran capacidad desempeñar diferentes cargos públicos en los cuales fue destacado con el reconocimiento ciudadano. Desde modesto barrendero y mensajero de una oficina de seguros hasta secretario de un organismo de inteligencia del Estado, secretario del Concejo Municipal de Sincelejo y secretario de la asamblea de Sucre, así como una larga trayectoria en el periodismo y el radio periodismo, primero en la modalidad deportiva y luego en la información general, le permiten presentar con orgullo una serie de obras literarias que van del cuento, pasando por la crónica y el ensayo, hasta la novela.

En el campo del periodismo posee una extensa lista de condecoraciones, distinciones y premios, mientras que en la literatura fue Mención Especial en el Concurso Nacional de Memorialistas, Ibagué, 1996, segundo en un Concurso Nacional de Novela Histórica y ganador del Concurso de Cuentos del diario El Meridiano de Córdoba.

Su primera obra editada fue “María Barilla, Sol de Medianoche”, bien recibida por los lectores y la crítica y próxima a una segunda edición, y ahora “CORRALEJA. SOLO DIOS ES CULPABLE”, en la que expone su narrativa diáfana, que habrá de sorprender a los lectores.
Quedan en turno obras como “Lomagrande, Gritos de Amor y de Libertad”, “El Camajón”, “Re-Creaciones del Sinú”, “Mis Personajes Inolvidables” “CORALIBE. Anecdotario del Sinú y Sabanas” y muchas otras.


 Corraleja
Solo Dios es culpable


Lelis Enrique Movilla Bello
Sincelejo 2003

Tipografía Duplicar
Tel. 282 4431
Sincelejo – Colombia
PORTADA
           Dibujo del maestro

ANTONIO ZULUAGA PADRON

AGRADECIMIENTOS:

HERNAN GARCIA AMADOR, Director Cámara de comercio de Sincelejo.
ANTONIO ZULUAGA PADRON
DAVID YAMIL FERNANDEZ CABALLERO
CARLOS BUELVAS SANDOVAL
FRANCISCO ANTONIO YENERIS TUIRAN
RAMON ROMERO CUELLO
JAIRO VILLEGAS ALVAREZ
MIGUEL ALBERTO ESTRADA COHEN
EL ESPECTADOR
EL TIEMPO
EL COLOMBIANO
EL INFORMADOR DE SUCRE
Por el suministro de fotografías, periódicos, informaciones, caricatura y otros detalles para preparar esta obra.

DEDICATORIA
A mi esposa Elvira Durango y a nuestros hijos Enrique II, Martha lucí y Martín Javier, sin cuya tenacidad no habría sido testigo de los acontecimientos y a Silvia, mi madre (QEPD) que me alentó a escribir estos dolorosos recuerdos.

OFRECIMIENTO
Esta obra pertenece a los sincelejanos, y de manera muy particular, a los lisiados que en cantidad no determinada dejó la caída de los palcos de la Corraleja el domingo 20 de enero de 1980.
La ofrecemos igualmente a la memoria de los muertos, cuya cantidad tampoco fue precisada, muchos de ellos arrojados a la fosa común sin identificar.
Yo no soy más que una persona que cree ser útil para dejar en letras de molde el dolor y el llanto de un pueblo y evitar que después de cada fiesta enerina, se hunda en el pantano del olvido el recuerdo de un hecho de tanta trascendencia.
                                                                                                                 El Autor

PROLOGO

Otra Magnífica obra nos presenta el escritor y periodista LELIS ENRIQUE MOVILLA BELLO, al encumbrar en esta especie de trama los nefastos sucesos que ocurrieron el día 20 de enero de 1980, cuando un sector de los palcos de la monumental corraleja de Sincelejo se vino abajo como un castillo de naipes.

Trata el tema de los hechos que antecedieron a la tragedia con mucha destreza y propiedad acopiando toda una rica información del fabuloso acervo cultural que depara la fiesta de toros, y de manera especial las que se celebran en honor del Dulce Nombre de Jesús, que a pesar del desastre de hace 23 años lograron volver cambiadas, con un derrotero distinto y con un esquema variado de notable incidencia empresarial respecto a su organización.

El festejo, singular y único, constituye una temática inagotable, fuente de inspiración de escritores y libreros, músicos y compositores, poetas y creadores de verso que le han cantado a protagonistas, manteros, garrocheros y hasta toros bravos, que convirtieron en epopeyas las faenas presentadas en los suelos polvorientos de las plazas de pueblos centenarios del entorno sabanero.

Tradición de vieja data, vetusta y consuetudinaria, de más de 150 años, desde los albores del siglo antepasado, persiste en su continuidad, muy a pesar del avance de la civilización y la informática, pues forma parte del arraigo popular y de los MORES MAIORUM (costumbre de los mayores), que ha pasado de generación en generación sin perder su esencia e identidad, aunque con innovaciones de toda índole.

De los tiempos de don Benito Jaraba con sus toros playoneros del San Jorge, que pisaron por vez primera la cuadrilonga plaza mayor del viejo Sincelejo, en que los parroquianos encaramados para ver la fiesta, se “parapetaban” en el amplio corralón de cañas guaduas, sostenidas con postes de carbonero y guácimo y amarradas con bejuco malebú.

Nos envuelve el autor en un cúmulo de sensaciones casi mágicas, al bordar con preocupación toda la maraña de detalles que fueron preludio del insuceso, sin dejar de lado verdades todavía hoy día ocultas para aquellos que creían saberlo todo sobre una de las realidades más tristes que ha tenido Colombia en el siglo 20. Supercherías, triquiñuelas, politiquería, confabulaciones y consejas formaron parte del episodio, recogido todo magistralmente en el libro.

Con una prosa sencilla y amena, el escritor Movilla Bello, nos sumerge en el recuerdo, al trasponer el umbral de una historia reciente, pero olvidada por muchos, lo cual nos obliga a recordar que “quien no conoce su propia historia está obligado a repetirla”. Y está aquí de nuevo, contado con certeza, prestancia y franqueza, lo que el olvido dejó de lado.

Corresponde a los lectores ahora juzgar lo que con sencillez he querido plasmar como un pírrico análisis de lo extraído del virginal libro, cuyas páginas he tenido el honor de violar, en procura de un examen que aumenta el caudal de detalles que también he venido acopiando en pro del registro historial de un evento que nos es tan caro al afecto y al cariño de la tierra que lo prodiga como el que más capacidad de convocatoria tiene desde tiempos inmemoriales.

Les invito pues, a degustar una obra sin tapujos, abierta a la controversia y al diálogo parroquial, de taburetes en las puertas, de rones servidos en totumas y de brisas cálidas de verano con la cercanía de la Natividad, y de pieles morenas de enero con el impacto y el estruendo de recámaras al anuncio de singular festejo anual, que con sus vicios y pasiones se acerca a la inmortalidad.

INIS AMADOR PATERNINA




Muchos acontecimientos se tornan en un enigma sobre el que más tarde pontifican los que no los vivieron. La tradición oral, el lado más débil de la historia, conduce los hechos en medio de un mar de conjeturas que los transforman. Las leyendas orales sufren modificaciones en la medida en que pasan los años. Y lo bueno cambia a malo y viceversa, limitándonos a repetir lo que oímos sin sospechar el grave perjuicio que le hacemos a la verdad. Por ello nos proponemos, en la condición de testigos por encontrarnos en el teatro y ser actores de primera línea, por un lado, y de periodista que registra los hechos, por el otro, a tratar sobre uno de los acontecimientos más dolorosos que le haya tocado vivir a un pueblo.

La tradición oral de los orígenes de la llamada fiesta de toros no nos permite fijar una fecha, un lugar y un motivo para la aparición de ellas, al margen de que se ha escrito un sinnúmero de obras sobre el tema y de que el hombre puede estar enfrentándose a estos animales desde el principio de los tiempos para defenderse o alimentarse, condición ésta que lo obliga a encarar las más peligrosas situaciones, y por ello traemos un hecho que los arqueólogos y técnicos capitaneados por James Mellaart, se encargaron de comprobar como lo fue el descubrimiento de las doce ciudades de Catal Huyuk, en donde el primero y más antiguo de los asentamientos humanos presenta numerosas curiosidades de las que destacamos las siguientes: la más antigua de las doce ciudades tiene más de 7.000 años antes de J.C., o lo que es lo mismo 9.000 años antes de hoy; frescos con diversas escenas de la vida diaria de esa civilización, así como animales, entre los que se destacan aves, leopardos y toros. Estos, los toros, aparecen en mayor cantidad que los otros animales, como que fueron de gran interés para ellos. Tal vez se trató de un matriarcado por cuanto aparecen frescos con imágenes de la llamada Diosa Madre, al igual que numerosas estatuas, y una de ellas la representa “en el momento de parir un toro”.

“El toro seguirá representando un papel preponderante en los mitos cretenses y, después, en los griegos. Minos muere por no haber sacrificado el toro que Poseidón hizo surgir del mar. El séptimo trabajo de Hércules, que se realiza en Creta, consiste en domar un toro salvaje. Prometeo será encadenado por haberle gastado una broma a Júpiter, dándole a comer la grasa y los huesos del toro de un sacrificio. También volveremos a encontrar el toro en Egipto y en la India” 1

En lo que tiene que ver con la llamada “fiesta en corraleja”, corren muchas versiones, no pocas fabulosas. Todos queremos convertir en héroes de las mismas a nuestros tatarabuelos, con la certeza de que nadie habrá de refutarnos. Por ello cada pueblo de los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre, tiene su propia versión de la corraleja.

Sin embargo, no hay discusión que fueron los españoles los que trajeron este tipo de festejos no sólo a la Costa Caribe, como muchos creen, sino que lo llevaron a donde quiera que llegaran. Todo indica que la primera corrida de toros, en un escenario improvisado, que por fuerza de las circunstancias debió ser similar a las corralejas de la Costa Caribe colombiana, se realizó en Ciudad de Méjico el 13 de agosto de 1529, a sólo 37 años del encuentro de los dos mundos y exactamente a los ocho años de la negra y sangrienta noche de Tenochtitlan –13 de agosto 1521- en la que los españoles comandados por Hernán Cortes derrotaron a las huestes de Cuauhtémoc. Tal vez, en el fondo, se celebraba la masacre. La segunda corrida de toros se escenificó en la ciudad de Lima el 29 de marzo de 1540, a los 48 años del encuentro. En el Virreinato de la Nueva Granada, sin que se haya podido establecer si se hizo antes, se registra como fecha de la primera corrida la del siete de octubre de 1626 –134 años después de la llegada de Colón- para celebrar la beatificación de Francisco de Borja, abuelo del entonces presidente de la Real Audiencia, don Juan de Borja. Como en los casos anteriores, el escenario no era más que una corraleja.


 La muestra la encontramos deliciosamente reseñada por don José María Cordoves Moure en su escrito “Las Fiestas de Toros”, que aparece en el libro “Reminiscencias de Santafè de Bogotá”, en el cual nos relata el más mínimo detalle de una fiesta de corraleja, solo que ésta fue en Santafé de Bogotá cuando en la Costa, si acaso existían, no habían alcanzado ni la plenitud ni la importancia a que llegaron desde 1930 en adelante. Nos dice el historiador Inis Amador Paternina:

Las corridas de toros empezaron a celebrarse en Sincelejo en honor de su santo patrono San Francisco de Asís, santo italiano, fundador de la Orden Monástica de los Franciscanos, quien murió el 4 de octubre de 1226. Por ello las fiestas y ferias eran celebradas para la fecha del 4 de octubre como patronal y profana. Se dice por los viejos investigadores de la historia sincelejana, que las primeras manifestaciones taurinas en la capital de Sucre se dieron a inicios del siglo pasado, pero se señala con precisión la fecha del 3 de octubre de 1845”.2

No resistimos la tentación de transcribir a don José María, que además de hablar de los caballos, indefensos ante el toro, que recibían cornadas que los dejaban con las tripas al aire, nos reseña un caso que creemos nunca fue copiado por los bárbaros de la Costa Caribe:

Más como si sólo se deseara dejar ominoso recuerdo de las fiestas se dedicaba la última noche de ellas para divertirse con el toro encandelillado. Al efecto, se aseguraba en las astas del animal destinado a tan doloroso tormento, una cornamenta postiza, envuelta en estopa empapada con trementina, sebo y alquitrán, se encendía ese aparato y soltaban al animal para torearlo; al principio no pasaba de eso la diversión; pero a medida que la hoguera quemaba los cuernos del infeliz animal, empezaba éste a mugir de dolor. Últimamente, se le carbonizaban las astas, se le quemaba la cabeza, y quedaba ciego por los lamparones encendidos que le abrasaban los ojos; rendido de dolor y sin poderse mover, se postraba en el suelo como implorando piedad de sus crueles verdugos. ¡Así permanecía hasta el día siguiente en que el dueño le hacía la caridad de matarlo!”.3


Una "Corrida" de toros en Santafé de Bogotá, capital del Virreinato de la Nueva granada.
El circo es similar a una de las corralejas  de la Costa Caribe.

La fiesta de toros de que nos habla el cronista santafereño difiere poco con las de la costa, pese a lo trascrito anteriormente, pero llama la atención que en aquella época el escenario era muy parecido a la construcción que los sincelejanos llegaron a realizar en la plaza Hermógenes Cumplido. 

Entre la primera corrida y la cruel modalidad del toro encandelillado, habían transcurrido 133 años, y en ese lapso, nuestros criollos y chapetones de la altiplanicie andina no se inmutaron y persistieron en la horrorosa práctica. Parece ser que el toro encandelillado surgió en la celebración del juramento de Carlos III como Rey de España, en 1759.

En las primeras corralejas los toreros y picadores fueron los vaqueros de la misma hacienda o de las vecinas, que pretendían demostrar a sus patronos sus mejores capacidades en el manejo del ganado. Y se hacían casi siempre para el cumpleaños del propietario de la hacienda o el de su mujer y sus hijos. Los matadores y picadores de la plaza de toros son los manteros y garrocheros de la corraleja.

Y comenzó la leyenda oral que nos fue legando nombres de héroes, hombres comunes y corrientes, que no dudaban en dejar la piel, las costillas, los intestinos, los testículos y hasta la vida en la cornamenta de los fieros animales, con tal de aparentar hombría y destrezas, mientras que sus patronos, con muy pocas excepciones, han quedado ignorados en el tiempo, en la distancia y en la historia. En la Costa nadie desconoce el nombre de un toro como el llamado Chivo Mono que, en su primera aparición en una plaza o corraleja, la de Planeta Rica, mató a cuatro manteros y en la segunda “...lo llevaron a Tres Palmas y fueron siete que mató...” como dice la canción, pero son contados los que recuerdan el nombre del propietario.

El “criminal” Chivo Mono, debió ser sacado en medio de una guardia armada integrada por una patrulla del ejército que se encontraba en Planeta Rica, ante el propósito del pueblo de matarlo. Pero se trataba de un manso animal cuando se le dejaba en el potrero y los niños – como lo vimos en la hacienda de don Vinicio Cordero- le metían los dedos en los ollares y lo llevaban sin peligro alguno de uno a otro lugar de la hacienda. Para refrendar este aserto de mansedumbre del inolvidable toro de las corralejas del departamento de Córdoba, tomamos del libro “El Veinte de Enero” de la autoría del doctor Armando Arrázola Madrid, una parte que se refiere al toro CAL, que luego de resultar sumamente noble y valiente en el cuadrilátero de la plaza de Sincelejo se fugó de la misma sin que pudieran atajarlo, y asegura el ilustre profesional sincelejano:

Cal llegó a la casa donde su madre había sido ordeñada cuando él era un ternero. Penetró al patio y se acomodó en un rincón sombrío de él. La cocinera cuando lo vio se asustó, pero luego lo reconoció y le habló. Cal le habló con sus ojos y le mostró su boca sedienta. Pronto se presentó ella con un platón lleno de agua y le repitió la dosis diciéndole palabras tiernas y compasivas. Al día siguiente bien temprano se le presentó con agua y jabón de monte. Lo encontró todavía acostado. Déjate de fartedades, le decía. Tengo que lavarte las heridas. No sigas moviendo la cabeza y aguanta un poquito. Cuando terminó la curación le regó ceniza en las heridas para que no le cayera gusano. Posteriormente trajo unas tijeras y le cortó la cinta que tenía en los cachos. Te luce mucho, le dijo, pero no te deja ver bien y por eso te la quito y la guardo. Vinieron por él y salió como solía hacerlo cuando era menor de un año, como si nada hubiera pasado y con esperanza de volver”.

Este extraño comportamiento de un animal que en los potreros es un manso corderillo y en la arena del circo se transforma en una fiera peligrosa, fue plasmado en una hermosa e inolvidable película intitulada. “El Niño y el Toro”.

Las crónicas de la Colonia cuentan que, en Santafé de Bogotá, durante una corrida en la que hoy es Plaza de Bolívar, un fiero toro saltó la barrera y se fue a la calle. Al frente de la Catedral funcionaba una tienda de propiedad de don Luis López Ortiz, a quien por su bondad y humanitarismo calificaban como santo. La tienda se encontraba a pocos pasos del “circo” y el toro se metió a ella y se dirigió al lugar en donde don Luis rezaba muy concentrado y le puso el hocico en el hombro, como si quisiera descansar allí de sus fatigas y moderar en algo su fiereza. El hombre miró al animal y con palabras amables lo reprendió por ensuciarle con su baba la bata al tiempo que interrumpió sus oraciones. Afuera, los curiosos esperaban ver salir al furioso animal con don Luis colgando de uno de los pitones, pero cuál no sería la sorpresa al aparecer, el hombre piadoso y santo junto a la fiera, que ya no era más que un manso cordero.

El afamado escritor norteamericano, Ernest Hemingway, asevera sobre la bravura de los toros de lidia:

“El toro es un animal de combate y, cuando la raza ha permanecido pura gracias a una crianza cuidadosa, ese mismo toro se convierte, cuando no lucha, en el más tranquilo y apacible de todos los animales”.

¿Qué cuidados pudieron tener los animales atrás reseñados, si no procedían de criaderos dedicados a toros de lidia?
Agrega el escritor: “El toro es un animal salvaje, cuyo mayor placer consiste en la pelea y aceptará lo que le ofrecen bajo cualquier forma, replicando a todo lo que tome por desafío”.

LOS HEROES DE LA CORRALEJA

La historia relaciona nombres y lugares de hombres que se enfrentaron a los toros con singular valor. En la zona geográfica conocida como “El Bolívar Grande”, el que en el pasado llegó incluso a llamarse Estado Soberano de Bolívar, hoy dividido en secciones administrativas conocidas como Atlántico, Bolívar, Córdoba y Sucre, esos hombres pasan de boca en boca, generación tras generación y el tiempo tiende a convertirlos en mitos. Entre los que citamos a continuación, que no son todos por la dificultad de realizar trabajo de campo, tropezamos con el nombre de Manuel Tabares. Hay quienes aseguran que murió en 1907 y de allí en adelante las fechas son varias. En lo único que hay de acuerdo es que murió en un enfrentamiento con un toro en una corraleja.

El escritor Jairo Aníbal Niño dice 
“Estuvo en todas las fiestas. Llegaba en su caballo piquetero, envuelto en la música de treinta bandas, con esa cara de hombre que parecía una mano saludando a los amigos del alma. Hasta que cayó un 30 de enero de 1930. Ese día el sol estaba blanco, ardiendo con los hervores del verano. El cielo estaba pintado de azul turquí. Parecía que el mar de Tolú se hubiera venido a vivir sobre los ámbitos de Sincelejo. Un lucero cogido por el día se veía con el lejano resplandor de un fantasma de pez sierra. Frente a Manuel Tabares levantaba la arena con sus pezuñas un toro criollo que se llamaba “Diablo”. Jugaron un rato el hombre y el animal. Era un juego de vida o muerte como son los buenos juegos de la vida. Ese toro era un animal terrible que debía muchas muertes. Cuando salió a la arena, manteros, garrocheros y coleadores, se quedaron inmóviles, tragando la gruesa saliva del miedo, ellos que eran los hombres más valientes de la tierra. Manuel Tabares se le enfrentó simplemente por que ese era el toro que le estaba destinado. Era un duelo de dos seres bravos que se habían estado buscando desde siempre y que sabían que uno de los dos, esa tarde, sería definitivamente borrado de los fandangos de la vida. De pronto se levantó en el centro de la plaza un remolino negro que envolvió al hombre y al animal. Cuando ese torbellino sombrío desapareció, Manuel Tabares yacía sin vida sobre la arena” (4).

El poeta Sincelejano Carlos A. Gómez Cáceres, le canta al hombre-mito con un “Romance de Manuel Tabares” que en una de sus estrofas dice:


 “Manuel Tabares tenía/ un record en torería./ Mantero de pelo en pecho/ haciendo la noche día/ con la manta sobre el hombro/ trasnochaba los caminos/ para acudir a las citas/ con sus rivales los toros./ Nunca su cuerpo supiera/ de varetazos ni heridas./ La superstición decía/ que era inmune a la cornada/ porque en el pañuelo tenía,/ niños en cruces, animes,/ pedazos de piedras de ara.”; Bienvenido Trejos, Simplicio Mejía, garrochero de Las Huertas, Calazans González, experto coleador llamado “pierna de hierro” por la fuerza que tenía en las piernas para con ellas tumbar el toro, Andrés Romero, garrochero, nieto de don Chano Romero, del que el poeta Agustín Gómez Cásceres dijo: “Andrés como un experto garrochero/ excita a su corcel siempre fogoso,/ porque un toro valiente y peligroso,/ arremete con ímpetu altanero./ Luciendo habilidad, presencia altiva,/ el cuerno de la fiera Andrés esquiva/ evitando un sangriento zafarrancho...”



Juan Osorio, llamado también Juan Pródigo Vergara y con el remoquete de el MonoTato y José María Benítez, considerados como los mejores garrocheros de la sabana, Julio Benítez, el mejor mantero de todos los tiempos, Luis Felipe Quintero Jaraba, la gloria de la garrocha en el bajo San Jorge y los sinuanos José Madera “Maderita”, su hermano Fidel “El Ñato” Madera, José Naranjo y su hijo Ramiro “El Pingüino” Naranjo, Domingo Gómez Pacheco, más conocido como Dominguito Pacheco, Jesús Manuel Salguero Herrera, llamado El Indio Salguero, El Loco Ramos, El Pescao, El Polvorín y el Negro Buba, indudablemente inscritos en la historia como manteros singulares por su valor y pericia y don Anselmo Ortiz, Diego Argel, Gregorio “El Goyo” y su hermano César Coronado, sin discusión alguna los mejores garrocheros de todos los tiempos en el Sinú, a los que se suman Antonio Ruíz y sus hijos El Nano, Antolín y Marcos y Rafael Negrete y sus hermanos, todos ellos oriundos de Momil pero con gran incidencia en las fiestas de Sincelejo. Permanecen en el recuerdo al señalárseles como figuras de las corralejas, no así los terratenientes y propietarios de toros.

Primero fue la celebración del cumpleaños del ganadero, después se metió la iglesia para honrar a sus santos y más tarde, las gentes del común lograron el sincretismo de sus íntimas convicciones paganas con la apariencia de la religiosidad. Por eso las fiestas se iniciaban, generalmente, en el período del primer día de noviembre – fiesta de Todos los Santos – y acababan el Domingo de Resurrección, turnándose los pueblos, aun cuando posteriormente se rompió la norma y se regaron por todos los meses del año. Hasta finales de 1970, ninguna cabecera municipal, ningún Corregimiento o vereda del departamento de Córdoba pasaba el año sin realizar sus corralejas. Prácticamente ocurría lo mismo en Sucre y en menor medida en el sur del departamento de Bolívar. La aparición del fenómeno de la violencia, la presencia de guerrilleros en las poblaciones en fiesta y el peligro de una confrontación con las fuerzas del orden, obligaron a suspenderlas y hoy se llevan a cabo sólo en algunas cabeceras municipales.

Los palcos fueron elevándose y extendiéndose para alojar a los invitados especiales y a las autoridades, hasta llegar al lucrativo negocio de construcciones con uno, dos y hasta cuatro pisos. Y se introdujeron otras variaciones, como que se pasó del cuadrilátero original a la sofisticación de corralejas circulares, en una clara imitación, rústica y agigantada, de las plazas de toros de cartel, llamadas “Circos de Toros”.

La corraleja de Sincelejo, quizás por la animación de sus gentes, por la generosidad de sus ganaderos o por la calidad de los toros – aun cuando esto terminó siendo un decir porque debieron recurrir a las ganaderías del Sinú desde 1960 para poder presentar buenos encierros – pasó a ser considerada como la mejor. Sólo le competía la fiesta de Montería, en ofrenda al mismo santo y durante los mismos días de enero, pero los monterianos viajaban a Sincelejo para participar en éstas y no en la de ellos. Fue en el Sinú en donde se pasó del cuadrilátero al círculo y en Sincelejo se adoptó a partir de 1973 y se recurrió de las dimensiones comunes a la majestuosidad y de la modestia de un piso a la pomposidad de cuatro con aforo de veinte mil espectadores.

En otro aspecto, la corraleja de Sincelejo era un prodigio de la inventiva criolla que impresionó a los arquitectos e ingenieros de todas partes. Algunos vinieron a la ciudad para verificar sobre el terreno una construcción que contrariaba principios de la dinámica y de la razón, pero que se sostenía milagrosamente sobre pilares de madera y una maraña de tablas, tablones, listones, bejucos y clavos, capaz de resistir una masa de muchas toneladas de peso en continuo movimiento.

En lo correspondiente a la participación del hombre también se pasó de los peones de la hacienda a realizar competencias entre las peonadas de dos o más feudos de una misma región o de retos entre regiones apartadas. Hombres curtidos en el manejo del ganado a los que correspondía el encierro frecuente de reses montunas o cimarronas, adquirían habilidades y destrezas suficientes para enfrentar los animales en los corrales o en los potreros, echando mano del sombrero vueltiao o de cualquier otro elemento para lidiarlos.

Los trajes de luces del torero y su cuadrilla en los circos de toros corresponden al vestuario común de los peones en la corraleja. El diestro de Cúchares es el envalentonado mantero. Al margen, en la corraleja aparece el coleador que, en una demostración de fuerza titánica, se apodera de la cola del animal para llevarlo a tierra. Los banderilleros de la corraleja matizan su trabajo con proezas que nadie verá en una plaza de toros de cartel, como la de aplicar banderillas sentados en la arena o subidos en los hombros de un compañero, montados en una carretilla y otros curiosos malabares, y con el correr de los años, hasta las mujeres entraron en la práctica de tan riesgosas actividades. Hoy, debido a las políticas laborales, grupos de hombres y en algunos de ellos dos o tres mujeres, derivan el sustento de este “trabajo” mediante la firma de contratos con las juntas organizadoras. Las corralejas más importantes contratan hasta tres grupos de manteros (y este vocablo agrupa a manteros, banderilleros, garrocheros, payasos, etc.) para garantizar el manejo de los toros en las tardes respectivas. Sin embargo, esos leoninos contratos no se refieren para nada a la asistencia social mientras el miembro de la cuadrilla permanece hospitalizado o en cama en su humilde residencia hasta reponerse de las heridas, ni al suministro de asistencia médica luego de salir de los centros hospitalarios en donde se les da un tratamiento cruel y despectivo porque aún brotan de la mente de la clase pudiente las consignas religiosas del pasado, en que ni siquiera se permitía por los curas enterrar en el cementerio a los que morían en las corralejas.

En efecto, el Papa Pío V, expidió el 20 de noviembre de 1567, una bula excomulgando a los príncipes católicos que permitieran las corridas de toros en sus países y negando cristiana sepultura a los que morían en el ruedo. Pero hubo una decisión mucho más trascendental. La primera fue prácticamente ignorada en la casi totalidad de los virreinatos de América, pero la siguiente, no religiosa, fue acatada en todas partes, dándole origen a la organización de las que desde entonces fueron llamadas corridas de cartel. Consistía en no permitir que un toro apareciera más de una vez en la corrida, y para evitarlo, se implantó que los que regresaban vivos fueran muertos en el mismo chiquero.

Ahora bien, ¿conocen los ganaderos del sur de Bolívar, Sucre y Córdoba la bula aludida y la concordante norma civil? ¿Las autoridades eclesiásticas de España, Francia y América ignoraron la bula de Pío V? Parece que sí. Por lo menos en Colombia y en la Costa Caribe, esas autoridades eclesiásticas, caso Sincelejo, patrocinaron las corralejas. De todas maneras, 436 años parecen suficientes para borrar de la memoria lo que no nos conviene.

El alsaciano Luis Striffler, que exploró inicialmente el Sinú, y alrededor del cual se tejió una leyenda de amor con una princesa Zenú y de quién se cuenta fue rescatado también de las aguas del río Cauca por un indio que él no conocía, supuestamente el fruto de aquel romance se trasladó a la zona del San Jorge y refiriéndose a los municipios de San Marcos y San Benito Abad dijo:

“En 1850 la fiesta de Santa Bárbara la patrona, no era propiamente otra cosa que una corrida de toros, diversión favorita de los vaqueros. Los comerciantes se surtían con anticipación y vendían algo más que en los días ordinarios. Hoy, ¡Qué diferencia! Todos los cuartos se alquilan con tres meses de anticipación por comerciantes de Magangue, Mompóx y otros lugares. El puerto se llena de embarcaciones hasta de Barranquilla y en razón de la inmensa concurrencia, ha sido necesario suprimir la función de toros que embarazaba la circulación. Las ferias de la Villa de San Benito Abad, llamado Tacasuan en idioma indígena, se establecieron con ocasión de la fiesta que se hacía a la imagen del Cristo. Su origen es algo muy remoto, pues en libros impresos en el siglo pasado ya se hacía mención de ella. Existen testamentos de hacendados de Sabanas donando cierto número de vacas a la iglesia de la Villa, con un haber tan considerable que el gobierno se declaró heredero natural del santo, y los fervientes que administraban esos bienes daban las cuentas del gran capitán. Los primeros actores extranjeros de las ferias comerciales fueron judíos de Curazao que venían con mercancías de muy mala clase. Las ferias tuvieron su fin en 1854”.5
  
El investigador Manuel Huertas Vergara, al respecto, y en un intento por apartar a la iglesia de la promoción y organización de corralejas, asegura: “Cabe entonces exonerar a la religión de ingerencia en la gestación de las corralejas”5. Pero el arquitecto y escritor omite un hecho histórico inocultable e indiscutible, que se observa en las fotografías de la época en que parte de la corraleja de Sincelejo son las gradas del templo que para ese entonces se encontraban sobre lo que hoy es el Parque Santander. De acuerdo con los registros los sacerdotes de entonces eran los “palqueros” que cobraban la entrada, en beneficio del templo y de la curia. Sólo que como en el caso de los ganaderos ignoraban la suerte de los heridos por los toros y negaban un pedazo de tierra en el cementerio a los muertos de la corraleja como para guardar las apariencias.

Aún cuando lidiar toros en el circo con trajes de luces y hacerlo en las humildes    corralejas   debió   partir   de un mismo lugar y en un mismo momento, son dos vertientes diametralmente diferentes, sin mencionar al toreo bufo, que puede ser una manera de enlace entre una y otra forma. El toro de cartel, dicen los entendidos, tiene arte, valor, gracia y donaire. El de corraleja, creemos nosotros, tiene coraje y mayor resistencia, mucho más, si se recuerda que el diámetro de la plaza de toros es multiplicado varias veces en la corraleja. Tiene gracia, cuando se admira a un hombre común y corriente, que pasada la fiesta vuelve a sus quehaceres, en muchos casos sin relación alguna con el ganado o la tauromaquia, enfrentar con la camisa, con el sombrero, con la página de un periódico viejo, con un pedazo de cartón o con un pañuelo, a un animal enfurecido. El donaire, como acepción de elegancia, lleva otra dirección que tocaremos brevemente más adelante, y los gritos de ¡Oleee! de los tendidos se remplaza en los palcos por el ¡Ayyy! alarmado y alarmante al observar el momento en que un toro engarza en sus astas al voluntario y lo lanza al aire, grito que se vuelve una carcajada multitudinaria al comprobarse que el hombre, indemne, sale en rápida fuga hacia el vallado.

Donaldo Vergara, un versátil sincelejano que se inició como mantero, luego pasó a mago, a pintor, a maromero de circo y finalmente a integrante del más popular conjunto musical de la ciudad, Los Guacharacos, y conocido popularmente como El Mago Doney, nos asegura que vio por vez primera en una plaza un capote, en manos del entonces novillero monteriano Melanio Murillo, quien posteriormente alcanzó fama internacional como Picador en las más importantes plazas de Europa y América. Ocurrió en la corraleja de Chinú en unas fiestas dedicadas a San Rafael, en la cual Doney, Melanio y otro compañero, esperaron en un lugar de la corraleja que se acercara un toro y cuando ello ocurrió, el novillero le sacó seis capotazos con la elegancia del torero de cartel. “Las monedas de centavo, dos centavos, cinco centavos y hasta billetes de un peso, cayeron sobre el capote al realizar un recorrido a todo lo largo y ancho de la corraleja. Se trataba de una novedad, porque hasta entonces sólo se usaba la manta. El capote estaba destinado a los circos de toros.

 Nos fuimos de inmediato para el hotel, separamos las monedas y los billetes, Melanio tomó para sí las monedas de cincuenta centavos y los billetes y nos dejó a los otros dos las de menor cuantía”. Y tiene razón el Mago Doney. Melanio Murillo en compañía de Roberto “El Mono” Cárdenas, Luis Mallub, El Negro Pautt, entre otros, todos monterianos, y el cartagenero de nacimiento pero monteriano de corazón, Yesid Torres Pérez, el inolvidable “Divino Calvo”, formaron la primera agrupación  de novilleros de la Costa Caribe y dominicalmente desde el mes de septiembre, aparecían en los programas de una plaza del Sinú o de la Sabana para realizar sus presentaciones, pero de manera preferencial, por cuanto allí se convirtieron en ídolos, en la ciudad de Corozal, que para ese entonces predominaba en materia de toros bravos. Por esa razón, a los hombres que se arrojaban a la arena a enfrentarse a los toros bravos, los llamaron desde el principio manteros. Una manta era el escudo para protegerse de las embestidas de los toros, llamados en aquellos tiempos costeño con cacho o simplemente toro criollo, y los ganaderos que pretendían alcanzar fama por su generosidad, en un principio, entregaban a los encargados de realizar las faenas una manta antes de iniciarse la corrida. Posteriormente, en el mismo palco de la junta directiva, además de entregarlas a los manteros conocidos, las destinaban como premio a los que, careciendo de una manta, se enfrentaban al animal con cualquier cosa y llamaban la atención de los espectadores por su destreza y valor. Mucho tiempo después, (y personalmente también vimos a Melanio Murillo en la Plaza Grande de Montería enfrentándose con el capote a un toro), por allá por los inicios de la década del 50 en el siglo pasado, comenzaron a utilizarse los capotes y las muletas y siguiendo el tiempo pasaron a convertirse esas muletas y capotes en pancartas publicitarias.

Son una misma fiesta pero que se dirigen en sentidos opuestos. A la una se le llama arte y a la otra espectáculo neroniano. Aquella es para espíritus selectos y ésta para bárbaros y salvajes. Sobre el tema escribe el historiador monteriano Benjamín Puche Villadiego:

Asignarle a las comunidades en donde se efectúan las fiestas en corralejas, el calificativo de “Bárbaras y Salvajes”, y confundir tales celebraciones como una manifestación cultural nativa y parte del folclor, es la más insólita manifestación de  ignorancia y desconocimiento de las costumbres de Colombia, ya que estas fiestas de toros, se celebraron durante muchos años en Bogotá en el siglo pasado hasta que el señor Presidente de la República general Tomás Cipriano de Mosquera, las reglamentó en 1848”.6

Mas adelante y en el mismo artículo, Puche Villadiego agrega:

Las corralejas no pueden considerarse desde ningún punto de vista como una manifestación folclórica de los pueblos de la Costa Atlántica, y menos, como fruto de una concomitante étnica de estas comunidades; su extracción netamente española exime de responsabilidades al Grupo Cultural Zenú, en cuya zona se celebran”. 6

En el circo siempre muere el toro. En la corraleja ¡nunca! En el circo, algunas veces, es herido el torero. En la corraleja se produce un herido cada 40 toros. Un torero puede morir en un promedio de cien corridas en las que se enfrenta a 200 animales. En la corraleja se produce una muerte por cornadas en un promedio de 50 fiestas en las que se lidian por lo menos 2.000 toros, sobre una plaza que es cuatro o cinco veces más grande que un circo, sin burladeros y con tres o cuatro animales lidiados al mismo tiempo por varios manteros que son entorpecidos por miles de entusiastas aficionados que pretenden arrebatarles los toros para lucirse ante los asistentes a los palcos. Los porcentajes parecen suficientes como para deducir cuál es el arte y cuál la barbarie.

Pasar del cuadrilátero al círculo, fue objeto de comentarios de toda clase por la innovación. Un hombre de letras que daba sus primeros pasos en el periodismo, poeta en ciernes, y hoy considerado en Sucre y gran parte de la Costa Caribe como el poeta de la síntesis, escribió una nota para El Cenit bajo el título de “Todo antecede a la corraleja circular”, que dice:

“El guarapo de caña del bar La Primavera, los dulces de leche, de guayaba y coco puestos en azafates de madera al público en la esquina del edificio Guerra, el peto helado servido por Julia Arroyo “La Petera” y la cal traída desde Toluviejo por los hijos de Juan P. Escobar, no son el comercio de Sincelejo, pero sí el arquetipo de lo que para entonces fue el comercio de Sincelejo, más las abarcas fabricadas por Víctor Baquero y el remoto recuerdo de las mulas de Perna al igual que las recuas de don Julián Patrón en Tolú y los amoríos y la longevidad de don Héctor en Ovejas, hechos que en proporción al tiempo y al hombre tejen la edad recién despierta en que a lomo de mula un pequeño mundo abre paso desde el mar y surte los mercados del interior de la República con ganado arriado por juglares de a pie y jícara al hombro. Todo antecede a la corraleja circular y a las edificaciones dispersas que entre dos y siete pisos alcanzan a mostrarnos la rara presencia de una sociedad en el trance de ser o no ser ciudad o pueblo, mientras contra el mar Tolú con su empresa hotelera de carácter temporal y Toluviejo de cal y cemento”.

Hay muchas diferencias entre corrida y corraleja y entre torero o matador y mantero. Hasta en la forma de pararse frente al toro. Los pies del mantero tienen, frente al toro, vida propia. Le permiten al espectador, como en el deporte del béisbol, acompañarlo mentalmente en su accionar. Los pies del novillero parecen estar en agonía. Los del torero de cartel y traje de luces, están muertos, sometidos al pensamiento y la armonía que les marquen. En el mantero los pies son espontáneos, en los novilleros volubles y en el torero esclavos.
Cualquiera sea la diferencia entre las corridas de cartel y la corraleja, el sabor de esta última puede degustarse mejor con el texto de un poema costumbrista que dice:

TARDE DE TOROS

Primera tarde de toros,
el sol ardiente derrite la frente
de hormigas humanas
colmadas en los palcos.
¡Qué sol incesante! de pronto el grito
del borracho desesperao   
para que salga el primer astao.

En la puerta del toril
hay movimiento de miedo
que se confunde con sombras que dejan
gallinazos al pasar debajo del astro solar.

Revienta el petardo,
señal de empezar la tarde.

Se abre la puerta, sale un toro pitón
colorao punta afilá.
Como aguja de zapatero en el mercao.  

Da la vuelta al ruedo
no hay quien lo mantée,
el garrochero encima del caballo
para clavar su garrocha, lo logra,
su mejor trofeo, un aplauso cerrao
de aquel hormiguero.

El toro se queda parao
coge aire, arranca, culebrea y
se lleva un pelao, lo corta y
en la arena quedan hilos de sangre
señal de muerte.

Alguien comenta “pinta buena la tarde,
si no hay muerto esto se jodió”.

Que alegría para el dueño del ganao.
Que tristeza y agonía pa’ quel niño,
que dentro de miles fue el desafortunao

Por no hacerle caso a mama
Está casi del otro lao.7
    
 PRIMER AVISO
El torrencial aguacero de ese día –20 de enero de 1974 – dejó un presentimiento de que algo habría de suceder en las fiestas del Dulce Nombre de Jesús. Un presentimiento que se diluyó cuando pasada la lluvia y ya en las horas de la noche, se prendieron los paquetes de espermas en la rueda del fandango en el centro de la plaza Hermógenes Cumplido y la brisa se encargó de llevar de un lado a otro los ecos de los porros, fandangos, cumbias, mapalés y demás ritmos de la Costa Caribe, en una clara invitación al público a introducirse en la rueda vertiginosa de la danza.

Cuando el clima de la región parecía ser una línea horizontal invariable, a mediados de diciembre comenzaba en la Costa la temporada de verano. Según algunos investigadores del acontecer sabanero, entre los que destacamos a Roberto Samur Esguerra e Inis Amador Paternina, las fiestas se trasladaron a la temporada en que desaparecían las lluvias, pero en algo debió incidir el hecho de que se iniciaba la recolección de las cosechas y para el mes de enero los campesinos poseían capacidad monetaria suficiente con la que adquirir vestuario, insumos, herramientas, etc., para el resto del año. Y enero se tomó como el mes para agradecer a las divinidades, y entre todas al hijo mismo de Dios, representado en el Dios-Niño que se conocía como El Dulce Nombre de Jesús, desplazado mucho después por otro Dios-Niño: El Divino Niño. Por alguna rara circunstancia atmosférica, a mediados de enero siempre llueve. Así lo asegura Samur Esguerra en su obra “En enero siempre llueve”. Y el doctor Armando Arrázola Madrid, como si hubiera estado en el día de la tragedia, nos relata un aguacero en los tiempos en que la corraleja se levantaba en lo que es actualmente el Parque Santander, porque tal como en aquella ocasión, en esta llovió torrencialmente. Dice en su obra “El Veinte de Enero”:

  
Estando en esas cayeron unas cuantas gotas aisladas como cuando llueve a sol caliente, que es cuando se están casando las brujas, pero la gente no les hizo caso y tomó aquello como parte del juego. De pronto las gotas aumentaron de tamaño, de número y de intensidad y se desgajó un tremendo aguacero que puso a correr a todo mundo en busca de protección. Los que estaban en el palco se guarecieron en la iglesia y allí esperaron a que escampara. Los del palco del municipio no tuvieron para dónde coger y los que estaban en la plaza menos”.
y posteriormente agrega:
En la plaza únicamente había quedado el toro de turno, que no teniendo a quién agredir, porque los jinetes habían desocupado el lugar, parecía complacerse con el nuevo clima y se quedaba quieto en un solo punto cerrando apenas los ojos mientras su cuerpo recibía el delicioso baño con las orejas un poco caídas para que no penetrara el agua en ellas”.4

En enero siempre llueve y así lo aceptan sabaneros y sinuanos, regiones en donde más arraigo adquirió este tipo de festejos. En esta ocasión – 20 de enero de 1974- dio la impresión de que las compuertas del cielo se abrieron para facilitar la consumación del primer aviso de la tragedia, a cargo de dos jóvenes con ambiciones de llegar a directores de cine: Ciro Durán y Mario Mitriotti.
Las faenas comenzaron, como era normal, a la una de la tarde, después que el ganadero de ese día ofreció el llamado brindis a ganaderos, autoridades, periodistas, locutores, invitados especiales, manteros, banderilleros, garrocheros, coleadores, colaboradores y muchos colados que nunca faltan en estos actos.

A eso de las cuatro de la tarde se vieron las primeras gotas de lluvia que parecían diminutos diamantes cayendo del cielo, visión originada por la sombra de los palcos y los rayos del sol en un contraste de luces y sombras. Los camarógrafos Durán y Mitriotti registraban el bello panorama, mas la lluvia se intensificó y media hora después se equiparó a un diluvio y no había lugar en la plaza Hermógenes Cumplido donde guarecerse.

Los hombres de la Sabana y el Sinú parecen traer en los genes, cual herencia étnica, la pasión por la lidia de toros bravos. Desde muy niños se introducen en los corrales, los potreros y las corralejas para compartir con los mayores las peripecias de tan peligroso ejercicio. Como si el sol brillara a plenitud en el firmamento, los miles de hombres que se encontraban en el ruedo, sobre la arena, que no era más que tierra común, rodaban junto con los toros en una faena extraña, en una danza inexplicable, en un espectáculo de ron, valor, lodo y destrezas para evitar el peligro.

Un espectáculo normal para quienes han vivido situaciones similares en otros años, bien como espectadores sentados en los palcos o como actores directos, pero seguido ahora y filmado por otros ojos, humanos y mecánicos, que habrían de transformarlo y presentarlo como algo denigrante, neroniano, ridículo, inconcebible incluso en el escenario de las peores humillaciones que ha sufrido el ser humano: el circo romano.
Hombres revolcándose en el lodo de la rudimentaria plaza como marranos en un chiquero, borrachos, olvidados de todo principio, brindaron el espectáculo que ni siquiera fue imaginado por Bocaccio para su Decamerón ni por Dante para adornar su visita a los infiernos. Y los que conocíamos de esto, nos sorprendimos con lo que los dos jóvenes produjeron, plasmaron y divulgaron por el mundo: ¡La barbarie!

La casualidad permitió que el documental fuera presentado en el mismo programa con la película que originó mayores temores y desagradables impresiones en el mundo: El Exorcista. En las salas de cine de Bogotá, Medellín, Cali y otras ciudades, se pasaba la película y como intermedio el documental de la corraleja. Y afirman los que ellos vieron que los espectadores se ponían de pie para repudiar a Sincelejo, a la fiesta de corraleja, a las autoridades, a los dirigentes y a los ganaderos, por lo que estimaban el más horrible de los espectáculos que habían visto en sus vidas. Se acomodaron las escenas de tal manera que, la corraleja que había alcanzado renombre mundial pasó a ser el más repudiable de los espectáculos. Pero los que se ponían de pie en las salas de cine del interior del país para protestar por el espectáculo de las corralejas, o no vivieron o no habían mirado hasta entonces los testimonios gráficos de los asesinatos múltiples que los llamados bandoleros, pájaros, etc. a nombre de los partidos políticos tradicionales, ejecutaron en la llamada “Época de la violencia”, esos sí horrendos, satánicos, repudiados por el mundo civilizado. Si los vivieron, los conocieron o miraron las fotografías, se pusieron de pie en una falsa pose, en una expresión hipócrita.

No queremos ni creemos ofenderlos, pero tal vez si revisaran las páginas de la historia, estos hermanos del interior del país no se habrían levantado de sus sillas.
Recurrimos a un gran escritor e historiador, Alfredo Iriarte, para comparar la corraleja del interior del país con las del Caribe. Dice esta autoridad:

“Todos participaban en la barahúnda, y como no había reglas ni cortapisas para nadie, no había pasado un minuto desde la salida del toro cuando ya el espacio de la plaza era una suerte de olla gigantesca en la que hervían y se agitaban sin concierto un toro que repartía cornadas en todas direcciones y una muchedumbre vociferante y enloquecida cuyo conjunto parecía a mediana distancia un zambapalo grotesco de peleles que se agitaban, huían del astado, avanzaban hacia él, chocaban uno con otros, eventualmente saltaban por los aires como saltimbanquis de feria, aventados por el testuz de la fiera o ya malheridos por los pitones que revoleteaban buscando desesperadamente piernas, vientres y golletes en que hundirse con deleite homicida. Cualquier lienzo: ruanas, chaquetas, camisas y aun pañuelos eran buenos en manos de estos dementes para provocar al toro”.

Si lo anteriormente trascrito no es suficiente y nuestros hermanos del interior, que en la materia nos pusieron la plana, piensan que la corraleja es una costumbre bárbara limitada al Caribe colombiano, les dejamos lo siguiente, de la autoría de un jerarca de la iglesia, Monseñor Federico González Suarez, arzobispo de Quito, Ecuador, en un recinto similar a nuestras corralejas:
“No había plaza construida a propósito para aquel objeto. En la mayor de la ciudad se levantaban al contorno palcos improvisados que se llamaban tablados. El recinto de la plaza, cerrado con barreras, era ocupado por los curiosos, y el más audaz o el más diestro era el que sacaba el lance al toro...”.
Más adelante, resalta el prelado:

“Cuanto más bravío y furioso era el toro tanto más regocijada se mostraba la concurrencia. Y la corrida continuaba y el regocijo no se alteraba, aunque uno tras otro fueran despedazados por los cuernos de la fierra; los temerarios que se habían presentado ebrios a desafiar su furia. Los muertos eran sacados de la plaza y la corrida seguía con loco frenesí”. (Las negrillas son nuestras).
Lo anterior ocurría en la ciudad de Quito y no en Sincelejo, Montería, Sincé, Cereté o San Marcos.

SEGUNDO AVISO

Para hacer una fiesta no es suficiente el buen ánimo. Se requiere la capacidad económica, y en el caso de las tierras de la Sabana, el Sinú, el San Jorge y el Urabá costeño, los recursos monetarios estaban, y siguen estándolo, en las arcas de los ganaderos. Por ello las corralejas se iniciaron en los corrales de las haciendas; estos feudos de grandes extensiones se originaron cuando la Corona Española benefició con cédulas reales a los políticos de la época y ellos, por sí mismos, fijaron caprichosa y ventajosamente los límites de las tierras que les otorgaron en las célebres Encomiendas.

Muchas de las fiestas llamadas patronales, como queda dicho, comenzaron para celebrar el cumpleaños del ganadero. En un pueblo del municipio de Montería, La Gloria, la corraleja fue instaurada por y para la familia Negrete, que suministraba los toros bravos, levantaba la corraleja, repartía gratuitamente bultos de ron y los pasteles,7 para alimentar a los concurrentes sin importar su condición social. La fiesta de Planeta Rica fue sostenida por una sola persona, Claudio Manuel Cortes Almanza, que al final de sus días libó la amarga copa de la ruina.

En el Urabá, para las fiestas de poblaciones como Canalete, Morindó, Mulatos, El Carmelo, entre otras, los campesinos se avanzaban hasta en cien jornales para obtener de los adinerados el suministro, no de dinero en efectivo, sino de licor con el cual alegrarse durante los días de toros.

El profesor e historiador francés, Jaime Exbrayat Bocompain, en un registro histórico de la ciudad de Montería, asegura que las fiestas, antes de la aparición de las corralejas, se limitaban a desfiles de carrozas, reinados, fandangos, carreras de caballos y otra serie de entretenciones, que  desembocaban en una lucha frontal y en una reñida competencia entre los moradores de los barrios La Ceiba y Chuchurubí, para tratar de  hacerlo mejor, fiestas que se iniciaban el ocho de diciembre y seguían, noche a noche, hasta el 20 de enero. Y un trabajador de la  llamada Casa Americana, como se conocía a la empresa norteamericana Geo D. Emery Company, que procesaba maderas del Sinú para la exportación y con  las cuales, entre otras obras importantes, cimentaron la pavimentación de las principales calles de la ciudad de Paris, el señor Manuel Benito Durango, solicitó avances de sus jornales por varios años, simplemente para adquirir doce pipas grandes conteniendo Agua de Florida y  Agua de Cananga, el más fino perfume de la época, y las colocó con un gotero en su barrio, La Ceiba, para que todos los habitantes de Montería perfumaran sus cuerpos durante los 40 ó 45 días de fiestas.8  No es entonces un fenómeno reciente  ni mucho menos una moda de los sincelejanos el tratar de aparecer como organizador o ganadero durante las fiestas de corraleja, por cuanto ello depara un estatus social, político y económico. Al trocarse la política de un arte de gobernar y de servir a la comunidad, para usarla como medio de enriquecimiento hurgando con facilidad y sin escrúpulos las arcas oficiales y para beneficiarse con distinciones, dinero, relaciones no solo personales sino familiares, las corralejas pasaron a ser causa de intrigas, de luchas intestinas aún entre familias, con el propósito de aparecer los ganadores en la puja en los puestos directivos de importancia o en  la lista de ganaderos que suministran encierros en los días de la fiesta. Los organizadores, en ese lapso, son mucho más importantes y decisivos que las autoridades de los pueblos.

Por eso la política, o mejor, la politiquería, se apoderó de todas las corralejas costeñas. Tener la facultad de distribuir los palcos entre familiares y amigos, o administrarlos, o construirlos y venderlos, distribuir todos los sitios de negocios por insignificantes que sean, como los vendedores de naranjas y confites, pasando por las fritangueras y las cantinas, hasta llegar a la instalación de casetas, prostíbulos, mesas de juegos de suerte y azar, y muchos otros, arroja beneficios de toda índole, desde el económico hasta la conquista de electores.

Cada jefe político tiene su propia cuadrilla para atender las corralejas y garantizar el aumento del electorado después de las fiestas y con miras a las siguientes elecciones. El espectáculo tan aviesamente presentado por los señores Durán y Mitriotti, mostraba a los ganaderos de Sincelejo interpretando el papel de los emperadores romanos cuando las matanzas de cristianos en el coliseo.

Una costumbre que nació en la corraleja de Cereté, departamento de Córdoba, sentó sus reales en Sincelejo. Los ganaderos cereteanos – Guzmán, Barguil, Calume, García, Banda, Padilla y otros – arrojaban sobre los más bravos toros, toallas, mantas, botellas de ron y lluvias de billetes de baja denominación, para que los humildes y hambrientos, los hombres de la gleba que colmaban la arena, se lanzaran sobre el furioso animal y colgándoseles de las astas se apoderaran de los objetos o de los billetes.

Un poco antes, en Montería, los Negretes, Kerguelén, Mendoza, Lacharme, Méndez, Berrocal, Cabrales y demás, acostumbraron a colocar entre las astas de los más fieros animales, un paquete de billetes para que los manteros, arriesgando sus vidas, buscaran la manera de quitárselo. La plaza del barrio Montería Moderna, la tan afamada Plaza Grande, lanzaba bufidos de frustración cuando el toro regresaba a la torineta, como allí llamaban a los chiqueros, con el dinero en la cornamenta.

En Sincelejo, Juan Perna Mazzeo, Arturo Cumplido Sierra, Eustorgio Alcocer Navas, Dionisio Gómez Buelvas, Miguel Madrid, Miguel Navas Meisel, Nelson Martelo Olmos, Jorge Támara Samudio, Rogelio y Leopoldo Támara López, Enrique Samudio, los hermanos Juan, Salim, José y Joaquín Guerra Tulena, Pedro Juan Tulena, Vicente Urzola, Salomón Urzola, Alejo García González, Humberto Vergara Prados, y muchos más, asumieron  su papel de ganaderos y adoptaron la costumbre cereteana y llevaban a los palcos bultos de billetes a la espera de los más fieros toros del encierro para arrojarlos y los vientos se encargaban de ocultar el sol con los miles de rectángulos de papel moneda.

Quienes conocen a estos ganaderos, de aquí, de allá y de acullá, a los que murieron y a los que aún viven, saben que era más la sana intención de animar la fiesta que la de producir un daño. Es cierto que muchos de ellos se caracterizan por la petulancia, pero eso no es más que el resultado de saberse nacidos poderosos y de haber recibido, con una sola excepción en Sincelejo – Arturo Cumplido Sierra – considerables fortunas como herencia, pero nunca una perversidad mental. Esas riquezas fueron amasadas poco a poco por antecesores casi siempre humildes, muchos de ellos empobrecidos inmigrantes que cruzaron los mares del mundo para perderse por estas tierras ignoradas.

                                                                       
  El importante artista costeño, ANTONIO ZULUAGA PADRON,  ha plasmado su visión de la corraleja en varias obras que cuelgan en colecciones privadas.La rtada de este libro y ésta, destinada a resaltar a los garrocheros, nos muestran la delicadeza, la destreza y la hermosura de su arte reconocido nacional e internacionalmente.           

 Prácticamente todos estos ganaderos compartieron en la niñez y gran parte de la juventud los sinsabores de la vida en el campo y aprendieron el duro manejo del ganado en los corrales y potreros de las fincas y haciendas de sus progenitores, como vaqueros comunes. Sobre don Arturo Cumplido se dice:
“Nació de la alegre venta de chorizos de cerdo, de alegría infantil y de calderos atiborrados por la ensarta de embutidos grasientos; de la humillación pueril de ser hijo natural en épocas de prejuicios y señalamientos; de pocas vanidades por la pobreza, pues se era hombre muy temprano sin alcanzar siquiera a ser niño e infante.”9

El documental fílmico de Durán y Mitriotti no hizo la aclaración. Por el contrario, una y otra vez, el montaje enfatizó sobre la neroniana actitud. Tampoco se tuvo en cuenta que no obstante la fiereza de los toros nunca hubo ni un muerto ni un herido por estar recogiendo billetes. Los tumultos eran tan grandes que, si el toro pensara, habría salido en fuga. ¡Y en no pocas veces lo hicieron!

Las estadísticas tampoco fueron consultadas, pero ellas dicen que, durante más de diez años de estar introduciendo cuatro o cinco toros de media casta a un mismo tiempo en el ruedo, para un total de 200 animales por fiesta, los heridos no alcanzan a veinte por año ni los muertos a tres en la temporada que se inicia el primer día de noviembre y finaliza el domingo de resurrección en localidades de tres departamentos diferentes, incluyendo muertos y heridos por diversas circunstancias. En diez años, de 1960 a 1970, conforme a una estadística seria y minuciosa que llevaba el equipo periodístico de la emisora Radio Piragua, en Sincelejo y sus corralejas, no llegan al total de heridos y muertos que resultaron de una sola Feria de Cali, Feria de Manizales, Feria de las Flores en Medellín, el Carnaval de Barranquilla o el 11 de Noviembre en Cartagena, en ese decenio. Pero aún así las demás son fiestas del arte, la tradición y la cultura y las corralejas de la Sabana y el Sinú, de bárbaros.

Este segundo aviso no fue escuchado. Se maldijo hasta el cansancio a los autores del documental fílmico, y aun cuando hubo rasgar de vestiduras y protestas, no se hicieron las aclaraciones ni se exigieron las rectificaciones; tampoco se intentó contraponer otro documental para recalcar la fiesta original y su lado bueno, que lo tiene. Por el contrario, se intensificó la lucha política y se agudizaron los deseos de dominar la fiesta de Sincelejo.                                                           

  TERCER AVISO
Dicen que hay que estar enamorado para saber de qué manera acosa el deseo, o haber estado en el vicio del juego para conocer el espíritu de la ambición. Ninguna de las dos situaciones puede retratar el sentimiento de un político por mantener y aumentar su caudal electoral.

Se recurre a todas las inventivas, se echa mano de todas las argucias, no hay freno para traicionar al amigo, al padre, a la madre, al hermano; se omiten todos los principios de la civilidad. Para el político, sobre todo para el moderno político colombiano, no hay obstáculo que no pueda eludirse.
Cuando la condición de dirigente político alcanza la sinecura de una curul en el Congreso, se ha llegado a la plena realización personal. A través de ella se obtienen gajes que de otra forma no se logran. A ello le sacan jugosos dividendos los políticos de estas tierras, que se precian de educar a sus hijos en Berna, en Estocolmo, en Ginebra, en Eton, en Harvard, en Paris, en Massachussets, y si los muchachos salen muy cerrados de mollera, como es de general ocurrencia, en Madrid, Ciudad de Méjico o Buenos Aires.

Si se posee una buena fortuna, trabajada por los abuelos o los padres, ésta queda como un ridículo aporte familiar ante la acumulación de riquezas incalculables. Y los hijos alzan vuelo por sí solos y en poco tiempo poseen tanto que se burlan de los esfuerzos de los antepasados, que labraron fortunas vendiendo retazos de telas durante interminables caminatas desde las ardientes arenas de los desiertos de los que se vinieron hasta los más recónditos pueblos de nuestra geografía. Por algo se dice que los descendientes de una parte de esos inmigrantes suplieron con la política colombiana la lámpara maravillosa de Aladino, que tal vez se les perdió a los abuelos en alguno de los oasis. Y contagiaron a los nativos que abandonaron el olor de la boñiga por el de las arcas públicas, y porque demostraron fehacientemente que es más productiva la ubre presupuestal que la de las vacas.

Estas razones fueron poco a poco convirtiendo las fiestas de corraleja en un botín electoral para la dirigencia política. Durante años las fiestas de Sincelejo sirvieron dizque para celebrar el cumpleaños del descendiente de un español, llamado Sebastián “Chano” Romero. Después la iglesia las acaparó para festejar el Dulce Nombre de Jesús. El sincretismo permitió que a un mismo tiempo fueran religiosas y profanas. Y en lo profano los políticos vieron una manera de halagar a sus capitanes para aumentar el caudal de votos.

“Con la llegada a Sincelejo de don Sebastián Romero Troncoso, antes de la primera mitad del siglo pasado, el rico hacendado y hombre de empresa oriundo de Sincé, animado por su afición y gusto por los toros, interpuso sus influencias en el poblado para que los festejos fueran trasladados de octubre, mes tradicionalmente lluvioso, a enero mes de verano y propicio para esta clase de eventos taurinos. Además de ello el 20 de enero era la fecha de celebración del cumpleaños de don “Chano” por ser día de San Sebastián y San Fabián en el santoral católico. Para el año de 1864 las fiestas se empezaron a celebrar en enero a instancias de don “Chano”.2

El tercer aviso está plasmado en una decisión de la alcaldía y en el programa para las fiestas del 20 de enero de 1980. Un ganadero que aducía la necesidad de cumplir una manda o promesa al Dulce Nombre de Jesús, de brindar los toros del día 20 de enero, el señor Arturo Cumplido Sierra, fue sacado del programa y colocado el día antes, el 19, pero otro ganadero, Juan Perna Mazzeo, alegó su tradición de abrir las fiestas y en ello contaba más años que Cumplido Sierra, al que entonces pretendieron pasar al 21. Arturo Cumplido no aceptó el traslado porque si no daba los toros del 20 cometía un grave pecado ante el Dulce Nombre, que quién sabe por qué no lo había castigado antes, cuando no aparecía en los programas.

“El año entrante, 40 bravos toros de media casta de la hacienda de Arturo Cumplido Sierra no irrumpirán en el bullicio canicular de las dos de la tarde del 20 de enero en la plaza “Hermógenes Cumplido” para originar la estampida de los amantes de la fiesta en corraleja que todos los años esperan la llegada de esa fecha para jugar con el peligro de los pitones de los bravos animales en el redondel construido con mangle y bejuco malebú. Este año Arturo Cumplido ha quedado por fuera de la fiesta en corraleja que se celebrará en enero del 80. Desde 1962 acostumbra a prestar sus toros para que fueran jugados el propio día 20 de enero. Ya esa fecha, para Arturo Cumplido y para los amantes de la corraleja, estaba tomando una clara directriz de tradición. 20 de enero, como día, estaba íntimamente ligado a este ganadero hasta cuando surgió la petición de un ganadero, Pedro Juan Tulena, para que esa fecha le fuera entregada a él y no a Cumplido. El presidente de la junta, señor Salim Guerra dio su visto bueno y Arturo vio cortada de un tajo su tradición”.10

El historiador Inis Amador Paternina, por un lado, y el diario El Espectador, por la otra, nos entregaron generosamente el comunicado expedido por la presidencia de la junta organizadora de las fiestas, relacionado con el cambio de un ganadero por otro. Tanto Amador como el periodista e historiador Aníbal Paternina Padilla, el primero como vicepresidente y éste como secretario de la misma junta, señalaron en aquella época que la decisión había sido adoptada directamente por el presidente sin consultar a los demás miembros. Cabe recordar que la junta la designaba el alcalde de turno en los cuatro o cinco primeros días del mes de octubre, con candidatos de los ganaderos que por tradición daban los toros para la fiesta. Inis Amador y su tío Aníbal Paternina, fueron los candidatos de Arturo Cumplido, mientras que Pedro Juan Tulena era tío del presidente de la junta, Salim Guerra Tulena. El comunicado dice:

“COMUNICADO A LA OPINIÓN PUBLICA. La Junta Directiva de las fiestas en corraleja 1980, se permite informar: 1) Que está guiada por el mejor deseo de que las festividades del 20 de enero se celebren dentro de la mayor armonía y con la colaboración de las personas que permanente o esporádicamente dan los toros para las cinco corridas. 2) Que ante el deseo encontrado de dos ganaderos donantes de que la Junta les otorgue el día 20 para jugar sus toros, ha agotado todos los medios posibles para solucionar este pequeño “impase”. 3) Que, en el día de ayer, con sorpresa, se enteró por pancartas, murales y pasacalles que anuncian que el pueblo ha dirimido el diferendo a favor de uno de los ganaderos. 4) Que está consciente de que ese procedimiento publicitario es la determinación personal de un grupo de ciudadanos totalmente ajenos a la organización de la fiesta, lo cual es muy diferente al deseo del pueblo de Sincelejo que no ha sido consultado ni ha expresado su verdadera opinión. 5) Que este método, por primera vez usado alrededor de las festividades del 20 de enero, puede ser motivo para divisiones y enfrentamientos de la comunidad y un mal ejemplo, ahora sí ante el pueblo, de que la clase ganadera y dirigente de Sincelejo ni para celebrar su fiesta tradicional aparece unida. 6) Que por motivos de los hechos ocurridos que narramos en los puntos anteriores, en el día de hoy ha recibido la determinación de los oferentes de toros señores Juan Perna Mazzeo, Pedro Juan Tulena y Salim Guerra, de retirar el ofrecimiento de sus respectivos días de toros a fin de coadyuvar para que el evento de la fiesta se realice, como ha sido costumbre, sin enfrentamientos de ninguna naturaleza. En consecuencia, la Junta Directiva manifiesta que no se retirará de la organización de las festividades del 20 de enero y cumplirá a cabalidad la responsabilidad que le ha sido encomendada y en tal virtud hace un llamado a los demás ganaderos de Sincelejo que quieran cubrir el vacío dejado por el marginamiento arriba referido y acompañar al distinguido ganadero don Arturo Cumplido, quien hasta ahora mantiene ante la Junta el ofrecimiento de sus toros”.11

En El Espectador, edición Costa, en la sección Figura del Día, aparece la fotografía del ganadero Cumplido Sierra, resaltándose la decisión de dejarlo por fuera del listado de donantes de toros.

“Uno de los grandes ausentes de las fiestas que se avecinan del “20 de enero” en Sincelejo, fiestas en corraleja, es el importante ganadero sabanero Arturo Cumplido Sierra, cuyo nombre lleva la principal plaza de la capital de Sucre. Cumplido Sierra, quien por muchos años había venido trabajando en la organización de las corralejas y hasta hace pocos días Presidente Honorario, sacado de las directivas y le quitaron la tradición de regalar 40 toros el 20 de enero, fecha para él como una “manda” o promesa que debe cumplir todos los años. En enero del 80 no habrá toros de Cumplido Sierra, será el gran ausente de estas fiestas del 20 de enero en Sincelejo”.11 

No obstante, el texto del comunicado en que se resalta que dos ganaderos y el presidente de la junta se marginan de la fiesta e invitan a otros a donar los toros que los remplacen, y a la posibilidad de que todo fuera objeto de una maniobra de los amigos de Cumplido Sierra, lo cierto es que una mayoría apreciable de ciudadanos llamaban a las emisoras locales para rechazar la que consideraban una expulsión de éste. Para tratar el asunto se citó a la junta a una reunión para dos días después, a las diez de la mañana en la alcaldía para dirimir el problema, pero nadie se presentó. Se fijó para el lunes siguiente en las oficinas de Fedegan pero sólo asistió Arturo Cumplido. Ese mismo día, a la una   de la tarde,   se conoció   la renuncia de Salim Guerra Tulena de la   presidencia de   la   junta,   sin    embargo   e     inexplicablemente   en   la   mañana   del   día   domingo,   llegó   a   las oficinas de redacción de los radioperiódicos y corresponsalías de periódicos nacionales, sin que se hubiera elegido o designado el reemplazo del presidente, del secretario, del vicepresidente y de otros miembros, la lista de los días de toros, en la que no aparecía Cumplido Sierra, el único ganadero que no había retirado su oferta.

El propósito real era sacarlo del programa. Era costumbre que el alcalde dictara en octubre el decreto designando la Junta Organizadora, pero en 1979 fue promulgado por el alcalde Pedro Perna Blanco, militante del grupo político de los hermanos Guerra Tulena, el 19 de septiembre. Conflictos de orden político obligaron al Gobernador del departamento de Sucre, Hermes Darío Pérez, a nombrar como alcalde al abogado Jaime García Chadid, que se posesionó el once de octubre y quien después afirmó que en realidad “Se mostraba un extraño interés en saber si yo había adoptado alguna determinación en relación con el decreto de las fiestas, porque a mañana y tarde se hacían llamadas telefónicas al despacho averiguándolo”. Pero la situación de tirantez política obligó a García Chadid a renunciar, siendo uno de los dos alcaldes más efímeros en el cargo que tuvo la ciudad, mientras fueron nombrados por los Gobernadores.

El nuevo alcalde fue entonces el periodista y dirigente liberal Reyes Montes Pacheco, en representación del Movimiento Liberal Social de Sucre, Molsos, en el que todas las posiciones directivas se encontraban en manos de los hermanos José y Julio Cesar Guerra Tulena, pero con gran influencia de otros dos hermanos, Juan y Salim. Montes Pacheco comunicaba a sus allegados las preocupaciones por el relevo producido en las fiestas, no tanto por la manda religiosa sino por el hecho cierto de que Arturo Cumplido era considerado ya una tradición para suministrar los toros del día 20 de enero, pero por razones políticas tenía que complacer a sus jefes de movimiento y otorgárselo al ganadero Pedro Juan Tulena. Desde que se conoció la lista de los días de toros, Montes Pacheco vivió el martirio de hacer lo que no quería.

Por razones de creencias religiosas, para una gran parte de la población se consideraba una profanación impedirle a Cumplido Sierra hacerle honor a su apellido ante el Dulce Nombre, y acreció el rechazo popular. Desde tres meses antes se afirmaba que para las fiestas habría un castigo divino.

Los contradictores políticos de la familia Guerra Tulena comenzaron a actuar en la sombra y con muchos bríos. Las consejas, los rumores, volaban de uno a otro lado. Desde los primeros días de enero, sin que ninguna autoridad se preocupara por averiguar siquiera la procedencia y las razones, se rumoraba con insistencia de que algo sucedería, pero nadie precisaba qué. Muchas personas se salvaron precisamente por un presentimiento que les impidió asistir a la corraleja.

El programa para las fiestas de 1980 fue, después del de 1974 en que aparecieron aportando toros personas que nunca tuvieron ganaderías, bastante curioso. Con excepción del día 19, que no se sabe por qué fue respetado, los demás correspondieron a la familia Guerra Tulena. Ese programa y quienes lo guardan dan fe de ello, señala las tardes de toros, así: Día 19, toros de Juan Perna Mazzeo, de la hacienda Tolemaida. Día 20, toros de Pedro Juan Tulena, de la hacienda Cacagual. Día 21, toros de Salim Guerra Tulena, de la hacienda El Naranjo. Día 22, toros de Reyes Montes Pacheco, el alcalde, que le fueron prestados por Salim Guerra, ya que él no tenía capacidad económica como para poseer este tipo de ganado, y día 23, nuevamente toros de Pedro Juan Tulena, de la hacienda Cacagual.

Los ganaderos y la clase pudiente protestaron en sus conventículos por el acaparamiento de las fiestas, pero como suele ocurrir en las clases altas de la sociedad, la llamada élite, se protestaba de manera sorda, pero se levantaban y chocaban copas de brindis, en los salones del club campestre, por el éxito de las fiestas y de la familia Guerra.

Los Guerra Tulena, aparentemente, no se enteraron de esas cosas e ignoraron que su pretensión de ser amos y señores de las fiestas era motivo de agrias polémicas en toda la ciudad. Y al momento en que el número de amigos y capitanes de su movimiento político aumentó y todos exigían un cupo en la adjudicación de palcos, se abrió más espacio en la gigantesca construcción, lo que después sirvió para afirmar que debido a la ampliación de palcos, se produjo la tragedia. El tercer aviso tampoco fue escuchado ni por las autoridades, ni por los ganaderos ni por los políticos.

  LA TRAGEDIA
En los primeros días de enero de 1980, el alcalde Reyes Montes Pacheco permaneció más tiempo en reuniones con la junta organizadora, ganaderos y políticos, que en el despacho. Los ganaderos se dividieron entre quienes defendían el acaparamiento por los Guerra Tulena de prácticamente todos los días de toros, al considerar que entre ellos y el tío Pedro Juan Tulena, poseían suficiente cantidad de toros de media casta en sus haciendas Los Billetes, El Naranjo, Cacagual y otras más localizadas en los departamentos de Córdoba y Sucre, para poder hacer, ellos solos, la fiesta. Otros apoyaban abiertamente a don Arturo Cumplido Sierra, lo mismo que hacía mucha gente del pueblo, pero éste, el pueblo, pesa poco en el criterio de la dirigencia. El pueblo siempre ha estado para llenar el ruedo, atragantarse de licores y poner los heridos y los muertos en las esporádicas ocasiones en que se presentan hechos que lamentar. Un tercer grupo que nunca dejó aflorar sus intenciones pugnaba por desplazar a unos y otros y acabar de una vez por todas las corralejas.

Montes Pacheco salía del club campestre para el restaurante La Selva o para el club de tiro y caza Sabanas, en los cuales, por lo menos, dos largas reuniones tenían relación con la fiesta. En todas ellas lo acompañaba Héctor Támara, designado como presidente de la junta organizadora. Y de cada reunión salía una propuesta que era rechazada en la siguiente. Varias veces manifestó sus deseos de renunciar a la alcaldía, pero como era un hombre analítico del acontecer, concluía que su futuro quedaría sometido a los sinsabores de ser señalado y acusado como incapaz, traidor o cobarde, y como jamás hizo nada en que no tuviera como mira a sus hijos, de los que exigía y esperaba todo, renunció mejor a sus deseos y a la realidad y se dispuso a enfrentar el problema, del que quizás no imaginó tuviera tan fatales resultados.

“La gente olvida pronto, y en Sincelejo, más rápido aún”, afirmó una mañana en los bajos del edificio Madrid, poco antes de subir al despacho de la alcaldía. Y lo decía con autoridad, por cuanto conocía el comportamiento de los sincelejanos, especialmente en política, en donde con inusitada rapidez se olvidan las traiciones, los desengaños, las falsas promesas, no solamente por su larga militancia política, sino por la no menos larga vida al servicio del periodismo en varias ciudades del país. Esa mañana Montes Pacheco comentó los efectos negativos que a veces produce la lealtad, y recalcó que si el doctor Álvaro Olivares Prados, hubiera dejado en firme un decreto que dictó y firmó en su condición de alcalde, prohibiendo la fiesta en corraleja, él, Reyes, no habría tenido que soportar tantas presiones ni debatirse entre tantos sentimientos encontrados y conflictivos. Pero el decreto, firmado y sellado, dejado por Olivares Prados en custodia en manos de un periodista, fue hecho pedazos por él mismo en una madrugada “porque el doctor Julio Guerra me convenció que esto es una barbaridad que puede crear malestar en el pueblo y alterar el orden público”.

En aquella ocasión no se quiso tomar el buen ejemplo de autonomía y de autoridad dados por el alcalde de Montería, señor Méndez, y refrendado por el gobernador de Córdoba, señor Donaldo Cabrales Anaya que mediante decretos del año 1972, acabaron la corraleja de esa ciudad y jamás se escuchó una voz de protesta. En ese entonces, la competencia entre Montería y Sincelejo por hacer la mejor fiesta se encontraba en su punto máximo, pero la capital de Córdoba, tal vez ante la tajante decisión de sus principales autoridades y porque se encaminaba ya a niveles más altos en materia cultural, aceptó sin problemas y cambió por otro estilo sus fiestas. Sincelejo olvida pronto y bien pudo aprovecharse también la ocasión de disturbios, que las autoridades y la dirigencia renuentes al cambio, atribuyeron por que sí a los monterianos, y bien pudo acabarse la corraleja sin víctimas.

Si el club campestre se vio a un paso de derrumbarse primero que la corraleja como consecuencia de la lucha sin cuartel por los toros del día 20 de enero, como efectivamente sucedió según el testimonio de varios de los socios, el asunto no llegó a conocimiento del pueblo. La élite debate sus problemas y los resuelve sin que los cañonazos de la batalla se escuchen ni siquiera en la avenida Las Peñitas, que pasa por el frente de ese centro social.

Arturo Cumplido Sierra quedó definitivamente sin dónde pagarle al Dulce Nombre su promesa, tal como se planeó con la debida oportunidad por los interesados en ello, y en un momento de arrebato, porque fue hombre bastante humilde antes de adquirir su fortuna, anunció que el día 20 haría una corraleja en su finca San Cayetano, localizada a corta distancia de la plaza Hermógenes Cumplido. En la demanda para indemnizar a los familiares de las victimas de la tragedia, el Inspector de Policía del Corregimiento de Chinulito en ese momento – Marcos Rafael Palacios Pion – refiere que salió de su población en compañía de los señores Francisco Cervantes y Manuel Barrios, “para asistir a la corraleja de Arturo Cumplido”, como trascendió no solamente en Sincelejo sino en prácticamente todo el departamento de Sucre y departamentos vecinos, pero que al pasar por la corraleja oficial, la propietaria de una cantina que estaba en el primer piso del primer palco que se derrumbó, la señora Josefa Berrío Ruiz, les informó que la habían suspendido. Después de otras averiguaciones y de comprobar que era verdad, porque en un principio creyeron que se trataba de una forma de la cantinera retenerlos en su establecimiento, volvieron a la cantina en donde se quedaron. Josefa Berrío Ruiz murió aplastada, Palacios Pion soportó durante dos horas el peso de tablas y listones al quedar aprisionado y sus dos compañeros, que lo ayudaron a salir, se salvaron milagrosamente.

A Cumplido Sierra le hicieron ver sus amigos que una corraleja paralela a la oficial podría ocasionarle conflictos con las autoridades y finalmente desistió. Muchos aseguran que muy temprano en la mañana del 20 de enero se fue a la localidad de Zambrano Bolívar, mientras que otros dicen que fue a su finca San Cayetano a cumplirle al Dulce Nombre la promesa que le había hecho.
Y el vacío en el programa lo llenó el alcalde con toros que le prestó Salim Guerra Tulena, porque no sólo “Arturo Cumplido tiene toros para hacer una fiesta de cinco días”.

Pese a que se aseguró que en 1980 fueron desplazados los constructores tradicionales de la corraleja, para darles cabida a constructores inexpertos, lo cierto es que desde por lo menos cinco años antes esos constructores naturales habían venido desapareciendo poco a poco, relegados por la vejez o por sus propios alumnos o por expertos de otros lugares. Domingo Manchego, José Manuel Oviedo, Pedro Bertel, Tulio Cumplido (hermano de Arturo), el Mono Nines, Roberto Olave, el Cojo Brinco y otros 26 carpinteros más, que compraban madera nueva y de primera calidad en el Sinú y El Carmen de Bolívar, que no colocaban un clavo o un pedazo de alambre o una plancha de zinc sino eran totalmente nuevos en cada año, ya no construían todos los palcos.

El señor Luis Roberto Olave Calvo, hijo de don Roberto, nos informó durante una entrevista que para 1980, su padre construyó tres palcos. Uno de su propiedad y dos para otras personas que lo contrataron y que los tres resistieron el impacto negativo del derrumbe de los otros. Don Roberto dedicó gran parte de su vida de carpintero a la construcción de corralejas, en las más importantes localidades de los hoy departamentos de Bolívar (zona sur), Córdoba y Sucre, hasta convertirse, en unión de otros constructores, en usufructuarios de las corralejas mediante el sistema de remate de las plazas, que consistía en adquirir el derecho al uso exclusivo de la plaza, levantar los palcos y administrar la entrada de los aficionados, así como velar por la seguridad de la construcción y de los espectadores. Sin embargo, al introducirle influencia política a la fiesta, los constructores veteranos fueron apartados del goce de los palcos, para darles cabida a los representantes de los intereses de los que quedaban en la junta organizadora. Y se llegó, inicialmente, a repartir entre los donantes de toros el perímetro de la corraleja, equitativamente, para que ellos los regalaran, los alquilaran o los vendieran. Y un ganadero cereteano residente en Lorica, el señor Lauandios Barguil, con suficiente capacidad económica para hacerlo, implantó el sistema de corralejas sin división de palcos, con una o varias entradas, a la manera de los circos, que le permitía explotar integralmente el negocio. 


Integralmente en todo el sentido de la palabra, por cuanto la construcción le pertenecía en su totalidad. Imitar también esta modalidad, como se hizo con el lanzamiento de nubes de billetes de banco, fue entonces la mira de los organizadores de la fiesta sincelejana y de otros lugares de la Costa Caribe. Sin querer aparecer como malpensados ni menos hacer insinuaciones de mal gusto, nada tiene de raro que el intento de acaparar en un solo haz toda la fiesta, hubiera sido una de las razones para excluir a don Arturo Cumplido Sierra en el año de 1980.

Pese a que no se concretó con exactitud la causa de la tragedia, porque hubo tantas versiones como criterios, no obstante, a que el testimonio físico permaneció erguido por más de tres semanas a la vista de todos, como fueron los parales tronchados del primer palco que cayó y nunca “hundidos como consecuencia del hundimiento del piso que no era más que un relleno de basuras” como conceptuó más tarde un dirigente, no fue impericia en el levantamiento de la mole de palos, tablas y bejucos. A ella sólo le variaron la forma de construcción, para aprovechar el tiempo, en la que pusieron a reforzarse entre sí a los palcos y no como solían hacerlo los viejos constructores, con los célebres vientos, o sea, enormes crucetas de listones que venían de arriba hasta el suelo y le daban estabilidad a la construcción, que no obstante aparecer a la vista como el resultado de un conjunto, estaban prácticamente aislados un palco del otro. Pero tampoco se trataba de una improvisación, por cuanto el sistema venía imponiéndose en todas partes.

Cuando se señala el número de constructores –33- es porque cada uno de ellos no hacía más de un palco. Eran 33 palcos, uno para cada carpintero. En 1980, por la demora en disponer el levantamiento de la construcción, se recurrió a reforzar los palcos de la parte de sol, la parte popular, uno con otro, como queda dicho. Ni a la izquierda del primer palco que se vino abajo, viéndolo desde dentro de la corraleja, ni a la derecha del mismo, se hizo la innovación. Pero no fue una mentira de quienes afirmaron que muchos de los palcos, aún los construidos con el viejo sistema, tambalearon y faltó poco para que se derrumbaran de manera contraria, es decir, hacia dentro.

La corraleja se trazaba tomando como punto de referencia un hito hincado en el mismo centro de la plaza, desde el cual pintaban un círculo del que sacaban 33 palcos de diez metros lineales cada uno, mas un palco de cinco metros para la junta organizadora y las autoridades. Eran 335 metros, lo cual facilita buscar el diámetro de la arena, en el interior, y de la construcción por el exterior.
La presión política y el apetito desaforado de los capitanes y amigos por hacerse a un palco, se levantó entonces como un problema mucho mayor que la repartición de los días de toros. Clubes sociales, clubes cívicos, legiones, sindicatos, asociaciones, agremiaciones de profesionales, entre otras, se sumaron a la algarabía por conseguir la adjudicación de un palco, pero no había posibilidad de agradar y complacer a todos.

No existía el interés por hacer más grande la fiesta sino de aprovechar la oportunidad para ganarse un dinero sin dificultades. Si se revisa la lista de los primeros adjudicatarios y la de quienes al final aparecieron como dueños, se observará que hubo palcos vendidos y revendidos en más de tres ocasiones. Un joven empleado municipal, Felipe Pereira Verona, gloria del deporte sincelejano, logró que le liquidaran su cesantía y otras prestaciones sociales para adquirir un palco y no obstante a ser un activo militante del grupo político de los Guerra Tulena, debió someterse a comprarlo a un revendedor. El palco se derrumbó y con él se perdieron la cesantía y los demás dineros invertidos.

Reyes Montes Pacheco dispuso encontrar una manera de complacer la demanda y su equipo de técnicos le informó que sólo podían ampliar el círculo en tres palcos más. ¿Para quién? Eso se perdió en el silencio posterior. Y para ampliar a 38 los palcos, se rellenó un lado de la plaza, precisamente por el sitio en donde ocho palcos se fueron a tierra. Para enero de 1980 se encontraba apenas en receso una batalla campal entre los políticos sucreños, iniciada por lo menos diez años antes. Las emisoras Radio Piragua y Transmisora Sucre irrigaban el espacio con las consejas, las diatribas, las denuncias y contradenuncias que se lanzaban recíprocamente los grupos acaudillados –si acaso se pueden calificar como caudillos- por José Guerra Tulena y Apolinar Díaz Callejas. El alcalde Reyes Montes Pacheco militó primero en el Movimiento Popular de Unidad Liberal –Mopul- de Díaz Callejas y pasó después al Movimiento Liberal Social de Sucre –Molsos- de los hermanos Guerra Tulena. Por ese lado no se hizo ninguna averiguación de las razones de la tragedia; ni los investigadores ni nadie recordó que existían odios concentrados y reconcentrados; que los hermanos Guerra Tulena eran odiados en grado sumo por elementos de tercero y cuarto orden de los demás grupos políticos. Se recordó apenas el detalle de un botadero de basuras del que se servían menos de cincuenta familias que moraban por los alrededores y que por estar bastante separados del perímetro urbano, no gozaban del beneficio de recolección municipal, y la ampliación sobre el mismo de tres palcos más en la corraleja. Incluso, como si ello pudiera aclararse simplemente con buenas intenciones y sin capacidad alguna para adelantar las averiguaciones, antes de los ocho días de ocurrida la tragedia, se dictaminó que no había sido resultado de un sabotaje, aun cuando ninguna autoridad explicó cómo se llegó a tan peregrina conclusión. La persistencia de rumores en el interior de los organismos armados y de investigación que operan desde la creación del departamento de Sucre, que parece que aún subsisten, insinuaban la poca capacidad de los miembros de los mismos destacados en esta sección del país. Sincelejo aparecía como un lugar edénico al cual llegar y retornar con apreciables cantidades de bienes de fortuna, y tal vez por ello no tuvieron eficacia a la hora de las diligencias de investigación, a lo que se agrega que la mayoría son ciudadanos oriundos de otros lugares del país y desconocían por tanto la idiosincrasia del hombre de la Costa Caribe, del sabanero en particular, de la médula de la tradición de los toros en corraleja, la manera de construir los palcos y otros pormenores que habrían sido adecuados e indicados para llegar a una mejor conclusión.
                                                  
Los sincelejanos olvidan pronto. El 19 de enero, a las nueve de la mañana, se inició el brindis en la finca La Narcisa y a la una de la tarde los palcos estaban repletos de gente. La fiesta del 20 de enero había alcanzado prestigio nacional e internacional y se calificaba como el más extraordinario espectáculo festivo y folclórico de Colombia. En lo palcos departían sincelejanos con antioqueños, corozaleros con monterianos, morroanos con barranquilleros, sampuesanos con bogotanos, y así, sucesivamente, y con no pocos extranjeros llegados con el propósito de conocer este tipo de celebración.

Los sincelejanos olvidan pronto. A la hora que sonaron las trompetas y los bombardinos, los redoblantes, los bombos y los clarinetes, nadie recordó la promesa de Arturo Cumplido, ni el acaparamiento de la fiesta por los Guerra Tulena, ni los odios políticos ni las prevenciones ni los malos presagios. Todos a una se fueron a la plaza a ver los toros de Juancho Perna, que como dice la popular canción del compositor Danuíl Montes Bustamante, en ritmo de porro: “Son de Tolemaida...son de Juancho Perna...”. 

El día 19 fue tranquilo, como habían sido siempre las tardes de toros en Sincelejo. Los toros de Tolemaida hicieron honor a la bien ganada fama del ganadero y de la ganadería, y todos salieron contentos. Si algunos notaron que como a las cuatro de la tarde (¿Un nuevo aviso?) el exceso de gentes ocasionó la caída de quince metros de vallas en el sector de sombra, todos lo olvidaron o lo ignoraron. Los Inspectores de Policía de la plaza, Luis Ramírez Castellar y Celedonio Silva Corvis, avisaron a la policía el exceso de público en los palcos desde antes de producirse la caída de la valla, y el día veinte, en las primeras horas de la mañana, pidieron por escrito a la Comandancia de la policía el aumento de agentes –sólo veinte trabajaron en los alrededores de la corraleja el día 19 – para garantizar un mejor control del orden. Pero todo se olvidó porque en Sincelejo los recuerdos se pierden muy rápidamente.

Por lo menos veinte mil personas vivieron los angustiosos y dramáticos momentos del derrumbe de los palcos. No podríamos, ni siquiera resumiéndolos, plasmar aquí el testimonio de los que atravesaron por tan penosa experiencia, pero sí de algunos pocos, incluyendo al autor, para retratar el horror, el miedo, las angustias, el valor y la serenidad de muchas personas, la entrega de las enfermeras, el cumplimiento del juramento hipocrático por parte de los médicos, el servicio voluntario de organizaciones cívicas, la aparición de líderes para poner orden en el caos y el trabajo no valorado de hombres que entendieron que no podían permanecer de brazos cruzados cuando apenas se iniciaba la tarea de ayuda.    

“Durante unos doce años, desde el primero de noviembre hasta el Domingo de Resurrección, transmitimos fiestas de corraleja en prácticamente todas las poblaciones del departamento de Córdoba por las emisoras La Voz del Sinú y Radio Cordobesa, de Montería, y hasta un año antes, las fiestas de Sincelejo por Radio Piragua. Estábamos hastiados de corralejas. Pero el cachaco Fabio Garcés, cuya hija, Liliana, es amiga de mi hija desde que se encontraban en el parvulario, estaba en el negocio de los palcos – y esto demuestra que no hubo un relevo intempestivo de los viejos palqueros sino gradual y con el paso de los años-  invitó a nuestros tres hijos a presenciar las faenas del día veinte desde su palco.


 Reinaba una gran preocupación sobre algo que iba a ocurrir, pero nadie pudo explicarnos qué esperaban. El rumor corría de una a otra parte de la monumental construcción y en un momento dado, cuando nos preocupó el asunto, planteé a mí esposa devolvernos y esperar lo acontecimientos, pero los niños no aceptaron las excusas. Por eso no rechazamos, sino que acogimos entusiasmados la generosa oferta de Fabio Garcés, de que nosotros también subiéramos a la edificación y mientras los niños quedaron en el tercer piso, mi esposa y yo fuimos al cuarto piso. 

Desde que el primer toro salió por la puerta de chiqueros se acabaron los temores y todos nos prometimos una tarde memorable. Pedro Juan Tulena, con seguridad, habría preparado un encierro de primera calidad para justificar el cambio de Arturo Cumplido por él. Y desde el primer toro la esperanza se convirtió en una realidad. Era un encierro seleccionado, toros bravos de media casta, prácticamente todos negros, de alrededor de 300 kilos y muy pocas plazas, que acometían al capote con entusiasmo. Una delicia para manteros, banderilleros y garrocheros, adecuada para los voluntarios y de confianza para los espectadores, que no dejaron ese día un espacio vacío en ninguno de los palcos. Llegamos a la plaza a eso de la una de la tarde y después de conducir a los tres hijos a puestos reservados en el piso tercero, como pudimos nos colocamos en el piso cuarto en la última fila, en donde aún quedaban dos cupos.

 El entusiasmo era inmenso, porque la calidad de los toros y la pericia de los encargados de las faenas, escenificaban un espectáculo inolvidable. Las botellas de licor pasaban de una mano a otra por todos los pisos de todos los palcos y allá, abajo, en el redondel. Y de pronto el cielo se fue opacando sin que nadie le pusiera atención. En enero siempre llueve y todos estábamos acostumbrados. Además, contrario a lo que ocurre en la plaza de toros de Manizales, por ejemplo, en donde los toros y los toreros son el asidero para que las mujeres que llegan a los tendidos de la plaza del barrio La Castellana los adapten como pasarela, para un desfile de modas no programado pero sí esperado para admirar la belleza de las manizaleñas, acá el lujo se dejaba para los salones de los clubes y las pistas de las casetas en los bailes nocturnos, desde que el fandango perdió importancia y se le dejó a las meretrices y ladrones. 

Cuando la lluvia hizo presencia los que se encontraban en el exterior de la corraleja buscaron refugio en el primer piso, localizado debajo de los palcos, y entre las cantinas, y varios subieron a los palcos que ya estaban completamente llenos. Los del ruedo también corrieron a subirse a la valla y los más hábiles encontraron acomodo en los mismos palcos. El sobrepeso era incalculable. Mi esposa me preguntó si acaso la lluvia no podría ocasionar el reblandecimiento de la tierra y causar la caída de la corraleja y antes de que le diera cualquier explicación, uno de los ocupantes del palco que estaba a nuestro lado, de nombre Guido Zambrano, saltó como impulsado por un resorte para protestar groseramente y la increpó diciéndole que si acaso ella también era enemiga de los Guerra Tulena y de las fiestas, quizás porque ignoraba que yo había trabajado hasta una semana antes  como periodista del noticiero de esa familia, pero sobre todo, su reacción obedeció a la norma de esos días gracias a la intensa polémica desatada en torno a la fiesta. Ella y yo nos miramos en silencio y nada respondimos, mientras el hombre, un anciano casi, continuó con su cantinela para demostrar con palabras que eso no había sucedido nunca ni habría de suceder. 

En el silencio se me vino a la memoria el momento en que se incendiaron los palcos de la corraleja de Montería cuando la construyeron en el sitio llamado La Lechería, calamitosa pero incruenta situación que transmitimos por La Voz del Sinú, transmisión que se vio súbitamente truncada cuando alguien tiró de los cables y los equipos quedaron sin energía eléctrica. En ese momento las llamas se encontraban a menos de veinte metros del sitio en donde realizábamos la transmisión. Y me fui mentalmente un poco más atrás, cuando niño, que vimos venirse abajo media corraleja en el Corregimiento de Rabolargo, municipio de Cereté. No era entonces un imposible”.12

“216.1. el 20 de julio de 1969 se vino a tierra el Circo Portátil de Toros levantado en la Plaza Camilo J. Cabal de la ciudad de Buga, departamento del Valle del Cauca, con saldo de 17 muertos, 25 heridos graves y 182 con lesiones menores”.13
“216.2. En 1972 se cayó la “Corraleja” de Palo Alto, corregimiento del municipio de San Onofre, departamento de Sucre, dando muerte al señor Luis Carlos Reboyo y lesionando a medio centenar de espectadores”. 13
“216.3. Posteriormente, en los años de 1973, 74 y 76, se cayeron palcos de “Corraleja” en Arjona, San Marcos y Arenal. Los muertos llegaron a la decena y cientos de heridos”.13
“216.5. En enero de 1980 se derrumbó otro Circo Portátil de Toros que esta vez se había construido en el municipio de Supía, Caldas. Murieron varias personas y otras muchas resultaron heridas”.13
“216.6. Durante las festividades del 20 de enero de 1979 uno de los palcos de la “Corraleja” sincelejana, el Mariscal Sucre, quedó retorcido como una quijada. Y, en 1980, el 19 de enero, víspera de la catástrofe, más de 40 metros de “Corraleja”, la parte más sólidamente construida de la estructura, se cayeron dos veces en presencia del Alcalde Municipal, del Presidente de la Junta Organizadora de los festejos, del Comandante de la Policía Nacional, del de la Base Naval de Coveñas, del agente del gobierno central, del Gobernador del Departamento, y a ninguno de ellos se le ocurrió cumplir la constitución y la ley y mandar suspender el espectáculo y ordenar la revisión de la estructura del circo que, la seguridad, el bienestar, la salud y la vida de millares de espectadores, reclamaban hasta de la más inútil, deficiente y lerda de las Administraciones”.13 (Negrillas nuestras).

“Salí del ensimismamiento al recibir un fuerte codazo en las costillas del lado izquierda y oír que en voz queda mi esposa me decía: “¡Mira...mira...mira...!”. Y miré hacia donde ella tenía fija la mirada y alcancé a ver cómo un primer palco se venía lentamente abajo, como si fuera perdiendo, piso por piso, desde arriba, la base en que se apoyaban, y los del cuarto piso aprisionaron a los del tercero, y los dos a los del segundo y los tres a los de abajo, en el primero. ¡Aplastados unos a otros, como si una mano gigantesca e invisible se hubiera posado en el techo y presionando con fuerza hacia abajo, los fuera achatando hasta formar una sola masa!

 ¡Los niños! gritamos al unísono y tratamos de salir, pero ya muchos se nos habían adelantado, incluyendo al anciano Zambrano, que hasta una fracción de segundos antes refunfuñaba en contra de mi mujer. Volvimos la mirada al sitio donde se cayó el primer palco y además de observar el  vacío en la construcción, vimos con horror que el de la derecha, desde nuestro puesto de focalización, a la falta de soporte, se bamboleaba como un borracho y sus ocupantes gritaban y se revolvían buscando dónde aferrarse, pero el palco, aplastándose de izquierda a derecha y antes de precipitarse totalmente hacia atrás y afuera, dejó al palco vecino en iguales condiciones y éste al otro y así hasta alcanzar ocho palcos. 

Pero si allá, al frente, se vivía un dramático momento de espanto, de dolor, de llanto y de muerte, acá, en el palco “Junín” de Fabio Garcés, el terror era unánime. Todos corrimos hacia la escalera, pero por el exceso de peso se fue a tierra desde las alturas como ocurrió en todos los otros palcos que quedaban en pie, por cuanto éstas se construían en el vacío. Como pude bajé al piso siguiente y encontré a mi hijo mayor, Enrique II, con un grupo de ocho a diez niños que él acorraló en una esquina para no dejarlos salir en estampida a consecuencias del miedo.



Instantes en que el quinto palco se bambolea para finalmente desplomarse y llevarse tras si 3 palcos más. esta gráfica de El Espectador le dio la vuelta al mundo

Liliana lanzó un grito y él le propinó una cachetada y retornó el silencio. Les expliqué el problema y la necesidad de actuar con calma y prudencia para superar ilesos el grave momento y parece que me entendieron, porque entonces me rodearon como buscando protección y a la espera de las órdenes pertinentes. Extrañamente, o consecuencia lógica de procurar salvar la vida, los mayores que habían protestado porque los niños ocupaban los primeros puestos de la primera fila y que hicieron más de un intento por sacarlos de allí para ellos acomodarse, salieron como volando del palco sin tenerlos en cuenta. 

Me acerqué al borde de la primera fila para ver si podía evacuar los niños por ese lugar, pero dos cosas me aconsejaron que no. La una, porque tuve la impresión de que el palco no había caído hacia el redondel al recibir el contrapeso de la gente que intentaba salir, y la otra, la presencia de los tres toros que habían salido del toril poco antes de los hechos y que se quedaron estáticos como lo registraron las fotografías de esos instantes aparecidas en los periódicos, sorprendidos quizás de ver a los humanos huir de un peligro mayor que el que ellos representaban, al punto que pasaban cerca sin ninguna prevención.

 Imaginariamente medí las distancias entre el lugar en que se encontraban los toros y en el que bajarían los niños, la velocidad de desplazamiento de un animal de 300 kilos de peso y furioso, y la de un niño lleno de miedo, que debía bajar cerca de ocho metros por una valla rústica, caer al piso, dirigirse a las primeras barandas, introducirse entre ellas y ganar la calle, y concluí que los animales podían cubrir la distancia con mayor rapidez y facilidad y no podía correr ese riesgo y someter a los niños a otro peligro mas.

 En esos momentos se acercó corriendo un joven fornido, metió las manos por una rendija de las tablas que separaban a los palcos uno del otro y trató de arrancarla. Le llamé la atención y le hice entender que si los demás notaban su intención se vendrían en masa y hasta corríamos el peligro de caer bajo la estampida de los desesperados. Me entendió y procurando hacer el menor ruido posible, logramos separar, no sin esfuerzo físico de ambos, una de las tablas. El joven no había perdido el miedo y antes de que apartáramos totalmente la tabla, se introdujo por el hueco y continuó su carrera hacia un lugar menos inseguro.

 Fui pasando a los niños y unos quince metros adelante me asomé hacia la calle y abajo se encontraban cuatro o cinco hombres altos, fornidos, descamisados, enlodados, que invitaban a los de arriba a lanzarse al vacío para ellos recibirlos en sus brazos. Uno de ellos me identificó y me invitó a lanzarme, pero le hice saber a gritos que tenía varios niños y haciéndome señas se ofrecieron a apararlos. Pero tampoco quise correr el riesgo y salidos de no se dónde, se formó rápidamente una escalera humana. Un hombre tras otro, aferrándose a la estructura con el brazo izquierdo, recibía con la derecha a los niños y los fueron bajando uno por uno. Desde que bajó el primero vi a mi esposa, Elvira, al lado del grupo de hombres que continuaba recibiendo en brazos a mujeres y niños que desesperados se arrojaban al  vacío. No supe cuándo ni cómo ni por dónde se bajó del palco, pero fue reuniendo a su alrededor, como una gallina a sus polluelos, a todos los niños que llegaban al suelo”.12

“Jairo Villegas se encontraba en el palco de los hermanos Marcos y Víctor Lidueñas, a cuyo lado se derrumbó el primer palco. Villegas aparece todo de blanco vestido en la primera fila del tercer piso, en una de las fotografías del suceso.  “No encontraba por donde bajar y mi situación era más desesperante, por que irresponsablemente me lleve a la corraleja a mi hijo Jhon Jairo, que tenía en esa época cuatro años de edad. Escuchaba que gritaban mi nombre y al mirar hacia la arena un grupo de manteros con las mantas abiertas me decían que tirara al niño que ellos lo recibían, pero me dio miedo y no lo hice. Sin embargo, varios niños fueron lanzados desde otros palcos, porque fue esta una de las formas que se idearon para despejar los palcos, al derrumbarse casi todas las escaleras”.14       

 ¡Si hubo proezas ese día, y la realidad en este caso superó cualquier fantasía, la primera de ellas fue el trabajo de estos voluntarios que recibían en sus brazos a los que se tiraban de los palcos o formaban escaleras humanas para bajarlos utilizando solamente la fuerza de sus manos! Me reuní con mi esposa y los niños, pero algo en mi interior me impulsó a quedarme en el lugar. Quizás ver que iban y venían personas como desorientadas, sonámbulas, compungidas, unas sollozando, otras que lloraban y aquellas que lanzaban estridentes alaridos de dolor, me obligaron a disponer que mi mujer y mis hijos se fueran a casa luego de repartir en las suyas a los otros niños.

 Sincelejo no había vivido un drama de tal magnitud y pocos sabían qué hacer. Perdí los zapatos entre el lodo por los lados del toril y recurrí al grito enfurecido para despertar a los que se mostraban paralizados o caminaban errabundos, cabizbajos, como sonámbulos, mirando a los muertos y heridos; los conminé a sacar a los heridos de entre la maraña de tablas, listones, tablones, planchas de zinc. A los que ignoraban los heridos para tratar de sacar el cuerpo de un familiar o amigo o conocido muerto – una característica del costeño que se niega a entender la realidad de la muerte- también los gritaba diciéndoles que primero eran los heridos. Ni siquiera supe en qué momento un pedazo de vidrio me taladró profundamente en la planta del pie izquierdo.

Un grupo de amigos que formábamos parte del Club Kiwanis, integrado por Luis Carmona, Elkin Álvarez y José “Chepe” Cuadros, me pidieron que los llevara a mi residencia por estar relativamente cerca, para ellos llamar a sus familiares en Sincelejo y en otras ciudades del país y decirles que estaban vivos y en buen estado, y así lo hicimos. En esas estábamos y en el corto tiempo nos bebimos una botella de Whisky entre los cuatro como si hubiéramos estado bebiendo agua, cuando escuchamos por la radio que se pedía con urgencia gasa, algodón, jeringas, antisépticos, analgésicos y otros sedantes y elementos necesarios para atender a los heridos, porque en el hospital se habían agotado las existencias. 

Luis Carmona era en esa época Visitador Médico y Elkin Álvarez el gerente de la sucursal de Dromayor, una empresa de venta de medicamentos al por mayor, y con ellos adoptamos un plan improvisado y a las carreras. Nos dirigimos a los depósitos de Dromayor, llenamos grandes cajas de cartón con varios de los elementos indispensables y nos fuimos para el hospital a unas cuatro cuadras de distancia. Si en la plaza Hermógenes Cumplido se vivían penalidades y todo era confusión, en el hospital la situación no sólo era mucho más grave y conmovedora, sino caótica. Pocos sabían qué hacer mientras que médicos y enfermeras adelantaban su trabajo en las salas de cirugía o en los pasillos adyacentes.

 Los miembros del Club de Leones Presidente, después llamado Sabanas, en el que muchos de los miembros eran médicos, abrieron un puesto de primeros auxilios en la calle La Pajuela, a escasos metros del hospital. Los del Club Rotario hicieron otro tanto unas esquinas mas allá. Un puesto de emergencia como para obligar a la gente a tomar un rumbo distinto al de la calle La Pajuela, prácticamente intransitable, fue instalado por Damas Grises de la Cruz Roja en la esquina diagonal al Araujito, casa que fue de Héctor Vergara González, con 10 camas varios médicos y las voluntarias Vilma García de Támara, Alina Olivares de Bitar, Doris Guzmán de Romero, Miriam de Uribe (Q.E.P.D), Norla de Barrios, la Dama Dominicana y Cónsul de su país en Sincelejo, María Isabel....... (Q.E.P.D), Sonia de Olivares, Lía Berrocal de Haydar, entre otras. Además de atender heridos, repartir medicinas y sedantes, suministraron alimentos a varias personas, especialmente niños, que por haber llegado de otros lugares no habían podido regresar a sus hogares de origen. 

 Pocos se quedaron sin brindar su concurso. Paulina García Gomescáceres, quién nos relató la proeza del carabinero con un bebe entre los brazos mientras espoleaba el caballo llevando las riendas entre los dientes, nos relató su experiencia en las fiestas de corraleja desde su terruño, los cayos, hasta las más afamadas de Sucre y Córdoba, evoca con emoción como se brindaron a dar ayuda Hernando Vergara González y cuatro compañeros más que estudiaban medicina en la Universidad de Cartagena que enterados de la tragedia corrieron al Hospital a brindar sus servicios. A Gabriel Diago, que, con un grupo de estudiantes de sicología y trabajo social de varias universidades de Barranquilla, trabajaron por más de 10 días en la orientación a los traumatizados sicológicamente por la tragedia. 

Pero la calle La Pajuela se convirtió en una muralla humana impenetrable por la que nada salía ni entraba, debido al afán de la multitud por conocer si algún pariente estaba entre los muertos y heridos. La multitud no dejó espacio libre desde la plaza Olaya Herrera, en donde funcionaba Dromayor, hasta el mismo hospital. Chepe Cuadros, a pesar de su corta estatura y su cuerpo delgaducho, poseía – o posee – una voz potente, de trueno, y con la autoridad del comandante militar dirigiendo tropas, fue consiguiendo abrir una calle entre la multitud y al mismo tiempo organizó a los Scout, a la Defensa Civil y a la misma policía, para formar una cadena humana que permitiera el acceso de los que traían heridos, porque no pocos murieron esperando romper la barrera. 

Así, llegamos con material quirúrgico y de primeros auxilios que ya estaban agotados, tal era el número de heridos. Todas las salas de cirugía estaban copadas y en sus alrededores las camillas con heridos esperaban ingresar a los quirófanos. Dentro de éstos se confundían las batas de los médicos y de las enfermeras con la vestimenta enlodada de los voluntarios sudorosos pero atentos para cumplir con la menor indicación de los galenos. Ciertamente no eran momentos como para exigir asepsia de los que ingresaban porque lo que faltaban eran manos. 

Chepe Cuadros también organizó lo pertinente a ir sacando a los pasillos del exterior del hospital a los que morían dentro de los quirófanos o que esperaban atención médica o que llegaban muertos al centro asistencial. Los andenes del primer piso fueron llenándose de cadáveres y allí encontramos al Inspector Central de policía, Ramón Castañeda, que en compañía de un agente de la policía y del secretario de la inspección, se miraban entre sí y después a la larga fila de cadáveres. Le dije que eran tantos los muertos que no podía seguir esperando más tiempo para iniciar las diligencias de levantamiento de los mismos, pero sólo me respondió: “¡No mi viejito...no mi viejito...no mi viejito!” y continuó como paralizado por la impactante escena que estaba a sus pies. En vista de ello, le dije al secretario que comenzara a anotar los detalles y procedí a meter la mano en el bolsillo de la camisa del primer cadáver y le fui dictando lo que encontraba en las ropas, pero antes de terminar la descripción el Inspector Castañeda y el agente de la policía despertaron del letargo y conscientes de su responsabilidad emprendieron la macabra tarea. ¡Una inmensa tarea!

 La hilera de muertos seguía los contornos de las paredes del primer piso, unos tras otros, boca arriba, para que quienes buscaban a sus familiares pudieran identificarlos en caso de que se hallaran allí. La labor de levantamiento se veía frecuentemente interrumpida por los gritos de dolor de las madres, los padres, los hermanos, las esposas o los esposos y hasta de los amigos cuando identificaban a uno de los suyos. Hombres, mujeres, niños, viejos y jóvenes. ¡La muerte no hizo distinciones ese 20 de enero de 1980!  Todos lloraron ese día. 

Periodista en receso por razones de la política, no perdí sin embargo la costumbre de acopiar datos, de preguntar, de escuchar y sacar conclusiones, y al pasar por la recepción del pabellón de Maternidad, en uno de los pisos superiores del hospital, escuché que me llamaban con empeño. El periodista y locutor Miguel Salcedo Vergara, con un teléfono en las manos, me pidió que lo acompañara en la transmisión o que le suministrara detalles, ya que no había asistido a la corraleja e ignoraba qué y cómo habían ocurrido los hechos, y no podía abandonar el teléfono, que fue lo primero que buscó cuando llegó al hospital, porque se quedaba incomunicado con la emisora en la que trabajaba, Radio Sabanas. Le respondí que debía recopilar otros detalles y que por tanto debía darme un lapso de por lo menos media hora, y después de organizar las anotaciones y de dar una vuelta más por todos los pisos del centro hospitalario, volví a su lado. 

Miguel Salcedo Vergara fue un gran colega y un mejor amigo, y como no tenía compromisos laborales con ninguna otra empresa radial o periodística, me dispuse a colaborarle. Más aún, porque lo vi abatido, no sólo por la tragedia, sino también porque desde Bogotá Yamid Amat, a quien no podía darle explicaciones al aire de la situación en que se encontraba, le exigía información y lo estaba dejando “como un cuero, como un ignorante, como un tonto”, me informó casi llorando de la ira. Le indique que estaba listo y él pidió el cambio y señaló que como testigo y al mismo tiempo periodista, yo estaba en capacidad de dar un informe. Hice la descripción desde el momento en que se inició la lluvia, cómo se derrumbó el primer palco y cómo los demás y utilicé la frase de cajón: 

“Los palcos cayeron como cuando se derrumba un castillo de naipes”. 
Aludí al número de muertos y heridos hasta ese momento en ese solo centro hospitalario y el drama que se vivía en la ciudad. Fue un informe largo, como de quince minutos. Días después, meses y años más tarde, colombianos residentes para la fecha en diferentes países del mundo han venido expresándome sus agradecimientos por el informe que, a esa hora, diez de la noche, hice de la tragedia. En el país y en el mundo sabían que se había caído la corraleja, pero ignoraban detalles pormenorizados. 

Dicen que Yamid Amat destacó por la Cadena Caracol la seriedad del informe y la descarnada descripción, pero no tuve la oportunidad de escucharlo. Las horas pasaban, pero los que nos encontrábamos en el cumplimiento de alguna tarea no lo notamos. Las emisoras repetían hasta el cansancio los mensajes de los ciudadanos interesados en comunicar a sus familias que estaban fuera de peligro o las llamadas telefónicas que se hacían desde distintos lugares de Colombia y del exterior, que indagaban por la suerte de algunas personas. 

Lo cierto es que en las primeras horas de la madrugada sabían en otros lugares los nombres de muchos de los muertos, pero lo ignoraban quienes estábamos en el interior del hospital, en donde las carreras continuaban. Seguían llegando heridos que localizaban debajo de los escombros. Y en medio de la desgracia sucedían otras, como la de una ambulancia en la que metieron cerca de diez heridos y en el afán por llegar prontamente al hospital, el conductor perdió el control al acercarse a un puente y se precipitó en el canal, y los que no murieron en la corraleja cayeron allí; los heridos leves se agravaron y los que fueron a dar ayuda resultaron heridos o muertos”.12

NO NOS DEJEN MORIR 
“Ruby Paternina sintió lo mismo cuando se montó por primera vez en un ascensor, antes de quedar aprisionada por dos postes de madera que le fracturaron cinco huesos. Ahora con lo que llama un “cargamento de yeso encima” y con los ojos que apenas se le asoman por el rostro hinchado, recuerda que en el primer momento no le importó ni el dolor ni los pellizcos ni los apretones que recibía de manos que salían por entre las tablas, ni las pisadas de los que pasaron por encima de su rostro, sino establecer la suerte del hijo y de la nieta que la acompañaron a la corraleja. Minutos después ellos mismos se abrieron paso entre los ladrones con un palo y ayudados por un hombre que tenía el rostro ensangrentado, la pusieron a salvo. Arcadio Mejía, el hombre que estaba tirado junto a ella (Ruby Paternina) en uno de los pasillos del hospital de Sincelejo, opina que le fue peor. “Yo estaba en el palco de abajo. Habíamos llegado temprano a la corraleja con otros macheteros. Nos metimos al ruedo, yo aguanté un poco la lluvia, pero decidí meterme a escampar en el momento en que se cayó el palco. Las piernas me quedaron aplastadas por una torre de tablas. No las sentía, pero mi principal miedo era que los toros que estaban en el ruedo fueran a embestirme. Me sacaron a las dos horas. Perdí el sentido, vine a despertar esta mañana. Las enfermeras me dicen que tengo las dos piernas rotas”. En otro pasillo, Salomón Nader, con el fémur y tres costillas fracturadas no deja de llorar por la muerte de su hermano.12. A Dubis Pérez, una morena fornida, la llevan cuatro voluntarios de la Cruz Roja hacia el avión que transportó 15 heridos en la tarde de hoy a Barranquilla.



Una ambulancia de la Defenza Civil, colmada de heridos se va a una canal de aguas negras. Fueron a brindar ayuda pero el afan de servir los condenó a muerte
    Tienen que operarla de urgencia por que le surgieron complicaciones en un pulmón y en el hospital de Sincelejo la sala de cirugía ya no da abasto. Ella estaba en el último piso y alcanzó a presenciar el derrumbamiento del palco vecino antes de caer encima de una plancha de zinc debajo de la cual sentía la fuerza de personas que querían librarse. Su esposo, que tiene el cubito fracturado, asegura que de allí sacaron tres niñas muertas por asfixia. Ella comenta que verlas no le resultó tan impresionante como observar a una señora con un hueso de la pierna derecha “salido” y que venció la desesperación del dolor tomándose –como si fuera agua- una botella de ron blanco que le cayó al lado. Lombardo Quiroga Ortega, por su parte, estuvo quince minutos debajo de una plancha de zinc que hubiera podido quitarse fácilmente de no haber sido porque se fracturó ambas manos en la caída. Tiene una gran herida en la garganta que se fue abriendo más y más a medida que la gente que huía le pasaba por encima. Sintió que moría degollado y la impresión hizo que perdiera el sentido. Se despertó a las tres de la mañana en el hospital de Corozal. Recuerda que siguió atentamente la asistencia de un equipo médico a una niña que sufrió un paro cardíaco y que con los demás heridos, una vez supo que había muerto, se aferró a la esperanza de gritar: “No nos dejen morir”, hasta que lo atendieron”.15


PROMESA INCUMPLIDA
“Un hombre se paró a mi lado todo lleno de lodo. En la pierna izquierda la sangre que le brotaba a borbotones se mezclaba con el lodo del pantalón, que una punta del hueso de la pierna había desgarrado y aparecía patéticamente a la vista. Si sentía algún dolor por la fractura no lo demostraba. Simplemente, como drogado, nos preguntaba si habíamos visto a un niño de unos diez años, que era su hijo, al que no localizaba. Le recomendamos que se fuera en un campero en el que estábamos subiendo heridos para el hospital, pero insistía en que debía seguir buscando a su hijo. Bajo la promesa de honor de que nos dedicaríamos a buscarlo, aceptó subir al campero que partió de inmediato para el centro asistencial. El trabajo era tanto, que nos olvidamos de la palabra empeñada e ignoramos si el niño apareció vivo o muerto”.12

Al día siguiente, sin contar con los del día 20 trasladados por familiares, comienza el envío de                                               cientos de heridos a los centros hospitalarios de la costa.                                                          
LA PRIMERA VERSIÓN
 “La primera información que se tuvo en Cartagena de lo que había ocurrido en la ciudad de Sincelejo fue truncada por el nerviosismo que afectó a un locutor de la emisora local “Voz de la Heroica” que transmitía en directo los incidentes de la segunda corrida de toros. El locutor narraba animando el ambiente que se vivía en el palco donde se encontraba y de repente dijo: “Ha comenzado una lluvia que no estaba dentro del programa, la gente se arremolina tratando de no mojarse...”  un suspenso y continúa “Señores la gente ha comenzado a correr de un lado para otro, parece que se han salido los toros; oyentes, los palcos se vienen al suelo, atención estudios, cambio, en cinco minutos estaremos llamando”. Ese lapso prometido de cinco minutos se prolongó y fue eterno, pues hasta la mañana de hoy ese personal no había reportado la situación que se vivía en la capital de Sucre”15

¡DIOS MIO, QUÉ TRAGEDIA!
“Alejandro Romero Ortega, locutor de Radio Sabanas, tenía el puesto de transmisión al mismo frente del primer palco que se derrumbó. Aquellos estaban en el lado de sol y Alejandro en el de sombra. De un momento a otro comienza a decir: “¡Dios mío!...¡Dios mío!...¡Qué tragedia Dios mío!...¡Qué tragedia!...¡Qué tragedia Dios mío!...hasta cuando en el tumulto siguiente algo o alguien cayó sobre las líneas, se perdió el contacto y se interrumpió la transmisión. Quienes lo escuchaban no supieron en definitiva qué había pasado, y al día siguiente me contó que se le embotó la mente, a tal punto, que no encontró palabras para informar que los palcos se estaban cayendo. “Miraba al frente y la lengua se me paralizó de la impresión y creo que fue mejor que se interrumpiera la transmisión, porque estaba a punto de llorar del susto recibido”, agregó. 12

PERSONAS HUMILDES
“Jalilíe Gandur (Secretario de Salud de Bolívar) dijo que el número de víctimas es impredecible hasta este momento, ya que muchas personas retiraron de la misma plaza de toros los cadáveres de sus familiares y los llevaron a sus residencias para velarlos y darles cristiana sepultura. Otro tanto ocurre con los heridos que muchos familiares trasladaron por sus propios medios a centros de atención diferentes a los de Sincelejo, dada la incapacidad de este para atender a los centenares de víctimas del derrumbe de los palcos. Dijo el funcionario que la mayoría de las víctimas son personas de condición económica baja, gente del pueblo que observa las corridas debajo de los palcos, en los escasos sitios desocupados que dejan las cantinas que allí son colocadas y personas que bebían en tales establecimientos”.16

HABLAN SOBREVIVIENTES
“Entrevistados brevemente en sus lechos para “El Espectador”, los heridos que se encuentran en el hospital San Jerónimo de Montería dan testimonio de la forma como se originó la tragedia. Carmen Lucas, de 30 años de edad, comenta con marcada angustia que por la lluvia que empezó a caer promediando la tarde del domingo ella, su madre Juana Barroso y su hijo Franklin Sabah Pico, de 3 años de edad, se refugiaron debajo de los palcos, cuando minutos después estruendosamente los palcos se cayeron, quedando atrapados abajo, en el lugar de las cantinas. Llorando dice que alcanzó a alzar entre los escombros a su hijo querido, a quien se lo llevaron no sabe a dónde, igual que a su señora madre. Rafael Cerro Arrieta se encontraba en un segundo piso, cuando notó que algo empezaba a tronar, y sin tener tiempo para más, vio cuando el palco de al lado se abría arrastrando al que él ocupaba y otros, como si fueran abanicos y fichas de dominó. Jorge Buelvas Mercado, de 29 años, también se encontraba en un tercer piso, después de haber pagado 400.00 por la entrada, quien sostiene que el sobrecupo fue el motivo principal de la tragedia. Lo anterior queda gráficamente registrado en la expresión de otro de los heridos, Rafael Arrieta, refiriéndose a la enorme cantidad de espectadores que colmaba los palcos, dijo que en la corraleja “no cabía ni un suspiro”.17

TEMBLOR DE TIERRA
 “El comerciante Roger, quien también estaba al frente del lugar de la tragedia, manifestó: “Estaba lloviendo y se cayó el primer palco el cual trataba como de hundirse y de ahí en adelante se fueron de uno en uno. El segundo y el tercero se fueron rápidamente, el cuarto fue cayendo lentamente como esos edificios derrumbados por King Kong presentados en cámara lenta. La gente caía al vacío y pensaba que era un temblor de tierra. Todo el mundo quedó estático y después la gente que no había caído comenzó a llorar de puro miedo. Pensé en mi familia. La gente tumbó las escaleras y tenían que bajarse de uno en uno. La gente quitaba los pisos para facilitar la salida. Era un río humano... Todo el mundo corría por aquí, por allá. Había mucha agua y la gente se caía y luego se levantaban enlodados. El barro se confundía con la sangre y el pánico”.18


En vuelos especiales, los heridos más graves fueron trasladados a los hospitales de Barraquilla
ESCENAS ONÍRICAS
” Jamás se borrará de mi mente cómo cayeron los palcos. Eran como castillos de naipe”, dijo el tesorero municipal Roberto Pérez Santos, quien tiene dos hermanos heridos. Pérez estaba en un palco cercano a los que cayeron. María Virginia de Vergara, una joven señora en estado de embarazo contó así: “Jamás había visto algo similar. Era como si estuviera soñando. Cuado comenzaron a caer los palcos hubo un silencio total, mirábamos despavoridos, después fue el terror. Todos los palcos temblaban. En los rostros había horror. María Virginia estaba en un palco vecino y bajó ayudada por su esposo y algunos amigos”. 18

ESO TRAQUEÓ MUY DURO
“En la sala de pediatría del hospital regional de Sincelejo encontramos a muchos niños enyesados, golpeados y raspados. Entre los chiquillos estaban Yaneth y Ana María Arias Pineda de 8 y 10 años aproximadamente. Son hermanas y una sufre de poliomielitis. Estaban en uno de los palcos que se cayó. Están golpeadas y con fracturas. Ana María tiene la mitad del cuerpo enyesado. Con una tierna voz Yanet contó: “Nosotras íbamos a bajar porque estaba lloviendo y ya queríamos irnos para la casa. Nosotros estábamos con unas amigas y cuando estábamos bajando eso traqueó muy duro y nos caímos. Unos señores nos recogieron del suelo”. Ana María cuenta: “Yo trataba de ayudar a mi hermanita para que bajara porque ella sufre de polio. Cuando estábamos llegando al suelo eso se cayó y entonces oí gritos. Ahora me duele la espalda y todo el cuerpo”.18

CÓMO SE INICIÓ EL DESASTRE
” Como se sabe, a esa hora caía un gran aguacero y la gente se apiñaba en los palcos de pie para mejor capear el temporal, repentinamente dos de los palcos del centro  de los ocho del tendido de sol que se cayeron, se hundieron por el centro al no resistir el peso de la gran cantidad de público. En unos diez segundos esos dos primeros palcos se habían ido a tierra con toda su carga humana, cobrando la mayor cantidad de víctimas, los otros palcos de los lados al quedar debilitados empezaron a caer en forma mas lenta hacia fuera de la corraleja, lo que aumentó  más la confusión reinante que se convirtió en pánico, muchas personas saltaban desde el segundo y el tercer piso de varios palcos vecinos, en algunos otros al tratar de salir las personas en gran tropel rompieron las escaleras  con lo que quedaban aislados del suelo”.19

MOMENTOS DRAMÁTICOS
 “Verdaderos momentos dramáticos se vivieron durante la remoción de escombros para la evacuación de heridos y muertos hacia los hospitales. Una señora fue encontrada muerta con una pequeña niña en sus brazos, quien milagrosamente aun estaba viva, la señora tenía los ojos brotados, otra estaba en avanzado estado de embarazo y debido tal vez al gran peso que recibió en la barriga había abortado, también fue retirada muerta; un menor fue encontrado decapitado, su cabeza no apareció de momento, una pareja estaban abrazados, el hombre estaba muerto, degollado con una vara y ella con ambas piernas fracturadas; muchos cadáveres aparecían completamente aplastados con todos sus huesos fracturados”.19


      Niños victimas de la tragedia  
 En muchas residencias de Sincelejo se vivió un drama. Madres angustiadas buscando a sus hijos o éstos llegaban a sus casas y no encontraban a nadie y se creaba entonces un círculo vicioso de dolor y llanto, que en muchos casos se mitigó al encontrarse los unos con los otros. Como también se comprobó que alguien había quedado entre las víctimas y se concretaba la realidad de la calamidad familiar.

Sin embargo, fue una Voluntaria de la Cruz Roja, Bella Herrera de Diegò, la encargada de escribir una de las más tristes páginas de esta historia. Al momento de enterarse de la desgracia se encontraba celebrando el cumpleaños de una amiga y como había enviado a sus hijos a la corraleja, fue a su casa y solamente faltaba uno de los muchachos, por lo que se trasladó a la plaza de toros, buscó, indagó y no halló nada. Como voluntaria, se dirigió al hospital y en medio de la tremolina buscó por todos lados y no encontró al hijo, pero el cumplimiento del deber, ese espíritu de colaboración que anima a quienes se vinculan a organizaciones de servicio, la atrapó en el lugar y pensando que como no había encontrado al niño quizás estaba embolatado por allí en cualquier lugar, “noveleando sobre los acontecimientos”, se entregó a su tarea. 

Vino mentalmente a la realidad a eso de las tres de la madrugada, quizás por el cansancio de la agotadora jornada, y se dirigió a su residencia. Allí le confirmaron que Freddy no se había presentado. En el mismo vehículo fue a todos los puestos de socorro, a las inspecciones de policía, regresó al hospital y entonces recurrió a su amiga y vecina, doña Olga Urzola de Angulo, para que, en la emisora de su propiedad, Ecos de la Sierra Flor, se difundiera un aviso con las características del niño y la vestimenta que portaba. Tal vez para quitarle fuerza al impacto negativo, desde la emisora le informaron que en el hospital de Corozal se encontraban varios niños y hacia esa población se trasladó encontrando el cuerpo sin vida de Freddy. Había caído junto con los palcos. La muerte le pagó a Bella Herrera de Diegó su entrega infatigable para servir a los demás, para calmar el dolor de los heridos, y muchos años después, las lágrimas le ruedan por las mejillas cuando evoca aquellos dolorosos instantes de su vida.

Pero si el día 20 fue trágico, dramático, lleno de dolor, de llantos, de angustias, de sangre y de muerte, el 21 se convirtió en un tétrico desfile de ataúdes desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad hacia el cementerio municipal. No sabia uno cuál cortejo seguir, porque si de un lado iba un amigo por el otro venía un familiar u otro amigo y muchos optaron por apostarse en las puertas del cementerio para expresar allí sus condolencias a los deudos. Lo curioso y patético fue que muchos tuvieron que darse mutuamente el saludo de pésame.

El barrio Las Américas de Sincelejo, fue tal vez el que mayor número de muertos puso en la tragedia. A escasos metros de la plaza de la corraleja, el 21 y por nueve días, los altares, el olor a velas encendidas y a flores, y los gemidos o llantos se escuchaban desde 16 casas localizadas por todas las calles del sector.

En la confusión reinante, muchos llegaron a la corraleja y sacaron a sus muertos, los subieron a vehículos y se los llevaron. Especialmente las víctimas de otros pueblos y ciudades, como en el caso del rico hacendado Manuel Miranda, natural y residente en la población de Ciénaga de Oro, cuyo chofer lo vio en medio de la palizada, comprobó que estaba muerto, lo sacó y lo subió a la parte trasera del campero y se lo llevó para su sitio de origen. Nunca apareció en la lista de muertos. Tampoco los sepultados en Chochó, Segovia, La Arena, La Gallera, La Palmira, Las Llanadas y muchos otros pequeños poblados, porque el campesino costeño es reacio a entender la importancia de los aspectos legales de levantamiento de los cadáveres y de la práctica de la autopsia, y considera una profanación del cuerpo de sus familiares el que sea descuartizado para establecer de qué murió, y menos en un caso como este, en donde no podía existir duda alguna de la razón principal.

Como lo señalamos anteriormente, dentro de la tragedia principal se escenificaron dramas no menos terribles y dolorosos. Por ello se registran muertos que no quedaron atrapados debajo de los escombros de los palcos, como el caso de un hombre que lanzó desde las alturas a un niño en el instante que el palco venía hacia abajo, tratando quizás de salvarle la vida, con tan mala suerte que el niño fue a caer dentro de un caldero de aceite hirviente, de una de las tantas fritangas que colman los alrededores de las corralejas.

Otros se salvaron milagrosamente. Y los casos siguientes son una muestra de la perversidad de algunos seres que ignoran el dolor y la muerte si ello les puede reportar un beneficio. Entre la gente que trataba de quitarse el enorme peso de tablas, tablones, planchas de zinc y otros objetos, los rateros, cual aves carroñeras, quitaban relojes, aretes, brazaletes, sacaban carteras y billetes, sin preocuparse si sus víctimas estaban vivas o no, si requerían un auxilio para salvarse. No se descarta que esos rateros hubieran, con su paso por encima de los cuerpos, ocasionado la muerte de no pocos de los que apenas estaban heridos. Uno de los heridos refiere que no encontraba forma de quitarse los escombros de encima y le pidió auxilio a un hombre de aproximadamente 30 a 35 años de edad, pero este lo que hizo fue quitarle las prendas que llevaba y como pudo le metió la mano en el bolsillo del pantalón sacándole el dinero en efectivo. Él le rogó que lo ayudara a salir y el individuo mostrándole la señal de “pistola” le respondió: “Para que después me avientes a la Policía” y se fue del lugar dejándolo atrapado. En un segundo caso los señores Ezequiel Barrios Valdovino y Juan Bautista Salgado Vargas fueron vistos en amena charla en la puerta que daba acceso al palco, de propiedad del primero. Ambos murieron, pero a Barrios le robaron absolutamente todo el dinero producto de la entrada.

   Se inicia la remoción de escombros para descartar la presencia de cuerpos debajo de éstos   

  Otro hombre comenzaba a sentir los efectos de la asfixia debido al enorme peso que tenía encima y miraba de uno a otro lado y gritaba pidiendo ayuda, pero miraba indefenso cómo pasaban por su lado sin prestarle atención. De pronto vio a un joven fornido que le miraba la muñeca en la que portaba un fino reloj. Pese a su delicada situación, a los fuertes ramalazos de dolor que sentía en distintas partes del cuerpo y a las dificultades para respirar, se preparó para no dejarse robar y al venir el manotazo con el que el joven pretendía arrancarle el reloj, lo aferró fuertemente y comenzó la lucha. Sin proponérselo el ratero, o porque la fuerza con que el herido lo atenazaba le impedía zafarse, fue sacándolo de debajo de los escombros, liberándolo del peso y evitándole la muerte por asfixia. En el intento de aprovecharse de las circunstancias de indefensión del herido, el ratero realizó una labor de salvamento que quizás no pasó por su mente llevar a cabo.

LA CARGA DE LA CABALLERIA... SINCELEJANA
Durante el largo tiempo en que guardamos los apuntes para este trabajo, siempre que tropezamos con el caso al que vamos a referirnos, nos retrotraemos mentalmente en el tiempo a la época de las películas de vaqueros en el oeste norteamericano, que fueron la predilección de niños y jóvenes de las décadas del 40, 50 y 60 del siglo pasado. El momento de las escenas emotivas en que el “chacho” va a todo galope persiguiendo a los vaqueros “malos”, lo que nos permitía esperar el triunfo del bien sobre el mal, en el fondo musical se escuchaban melodías muy llamativas y adecuadas a la ocasión, a las que posteriormente identificamos como las oberturas “La Carga de la Caballería Rusticana”, de Pietro Mascagni y “Guillermo Tell” de Giaccomo Rossini dos obras maestras de la música universal.

Algo similar debieron vivir los que observaron a un carabinero de la policía que sosteniendo las riendas con los dientes para dirigir la marcha del caballo llevaba entre sus brazos y al galope de lo que el animal podía dar en velocidad, una niña que dejaba sobre las calles las gotas de sangre por las cuales se escapa de su cuerpo la vida. Bañados en sangre, la niña herida, el jinete humanitario y el caballo que con su galope parecía entender la gravedad del momento, se desplazaba de la plaza de Mochila, epicentro de la tragedia, hacia la calle La Pajuela. Diez cuadras de gran extensión habrían servido para filmar la más dramática de las películas de héroes a caballo. Pero los verdaderos héroes mueren en el anonimato. Nadie identificó al carabinero, él mismo guardó silencio sobre su proeza, se desconoce la identidad y la suerte de la niña, y los testigos apenas evocan con admiración el gesto del jinete.

¿SUICIDIO?
 Muchos de los heridos que llegaron al hospital no alcanzaron a recibir atención oportuna porque físicamente no había quien los tratara, y varios de ellos murieron dentro de las instalaciones del hospital. Pero se alcanzaron a observar casos especiales como el de heridos que estando de pie perdían el equilibrio y se estrellaban contra las paredes muriendo en el acto. Otros, presa del dolor, preferían golpear la cabeza contra las paredes y los muros buscando con la muerte un alivio al intenso dolor.

Este aspecto, que parece a todas luces un suicidio, le tocó verlo al Agente de la policía Marceliano Romero. Trabajó el sábado 19 en el turno de vigilancia nocturna por los alrededores de la corraleja y se encontraba en descanso, franco como se dice en el argot de los cuerpos armados, cuando se enteró de la tragedia. Atraído por la curiosidad o por la costumbre, se fue al hospital a realizar las averiguaciones pertinentes. Allí fue testigo de esta curiosa forma de buscar alivio al dolor, alivio que ni él ni los otros que deambulaban por los pasillos del hospital, podían darles a los heridos al tanto que los médicos y enfermeras se encontraban ocupadas en la atención de otros heridos.

 ¡LEVANTATE Y ANDA!
 Tal como Jesús le ordenó a Lázaro, que se encontraba en el mundo de los muertos y volvió al de los vivos, hizo con voluntad y amor por la profesión, pero silenciosamente, la enfermera Julieta Mejía de Álvarez.

Cumplía el turno de una a seis de la tarde el fatídico domingo 20 de enero, y encontrándose en el cuarto piso se enteró que la corraleja, en su totalidad, se había derrumbado, y que desde Mochila comenzaba un largo desfile trasladando al hospital cientos de muertos y miles de heridos. Contrariamente a sus deseos de establecer la suerte de sus hijos, debió someterse a cumplir con la atención de los enfermos que estaban a su cuidado y sólo bajó, en medio de dificultades al segundo piso, a las seis de la tarde.

“Me sorprendí al ver el arrume de cuerpos, puestos unos sobre el otro como si fueran palos de leña, por los pasillos del hospital. En el patio la cuestión era más terrible, más espantosa, y los cuerpos copaban todos los andenes. Como tengo varios hijos y tanto a los hombres como a las mujeres les gusta la corraleja, y hasta ese momento no tenía noticia sobre qué había ocurrido con ellos, los malos pensamientos se apoderaron mí y supuse que algunos de esos cuerpos fuera el de un hijo mío. Sin que nadie me lo ordenara y para facilitar la identificación de los cuerpos, la mayoría de ellos con el rostro lleno de barro, me dedique a limpiarles la cara. Algunos de ellos mostraban que habían muerto por asfixia y otros estaban negros posiblemente por haber sido aplastados.

 En un momento vi un cuerpo boca abajo con todas las características de color, contextura y estatura a las de mi hijo Orlando. Se encontraba debajo de cuatro o cinco cadáveres y como pude fui quitando los cuerpos que estaban arriba y al darle la vuelta y comenzar a limpiarle el rostro me sorprendí al sentir que aún respiraba, que estaba vivo, y puse mayor empeño en lavarle la cara y comprobé que se trataba, no de mi hijo, sino del doctor Ramiro Merlano Robles, que no estaba muerto sino inconsciente. Me puse a gritar pidiendo ayuda y varios hombres corrieron a mi lado, lo cargaron, y siguiendo mis instrucciones lo subimos al segundo piso, donde le pedí a los médicos y enfermeras que lo atendieran y de inmediato le aplicaron oxigeno y quedo en manos de ellos mientras yo bajé al primer piso”.

El médico Ángel Ramiro Merlano Robles, nos confirmó telefónicamente que había vivido una situación muy singular el día de la tragedia, pero al entrevistarlo personalmente negó que le hubiera ocurrido lo ya señalado por la enfermera y agregó que “no perdí el conocimiento desde el momento en que cayeron los palcos hasta que estuve en el hospital. Eso me permitió impedir que los médicos me operaran de una fractura que no requería intervención quirúrgica”, lo que no reviste ninguna singularidad.
-  ¿A que atribuye que el doctor Merlano niegue su versión? Por otra parte ¿conocía al doctor Merlano Robles, antes de la tragedia, como para no sufrir confusiones?, le preguntamos.

“No me explico esa actitud. Tal como se lo conté a usted se lo había contado a mis hijos el día siguiente de los hechos. No me referí a este caso frente a otras personas y si se lo manifesté a usted es porque me lo preguntó. Sí conocía al doctor Merlano antes de la tragedia porque yo trabajo en el hospital y él en el servicio de salud, siendo prácticamente uno de mis jefes. No tengo ningún interés en el asunto que ya se me había hasta olvidado. Pero no fue este el único caso. Después de dejarlo vivo en el segundo piso, regresé al patio y ayudé a organizar los cadáveres y a limpiarles la cara, para facilitar que los familiares los reconocieran. Estando en esto vi el cuerpo de una mujer que conocía y que era mi amiga, la señora Marina Gutiérrez. La tomé en mis brazos y cuando le estaba limpiando la cara también comenzó a respirar y volví a pedir a gritos ayuda y a ella la llevamos al tercer piso. Como no tenía fuerzas para sostenerse en pie la senté sobre una silla y pedí que le colocaran oxigeno y ella volvió en sí pero no me reconocía y hablaba incoherentemente. La dejé allí y bajé otra vez al primer piso y fui al puesto de trasmisión de RCN (a cargo de Abel José Zarante y Gabriel Narváez Vergara) y tomando el micrófono pedí a los familiares de Marina tanto en Sincelejo como en Talaigua que se acercaran al hospital”.

- ¿Es decir, que usted levantó de entre los muertos a Ramiro y Marina?
“Sí señor, pero creo que ante todo fue la voluntad de Dios”.
-    ¿Qué otra cosa hizo y hasta qué horas trabajó?
“Con jeringas y sedantes en las manos iba donde quiera que escuchaba un herido quejándose, para aplicarles inyecciones que les aliviaran el dolor. A eso de las cuatro de la mañana del lunes recibí sobre la cara luces potentes que me iluminaron. Eran camarógrafos que me sorprendieron dormida, de pie, apoyada sobre un escritorio. Dentro de la modorra por el cansancio, alcance a oírlos que de la misma forma habían encontrado a médicos y enfermeras que habían trabajado durante más de diez horas bajo la mayor presión ante la magnitud de la tragedia. Llegué a mi casa a eso de las seis de la mañana”.

La enfermera Julieta Mejía de Álvarez sacó a un hombre y una mujer del arrume de cadáveres que, en medio de la confusión, fueron considerados muertos y aun hoy gozan de buena salud. ¿Cuántos más, vivos, no alcanzaron la buena suerte de que una Julieta los sacara del mundo de los muertos?


¿QUÉ FUE LO QUE PASÖ?
 Hay versiones que no concuerdan, como en el caso anterior del médico que es sacado de entre los muertos y rechaza tal ocurrencia, pero como se diría en los folios de una sumaria, las partes mantienen sus contradicciones.

En esta situación, una mujer sube al último de los palcos que se cayó en compañía de su señora madre, de su esposo, de dos pequeñas hijas, y un grupo de amigos. El que mayores problemas tuvo fue el esposo, Luis Rafael Hoyos Díaz, que quedó aprisionado bajo los escombros y los demás salieron indemnes. A la señora, María Gabriela Sierra Banquet, de 32 años se le encuentra en las horas de la noche tirada a un lado de la puerta del hospital de Corozal muerta, despojada de un fino suéter y de todas las prendas de oro que portaba.

El esposo dice: “como no encontramos boletas para los palcos de sombra nos fuimos para los de sol. Nos sentamos todos en la misma fila y al comenzar a llover, como una de mis hijas sufría de asma me fui con ella dos bancas atrás. De pronto mi esposa me pregunta: “¿Qué pasa allá?” yo miré y le dije que debía ser una pelea, pero al volver a mirar, ya no había palco a mi lado, solo el vacío. Mi esposa grito: “¿Dónde está mi mamá?” y salió a buscarla. En ese momento el palco traqueó fuertemente y se fue cayendo lentamente. Segundos después me vi bajo una cantidad de palos y otros escombros que amenazaban con asfixiarme. De allí, con la ayuda de unos amigos pude salir, pero no encontré a mi esposa. La busqué por los escombros y nada. A eso de las seis de la tarde un pariente fue al hospital de Corozal en donde la encontró muerta. Dos puntillas le perforaron la aorta al lado izquierdo del cuello”.

Un miembro de la policía que nos pidió reserva de su identidad nos declaró: “inmediatamente me informé de la caída de los palcos corrí al sitio para controlar el orden, trasladar heridos y todo lo demás que me correspondía como autoridad. Cuando estaba en esto escuché que una mujer me llamaba por mi nombre. Se trataba de doña María Sierra, la esposa de Rafael Hoyos. Los conocía a ambos y éramos amigos, ella porque negociaba en artículos de oro, y él porque trabajaba en Telecom. Me acerqué a ella que se encontraba con dos niñas que eran sus hijas y casi llorando me dijo que no sabía donde había que dado su esposo y que pensaba que estaba muerto debajo de los palcos. Para calmarla le mentí y le aseguré que acababa de ver a Rafael buscándola a ella y que inmediatamente lo volviera a localizar le informaba, pero le recomendé que era mejor que se fuera para la casa. En ese momento, ella portaba cadenas, aretes y un brazalete de oro. Continué mi ronda por los alrededores y momentos después me encontré a Rafael que me pregunto por su esposa y le indique dónde acababa de verle y él salió para ese lugar”.

El esposo de María Gabriela Sierra señala que “al desprenderme de los escombros busqué a mi esposa debajo de las tablas, entre los heridos y los muertos, pero no estaba. Tampoco la encontré en el hospital”. A la pregunta de dónde estaba en el momento del derrumbe, responde: “en el último de los palcos que cayó”. Dice que no habló con ninguna persona que le hubiera indicado que ella estaba viva después de la caída de los palcos.  
         
Lo extraño de este episodio, en el que no concuerdan los testimonios, es el del policía que afirma: “no tengo intenciones de ninguna índole, distinta a decirle lo que recuerdo. Fue después del derrumbe de los palcos que ella habló conmigo. Estaba buena y sana, solamente preocupada por la suerte de su marido”.

Sobre la suerte de las niñas, en ese entonces una de siete años – Viviana - y la otra de cinco años – Gina del Carmen – el padre dice que encontró a la primera que vagaba por los alrededores y la más pequeña fue hallada por el periodista Aurelio Gómez Jiménez que se la llevó a los estudios de Radio Sincelejo, desde cuyos micrófonos y con los datos que le entregó la niña dio avisos a los familiares de que la había encontrado deambulando por la zona de la tragedia. Ninguna de las dos, que estaban en el palco derruido, pudo explicar el paradero de la madre.

Si María Gabriela cayó con el palco y dos puntillas le perforaron la aorta debió desangrarse en el lugar y pudo ser hallado allí su cuerpo. Pero si el testimonio del agente de policía concuerda en tiempo y lugar, nada tiene de raro que hubiera sido objeto de un atraco para despojarla del fino suéter y las lujosas y valiosas prendas de oro que portaba. Pero ni la policía, ni el DAS, y mucho menos el juez que tuvo – o tiene – la investigación, dedicaron tiempo a casos como esté. No les llamó la atención que una mujer hubiera recibido, coincidencialmente, al lado izquierdo del cuello la perforación fatal de dos puntillas, sin sufrir ninguna otra lesión ni traumatismo.

Lo cierto es que, en medio del caos, los rateros hicieron su propia fiesta aprovechándose de la indefensión de las victimas – muertas o heridas – para arrebatarles todas las prendas de valor y ni aquel día ni en los siguientes se ordenó una investigación al respecto.

ACTUACIÓN DE LA POLICIA.

El comandante de la Policía en Sucre, para la fecha de la tragedia, era el Teniente Coronel José Guarín García. Lo acompañaba en el Comando del Primer Distrito, con sede en Sincelejo, el Capitán Iván Darío Zapata Duque.

La sentencia en que se condena a la nación y al municipio de Sincelejo a pagar indemnización a los familiares de apenas un 10% de las víctimas, se basa en la imprevisión de la policía por un lado y de la infantería de marina por el otro. Pero especialmente contra la policía que perdió el control de acceso del público a los palcos y se originó con ello el sobrecupo.

El plan de operaciones para las fiestas de 1980 fue llamado “Plan Corraleja”. El día 19, se dispuso que a la entrada de cada palco “un agente uniformado debía controlar el número de asistentes a la corrida”, señala el entonces Cabo Primero y hoy Sargento retirado de la policía Julio Rafael Viana Reyes, quien comandó la patrulla nocturna de ese primer día de fiesta.

El fatídico día 20 “se presentó en las primeras horas de la tarde, el Coronel Guarín y ordenó un cambio en el plan establecido y dijo: “Bájenme a esos agentes”, un total de 32 hombres, y dejó las entradas sin agentes, a los que organizó entonces en patrullas móviles de dos unidades “para que se viera presencia policial”, agrega el Cabo Viana.

Al preguntarle sobre la actuación de la policía el día 19 en el momento en que se cayeron unos 15 metros de valla, respondió: “los problemas dentro de la corraleja, en la de Sincelejo o en cualquiera otra parte, los resuelven los que están dentro. Jamás entra un uniformado porque con seguridad será objeto de agre siones. Ese día, fueron los manteros y aficionados quienes repararon la valla que se cayó”.

En lo que concierne a la actuación de la policía Viana Reyes manifiesta: “El domingo 20 salimos una patrulla a caballo o de carabineros, una del F-2 y quince patrullas de a dos hombres, más las 16 patrullas integradas con los policías que fueron bajados de los palcos. Luego de varios recorridos alrededor de la plaza me senté un momento en la fonda de la “Turca” y allí llegó el agente Alirio Cerón, quien me dio aviso sobre la caída de los palcos y me trasladé al lugar que estaba a pocos pasos y vi la magnitud y gravedad del caso adoptando las medidas con los agentes que estaban a mi mando”. Viana sólo vino a enterarse del estado de salud de todas las patrullas durante una reunión que se llevó a cabo en los patios del cuartel a las seis de la tarde.

“La situación se complicó en el hospital cuando encontramos que los de la infantería de marina tenían ordenes de no dejar entrar ni salir al hospital, ni siquiera permitían movilizar los cadáveres. Esto fue lo que originó el desorden de tremendas proporciones cuando parte de la multitud quería entrar al hospital para buscar a sus familiares y los que estaban dentro que querían salir, unos para llevarse sus familiares muertos y otros para seguir buscando a los que estaban perdidos. Esta situación nos enfrentó con los infantes, pero al final dispuse, al pensar que no había tiempo para adelantar tantas diligencias de levantamientos de cadáveres, entregar los cuerpos que eran identificados”.    

No deja Viana Reyes de resaltar los matices positivos en medio de la tragedia: “Encontrándome en el hospital llegó a mi lado el señor Alfonso Vergara, popularmente conocido como el Gata, quién al mirar la cantidad de muertos me pidió que lo presentara en una funeraria donde pudieran fiarle ataúdes y lo lleve hasta la funeraria de don Pedro Martínez, quien me manifestó que era suficiente con que yo se lo pidiera, además de confiar en el señor Vergara, y le entregó 20 ataúdes que llevamos al hospital con varios voluntarios.

Dicen varios miembros de la policía que le escucharon decir al Capitán Iván Darío Zapata Duque, que con “la suma de errores cometidos por mi coronel se puede escribir un libro”. Y en verdad que el Coronel Guarín García asumió una responsabilidad inmensa al suspender el servicio de control de entrada a los palcos para formar patrullas con el propósito de que se viera mayor presencia de la policía en la zona. ¿Sería acaso, el rumor persistente de que se preparaba un hecho contra las fiestas? ¿Estaban las autoridades y la clase dirigente informadas de una posibilidad de esta naturaleza, para importarles poco el exceso de espectadores en los palcos?

Trascendió que, a las doce del día, el administrador o dueño del palco a cuyo lado se desplomó el último, invitaba a gritos a los potenciales clientes a subir al palco suyo “porque este no va a caerse”.
¿Apenas una malintencionada y desleal propaganda? ¡Convencimiento de que los palcos habrían de venirse a tierra?  Jamás fue llamada a explicar las razones de esa publicidad o si estaba enterado de que los palcos adjuntos estaban destinados a derrumbarse.


Otro aspecto de la remoción de escombros para descartar la presencia de cuerpos.

Si la gente que tenía alguna injerencia en la corraleja pregonaba que algo ocurriría, cabe colegir que las autoridades también esperaban un hecho fuera de lo común. No cabe otra deducción frente a la conducta del comandante de la policía, coronel Guarín, que contraría sus propios planes de seguridad y control, conocido dentro del organismo como “Plan Corraleja” y dispone que sus hombres abandonen las entradas de los palcos, en donde controlaban que no hubiera exceso de cupos, para formar parejas que necesariamente estaban fuera del plan de operaciones para las fiestas. Los inspectores de policía, Silva y Ramírez, habían pedido por escrito el aumento de unidades y evitar el sobre cupo, que preveían sería desbordantes ese día. Un solo miembro de la policía, ante la oportuna decisión de coronel Guarín, sufrió heridas en la tragedia, el agente Daniel Gómez Rodríguez, que sin permiso se vino de San Marcos, sede del cuarto distrito, para observar la corrida. Dee no haberse “volado” tampoco habría sufrido lesiones.   
    
No sabemos qué pudo decir el Oficial en su informe al investigador correspondiente, pero en el libelo de la demanda ante el Tribunal Contencioso Administrativo de Sucre, el Abogado Tarsicio Roldan Palacios, fustiga esa decisión y de manera irónica resalta el que hubiera más presencia policial en los alrededores de la corraleja para asustar a los que controvertían el espectáculo.         

214.5. Faltó pues suficiente vigilancia de parte de las Fuerzas Militares y de Policía Nacional para impedir el sobrecupo,
I)    la vigilancia fue deficiente el día 19, y,
II) francamente insuficiente, casi nula, el día clásico de los festejos, el 20 de enero.

“214.6. Los escasos agentes de la Policía Nacional que estaban en la plaza el día de la tragedia, porque, aunque se pidió colaboración a la Armada, a la Base Naval de Coveñas, según cuenta el Presidente de la Junta Administradora de las Festividades, no se prestó, se dedicaron a controlar ladrones, borrachos, el orden público fuera de la “Corraleja”, a quienes se venían oponiendo a esta clase de diversiones bárbaras, pero de ninguna manera a controlar que no hubiera sobrecupo.

“Frente a esta situación los Inspectores Municipales de Policía destacados en la plaza libraron un oficio para el comandante de la Policía Nacional y uno de ellos lo llevó personalmente a la guardia pidiendo el envío de un número mayor de agentes para controlar el sobrecupo, pero no se les prestó atención.
“214.8. Todavía más: dos horas antes, más o menos, de la tragedia el primer palco que se cayó empezó a anunciarla. Se reventaron dos de sus parales. Y varios asistentes, entre ellos el Inspector de Policía de Chinulito, corregimiento de Colosó, salieron a buscar la policía para que hiciera aligerar el peso del palco. Los agentes se asomaron, miraron y volvieron a salir sin tomar ninguna medida para evitar el desastre”.13

Nota: Desconocemos la autoridad judicial que acogió la investigación penal sobre la caída de la corraleja, y si un testimonio de tanta importancia como el del Inspector de Policía de Chinulito, Municipio de Colosó, señor Marcos Rafael Palacios Pión, fue recepcionado y agregado a las sumarias.

Tal vez no porque, de lo contrario, el instructor abría dispuesto establecer que miembros de la policía ignoraron tan protuberante y potencialmente situación, y quizás habría llegado a la conclusión de que el primer palco no se un dio por debilidad del terreno y no estaríamos hoy acusando a Dios y al Diablo, según el criterio de cada cual como autor o autores de la desgracia.  

El 21, tan fatídico como el día anterior, comenzó el juicio para encontrar un responsable que veinte años después no ha sido identificado. Yamid Amat, desde las altiplanicies andinas acosó a los dirigentes de la capital de Sucre para que le dieran un culpable. Llegó a tanto que el Gobernador del departamento, después de responder todos los interrogantes del periodista, de saltar los obstáculos y evitar caer en las trampas, quedó, pese a ser catedrático universitario, como el más ignorante de los habitantes de Sincelejo, al decir que quizás el único responsable era Dios. Posiblemente trató de dar a entender que se debía a un hecho fortuito, a los insondables misterios de la divinidad, pero el que hubiera culpado directamente a Dios no se lo perdonó nadie.


Las declaraciones del gobernador HERMES DARIO PEREZ URZOLA, achacándole a Dios la culpa por la tragedia, fue objeto denumerosasnoticias de prensa, como éstas.
No era, sin embargo, uno solo el culpable, ni mucho menos Dios. La lista es extensa. Aun cuando no pueden compartirse todas sus afirmaciones, por ser algunas exageradas y en  lo posible se omiten, un libelo dentro de la demanda para resarcir daños y perjuicios a las víctimas o a sus familiares, suscrito por el abogado Tarsicio Roldan Palacio ante el Tribunal Contencioso Administrativo de Sucre, nos sirve para intentar encontrar a uno o varios de los culpables, que la justicia administrativa descubrió al condenar a la Nación y al municipio de Sincelejo, pero que la justicia penal no ha podido hallar, si es que acaso existe un expediente al respecto.

“2.1. El municipio de Sincelejo ha venido poseyendo la plaza Hermógenes Cumplido desde el año de 1965, fecha en que los herederos de quien le dio su nombre le cedieron esos terrenos para levantar allí la “Corraleja”, escenario central de las tradicionales fiestas de toros del 20 de enero”.13

Nota: Los terrenos fueron donados por don Arturo Cumplido Sierra, al igual que otros en la ciudad, como el estadio de fútbol, la pista de motocross, etc., y en este caso solicitó que se le colocara como un homenaje el nombre de su padre.

“2.2. La plaza Hermógenes Cumplido ha permanecido como un potrero arcilloso, pendiente de norte a sur, sin afirmado, sin desagües, sin la menor obra de infraestructura de Plaza Taurina, donde el municipio suele depositar las basuras de la ciudad”.13

Nota: No es cierto. El botadero oficial de basuras se encontraba para enero de 1980, en otro lugar distante de la plaza. Concretamente, a un lado de la carretera troncal de occidente. Allí, en la plaza, en cantidad mínima la depositaban algunos vecinos del sector que para ese entonces y por la lejanía de los otros sectores, no estaba incluido en el plan de recolección municipal. No pasaba del medio centenar el número de familias que habitaban en los alrededores de la plaza.

“22.1. Desde el año de 1965 la Secretaría de Obras Públicas Municipales enviaba en diciembre buldózeres y motos para remover las malezas, los deshechos y medio emparejar los surcos dejados por la escorrentía de las aguas lluvias, pero en el año de la tragedia apenas vino a mandar a mediados de enero”.

La tierra arrancada del sector norte de la plaza, de su parte más alta, se venía amontonando, invariablemente, en la más baja, en el sur, sector en donde estaban situados los palcos que se derrumbaron, con el fin de dar al suelo una aparente horizontalidad”.
“22.4. Con anterioridad al año de la tragedia los empleados municipales encargados de realizar el trazado circular de la “Corraleja” se guiaban por el “centro de plaza” que allí había clavado el arquitecto Rafael Peredo, (en compañía del artista Antonio Zuluaga)”.
“En 1980 los topógrafos que mandó la Oficina de Planeación Municipal a trazar la “Corraleja” y a delimitar y entregar a los usuarios los terrenos concedidos para su  uso por la municipalidad, siguiendo instrucciones de la Junta nombrada por el Alcalde para “organizar” las festividades del Dulce Nombre de Jesús, Fiestas en “Corraleja” del 20 de enero de 1980, corrieron dicho centro y con él el Circo, hacia (el) sur, de la parte más firme a la más floja, con el fin de dejar en aquella mayor espacio para negocios y parqueadero de vehículos, razón  por la que los dueños del uso de dichos terrenos se vieron en la obligación de construir allí los palcos que, precisamente, se cayeron”.
“2.3. La Administración Municipal de Sincelejo (Alcaldía, Junta Organizadora de las Festividades, Planeación Municipal, Desarrollo Urbano, etc.), que es el motor principal de las fiestas en “Corraleja” del 20 de enero,
“23.1. No realizó, ni exigió que se hicieran, el estudio de los suelos donde se iba a hincar la estructura transitoria de los palcos de “Corraleja”;
“23.2. No hizo y tampoco exigió que se realizara el estudio de la dirección predominante de los vientos, de su velocidad y de su fuerza en el área de la plaza.
“23.3. No efectuó y tampoco requirió que se adelantara la nivelación y compactación de los terrenos de la Hermógenes Cumplido.
“23.4. No construyó y tampoco mandó a cavar canales para el desagüe de las aguas lluvias.
“23.5. No pidió pruebas de idoneidad a los constructores de los palcos, no vigiló su labor; ni siquiera les entregó un plano con el fin de que se orientaran en la construcción.
“23.6. Tampoco controló la clase, calidad y resistencia de la madera, de las uniones y amarres de las mismas, ni la profundidad a que estaban hincados los parales o columnas y si tenían escores o diagonales que le  dieran triangulación y resistencia a la estructura en número suficiente.
“23.7. No controló que las puertas de acceso y de escape fueran suficientes, y
“2.6. La adjudicación de lotes de terrenos de la plaza Hermógenes Cumplido, de Sincelejo para la construcción de palcos de “Corraleja” se hizo en el año de la tragedia:
“26.1. a última hora, esto es, sin la debida anticipación, que determinó que los palcos se levantaran sin mayores cuidados y de manera apresurada:
“26.2. a personas sin “experiencia y tradición en la construcción de palcos”:
a los ganaderos, al alcalde, a la señora del alcalde, a familiares de ganaderos, a la clientela política,
“26.3. que en su gran mayoría los negociaron con negociantes que los negociaron, creando la reventa, prohibida, que llevó a los últimos compradores a tener que recurrir al sobrecupo incontrolado para salvar su inversión.
“2.7. Con anterioridad al año de la tragedia se comenzaba a levantar el Circo de Toros desde diciembre y, en todo caso, con no menos de un mes de anticipación a la iniciación del espectáculo taurino. Pero en 1980 los trabajos no se empezaron sino el 8 de enero, 11 días antes de la iniciación de los festejos.
Más aún: los palcos que se cayeron y, concretamente el primero de ellos que se derrumbó lo hicieron entre el 18 y 19 en la mañana, a marchas forzadas”.
“2.8. La Administración Municipal designó inspector de palcos de “Corraleja” a una persona que no tiene la menor idea de Ingeniería, de Arquitectura, de Topografía, de Suelos, de maderas, de construcción de palcos, de estructuras transitorias para el cobijamiento de público, de carpintería: al señor Alfredo Urruchurtu, concejal de Sincelejo, que difícilmente sabe dibujar su firma”.
“2.12.- Y la tragedia no alcanzó más vastas proporciones porque uno de los palcos que se cayó estaba suelto del vecino, y otro, tenía las columnas bien enterradas, reforzadas, con el número suficiente de elementos diagonales, apenas tenía dos pisos y había sido construido con maderas nuevas, aserradas, unidas con pernos y reforzado con alambre de grueso calibre”.13

Nota: La corraleja, por disposición de las autoridades y para facilitar la armonía arquitectónica, era similar en todos sus contornos. Un primer piso para cantinas y tres pisos para palcos. No podía entonces, en 1980, encontrarse uno con solo dos pisos.

A lo anterior hay que sumar a los que manipularon las fiestas para acomodarlas a sus caprichos y requerimientos personales, pasando por las autoridades complacientes, los que aumentaron tres palcos en la circunferencia olvidándose que en enero siempre llueve, los ganaderos que hicieron votos religiosos sin detenerse a pensar que la fiesta no podía ser eterna ni tomada para cumplir promesas personales, los capitanes políticos que se encargaron de prender la polémica, las autoridades de salud con su  jefe  a  la cabeza, que  se dieron cuenta de que algo andaba mal y no dieron el aviso previo ni se aviaron con anticipación para atender las fiestas y los periodistas que nunca se atrevieron a denunciar lo que era a todas luces un  peligro latente.

Heridos graves son acomodados en el interior de un avión para el traslado a otras ciudades.

20 de enero de 1980: El día en que tres bravos toros dejaron de embestir en la monumental plaza Hermógenes Cumplido de Sincelejo, posiblemente alelados ante el dolor y el terror de 20.000 personas que momentos previos, tan solo unos segundos, los incitaban a ir a los capotes, a las muletas, a las mantas y a las banderillas, y ahora muchos de ellos pasaban  despavoridos por el lado, sin mirarlos, huyendo de un peligro mayor, o porque eran suficientes más de 400 muertos y cerca de 3.000 heridos que los rodeaban.

20 de enero de 1980: Fecha en la que por lo menos la mitad de los que salieron ilesos, de los heridos y de los muertos, esperaba un algo funesto, pero sin llegar a pensar que fuera de las proporciones registradas.

UN PRESENTIMIENTO AGORERO
 Ahora ha venido a saberse que el pueblo de Sincelejo había sentido un presentimiento (sic) funesto por la corrida del 20 de enero. Todo porque tradicionalmente los toros de la primera jornada de corraleja – la del día 19 – eran suministrados por el ganadero Juan Perna Macceo (sic) y los de la segunda, la correspondiente al día 20, procedían de las dehesas del hacendado Arturo Cumplido. Pero este año la junta de las fiestas resolvió modificar el orden acostumbrado en el sentido de que la prelación de la torada se decidiera por sorteo. La suerte jugó caprichosa: Juan Perna Macceo (sic) conservó su puesto en la primera corrida. Pero derrotó a Arturo Cumplido y favoreció a Pedro Juan Tulena, pariente cercano del presidente de la junta, Salim Guerra Tulena, hermano a su vez del senador liberal José Guerra Tulena. La gente le metió política a la cosa. Arturo Cumplido se sintió defraudado y decidió retirar su torada de las fiestas de este año. Los campesinos sin malicia política pensaron que el trastorno de la tradición era un signo de mal agüero. Y el 20 fueron a la corrida con el prejuicio, metido entre ceja y ceja, de que algo funesto iba a suceder en la corraleja”.18

Nota: Al veterano periodista cartagenero, don Antonio J. Olier, quien llegó a Sincelejo junto con un equipo del diario El Espectador para reforzar la oficina local en el cubrimiento de los hechos, le informaron mal. Si se hubiera presentado un sorteo, tanto el vicepresidente de la junta, Inis Amador Paternina, como el secretario, Aníbal Paternina Padilla, desde que fue entregado el día de toros a Pedro Juan Tulena, no habrían declarado que se trató de una decisión personal del presidente, que no consultó a los otros miembros. La decisión, precisamente, originó la renuncia de éstos y otros miembros, e incluso del presidente, que fue remplazado por don Héctor Támara. La politización de las fiestas no comenzó en el período de organización de las de 1980. Es el resultado de un proceso largo, de varios años, y no sólo en Sincelejo sino en dondequiera que se organiza y realiza este tipo de festejos populares.


 La asistencia a los palcos no es exclusiva de los campesinos. En Sincelejo se encontraban gentes de diferentes latitudes de Colombia y del exterior. Además, el mayor número de víctimas lo puso Sincelejo, por lo que el “presentimiento agorero” fue general. Tampoco, como dice la información periodística transcrita, don Arturo Cumplido “decidió retirar su torada”. El comunicado de la junta es claro al señalar que fueron Juan Perna Mazzeo, Pedro Juan Tulena y Salim Guerra Tulena, los ganaderos que retiraron sus ofertas para que otros ganaderos acompañaran a Cumplido Sierra. Sin embargo, no se esperaron ofertas, porque antes de 24 horas y en la mañana de un domingo, se divulgó el listado de los días de toros, en donde aparecieron los que habían retirado sus ofertas y el alcalde que no poseía este tipo de ganado, mientras que se omitió a quien mantuvo el ofrecimiento.

En esto de los malos presentimientos, obtuvimos de dos personas diferentes, testimonios tan extraños como la tragedia misma, que en razón de sus actividades no deben ser identificadas. Dudamos largo tiempo en si transcribíamos o no lo que nos manifestaron, ante la convicción de que, de todo el contexto de este trabajo, serían calificados como pura ficción, innecesarios o simple relleno. En verdad, no es esa la intención, pero como complemento de toda la investigación, bien vale la pena correr el riesgo.

El primero es el testimonio de un hombre vinculado a uno de los organismos de inteligencia oficial, al que no podemos identificar sin correr el riesgo de desmentidos, rectificaciones, a lo cual se suma la posibilidad de una represalia contra él en el interior del ente gubernamental, por divulgar aspectos que por su trascendencia deben permanecer ocultos. Trabajamos varios años en uno de tales organismos, y pese a ser doble el tiempo transcurrido desde nuestra desvinculación al que permanecimos en él, aún guardamos celosamente asuntos de tanta gravedad que de ser conocidos por la opinión crearían escándalos. Esto nos impide descubrir al informante.

En el otro caso, las afirmaciones aparentemente traídas de los cabellos, fantásticas, como brotadas de una mente afectada sicológicamente, que tal vez desvaría en sus narraciones por efecto de drogas alucinantes, lo traemos a estas páginas con el propósito de mostrar otra cara de los terribles y sangrientos episodios de la caída de los palcos de la corraleja de Sincelejo. No es, sin embargo, desconocido por la opinión pública, que existen y actúan las sectas satánicas. Generalmente en los meses de agosto y septiembre se denuncian robos sacrílegos, la violación de tumbas en los cementerios, la desaparición de menores de edad, especialmente niñas, que el común de las gentes atribuye a las sectas que, en la noche del 31 de octubre, “Noche de Brujas”, noche en la que Satán y todos sus demonios se apoderan del mundo, se presentan en los altares de las misas negras. La prensa amarilla, nacional e internacionalmente les da cabida a estas noticias desde hace varios años y los organismos secretos de la policía y el DAS no solamente adelantan investigaciones, realizan allanamientos, capturan sospechosos, sino que mantienen equipos de investigadores especializados que recibieron –y reciben- información y orientación técnica para ejecutar el trabajo de averiguar las denuncias respectivas.

Ambos informantes son jóvenes, El uno, oriundo del interior del país, y el otro nativo de la tierra sabanera. Bien educados e instruidos, con título profesional el coterráneo, deambulan por esas calles de Dios con la frente en alto, despreocupados, dedicados a sus labores normales, sin desentonar para nada en el marco social de la ciudad. El foráneo salió de Sincelejo hace ya varios años. Los dos nos ofrecieron sus versiones al enterarse que preparábamos un libro sobre la caída de los palcos. Queda en el criterio del lector juzgar qué hay de cierto en los dos relatos, y les pedimos que nos comprendan si consideran que no debieron aparecer aquí. En primer lugar el investigador y luego el joven profesional, dijeron:

“En cumplimiento de una misión para evitar la acción de sectas satánicas en Sincelejo, me correspondió, en cooperación con otros miembros de la institución, adelantar una serie de operativos para establecer la existencia de este tipo de organizaciones. Eso fue para los meses de agosto o septiembre de 1991. Esos operativos fueron dispuestos porque se recibieron, en 1990, varias denuncias sobre misas negras, desaparición de niños que supuestamente habían sido asesinados durante ceremonias de sacrificio al diablo, violación de niñas y otras versiones.

 En uno de los allanamientos, en una lujosa residencia de Sincelejo de propiedad de un rico ganadero, encontramos un video sobre la tragedia del 20 de enero de 1980. El ganadero no tenía ni la más remota idea de que una de sus hijas, estaba involucrada en el satanismo. El allanamiento, para evitar escándalos perjudiciales al ganadero, se hizo de la manera mas sigilosa posible. Al estudiar el material decomisado, encontramos varios videos en donde se observan hechos verdaderamente increíbles, horrorosos y que, sólo verlos, se le mete a uno el miedo en el cuerpo. Pero lo que nos llamó la atención y que el jefe inmediato procedió a decomisar para evitar que fuera regrabado y divulgado, mostraba el día 20 de enero de 1980. La toma, en los momentos iniciales, es un paneo sobre el firmamento que se va poniendo oscuro, como para significar que algo va a pasar. El paneo es en la plaza de Mochila. El tono gris se va poniendo poco a poco gris oscuro hasta llegar al negro. Unos relámpagos, captados por la cámara, se semejan a los cuernos de un toro gigantesco. Se alcanzan a ver en la pantalla por lo menos tres veces, los cuernos. 

Tal parece que el camarógrafo está informado de lo que va a ocurrir porque mediante el paneo busca en el cielo la señal. Gran parte de la cinta se centra en el espacio encima de la corraleja, porque se deja en la parte baja de la pantalla, a manera de fondo que confirma el escenario, los techos de los palcos. La filmación, de acuerdo con los ángulos, se hizo desde uno de los lados de la construcción que no se cayeron. Se ve cuando se precipita la lluvia y tal vez faltando muy poco para caerse los palcos, se interrumpe la filmación y luego se sigue con la vista de los palcos derrumbados, igual a como salieron en las fotos de los periódicos. El video fue ocultado por nuestros superiores y sin necesidad de que se hiciera por escrito, se nos insinuó que no debíamos hablar de su existencia, porque indiscutiblemente se trataba de una acción satánica. Personalmente creo, después de ver el video porque no estaba aquí cuando se cayeron los palcos, que con ello se confirma una acción diabólica. En el ambiente se presiente una forma siniestra, satánica, que eriza la piel. No pida informes a mi institución, de la que ya salí hace algún tiempo, porque todo será negado. Nadie le hablará de ello. No olvide que los organismos de investigación son expertos en ocultar las cosas que no le convienen al gobierno. Yo mismo, negaré haber hablado con usted. Incluso, insistiré en que no sé quién es usted”.

El profesional:
“Soy miembro de una secta que rinde culto al diablo. Fui reclutado por una amiga cuando apenas contaba catorce años y no había terminado los estudios de bachillerato. Fue precisamente en el colegio, uno de los mejores de Sincelejo, en donde me contactaron y me invitaron a concurrir a la celebración de una misa negra. 



El desplome de los palcos ha concluido. Esta gráfica también de El Espectador,muestra cómo los aficionados en el ruedo y también los asistentes a los palcos no han captado aun la magnitud de la tragedia. Instantes después comienzan los dolores, los gritos, los llantos y el caos._Una nube negra intensa sirve de trasfondo.

Para no perder a la amiga, con la que disfruté los primeros encantos del sexo, fui y quedé matriculado de inmediato, porque ella, la secta, no me impide asistir y cumplir con actos litúrgicos de las otras iglesias, ya que debemos aparentar la mayor normalidad en nuestras actividades comunes. Fue así que el 31 de octubre del 2000, para despedir el segundo milenio y recibir al tercero, al tiempo que celebrábamos la Noche de Brujas, asistimos a nuestro templo que es el garaje de una hermosa residencia. Concurrimos cuatro mujeres adultas, y entre nosotros se llaman adultas las mujeres que pasan de los veinte años, pero no llegan a los treinta, que son las encargadas de organizar el altar y proporcionar los elementos para la liturgia, que los que no hacen parte de nuestro movimiento califican como “misa negra”. Nueve jovencitas entre los trece y los dieciséis años, el Gran Maestro y dos Oferentes. Nueve hombres entre los dieciocho y los veinticuatro años y cinco muchachos entre los quince y los diecisiete años. Para completar el número cabalístico que le corresponde a nuestro grupo, 33, seducimos a tres niñas de diez, once y doce años, que como es lógico, estaban destinadas al sacrificio por el nuevo milenio. Llegamos temprano al garaje y simulamos una fiesta estudiantil y a las once de la noche se inició la liturgia. 

A las doce de la noche en punto, apareció sobre el altar el propio Satanás, al cual le rendimos culto y le ofrecimos a las tres niñas, a las cuales desfloró en presencia de todos. Las niñas se mostraron complacidas del acto y voluntariamente se brindaron para el sacrificio, pero el diablo, por primera vez desde que hago parte de la secta, dijo que las dejaba con vida, porque una de ellas, indirectamente, había sido inmolada y, además, las quería para satisfacerse con ellas. El Gran Maestro, tan confundido como nosotros, preguntó la razón y señaló que era un riesgo dejarlas vivas porque podrían identificarnos y crearnos un serio problema, pero el diablo ratificó su decisión. Mirando al Gran Maestro, le dijo: “Te concedo permiso para usarlas sexualmente si así lo apeteces, pero nunca más pongas en tela de juicio mis decisiones”.

-¿Satanás no lanzó rayos y centellas para castigarlo?

“Los que no conocen el mundo de las tinieblas, como lo llaman, piensan que el diablo es negro, horrorosamente feo, con rabo y cachos. Nada más lejos de la verdad. El diablo es un hombre siempre joven, hermoso, más bien luminoso, atractivo y divino según las mujeres. Su aspecto es el de un hombre respetable, sumamente culto, educado, con ademanes sencillos, pero sin amaneramientos. Por lo menos en mi grupo, es mortal para los miembros varones mostrar cualquier debilidad o expresión homosexual. Su léxico es amplio, su habla ponderada, de tono bajo pero audible, aún para los que se encuentran retirados, porque su voz llega a quien él quiere que lo escuche. Por eso no necesita lanzar rayos ni centellas y cuando castiga, lo hace solamente con la mirada. Es una mirada de agua quieta, que no se conmueve con la angustia ni el dolor del que va a morir. Mata sin inquietud, sin remordimientos. Quienes entramos a su mundo, estamos por esa razón siempre alerta a sus ordenes, y si nos toca morir, no esperamos golpes ni actos violentos. Él mata de manera sencilla, con el poder de la mente. Y si no queda satisfecho, revive a la víctima para someterla a un nuevo martirio”.

-Muy bien, pero ¿en qué quedó el aquelarre?
“Satanás, sin necesidad de ello, procedió a darnos explicación de su decisión, y dijo: “Una de estas niñas es nieta de un hombre que me fue ofrecido hace veinte años en un holocausto, como parte de pago de una cuantiosa fortuna que le entregué a (...aquí el nombre...) y para satisfacer sus deseos de vengarse por una afrenta que le hicieron. El es mi protegido desde hace medio siglo”. Le pregunté si nos podía informar el por qué pedía venganza y después de mirarme por cerca de dos minutos, dijo: “Sí se puede. Él se sintió ofendido, rechazado por la clase alta de la sociedad sincelejana, rechazado pese a su cuantiosa fortuna, y por ello me convocó para que acrecentara sus bienes por lo menos tres veces más de lo que hasta entonces le había dado. Esa nueva condición le permitiría dominar a la clase alta de la sociedad que lo menospreciaba, y cuando le inquirí sobre la manera de pago, me ofreció quinientas almas y me suministró los detalles del caso. Ya se cumplieron veinte años, y él, creyendo que al refugiarse en la iglesia puede eludirme, ha recibido ya dos toquecitos de mis dedos en su viejo corazón, recordándole que su alma, cualquiera sea el lugar donde se meta, es mía, y ya no importa cuántas almas más me ofrezca. 

El abuelo de esta niña (dijo mientras colocaba la mano derecha sobre la cabeza de la niña de doce años) me fue ofrecido entre las víctimas de la corraleja, y por ello la dejo vivir. Además, ella lo desea, ¿cierto?” “Sí señor”, respondió la niña mirándole embelesada. Mentalmente Satán nos mostró dentro de nuestros cerebros, las imágenes de la tragedia que, con excepción del Gran Maestro y los dos Oferentes, ninguno de nosotros vivió por ser entonces unos niños o no haber nacido. Los demonios se sentaron sobre el techo del primer palco y lo derrumbaron y otros abrazaron los demás palcos derribándolos uno por uno. Se deleitaban aplastando a la gente que quedó bajo las tablas. Pero se le vio a Satán el gozo de haber introducido en la boca de Hermes la frase culpando a Dios de la tragedia, porque ello dejó a su protegido y a los que le contribuyeron, al margen. Se lo juro por Satanás, que todo lo que le he contado es cierto. Por eso los sincelejanos presintieron la tragedia desde por lo menos dos meses antes. Recuerde que usted no me buscó, por que no sabía de esto ni me conocía, pero el diablo quiere que en su libro aparezca registrado el por qué del mal presentimiento. Fue él quien regó en la ciudad ese presagio, y lamentablemente, debía cobrar lo que le ofrecieron”. 

20 de enero de 1980: El día que se pensó que también moría una fiesta y se dividía la historia de un pueblo que las consideraba parte de su vida. Momento en el tiempo en que salieron a relucir los pros y los contras de las fiestas. Los partidarios de su continuidad alegaban que “si se estrella un avión no hay que acabar con los vuelos ni con las compañías aéreas”; “cuando los trenes se descarrilan no se acaba el transporte férreo” o “cuando se cae un edificio no por ello se detiene el progreso urbanístico”. Los contradictores se apoyaban en el salvajismo, en las diferencias sociales de las víctimas – siempre de los estratos bajos de las poblaciones en que se realizan las corralejas- y en la necesidad de transportar a la sociedad de esta sección del país a posiciones más altas culturalmente hablando. En medio de ellos, las autoridades y los dirigentes políticos trataban de aparentar imparcialidad.

Voces autorizadas se manifestaron en contra. Veamos algunas:

“Tan estupefacto queda uno ante una tragedia de la magnitud de las corralejas de Sincelejo, que ni pensar provoca. Se ve aquello tan absurdo, tan sin sentido que, si algo se quiere opinar, pues no se sabe por dónde empezar. Uno entiende, aunque duela demasiado, que cuando las fuerzas secretas de la naturaleza se salen de órbita, como en el caso de los terremotos y de las inundaciones, haya muerte, dolor y destrucción por doquier. Pero que sea la insensatez humana la causa de tragedias tan espantosas como esta de Sincelejo, es cosa bien difícil de comprender, así se sea tan costeño como la cacica vallenata. 

Pese a que me apasiona opinar sobre hechos que aparecen envueltos en la secular injusticia humana, tenía el propósito de callar en este caso, porque me parecía algo tan absurdo, que no sabía qué decir, pero luego de leer las advertencias que la cacica nos hace a los cachacos acerca de la imposibilidad en que estamos de entender salvajadas como las tales corralejas pues me entraron ganas de desobedecer las órdenes de la infalible amiga. Y aquí voy. La gran escritora costeña Consuelo Araujo nos presenta en el mencionado artículo una excelente radiografía de la idiosincrasia de las gentes de su comarca. Y en verdad que nada hay tan estimulante y tan vital como la alegría desbordada y despreocupada de los costeños. Es algo que uno, montañero cachaco, envidia a más no poder. Como producto de ese espíritu bullanguero y jacarandoso, nos habla la cacica de tres fiestas esenciales: el carnaval de Barranquilla, el festival vallenato y las corralejas; entendido señora mía, pero distingamos.

 He gozado el carnaval barranquillero en los clubes donde se divierten los ricos y en las calles y casetas donde las montoneras gozan a más no poder. Se trata de una fiesta maravillosa que expresa a la perfección ese espíritu costeño alegre y guapachoso, que ya nos quisiéramos los del interior. Si hay sangre, se debe a casos fortuitos, como los que pueden presentarse en la solemne feria de Manizales, o en la del bambuco en Neiva. Cuando disfruté de la hospitalidad de su familia en Valledupar, alcancé a medir el noble significado del festival vallenato cuando de día y de noche, los de arriba, los de abajo y los de la mitad, beben whiskies y rones por toneladas mientras suenan sin interrupción los tambores, los acordeones y las guacharacas. Alegría sana, sanísima, desbordada entre multitudes que cantan y gritan abrazadas sin distinciones sociales ni económicas.

 Varias veces pensé asistir a las corralejas, por curiosidad de periodista que debe verlo y conocerlo todo, pero siempre me atajó un profundo sentimiento de repugnancia ante un espectáculo macabro en que se divierten como Nerones unos pocos privilegiados, a costa del hambre y de la necesidad de centenares de suicidas, en medio de multitudes animalizadas por el alcohol. Alguna diferencia existe, mi querida cacica, entre el democrático carnaval de Barranquilla, su igualitario festival vallenato, y este abominable circo sin pan, pero con alcohol, de las tales corralejas.

Después de la inenarrable tragedia en la que pusieron toda la cuota de sacrificio las gentes pobres, solo cabe resignarse a darle piadosa sepultura a los centenares de muertos, pero quedan problemas sociales cuya solución yo quisiera que la cacica me ayudara a pensar. Se habla de más de 800 heridos, muchos de los cuales sufrirán por el resto de su vida los efectos de las mutilaciones, de las deformaciones y de las desfiguraciones. ¿y qué decir de los huérfanos, de las viudas y de los ancianos que han quedado en completo desamparo? Creo que el Gobierno no debe ahorrar dinero ni esfuerzos en la tarea de ayudar a todas estas gentes, pero ¿cuál piensa usted, Consuelo Araujo, que deberá ser la conducta a seguir por los multimillonarios señores feudales, doblados de caciques políticos que, de acuerdo con las informaciones periodísticas, han sido siempre los más interesados en que no se interrumpan las anuales corralejas? ¿Derrocharán ahora el dinero para socorrer a los heridos y para amparar a los que han quedado sin apoyo alguno en la vida, como lo hacían cuando regalaban cuarenta toros asesinos, y lanzaban billetes de peso y botellas de ron a los centenares de infelices como única manera de subsistir y de familiarizarse con la muerte atroz?18

El diario El Espectador, como lo hicieron también negativamente prácticamente todos los diarios del país, editorializa tanto en la edición nacional como en la edición Costa del día 23 de enero, de esta manera:

Edicosta: “Dicen que el inexorable paso de los años suele dar la razón a quienes ya tienen a sus espaldas más de unos cuantos. Para quienes se oponían y siempre se opusieron a la realización de las Fiestas en Corraleja queda consignada en su conciencia la satisfacción del deber cumplido. Para quienes las promovían y las defendían a capa y espada solo queda el “trágico deseo” de no volverlas a realizar. Sincelejo y el pueblo sincelejano borrarán de sus calendarios para siempre aquella fecha que, durante mucho tiempo, un cuarto de siglo y algo más, anhelaban ver llegar. Era la Fiesta en Corraleja una fiesta eminentemente popular y por ende su larga trayectoria. Pero la fiesta de los manteros, las picas y los toros, no es la única con ese ambiente popular en Sucre y Sincelejo.

 Hay otras fiestas de igual colorido y esplendor. Está en la agenda entre otras muchas, la del Festival Sabanero del Acordeón que, aunque menos osada y atrevida es también del pueblo. Que las corralejas han muerto y con ellas muchos “en vida”, es cierto, pero ha quedado demostrado que no es solo la fiesta o la tragedia las únicas que congregan y mantienen unidos a los pueblos. En este caso, en el de la triste tragedia los hombres se han unido para demostrar el maduro civismo que poseen sus cualidades excepcionales en responsabilidad y competencia para afrontar tan tremendo desastre. Y ese gran valor cívico y ese gran sentido de responsabilidad en el pueblo sucreño es característica indeleble e inalienable frente al dolor y la alegría. La tragedia ha enlutado a la Costa Atlántica y ha causado el natural dolor en toda Colombia; por eso, ahora que las corralejas han muerto...que vivan las corralejas”. 18

En el editorial de la edición nacional, en 72 renglones, el diario de los Cano hace un recuento de las tragedias nacionales, desde la estrellada sobre las tarimas en donde se encontraban incluso dos presidentes, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, de un avión militar en el famoso campo de Santa Ana en Bogotá, la explosión de un convoy militar cargado de nitroglicerina en Cali, el incendio del almacén Vida de la capital del país, el incendio del edificio de Avianca, el derrumbe de Quebradablanca y otros, al cual le puso el título de “EL SENTIDO COMUN”. El arranque y el epílogo del editorial se refieren a Sincelejo, así:

“Muchas veces hablamos del sentido común y, sin embargo, siempre que sufrimos una catástrofe, un siniestro de las proporciones del acaecido el domingo anterior en Sincelejo, volvemos a repetir que hubo falta de sentido común”,

El caricaturistaVelezefe, de El Colombiano, de Medellín, sinboliza la concepción que del ganadero costeño se tiene en el país. Primero las reses, después lo demás.

Y remata:
“Lo del domingo en Sincelejo nos ha dolido inmensamente. Con corralejas o sin corralejas en los municipios del país, miles de personas atestan endebles y mal construidos tablados que se desbaratan en cualquier momento. En el sitio de la reciente tragedia el sobrecupo era inocultable. Ahora hay familias que lloran su desgracia y todos lamentamos el hecho. Independientemente del análisis respecto de los factores del insuceso, de los correctivos indispensables en cada caso, ¿no será tiempo de revisar nuestro sentido común y de probar que este “no es el menos común de los sentidos”?”18

El diario El Colombiano, de Medellín, en su edición el día miércoles 23 de enero de 1980, en una notícula de la página editorial, dijo:

DESAFIO A LA MUERTE".
 En este momento, de angustia y desesperación, las gentes del departamento de Sucre están identificadas en el drama y en el dolor, y son partidarias de que el gobierno, a través de una medida drástica, suspenda, de una vez por todas, las llamadas corralejas que durante los meses de diciembre y enero se celebran en un gran número de poblaciones de la Costa Atlántica y del interior del país. Fue necesaria una tragedia de las proporciones de la que acaba de presentarse en la ciudad de Sincelejo para que el pueblo se diera cuenta del salvajismo, la irresponsabilidad y el criminal desafío a la muerte que se deriva de semejantes jolgorios. Centenares de familias de esa importante región de Colombia se hallan sumidas en la desgracia. De muchas de ellas perecieron padres, hermanos, hijos y esposos, o sea que las viudas y los huérfanos suman cantidades incalculables. 

Quiere decir que aparte de los muertos, heridos y desaparecidos, el número de damnificados también es elevado. Ojalá que el anuncio de la prohibición de las corralejas sea, en realidad, algo positivo. Y que el gobierno no permita que influencias y determinados intereses primen en su oportuna y rápida decisión. Porque si la realización de tales espectáculos es potestativa de las autoridades de cada municipio en particular, debe dictarse una disposición que rija a nivel nacional contra las siniestras y ... Celebraciones populares. “En una nación cristiana, que se precia de sus esfuerzos por colocarse entre las más civilizadas del planeta, no se encuentra excusa valedera para tolerar, patrocinar y autorizar un espectáculo de las trágicas, perniciosas y macabras incidencias de las corralejas”.20

Pero lo que un gran número de sincelejanos consideró que sería el final de las fiestas, que las gentes de otros lugares del país creyeron que quedaban, junto a los cientos de muertos, enterradas para siempre, no fue más que un receso de menos de veinte años. Desde 1981 se hicieron intentos para reanudar las fiestas, entre ellos los del abogado e historiador Inis Amador y el ganadero Arturo Cumplido, que fracasaron ante la presión popular. Los familiares de los cientos de víctimas no se habían repuesto del dolor y a ello, los enemigos ocultos que jamás fueron investigados por los acuciosos sabuesos de los organismos de inteligencia agregaron llamadas telefónicas amenazantes. Todos los propósitos fallaron hasta que el señor Alberto Gómez Revollo, tal parece que en cumplimiento de promesas políticas secretas porque en su programa de gobierno nada dijo al respecto, dictó un decreto mediante el cual autorizó la reanudación de las corralejas, que desde entonces vienen celebrándose, pero en lugares distintos a los tradicionales.

“Mientras desempeñaba la Gerencia de Emposucre, hice una encuesta entre los usuarios con la pregunta de si querían o no que se reanudaran las corralejas y más del 70% contestó que sí. Con base en este resultado, cuando fui elegido como alcalde de Sincelejo, dispuse la reanudación de las fiestas y nombré la junta directiva para la organización respectiva. No recibí presión de ninguna clase para esto. Asumí el cargo el primero de enero y el día 15 prohibí la corraleja del Club Campestre, no obstante, todas las protestas, y eso puede mostrarle que estuve exento de presiones para reanudar las fiestas”.21

LAS VICTIMAS

Los palcos se derrumbaron a eso de las 4:30 de la tarde, y yo en mi condición de periodista, emito aproximadamente a las 10:00 de la noche, el primer listado de heridos y muertos a través de la emisora Radio Sabanas, filial de la cadena caracol. El Diario El Espectador, mediante despachos firmados por el periodista Luis Salazar de la Hoz, publicó una lista en la edición del día 22 de enero en la cual aparecen 162 victimas.

Entre una y otra hay diferencias en el total de victimas, teniendo en cuenta que el corresponsal se afirma en boletines de la policía en donde aparecen nombres como el de José Berrío, José Berrío Ruíz y Josefa Berrío Ruíz. Tres victimas, dos hombres y una mujer, que en verdad es la mujer, propietaria de una cantina en el primer piso del primer palco que se vino a tierra. En la lista del autor aparece María Cruz Callejas Canole y en la de la policía como María C. Callejas Corrales y María Cruz Callejas, siendo el primero el nombre real. Otro caso es el de José Orobio Cruz Olarte, Orobio Olarte Cruz y Orobio Cruz Salas. El autor considera que se trata de la misma persona porque en todos los casos aparecen como residentes en el barrio Camilo Torres y en verdad es el primero de los nombres que corresponde a un ciudadano procedente de una localidad del sur del país.

Hay otros casos, como el de Félix María Contreras y María Félix Contreras, que a la postre resultó siendo el segundo. Pero si en algo falló la información oficial fue en la identificación de Fabio Contreras Canchila, que aparece como Fabio Contreras, Fabio Contreras C, Fabio C. Canchila y Fabio Contreras Canchila la identificación real.

La información de El Espectador sobre las víctimas comienza a ser más exacta en el tercer informe suscrito por el periodista Luís Salazar de la Hoz, que la inicia así: “Ante la confusión que reina en lo relacionado con el total de victimas de las catástrofe ocurrida el domingo anterior, El Espectador se desplazó a la Inspección Central de Policía, y con la colaboración del periodista Lelis Movilla, revisó directamente los certificados de defunción que allí se expiden, obteniéndose los siguientes resultados: (aquí sigue la lista)”   Pese a las presiones del momento, el autor alcanzó a depurar la lista oficial y la anexó a la suya, con la observación de los muertos registrados en el hospital de Corozal, los conducidos por familiares y amigos a otras poblaciones, además de reportar el número de muertos en localidades como Montería, Cereté, Sahagún y otras.

En la lista siguiente no aparece la totalidad de victimas, pero patentiza cómo se manipularon las cifras para minimizar el resultado siniestro y más tarde afirmar que solamente fueron cien los muertos. Si seis horas después, en medio del afán por la suerte de los heridos que se debatían entre la vida y la muerte ya se registraban 208 muertos entre los conducidos al Hospital Regional y al hospital San Francisco de Asís, 115 identificados y 93 que aparecían como N.N. más los de Corozal y otros lugares la realidad es diferente.

A.
Almanza Almanza, Miguel de Jesús
Álvarez Herrera, Niro.
Arrieta, Humberto        

B.
Ballesteros, Antonio. Comerciante. 58 años. Natural de Palotal, Córdoba. Residente en el barrio El Porvenir de Sincelejo.
Barreto Molina (no fue suministrado el nombre).
Barrios Baldovino, Ezequiel.
Barrios Vega, Reinaldo. Profesor. 47 años. Natural de Cartagena. Hijo de Reinaldo y Ana Julia. Residente en la Avenida Blas de Lezo de Cartagena.
Bertel Morales, Fraudis. Estudiante. 12 años hijo de Jaime y María. Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Barrios Sierra, Nelcy.
Berrío Ruiz, Josefa.
Bustamante Llorente, Hermes E. Obrero. 17 años hijo de Dionisio y Alicia. Residente en el barrio El Cabrero de Sincelejo.

C.
Callejas Canole, María Cruz. 8 años, hija de Víctor y Sofía. Residente en el barrio Pablo VI de Sincelejo.
Campuzano Merlano, Antonio Carlos. Residente en el corregimiento El Cerrito.
Capachero Pérez, Rufino. Comerciante. 55 años hijo de Agustín y Ambrosia, residente en el barrio Verbel de Sincelejo.
Caro, Antonio. Residente en el corregimiento de Canutalito.
Caro Peña, Herman.
Casares Velásquez, Rafael Enrique. Estudiante 26 años hijo de Rafael y Cristobina. Residente en Sincelejo.
Castillo Peluffo, José.
Castillo Rodríguez, Pedro.
Castillo, María Venilda.
Causil Padilla, Luis.
Contreras Canchila, Fabio. Natural de Planeta Rica.
Contreras, Julio.
Contreras, María Félix.
Cruz. Esther Olivares Hernández de. Oficios domésticos. 25 años. Natural de Cartagena. Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Cruz Olarte, José Orobio. Empleado. 35 años natural de Tumaco Nariño.

Ch.
Chica Sierra, Victoria. Oficios domésticos. Hija de Roberto y Enriqueta. Residente en el barrio San Luis de Sincelejo.

D.
De la Rosa Flórez, José.
Díaz Monterroza, Luis.
Diegó Herrera, Freddy Rafael. Estudiante. 11 años. Hijo de Julio y Bella. Residente en la Calle del Comercio de Sincelejo.


La gráfica de El Espectadores patética. Muertos y heridos colman los pasillos del hospital de Sincelejo.
E.
Evelma, Jorge Iván.

F.
Flórez Mejía, Nuriber. Aparece también como Nuriber Jiménez Mejía. En ambos casos se trata de una niña de 8 años de edad.
Flórez Lázaro, Luz.

G.
García, Alejandro.
García Muñoz, Sergio. Apareció con el número de teléfono 45357 de Cartagena.
Gómez Pinar, Carlos.
González Gómez, Hugo Carlos. 10 años. Hijo de Hernando y Sol. Residente en el barrio Kennedy de Sincelejo.
Gómez, Eliécer.
Gómez Badel, Luís Guillermo.
Guevara Hernández, Adolfo. Agricultor. 53 años. Hijo de Benjamín y Evangelina. Natural de Lorica, y residente en el barrio Argelia de Sincelejo.

H.
Hernández Flórez, Agnelio. Estudiante. 19 años. Hijo de Expedito y Cruz María. Residente en el barrio el Progreso de Sincelejo.
Hernández Gómez, Doris. Estudiante. 17 años. Hija de José y Dora. Residente en el barrio la Trinidad de Sincelejo.
Herrera, Jorge Luís.

J.
Jerez Almanza, Nelly.

L.
Lázaro P. Florentino. Comerciante. 75 años.
Lázaro, Olegario. Natural de Corozal, residente en la Calle Real de Sincelejo.
Ledesma, José. 6 años.

M.
Macareno, Marcelino
Mangones Altamiranda, Jorge Enrique. Natural de Lorica.
Mangones Hernández, Jorge. 33 años hijo de Víctor y Débora. Natural y residente en Corozalito.
Manjares, Jorge Enrique.
Márquez, Juan José.
Martínez Carrascal, Luís A. Obrero. 18 años. Hijo de Pedro y Alicia. Residente en el barrio el Prado de Sincelejo.
Martínez Castro, Juan Agripino. Empleado. 53 años hijo de Juan y Rosenda. Residente en la Calle Bolívar de Sincelejo.
Martínez Díaz, Medardo. Talabartero. 24 años. Hijo de Hernando Rafael e Itala Cristina. Residente en el barrio 20 de Enero de Sincelejo.
Martínez Méndez, Buena.
Martínez Ramírez, Dora. Natural de San Marcos Sucre.
Martínez, Tuto. Vendedor ambulante de medicinas. 42 años.
Martínez, Norberto.
Maya Ruíz, Agustín. Comerciante. 24 años. Hijo de Ramón y María. Natural de Medellín.
Medina Barreto, Luis Francisco. Residente en Coraza.
Merlano, Juan Antonio.

Tétrica gráfica publicada por El Informador de Sucre, en la que aparecen varias de las victimas fatales de la corralejaMiranda, Manuel. Natural y residente en Ciénaga de Oro Córdoba.
Molina Campo, Pedro A. Estudiante. 22 años hijo de Pedro y Mercedes. Residente en Sincelejo.
Molina Miranda, Elizabeth Johana. Estudiante. 8 años hija de Rafael y Nancy. Residente en el barrio 20 de Enero de Sincelejo.
Monterroza, Dairo (ó Darío).  
Monterroza Méndez, Claudia. 5 años. Hija de Ignacio y María. Residente en el barrio la Bastilla de Sincelejo.
Montes, Teresa.
Montes Paternina, Ana. Oficios domésticos. 32 años hija de José y María.
Montes Vergara, Denis.
Morales Barbosa, Remberto. Empleado público. 49 años hijo de Octaviano y Máxima. Natural de Colosó. Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Morales Díaz, Jorge Luis. Estudiante. 12 años. Hijo de Jorge e Isabel. Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Morelos Mendoza, José J. Albañil. Hijo de Pablo y Ana.

N.
Nader Canchila, Simón.  
Navarro, Manuel Antonio.

O.
Ochoa Gutiérrez, Eliécer. 8 años. Residente en el barrio Majagual de Sincelejo.
Ospino, Toribio.

 P.
Pacheco Ortega, Lisandro. Conductor. 53 años. Hijo de Lisandro y Dálida. Residente en el barrio La Bastilla de Sincelejo.
Padrón Arroyo, Crisanto de J. Hijo de José y Germania.
Paquena Velilla, María C. Oficios domésticos. 45 años. Hija de Isidoro y Petrona. Residente en el barrio San Luis de Sincelejo.
Paternina González, Adolfo Antonio. Residente en Sampués.
Paternina, José Rodrigo.
Paternina Ríos, Eberto. Ganadero. 46 años. Hijo de Erlindo e Isabel. Residente en el barrio Alfonso López de Sincelejo.
Peralta Márquez, Amaury.
Polo Benítez, Eleuterio.

R.
Rivera Pérez, Enrique. 6 años.
Rodríguez Velásquez, José.
Rojas Buelvas, Astrid Patricia.
Romero, Guillermo Enrique. Estudiante. 13 años. Hijo de Donaldo Salcedo y Luz Romero. Residente en La Narcisa, Sincelejo.

S.
Sáenz, Nelson.
Salazar Paternina, Custodio Segundo. Estudiante. Hijo de Custodio y Rosa. Residente en la calle Puerto Escondido de Sincelejo.
Salcedo Arroyo, Dora Alba. Oficios domésticos. 36 años hija de Juan y Rebeca. Residente en La Narcisa, Sincelejo.
Salgado Vargas, Juan Bautista.
Salom Truaquero, Bernardo. Agricultor. 60 años. Residente en el barrio La María de Sincelejo.
Severiche, Celina. Natural de Planeta Rica.
Severiche García, Grilda del Carmen.
Severiche Garcia, José.
Severiche González, Benilda del Carmen.
Severiche González, Germán.
Sierra, Doris.
Sierra Lacombe. Onel V. Estudiante. 21 años. Hijo de Onel y Dora. Residente en Sincelejo.
Suárez, María Felicia Castillo Viuda de. Residente en Don Alonso corregimiento de Corozal.

T.
Támara Bettin, Blanca Regina. Estudiante. 16 años. Hija de Julio y Regina, residente en Sincelejo.
Támara Morales, Ángel M. Obrero. 33 años. Hijo de Dionisio y María. Residente en el barrio Mochila de Sincelejo.
Tapias Orozco, Edenia. 17 años. Natural de San Onofre.
Tatis, Segundo.
Trubequen, Fernando.

V.
Verbel, Carlos Julio. Estudiante. 16 años. Hijo de Francisco y Ángela residente en el barrio 20 de Julio de Sincelejo.
Verbel Gómez, Ramiro Enrique. Empleado. 33 años. Hijo de Juan y Corina. Residente en el barrio 20 de Julio de Sincelejo.
Vergara Acuña, Ciro. Natural y residente en Sampués.
Vergara, Doris.
Vergara, Francisco Manuel. Agricultor. 29 años. Hijo de José y Tulia. Natural de Palito Sucre.
Vergara Montes, Denis. Oficios domésticos. 19 años. Hija de Rafael y Elvia. Residente en el barrio Botero de Sincelejo.
Viloria Anaya, Domingo. Estudiante. 12 años. Hijo de Apolinar y Juana. Residente en el barrio el Bosque de Sincelejo.

De los muertos no identificados dos o tres días después de los hechos, y debido al grado de descomposición de los cuerpos, la Alcaldía dispuso abrir una fosa común en el cementerio central en la cual se arrojaron 20 cadáveres en la primera capa rellena de inmediato con cal. Luego se arrojaron 20 cuerpos más para una segunda capa de cal. Y una tercera y ultima en la que no hay acuerdo sobre el número de cadáveres por cuanto algunos testigos afirman que fueron diez y otros que apenas ocho.  

Las autoridades, especialmente la policía, y los gobiernos Municipal y Departamental, se mancomunaron para ocultar información que permitiera fijar el total de víctimas fatales, que no son 108 como se comunicó en su momento.

Para corroborar este aserto, vasta mencionar que nadie sabe el total de vehículos abandonados en los alrededores de la plaza de mochila hasta ocho o diez días después de la tragedia, ni las marcas, modelos, placas, lugares de matrícula ni quién o quienes los reclamaron.

En el municipio de Chinú, departamento de Córdoba, veinte años después se comenta el caso de una familia procedente del interior del país, posiblemente de Antioquia, que dejó frente a una de las residencias localizadas a un lado de la carretera troncal de occidente confiando a los que allí vivían el camión en que llegaron mientras asistían a la corraleja de Sincelejo.

Desfile de ataúdes por las calles de Sincelejo, rumbo al cementerio municipal.
 La familia la integraba un hombre mayor, el mismo que conducía el vehículo, una señora y un joven de aproximadamente 18 años, que aparentemente eran la esposa y un sobrino del conductor del vehículo. Pasados los meses y en vista de que la familia no regresaba se le aviso a la policía y esta se apoderó del camión y después de largo tiempo de uso el vehículo desapareció de la población sin explicaciones de ninguna clase y por ello se asegura que la institución no fue clara sobre el destino que se le dio.

¿Supo el juez investigador estos casos? Quizás no, como muchas otras cuestiones inherentes a la tragedia. Si la policía tomó el vehículo para su propio servicio como se rumora en Chinú, fue porque ocultó la información y ello permitió todo lo que ahora enloda el buen nombre de la institución.   

¿MODERNIZACION DE LA CORRALEJA?



Vista aérea del la nueva corraleja de Sincelejo, tomada por el piloto Capitán Carlos Torres. Sin embargo, la capacidad es menor a la aforada durante varios años en la plaza del barrio Mochila, sitio de la tragedia. Cortesía de Jairo Villegas y Ramón Torres Cuello   
El hecho de revivir las fiestas, y aquí se patentiza la manera en que las clases pudientes manejan este espectáculo, sirvió para introducir ligeras modificaciones que los favorecen en sus intereses pecuniarios. Veamos:

I.                    El suministro de toros pasó de ser un orgullo del ganadero, a uno de los negocios más rentables de las fiestas, porque cobran ahora toro por toro y se les debe indemnizar cuando el animal sufre deterioros visibles.

II.                 Se erradicó a ganaderos conocidos, como Perna Mazzeo, Alcocer, Guerra Tulena, etc., para contratar a ganaderos de otros departamentos. Como Perna Mazzeo y Pedro Juan Tulena murieron años después de la tragedia y antes de la reanudación de las fiestas, ya no podrá repetirse en la plaza “Son de Tolemaida... son de Juancho Perna”.

III.              Las luchas intestinas para acaparar las fiestas se mantienen vigentes. Ahora se procura que el grupo político que obtuvo la reanudación de los festejos, a través de una figura manejable, se mantenga con las riendas de las mismas. De todas maneras, la corraleja produce cientos de millones de pesos que nadie quiere dejar de usufructuar.

IV.              El municipio de Sincelejo, escudándose en el pretexto del “desarrollo cultural”, gira anualmente millonarias partidas para la organización de la corraleja, con lo cual los organizadores aseguran sus ganancias, además de beber, bailar y comer por cerca de un mes a costas del erario sincelejano.

V.                La junta organizadora, a regañadientes, entrega extemporáneamente un informe de las sumas que recibe por auxilio del municipio y por la venta hasta del aire que respiran los asistentes a la corraleja. Mientras la fiesta de corraleja del municipio de Sincé, fiesta que no pudo llegar al grado de importancia de la de Sincelejo y que es una población que no alcanza a la mitad de extensión ni de habitantes de la capital de Sucre, registra cada año ganancias que se aportan a la ejecución de una obra de beneficio comunitario, en Sincelejo arroja pérdidas.

VI.              La incuria oficial sigue latente. Los hospitales y centros asistenciales sufren las mismas deficiencias y carencias de 1980. Los familiares de los muertos reciben a cambio una rústica caja de madera para conducir al camposanto a sus seres queridos, y pasada la fiesta nadie se acuerda de los heridos.

VII.           La vigilancia y control policial se limita a preservar los bienes de los negociantes de la corraleja, pero no se adoptan medidas de seguridad ni prevención, por lo cual el público sigue expuesto a contingencias graves.

VIII.        La innovación principal, no para defender a los ciudadanos sino para aumentar los ingresos de los negociantes de la corraleja – y el mal ejemplo fue seguido de inmediato en todas partes porque la corraleja es un negocio en que ciertos socios participan de varias de ellas con dinero o con ganado de lidia- es el establecimiento de una barrera de alambre de púas para que los voluntarios y manteros no ingresen a los palcos, y al mismo tiempo, rodear de “una alambrada de garantías hostiles” la construcción, lo cual facilita el cobro del ingreso al redondel. Es decir, que en Sincelejo y en la corraleja, se estableció el impuesto para poder morir en la arena, porque los que ingresan exponen sus vidas frente a los toros. Ni siquiera los sanguinarios mandatarios de la Roma Imperial, pensaron en un tributo de esta clase para que los cristianos pudieran morir santamente en las arenas del Coliseo.

Podríamos continuar en la tarea de resaltar los aspectos negativos de la nueva corraleja, pero no fue nuestra intención al momento de elaborar este trabajo ni posteriormente, el inmiscuirnos en lo que parece esencia de muchos sabaneros y sinuanos, pero a todas luces prácticas funestas para los de la gleba, que son, en menor o mayor cuantía, los que pusieron, ponen y pondrán los muertos y heridos (consciente o inconscientemente) en las fiestas de  corraleja, para complacer el ego de las clases pudientes y dominantes que desde los palcos se extasían en  la desgracia popular.

Pero sí cabe la observación de que la justicia penal guarda silencio en torno a la responsabilidad, mientras que la justicia contencioso-administrativa encontró culpables de la tragedia de 1980 y condenó a la Nación y al municipio de Sincelejo a indemnizar a los familiares de las víctimas fatales, así como a los que quedaron baldados.

El entierro de las victimas se inició el lunes 21, por lotes. Esta fotografía de El Tiempo, en primer plano, muestran varios ataúdes en el cementerio mientras se realiza la ceremonia religiosa.

¿JUSTICIA?
Los diccionarios aseguran que justicia es “virtud que nos hace dar a cada cual lo que le corresponde”. Entre los sinónimos destacamos rectitud, probidad, honradez, conciencia, y entre los antónimos injusticia, parcialidad, inmoralidad, inequidad, irregularidad.

Si se revisan los archivos de las inspecciones de policía, los juzgados penales municipales, del circuito, de instrucción criminal, superiores y la sala penal del Tribunal Superior de Sincelejo, vamos a establecer que no obstante el número de muertos y heridos, la rama del poder público que se califica como “judicial” no se dignó iniciar un proceso de investigación sobre lo que pudo originar la tragedia del domingo 20 de enero de 1980, caída de los palcos, ni por acción directa (denuncia) de uno de los afectados, ni de oficio, que como señalan las normas jurídicas debe iniciar quien ostente la dignidad de juez al escuchar por la radio, leer en un periódico, ver en la televisión, o por rumores que entrañen la comisión de un hecho doloso.  

Los inspectores, jueces, fiscales, ni los magistrados, vieron, oyeron, leyeron o escucharon que el 20 de enero de 1980 se fue a tierra parte de la corraleja, que la cantidad de muertos sobrepasó con creces el límite normal de mortalidad a que estaban acostumbrados los sabaneros, que la cantidad de heridos obligó a distribuirlos, ante la imposibilidad del hospital regional y la unidad San Francisco de Asís, en los hospitales de Corozal, Sahagún, Cereté, Montería, Cartagena y Barranquilla.

Las autoridades no se toparon el lunes 21 con los desfiles fúnebres que coincidencialmente pasaron por el frente de algunos despachos judiciales. De nada de esto se enteró la “justicia” sincelejana y por ello no abrieron investigación alguna para establecer responsabilidades. Ni la policía, ni la infantería de marina ni el DAS, les notificaron que en Sincelejo había ocurrido una calamidad inusitada.

Si se enteraron, tal vez se atuvieron a los veredictos de las autoridades administrativas, que antes de transcurrir ocho días de la tragedia manifestaron que todo había sido producto de un “accidente” y se descartaba un sabotaje o cualquier acto que implicara un atentado criminal contra la corraleja. Y posiblemente se ampararon aún más en la afirmación del Gobernador del momento, Hermes Darío Pérez, catedrático universitario y por esta razón hombre ilustrado e ilustre, de que el único culpable fue Dios.

Ante tan autorizada afirmación de un hombre que profesa la religión católica, apostólica y romana, y de contera militante del partido conservador que ha sido abanderado de tal credo religioso, los señores de la justicia sincelejana, si se enteraron, debieron preguntarse: ¿Cómo procesar a Dios?

Para la época de la tragedia de la corraleja, el festín para apoderarse de los puestos directivos de la Junta Organizadora, de los palcos, de los días de toro, era similar a la comedia para nombrar los jueces. El grupo político de más poder acaparaba el mayor número de cargos. Sin ánimo de polemizar los grupos políticos de mayor ascendencia eran el de los hermanos Guerra Tulena en el partido liberal, y el del señor Carlos Martínez Simahan, en el partido conservador. Llegar a la sinecura de un juzgado dependía en gran medida de la orden de “Don José” o del “Chino Galerano”, y jamás de los jamases a la capacidad, el conocimiento y la ecuanimidad, virtudes y cualidades desterradas del ajetreo de la política sucreña.

La “justicia” se metió en el campo de los antónimos huyéndole a los verbos y sinónimos, para no procesar ni siquiera con el pensamiento, a quienes debían el nombramiento. No podían correr el riesgo de involucrar a funcionarios en una investigación, por que estos eran, como ellos, invitados al mismo banquete, y una cuchara mal movida en el plato de la sopa, podía salpicar a los anfitriones. Así, ningún miembro de la “justicia”, del “poder judicial” de Sincelejo, se inquietó por la cantidad de heridos y muertos.

¿Hubo justicia en el caso de la caída de los palcos? Todo nos dice que no. Ni siquiera, como se desprende del contenido de los libelos ante la justicia administrativa, se procedió a trasladar de ésta a la penal, afirmaciones como las del Inspector de Policía de Chinulito, sobre la irresponsabilidad e indiferencia de la policía frente a los avisos previos de que el palco que primero se vino a tierra anunciaba la proximidad de la desgracia por lo menos con una hora de anticipación. Tampoco se tuvo en cuenta la irresponsabilidad del Coronel Guarín de quitar el control policial para impedir el sobrecupo en los palcos en aras de alardear con mayor patrullaje y “más presencia” en los alrededores de la corraleja.

También se omitió la descarnada acusación del abogado demandante Tarsicio Roldan Palacio, en el libelo respectivo y distinguido con el numeral 216.6 en que refiriéndose a la caída de las vallas el día anterior de la tragedia denota: “... se cayeron dos veces en presencia del Alcalde Municipal, del Presidente de la Junta Organizadora de los festejos, del Comandante de la Policía Nacional, del de la Base Naval de Coveñas, del agente del gobierno central, del Gobernador del Departamento, y a ninguno de ellos se le ocurrió cumplir la Constitución y la Ley y mandar a suspender el espectáculo y ordenar la revisión de la estructura del circo que, la seguridad, el bienestar, la salud y la vida de millares de espectadores, reclamaban hasta de la más inútil, deficiente y lerda de las administraciones” (negrillas nuestras).

Se condenó, sí, al municipio de Sincelejo y a la Nación a indemnizar a los familiares de las víctimas fatales, y en el caso de la Nación, por la imprevisión de la policía. ¿No es acaso punible la acción de quién teniendo en sus manos impedir la comisión de un hecho, no lo hace? ¿Varió la jurisprudencia en este caso, como para que la justicia administrativa pasara indiferente ante una acusación que ameritaba descartar si hubo o no violación a la Ley a través de una investigación?

Esa lenidad llevó a que hoy la corraleja sea una jugosa fruta para los negociantes que se escudan en el folclor, la tradición y la “cultura” para obtener enormes ganancias.
¿Cómo podemos calificar este caso: lo enmarcamos entre los sinónimos o entre los antónimos de justicia? El lector debe llegar a una conclusión y escoger entre conciencia, irresponsabilidad, moralidad, inmoralidad, probidad, inequidad, honestidad, parcialidad.     
         
Cualquiera sea el partido que se tome, debemos, porque la indiferencia de la “justicia” en Sincelejo así nos obliga, admitir que el único “Juez” acertado, imparcial, pero ante todo oportuno, como que lo dijo al país y al mundo al día siguiente de la tragedia, fue el Gobernador Hermes Darío Pérez, profesional, catedrático universitario, católico y conservador, y por tanto una autoridad, la máxima en el Departamento de Sucre: “Dios es el único culpable”.

F I N

 


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CITAS

1) LA REBELIÓN DE LOS BRUJOS. Louis Pauwels y Jackes Betrgieer. Colección Manantial, Plazas y janes               S.A. 1975.

2)  INIS AMADOR PATERNINA. "Las fiestas del 20 de enero en la historia". revista festividades del Dulce Nombre de Jesús. 1991.

3) LAS FIESTAS DE TOROS. José María Córdoves Moure. Extracto del libro "Reminiscencias de Santafé de Bogotá.

4) EL 20 DE ENERO. Armando Arrazola Madrid.

5) JAIRO ANIBAL NIÑO. "El Mantero de la Sierra Flor". Revista Audes No. 4.

6) LUIS STRIFFLER. rEVISTA aUDES nO.4.

7) BENJAMIN PUCHE VILLADIEGO.  "Las corralejas de ayer, de hoy, sus usufructuarios" Revista Expectativa. Montería, 1981

8) LEON ALVAREZ MORENO. El Cenit. Sincelejo 1973.

9)JOCHO NAVAS DIAS. poemario. "Cumbia en la Luna" 1973

 10) ALFREDO iRIARTE. "Toros de Altamira y Lascaux a las arenas Colombianas. Mitos, leyendas e historia" Amazonas Editores, 1992

11) En la costa Caribe se llama "Pastel" a la vianda que en otros lugares del país recibe el nombre de "tamal".

12) JAIME EXBRAYAT BOCOMPAIN. "Reminiiscencias Monterianas". Montería.

13) INIS AMADOR PATERNINA. revista del 20 de Enero.

14) TESTIMONIOS DEL AUTOR.

15) TARCISIO ROLDAN PALACIOS. Abogado. Libelo de la demanda ante el Tribunal Contencioso Administrativo de sucre.

16) JAIRO VILLEGASTestimonio.

17) GERMAN MANGA. El Tiempo. Enero 22 1980.

18) EL ESPECTADOR. Varias ediciones.

19) EL INFORMADOR DE SUCRE. Juan Anibal Ortega Padilla. Sincelejo.

20) EL COLOMBIANO. Medellín, enero  23 de 1980

21) Declaraciones del ex-alcalde ALBERTO GOMEZ REVOLLO, al autor.

22) El hermano fue identificado como Simón Nader canchila.





 (Texto contra carátula)
 La primera obra editada por Lelis Enrique Movilla Bello, “María Barilla, Sol de Medianoche”, ocupó el segundo lugar en un Concurso Nacional de Novela histórica y recibió la crítica favorable de los entendidos en la vida de la legendaria bailarina del Sinú.
Ahora, en un trabajo que reúne años de esfuerzos, enmarcado también en la temática de la historia, nos presenta “CORRALEJA. SOLO DIOS ES CULPABLE”. Se trata de una versión corregida y aumentada de la obra que bajo el título de “Memoria de una Tarde Trágica”, recibió Mención Especial en el Primer Concurso Nacional de Memorialistas, Ibagué, 1996.
En “Corraleja” se mantiene el estilo del periodista, profesión que ejerce desde hace más de cuatro décadas. Por ello se puede afirmar que se trata de una crónica extensa, con una redacción sencilla, que se lee de una vez y se repite, por la excelente concatenación de hechos y circunstancias, que atraen la atención.
En el primer caso una novela sobre la vida de una mujer que nació, vivió y murió en las ubérrimas tierras del Sinú, y ahora, el testimonio claro y preciso de un acontecimiento doloroso que enlutó a cientos de hogares y que jamás podrá borrarse de las páginas de la historia colombiana. El testimonio de quien vivió tan dramáticos momentos como los de la caída de ocho palcos de la Corraleja de Sincelejo el 20 de enero de 1980, que necesariamente habrá de remover, como dedo en la llaga, los recuerdos de más de veinte mil personas que como asistentes al lugar, fueron igualmente testigos directos de los sangrientos episodios.




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