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CORRALEJA Sólo Dios es culpable. Declarada
única obra finalista en el Concurso Nacional de Memorialistas, Armenia-Ibagué.
(Texto de la solapa)
Lelis Enrique Movilla Bello, nació en Montería el 28 de agosto de 1939,
en el hogar formado por José del Carmen y Silvia, y es el segundo de 15 hijos
habidos en el matrimonio. A su vez es casado con Elvira Durango Tirado y tiene
tres hijos, Enrique II, Martha Lucía y Martín Javier.
Sus estudios fueron precarios –sólo hasta tercer año de primaria- pero
su afición a la lectura, su facilidad para interpretar los temas y su
brillantez intelectual, suplieron con creces la escasa instrucción, y por ello
logró con gran capacidad desempeñar diferentes cargos públicos en los cuales
fue destacado con el reconocimiento ciudadano. Desde modesto barrendero y
mensajero de una oficina de seguros hasta secretario de un organismo de
inteligencia del Estado, secretario del Concejo Municipal de Sincelejo y
secretario de la asamblea de Sucre, así como una larga trayectoria en el
periodismo y el radio periodismo, primero en la modalidad deportiva y luego en
la información general, le permiten presentar con orgullo una serie de obras
literarias que van del cuento, pasando por la crónica y el ensayo, hasta la
novela.
En el campo del periodismo posee una extensa lista de condecoraciones,
distinciones y premios, mientras que en la literatura fue Mención Especial en
el Concurso Nacional de Memorialistas, Ibagué, 1996, segundo en un Concurso
Nacional de Novela Histórica y ganador del Concurso de Cuentos del diario El
Meridiano de Córdoba.
Su primera obra editada fue “María Barilla, Sol de Medianoche”, bien
recibida por los lectores y la crítica y próxima a una segunda edición, y ahora
“CORRALEJA. SOLO DIOS ES CULPABLE”, en la que expone su narrativa diáfana, que
habrá de sorprender a los lectores.
Quedan en turno obras como “Lomagrande, Gritos de Amor y de Libertad”,
“El Camajón”, “Re-Creaciones del Sinú”, “Mis Personajes Inolvidables”
“CORALIBE. Anecdotario del Sinú y Sabanas” y muchas otras.
Corraleja
Solo Dios es culpable
Lelis Enrique Movilla Bello
Sincelejo 2003
Tipografía Duplicar
Tel. 282 4431
Sincelejo – Colombia
PORTADA
Dibujo del maestro
ANTONIO ZULUAGA
PADRON
AGRADECIMIENTOS:
HERNAN GARCIA AMADOR, Director Cámara de
comercio de Sincelejo.
ANTONIO ZULUAGA PADRON
DAVID YAMIL FERNANDEZ CABALLERO
CARLOS BUELVAS SANDOVAL
FRANCISCO ANTONIO YENERIS TUIRAN
RAMON ROMERO CUELLO
JAIRO VILLEGAS ALVAREZ
MIGUEL ALBERTO ESTRADA COHEN
EL ESPECTADOR
EL TIEMPO
EL COLOMBIANO
EL INFORMADOR DE SUCRE
Por el suministro de fotografías,
periódicos, informaciones, caricatura y otros detalles para preparar esta obra.
DEDICATORIA
A mi esposa Elvira Durango y a nuestros
hijos Enrique II, Martha lucí y Martín Javier, sin cuya tenacidad no habría
sido testigo de los acontecimientos y a Silvia, mi madre (QEPD) que me alentó a
escribir estos dolorosos recuerdos.
OFRECIMIENTO
Esta obra pertenece a los sincelejanos, y de manera muy particular, a
los lisiados que en cantidad no determinada dejó la caída de los palcos de la
Corraleja el domingo 20 de enero de 1980.
La ofrecemos igualmente a la memoria de los muertos, cuya cantidad
tampoco fue precisada, muchos de ellos arrojados a la fosa común sin
identificar.
Yo no soy más que una persona que cree ser útil para dejar en letras de
molde el dolor y el llanto de un pueblo y evitar que después de cada fiesta
enerina, se hunda en el pantano del olvido el recuerdo de un hecho de tanta
trascendencia.
El Autor
PROLOGO
Otra Magnífica obra nos presenta el escritor y periodista LELIS ENRIQUE
MOVILLA BELLO, al encumbrar en esta especie de trama los nefastos sucesos que
ocurrieron el día 20 de enero de 1980, cuando un sector de los palcos de la
monumental corraleja de Sincelejo se vino abajo como un castillo de naipes.
Trata el tema de los hechos que antecedieron a la tragedia con mucha
destreza y propiedad acopiando toda una rica información del fabuloso acervo
cultural que depara la fiesta de toros, y de manera especial las que se
celebran en honor del Dulce Nombre de Jesús, que a pesar del desastre de hace
23 años lograron volver cambiadas, con un derrotero distinto y con un esquema
variado de notable incidencia empresarial respecto a su organización.
El festejo, singular y único, constituye una temática inagotable,
fuente de inspiración de escritores y libreros, músicos y compositores, poetas
y creadores de verso que le han cantado a protagonistas, manteros, garrocheros
y hasta toros bravos, que convirtieron en epopeyas las faenas presentadas en
los suelos polvorientos de las plazas de pueblos centenarios del entorno
sabanero.
Tradición de vieja data, vetusta y consuetudinaria, de más de 150 años,
desde los albores del siglo antepasado, persiste en su continuidad, muy a pesar
del avance de la civilización y la informática, pues forma parte del arraigo
popular y de los MORES MAIORUM (costumbre de los mayores), que ha pasado de
generación en generación sin perder su esencia e identidad, aunque con
innovaciones de toda índole.
De los tiempos de don Benito Jaraba con sus toros playoneros del San
Jorge, que pisaron por vez primera la cuadrilonga plaza mayor del viejo
Sincelejo, en que los parroquianos encaramados para ver la fiesta, se
“parapetaban” en el amplio corralón de cañas guaduas, sostenidas con postes de
carbonero y guácimo y amarradas con bejuco malebú.
Nos envuelve el autor en un cúmulo de sensaciones casi mágicas, al
bordar con preocupación toda la maraña de detalles que fueron preludio del
insuceso, sin dejar de lado verdades todavía hoy día ocultas para aquellos que
creían saberlo todo sobre una de las realidades más tristes que ha tenido
Colombia en el siglo 20. Supercherías, triquiñuelas, politiquería,
confabulaciones y consejas formaron parte del episodio, recogido todo
magistralmente en el libro.
Con una prosa sencilla y amena, el escritor Movilla Bello, nos sumerge
en el recuerdo, al trasponer el umbral de una historia reciente, pero olvidada
por muchos, lo cual nos obliga a recordar que “quien no conoce su propia
historia está obligado a repetirla”. Y está aquí de nuevo, contado con certeza,
prestancia y franqueza, lo que el olvido dejó de lado.
Corresponde a los lectores ahora juzgar lo que con sencillez he querido
plasmar como un pírrico análisis de lo extraído del virginal libro, cuyas
páginas he tenido el honor de violar, en procura de un examen que aumenta el
caudal de detalles que también he venido acopiando en pro del registro
historial de un evento que nos es tan caro al afecto y al cariño de la tierra
que lo prodiga como el que más capacidad de convocatoria tiene desde tiempos
inmemoriales.
Les invito pues, a degustar una obra sin tapujos, abierta a la
controversia y al diálogo parroquial, de taburetes en las puertas, de rones
servidos en totumas y de brisas cálidas de verano con la cercanía de la
Natividad, y de pieles morenas de enero con el impacto y el estruendo de
recámaras al anuncio de singular festejo anual, que con sus vicios y pasiones
se acerca a la inmortalidad.
INIS AMADOR PATERNINA
Muchos acontecimientos se tornan en un
enigma sobre el que más tarde pontifican los que no los vivieron. La tradición
oral, el lado más débil de la historia, conduce los hechos en medio de un mar
de conjeturas que los transforman. Las leyendas orales sufren modificaciones en
la medida en que pasan los años. Y lo bueno cambia a malo y viceversa,
limitándonos a repetir lo que oímos sin sospechar el grave perjuicio que le
hacemos a la verdad. Por ello nos proponemos, en la condición de testigos por
encontrarnos en el teatro y ser actores de primera línea, por un lado, y de
periodista que registra los hechos, por el otro, a tratar sobre uno de los
acontecimientos más dolorosos que le haya tocado vivir a un pueblo.
La tradición oral de los orígenes de la
llamada fiesta de toros no nos permite fijar una fecha, un lugar y un motivo
para la aparición de ellas, al margen de que se ha escrito un sinnúmero de
obras sobre el tema y de que el hombre puede estar enfrentándose a estos
animales desde el principio de los tiempos para defenderse o alimentarse,
condición ésta que lo obliga a encarar las más peligrosas situaciones, y por
ello traemos un hecho que los arqueólogos y técnicos capitaneados por James
Mellaart, se encargaron de comprobar como lo fue el descubrimiento de las doce
ciudades de Catal Huyuk, en donde el primero y más antiguo de los asentamientos
humanos presenta numerosas curiosidades de las que destacamos las siguientes:
la más antigua de las doce ciudades tiene más de 7.000 años antes de J.C., o lo
que es lo mismo 9.000 años antes de hoy; frescos con diversas escenas de la
vida diaria de esa civilización, así como animales, entre los que se destacan
aves, leopardos y toros. Estos, los toros, aparecen en mayor cantidad
que los otros animales, como que fueron de gran interés para ellos. Tal vez se
trató de un matriarcado por cuanto aparecen frescos con imágenes de la llamada
Diosa Madre, al igual que numerosas estatuas, y una de ellas la representa “en
el momento de parir un toro”.
“El toro seguirá
representando un papel preponderante en los mitos cretenses y, después, en los griegos.
Minos muere por no haber sacrificado el toro que Poseidón hizo surgir del mar.
El séptimo trabajo de Hércules, que se realiza en Creta, consiste en domar un
toro salvaje. Prometeo será encadenado por haberle gastado una broma a Júpiter,
dándole a comer la grasa y los huesos del toro de un sacrificio. También
volveremos a encontrar el toro en Egipto y en la India” 1
En lo que tiene que ver con la llamada
“fiesta en corraleja”, corren muchas versiones, no pocas fabulosas. Todos
queremos convertir en héroes de las mismas a nuestros tatarabuelos, con la
certeza de que nadie habrá de refutarnos. Por ello cada pueblo de los
departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre, tiene su propia versión de la
corraleja.
Sin embargo, no hay discusión que fueron
los españoles los que trajeron este tipo de festejos no sólo a la Costa Caribe,
como muchos creen, sino que lo llevaron a donde quiera que llegaran. Todo
indica que la primera corrida de toros, en un escenario improvisado, que por
fuerza de las circunstancias debió ser similar a las corralejas de la Costa
Caribe colombiana, se realizó en Ciudad de Méjico el 13 de agosto de 1529, a
sólo 37 años del encuentro de los dos mundos y exactamente a los ocho años de
la negra y sangrienta noche de Tenochtitlan –13 de agosto 1521- en la que los
españoles comandados por Hernán Cortes derrotaron a las huestes de Cuauhtémoc.
Tal vez, en el fondo, se celebraba la masacre. La segunda corrida de toros se
escenificó en la ciudad de Lima el 29 de marzo de 1540, a los 48 años del
encuentro. En el Virreinato de la Nueva Granada, sin que se haya podido
establecer si se hizo antes, se registra como fecha de la primera corrida la
del siete de octubre de 1626 –134 años después de la llegada de Colón- para celebrar
la beatificación de Francisco de Borja, abuelo del entonces presidente de
la Real Audiencia, don Juan de Borja. Como en los casos anteriores, el
escenario no era más que una corraleja.
La muestra la encontramos
deliciosamente reseñada por don José María Cordoves Moure en su escrito “Las
Fiestas de Toros”, que aparece en el libro “Reminiscencias de Santafè de
Bogotá”, en el cual nos relata el más mínimo detalle de una fiesta de
corraleja, solo que ésta fue en Santafé de Bogotá cuando en la Costa, si acaso
existían, no habían alcanzado ni la plenitud ni la importancia a que llegaron
desde 1930 en adelante. Nos dice el historiador Inis Amador Paternina:
“Las corridas de
toros empezaron a celebrarse en Sincelejo en honor de su santo patrono San
Francisco de Asís, santo italiano,
fundador de la Orden Monástica de los Franciscanos, quien murió el 4 de octubre
de 1226. Por ello las fiestas y
ferias eran celebradas para la fecha del 4 de octubre como patronal y profana.
Se dice por los viejos investigadores de la historia sincelejana, que las
primeras manifestaciones taurinas en la capital de Sucre se dieron a inicios
del siglo pasado, pero se señala con precisión la fecha del 3 de octubre de
1845”.2
No resistimos la tentación de transcribir a don José María, que además
de hablar de los caballos, indefensos ante el toro, que recibían cornadas que
los dejaban con las tripas al aire, nos reseña un caso que creemos nunca fue
copiado por los bárbaros de la Costa
Caribe:
“Más como si
sólo se deseara dejar ominoso recuerdo de las fiestas se dedicaba la última
noche de ellas para divertirse con el toro
encandelillado. Al efecto, se aseguraba en las astas del animal destinado a
tan doloroso tormento, una cornamenta postiza, envuelta en estopa empapada con
trementina, sebo y alquitrán, se encendía ese aparato y soltaban al animal para
torearlo; al principio no pasaba de eso la diversión; pero a medida que la
hoguera quemaba los cuernos del infeliz animal, empezaba éste a mugir de dolor.
Últimamente, se le carbonizaban las astas, se le quemaba la cabeza, y quedaba
ciego por los lamparones encendidos que le abrasaban los ojos; rendido de dolor
y sin poderse mover, se postraba en el suelo como implorando piedad de sus
crueles verdugos. ¡Así permanecía hasta el día siguiente en que el dueño le
hacía la caridad de matarlo!”.3
Una "Corrida" de toros en Santafé de Bogotá, capital del Virreinato de la Nueva granada.
El circo es similar a una de las corralejas de la Costa Caribe.
La fiesta de toros de que nos habla el cronista santafereño difiere
poco con las de la costa, pese a lo trascrito anteriormente, pero llama la
atención que en aquella época el escenario era muy parecido a la construcción
que los sincelejanos llegaron a realizar en la plaza Hermógenes Cumplido.
Entre la primera corrida y la cruel modalidad del toro
encandelillado, habían transcurrido 133 años, y en ese lapso, nuestros
criollos y chapetones de la altiplanicie andina no se inmutaron y persistieron
en la horrorosa práctica. Parece ser que el toro encandelillado surgió en la
celebración del juramento de Carlos III como Rey de España, en 1759.
En las primeras corralejas los toreros
y picadores fueron los vaqueros de
la misma hacienda o de las vecinas, que pretendían demostrar a sus patronos sus
mejores capacidades en el manejo del ganado. Y se hacían casi siempre para el
cumpleaños del propietario de la hacienda o el de su mujer y sus hijos. Los
matadores y picadores de la plaza de toros son los manteros y garrocheros de la
corraleja.
Y comenzó la leyenda oral que nos fue legando nombres de héroes, hombres
comunes y corrientes, que no dudaban en dejar la piel, las costillas, los
intestinos, los testículos y hasta la vida en la cornamenta de los fieros
animales, con tal de aparentar hombría y destrezas, mientras que sus patronos,
con muy pocas excepciones, han quedado ignorados en el tiempo, en la distancia
y en la historia. En la Costa nadie desconoce el nombre de un toro como el
llamado Chivo Mono que, en su
primera aparición en una plaza o corraleja, la de Planeta Rica, mató a cuatro
manteros y en la segunda “...lo llevaron
a Tres Palmas y fueron siete que mató...” como dice la canción, pero son
contados los que recuerdan el nombre del propietario.
El “criminal” Chivo Mono,
debió ser sacado en medio de una guardia armada integrada por una patrulla del
ejército que se encontraba en Planeta Rica, ante el propósito del pueblo de
matarlo. Pero se trataba de un manso animal cuando se le dejaba en el potrero y
los niños – como lo vimos en la hacienda de don Vinicio Cordero- le metían los
dedos en los ollares y lo llevaban sin peligro alguno de uno a otro lugar de la
hacienda. Para refrendar este aserto de mansedumbre del inolvidable toro de las
corralejas del departamento de Córdoba, tomamos del libro “El Veinte de Enero”
de la autoría del doctor Armando Arrázola Madrid, una parte que se refiere al
toro CAL, que luego de resultar sumamente noble y valiente en el cuadrilátero
de la plaza de Sincelejo se fugó de la misma sin que pudieran atajarlo, y
asegura el ilustre profesional sincelejano:
“Cal llegó a la
casa donde su madre había sido ordeñada cuando él era un ternero. Penetró al
patio y se acomodó en un rincón sombrío de él. La cocinera cuando lo vio se asustó,
pero luego lo reconoció y le habló. Cal le habló con sus ojos y le mostró su
boca sedienta. Pronto se presentó ella con un platón lleno de agua y le repitió
la dosis diciéndole palabras tiernas y compasivas. Al día siguiente bien temprano se le presentó con agua y jabón de
monte. Lo encontró todavía acostado. Déjate de fartedades, le decía. Tengo que
lavarte las heridas. No sigas moviendo la cabeza y aguanta un poquito. Cuando
terminó la curación le regó ceniza en las heridas para que no le cayera gusano.
Posteriormente trajo unas tijeras y le cortó la cinta que tenía en los cachos.
Te luce mucho, le dijo, pero no te deja ver bien y por eso te la quito y la
guardo. Vinieron por él y salió como solía hacerlo cuando era menor de un año,
como si nada hubiera pasado y con esperanza de volver”.
Este extraño comportamiento de un animal que en los potreros es un manso
corderillo y en la arena del circo se transforma en una fiera peligrosa, fue
plasmado en una hermosa e inolvidable película intitulada. “El Niño y el Toro”.
Las crónicas de la Colonia cuentan que, en Santafé de Bogotá, durante
una corrida en la que hoy es Plaza de Bolívar, un fiero toro saltó la barrera y
se fue a la calle. Al frente de la Catedral funcionaba una tienda de propiedad
de don Luis López Ortiz, a quien por su bondad y humanitarismo calificaban como
santo. La tienda se encontraba a pocos pasos del “circo” y el toro se metió a
ella y se dirigió al lugar en donde don Luis rezaba muy concentrado y le puso
el hocico en el hombro, como si quisiera descansar allí de sus fatigas y
moderar en algo su fiereza. El hombre miró al animal y con palabras amables lo
reprendió por ensuciarle con su baba la bata al tiempo que interrumpió sus
oraciones. Afuera, los curiosos esperaban ver salir al furioso animal con don
Luis colgando de uno de los pitones, pero cuál no sería la sorpresa al
aparecer, el hombre piadoso y santo junto a la fiera, que ya no era más que un
manso cordero.
El afamado escritor norteamericano, Ernest Hemingway, asevera sobre la
bravura de los toros de lidia:
“El toro es un animal de combate y, cuando la raza ha permanecido pura
gracias a una crianza cuidadosa, ese mismo toro se convierte, cuando no lucha,
en el más tranquilo y apacible de todos los animales”.
¿Qué cuidados pudieron tener los animales atrás reseñados, si no
procedían de criaderos dedicados a toros de lidia?
Agrega el escritor: “El toro es un animal salvaje, cuyo mayor placer
consiste en la pelea y aceptará lo que le ofrecen bajo cualquier forma,
replicando a todo lo que tome por desafío”.
LOS HEROES DE LA CORRALEJA
La historia relaciona nombres y lugares de
hombres que se enfrentaron a los toros con singular valor. En la zona
geográfica conocida como “El Bolívar Grande”, el que en el pasado llegó incluso
a llamarse Estado Soberano de Bolívar, hoy dividido en secciones
administrativas conocidas como Atlántico, Bolívar, Córdoba y Sucre, esos
hombres pasan de boca en boca, generación tras generación y el tiempo tiende a
convertirlos en mitos. Entre los que citamos a continuación, que no son todos
por la dificultad de realizar trabajo de campo, tropezamos con el nombre de Manuel
Tabares. Hay quienes aseguran que murió en 1907 y de allí en adelante las
fechas son varias. En lo único que hay de acuerdo es que murió en un
enfrentamiento con un toro en una corraleja.
El escritor Jairo Aníbal Niño dice
“Estuvo
en todas las fiestas. Llegaba en su caballo piquetero, envuelto en la música de treinta bandas, con esa cara de hombre que parecía una mano saludando a
los amigos del alma. Hasta que cayó un 30 de enero de 1930. Ese día el sol
estaba blanco, ardiendo con los hervores del verano. El cielo estaba pintado de
azul turquí. Parecía que el mar de Tolú se hubiera venido a vivir sobre los
ámbitos de Sincelejo. Un lucero cogido por el día se veía con el lejano
resplandor de un fantasma de pez sierra. Frente a Manuel Tabares levantaba la
arena con sus pezuñas un toro criollo que se llamaba “Diablo”. Jugaron un rato
el hombre y el animal. Era un juego de vida o muerte como son los buenos juegos
de la vida. Ese toro era un animal terrible que debía muchas muertes. Cuando
salió a la arena, manteros, garrocheros y coleadores, se quedaron inmóviles,
tragando la gruesa saliva del miedo, ellos que eran los hombres más valientes
de la tierra. Manuel Tabares se le enfrentó simplemente por que ese era el toro
que le estaba destinado. Era un duelo de dos seres bravos que se habían estado
buscando desde siempre y que sabían que uno de los dos, esa tarde, sería
definitivamente borrado de los fandangos de la vida. De pronto se levantó en el
centro de la plaza un remolino negro que envolvió al hombre y al animal. Cuando
ese torbellino sombrío desapareció, Manuel Tabares yacía sin vida sobre la
arena” (4).
El poeta Sincelejano Carlos A. Gómez
Cáceres, le canta al hombre-mito con un “Romance de Manuel Tabares” que en una
de sus estrofas dice:
“Manuel Tabares tenía/ un record en torería./ Mantero de
pelo en pecho/ haciendo la noche día/ con la manta sobre el hombro/ trasnochaba
los caminos/ para acudir a las citas/ con sus rivales los toros./ Nunca su
cuerpo supiera/ de varetazos ni heridas./ La superstición decía/ que era inmune
a la cornada/ porque en el pañuelo tenía,/ niños en cruces, animes,/ pedazos de
piedras de ara.”; Bienvenido Trejos, Simplicio Mejía, garrochero de Las Huertas,
Calazans González, experto coleador llamado “pierna de hierro” por la fuerza
que tenía en las piernas para con ellas tumbar el toro, Andrés Romero,
garrochero, nieto de don Chano Romero, del que el poeta Agustín Gómez Cásceres
dijo: “Andrés como un experto garrochero/ excita a su corcel siempre fogoso,/
porque un toro valiente y peligroso,/ arremete con ímpetu altanero./ Luciendo
habilidad, presencia altiva,/ el cuerno de la fiera Andrés esquiva/ evitando un
sangriento zafarrancho...”
Juan Osorio, llamado también Juan Pródigo Vergara y
con el remoquete de el MonoTato y José María Benítez, considerados como los
mejores garrocheros de la sabana, Julio Benítez, el mejor mantero de todos los
tiempos, Luis Felipe Quintero Jaraba, la gloria de la garrocha en el bajo San
Jorge y los sinuanos José Madera “Maderita”, su hermano Fidel “El Ñato” Madera,
José Naranjo y su hijo Ramiro “El Pingüino” Naranjo, Domingo Gómez Pacheco, más
conocido como Dominguito Pacheco, Jesús Manuel Salguero Herrera, llamado El
Indio Salguero, El Loco Ramos, El Pescao, El Polvorín y el Negro Buba,
indudablemente inscritos en la historia como manteros singulares por su valor y
pericia y don Anselmo Ortiz, Diego Argel, Gregorio “El Goyo” y su hermano César
Coronado, sin discusión alguna los mejores garrocheros de todos los tiempos en
el Sinú, a los que se suman Antonio Ruíz y sus hijos El Nano, Antolín y Marcos
y Rafael Negrete y sus hermanos, todos ellos oriundos de Momil pero con gran
incidencia en las fiestas de Sincelejo. Permanecen en el recuerdo al
señalárseles como figuras de las corralejas, no así los terratenientes y
propietarios de toros.
Primero fue la celebración del cumpleaños del ganadero, después se
metió la iglesia para honrar a sus santos y más tarde, las gentes del común
lograron el sincretismo de sus íntimas convicciones paganas con la apariencia
de la religiosidad. Por eso las fiestas se iniciaban, generalmente, en el
período del primer día de noviembre – fiesta de Todos los Santos – y acababan
el Domingo de Resurrección, turnándose los pueblos, aun cuando posteriormente
se rompió la norma y se regaron por todos los meses del año. Hasta finales de
1970, ninguna cabecera municipal, ningún Corregimiento o vereda del
departamento de Córdoba pasaba el año sin realizar sus corralejas.
Prácticamente ocurría lo mismo en Sucre y en menor medida en el sur del
departamento de Bolívar. La aparición del fenómeno de la violencia, la
presencia de guerrilleros en las poblaciones en fiesta y el peligro de una
confrontación con las fuerzas del orden, obligaron a suspenderlas y hoy se
llevan a cabo sólo en algunas cabeceras municipales.
Los palcos fueron elevándose y extendiéndose para alojar a los
invitados especiales y a las autoridades, hasta llegar al lucrativo negocio de
construcciones con uno, dos y hasta cuatro pisos. Y se introdujeron otras
variaciones, como que se pasó del cuadrilátero original a la sofisticación de
corralejas circulares, en una clara imitación, rústica y agigantada, de las
plazas de toros de cartel, llamadas “Circos de Toros”.
La corraleja de Sincelejo, quizás por la animación de sus gentes, por
la generosidad de sus ganaderos o por la calidad de los toros – aun cuando esto
terminó siendo un decir porque debieron recurrir a las ganaderías del Sinú
desde 1960 para poder presentar buenos encierros – pasó a ser considerada como
la mejor. Sólo le competía la fiesta de Montería, en ofrenda al mismo santo y
durante los mismos días de enero, pero los monterianos viajaban a Sincelejo
para participar en éstas y no en la de ellos. Fue en el Sinú en donde se pasó
del cuadrilátero al círculo y en Sincelejo se adoptó a partir de 1973 y se
recurrió de las dimensiones comunes a la majestuosidad y de la modestia de un
piso a la pomposidad de cuatro con aforo de veinte mil espectadores.
En otro aspecto, la corraleja de Sincelejo era un prodigio de la
inventiva criolla que impresionó a los arquitectos e ingenieros de todas
partes. Algunos vinieron a la ciudad para verificar sobre el terreno una
construcción que contrariaba principios de la dinámica y de la razón, pero que
se sostenía milagrosamente sobre pilares de madera y una maraña de tablas,
tablones, listones, bejucos y clavos, capaz de resistir una masa de muchas
toneladas de peso en continuo movimiento.
En lo correspondiente a la participación del hombre también se pasó de
los peones de la hacienda a realizar competencias entre las peonadas de dos o
más feudos de una misma región o de retos entre regiones apartadas. Hombres
curtidos en el manejo del ganado a los que correspondía el encierro frecuente
de reses montunas o cimarronas, adquirían habilidades y destrezas
suficientes para enfrentar los animales en los corrales o en los potreros,
echando mano del sombrero vueltiao o
de cualquier otro elemento para lidiarlos.
Los trajes de luces del torero y su cuadrilla en los circos de toros
corresponden al vestuario común de los peones en la corraleja. El diestro de
Cúchares es el envalentonado mantero.
Al margen, en la corraleja aparece el
coleador que, en una demostración de fuerza titánica, se apodera de la cola
del animal para llevarlo a tierra. Los banderilleros de la corraleja matizan su
trabajo con proezas que nadie verá en una plaza de toros de cartel, como la de
aplicar banderillas sentados en la arena o subidos en los hombros de un
compañero, montados en una carretilla y otros curiosos malabares, y con el
correr de los años, hasta las mujeres entraron en la práctica de tan riesgosas
actividades. Hoy, debido a las políticas laborales, grupos de hombres y en
algunos de ellos dos o tres mujeres, derivan el sustento de este “trabajo”
mediante la firma de contratos con las juntas organizadoras. Las corralejas más
importantes contratan hasta tres grupos de manteros (y este vocablo agrupa a
manteros, banderilleros, garrocheros, payasos, etc.) para garantizar el manejo
de los toros en las tardes respectivas. Sin embargo, esos leoninos contratos no
se refieren para nada a la asistencia social mientras el miembro de la
cuadrilla permanece hospitalizado o en cama en su humilde residencia hasta
reponerse de las heridas, ni al suministro de asistencia médica luego de salir
de los centros hospitalarios en donde se les da un tratamiento cruel y
despectivo porque aún brotan de la mente de la clase pudiente las consignas
religiosas del pasado, en que ni siquiera se permitía por los curas enterrar en
el cementerio a los que morían en las corralejas.
En efecto, el Papa Pío V, expidió el 20 de noviembre de 1567, una bula
excomulgando a los príncipes católicos que permitieran las corridas de toros en
sus países y negando cristiana sepultura a los que morían en el ruedo. Pero
hubo una decisión mucho más trascendental. La primera fue prácticamente
ignorada en la casi totalidad de los virreinatos de América, pero la siguiente,
no religiosa, fue acatada en todas partes, dándole origen a la organización de
las que desde entonces fueron llamadas corridas de cartel. Consistía en no
permitir que un toro apareciera más de una vez en la corrida, y para evitarlo,
se implantó que los que regresaban vivos fueran muertos en el mismo chiquero.
Ahora bien, ¿conocen los ganaderos del sur de Bolívar, Sucre y Córdoba
la bula aludida y la concordante norma civil? ¿Las autoridades eclesiásticas de
España, Francia y América ignoraron la bula de Pío V? Parece que sí. Por lo
menos en Colombia y en la Costa Caribe, esas autoridades eclesiásticas, caso
Sincelejo, patrocinaron las corralejas. De todas maneras, 436 años parecen
suficientes para borrar de la memoria lo que no nos conviene.
El alsaciano Luis Striffler, que exploró inicialmente el Sinú, y
alrededor del cual se tejió una leyenda de amor con una princesa Zenú y de
quién se cuenta fue rescatado también de las aguas del río Cauca por un indio
que él no conocía, supuestamente el fruto de aquel romance se trasladó a la
zona del San Jorge y refiriéndose a los municipios de San Marcos y San Benito
Abad dijo:
“En 1850 la fiesta de Santa Bárbara la
patrona, no era propiamente otra cosa que una corrida de toros, diversión
favorita de los vaqueros. Los comerciantes se surtían con anticipación y
vendían algo más que en los días ordinarios. Hoy, ¡Qué diferencia! Todos los
cuartos se alquilan con tres meses de anticipación por comerciantes de
Magangue, Mompóx y otros lugares. El puerto se llena de embarcaciones hasta de
Barranquilla y en razón de la inmensa concurrencia, ha sido necesario suprimir
la función de toros que embarazaba la circulación. Las ferias de la Villa de
San Benito Abad, llamado Tacasuan en idioma indígena, se establecieron con
ocasión de la fiesta que se hacía a la imagen del Cristo. Su origen es algo muy
remoto, pues en libros impresos en el siglo pasado ya se hacía mención de ella.
Existen testamentos de hacendados de Sabanas donando cierto número de vacas a
la iglesia de la Villa, con un haber tan considerable que el gobierno se
declaró heredero natural del santo, y los fervientes que administraban esos
bienes daban las cuentas del gran capitán. Los primeros actores extranjeros de
las ferias comerciales fueron judíos de Curazao que venían con mercancías de
muy mala clase. Las ferias tuvieron su fin en 1854”.5
El investigador Manuel Huertas Vergara, al respecto, y en un intento
por apartar a la iglesia de la promoción y organización de corralejas, asegura:
“Cabe entonces exonerar a la religión de ingerencia en la gestación de las
corralejas”5. Pero el arquitecto y escritor omite un hecho
histórico inocultable e indiscutible, que se observa en las fotografías de la
época en que parte de la corraleja de Sincelejo son las gradas del templo que
para ese entonces se encontraban sobre lo que hoy es el Parque Santander. De
acuerdo con los registros los sacerdotes de entonces eran los “palqueros” que
cobraban la entrada, en beneficio del templo y de la curia. Sólo que como en el
caso de los ganaderos ignoraban la suerte de los heridos por los toros y
negaban un pedazo de tierra en el cementerio a los muertos de la corraleja como
para guardar las apariencias.
Aún cuando lidiar toros en el circo con trajes de luces y hacerlo en
las humildes corralejas debió
partir de un mismo lugar y en un
mismo momento, son dos vertientes diametralmente diferentes, sin mencionar al
toreo bufo, que puede ser una manera de enlace entre una y otra forma. El toro
de cartel, dicen los entendidos, tiene arte, valor, gracia y donaire. El de
corraleja, creemos nosotros, tiene coraje y mayor resistencia, mucho más, si se
recuerda que el diámetro de la plaza de toros es multiplicado varias veces en
la corraleja. Tiene gracia, cuando se admira a un hombre común y corriente, que
pasada la fiesta vuelve a sus quehaceres, en muchos casos sin relación alguna
con el ganado o la tauromaquia, enfrentar con la camisa, con el sombrero, con
la página de un periódico viejo, con un pedazo de cartón o con un pañuelo, a un
animal enfurecido. El donaire, como acepción de elegancia, lleva otra dirección
que tocaremos brevemente más adelante, y los gritos de ¡Oleee! de los tendidos se remplaza en los palcos por el ¡Ayyy! alarmado y alarmante al observar
el momento en que un toro engarza en sus astas al voluntario y lo lanza al
aire, grito que se vuelve una carcajada multitudinaria al comprobarse que el
hombre, indemne, sale en rápida fuga hacia el vallado.
Donaldo Vergara, un versátil sincelejano que se inició como mantero,
luego pasó a mago, a pintor, a maromero de circo y finalmente a integrante del
más popular conjunto musical de la ciudad, Los Guacharacos, y conocido
popularmente como El Mago Doney, nos asegura que vio por vez primera en una
plaza un capote, en manos del entonces novillero monteriano Melanio Murillo,
quien posteriormente alcanzó fama internacional como Picador en las más
importantes plazas de Europa y América. Ocurrió en la corraleja de Chinú en
unas fiestas dedicadas a San Rafael, en la cual Doney, Melanio y otro
compañero, esperaron en un lugar de la corraleja que se acercara un toro y
cuando ello ocurrió, el novillero le sacó seis capotazos con la elegancia del
torero de cartel. “Las monedas de centavo, dos centavos, cinco centavos y hasta
billetes de un peso, cayeron sobre el capote al realizar un recorrido a todo lo
largo y ancho de la corraleja. Se trataba de una novedad, porque hasta entonces
sólo se usaba la manta. El capote estaba destinado a los circos de toros.
Nos fuimos de inmediato para el hotel, separamos las monedas y los billetes, Melanio tomó para sí las monedas de cincuenta centavos y los billetes y nos dejó a los otros dos las de menor cuantía”. Y tiene razón el Mago Doney. Melanio Murillo en compañía de Roberto “El Mono” Cárdenas, Luis Mallub, El Negro Pautt, entre otros, todos monterianos, y el cartagenero de nacimiento pero monteriano de corazón, Yesid Torres Pérez, el inolvidable “Divino Calvo”, formaron la primera agrupación de novilleros de la Costa Caribe y dominicalmente desde el mes de septiembre, aparecían en los programas de una plaza del Sinú o de la Sabana para realizar sus presentaciones, pero de manera preferencial, por cuanto allí se convirtieron en ídolos, en la ciudad de Corozal, que para ese entonces predominaba en materia de toros bravos. Por esa razón, a los hombres que se arrojaban a la arena a enfrentarse a los toros bravos, los llamaron desde el principio manteros. Una manta era el escudo para protegerse de las embestidas de los toros, llamados en aquellos tiempos costeño con cacho o simplemente toro criollo, y los ganaderos que pretendían alcanzar fama por su generosidad, en un principio, entregaban a los encargados de realizar las faenas una manta antes de iniciarse la corrida. Posteriormente, en el mismo palco de la junta directiva, además de entregarlas a los manteros conocidos, las destinaban como premio a los que, careciendo de una manta, se enfrentaban al animal con cualquier cosa y llamaban la atención de los espectadores por su destreza y valor. Mucho tiempo después, (y personalmente también vimos a Melanio Murillo en la Plaza Grande de Montería enfrentándose con el capote a un toro), por allá por los inicios de la década del 50 en el siglo pasado, comenzaron a utilizarse los capotes y las muletas y siguiendo el tiempo pasaron a convertirse esas muletas y capotes en pancartas publicitarias.
Nos fuimos de inmediato para el hotel, separamos las monedas y los billetes, Melanio tomó para sí las monedas de cincuenta centavos y los billetes y nos dejó a los otros dos las de menor cuantía”. Y tiene razón el Mago Doney. Melanio Murillo en compañía de Roberto “El Mono” Cárdenas, Luis Mallub, El Negro Pautt, entre otros, todos monterianos, y el cartagenero de nacimiento pero monteriano de corazón, Yesid Torres Pérez, el inolvidable “Divino Calvo”, formaron la primera agrupación de novilleros de la Costa Caribe y dominicalmente desde el mes de septiembre, aparecían en los programas de una plaza del Sinú o de la Sabana para realizar sus presentaciones, pero de manera preferencial, por cuanto allí se convirtieron en ídolos, en la ciudad de Corozal, que para ese entonces predominaba en materia de toros bravos. Por esa razón, a los hombres que se arrojaban a la arena a enfrentarse a los toros bravos, los llamaron desde el principio manteros. Una manta era el escudo para protegerse de las embestidas de los toros, llamados en aquellos tiempos costeño con cacho o simplemente toro criollo, y los ganaderos que pretendían alcanzar fama por su generosidad, en un principio, entregaban a los encargados de realizar las faenas una manta antes de iniciarse la corrida. Posteriormente, en el mismo palco de la junta directiva, además de entregarlas a los manteros conocidos, las destinaban como premio a los que, careciendo de una manta, se enfrentaban al animal con cualquier cosa y llamaban la atención de los espectadores por su destreza y valor. Mucho tiempo después, (y personalmente también vimos a Melanio Murillo en la Plaza Grande de Montería enfrentándose con el capote a un toro), por allá por los inicios de la década del 50 en el siglo pasado, comenzaron a utilizarse los capotes y las muletas y siguiendo el tiempo pasaron a convertirse esas muletas y capotes en pancartas publicitarias.
Son una misma fiesta pero que se dirigen en sentidos opuestos. A la una
se le llama arte y a la otra espectáculo neroniano. Aquella es para espíritus selectos y ésta para bárbaros y salvajes. Sobre el tema
escribe el historiador monteriano Benjamín Puche Villadiego:
“Asignarle a las
comunidades en donde se efectúan las fiestas en corralejas, el calificativo de
“Bárbaras y Salvajes”, y confundir tales celebraciones como una manifestación
cultural nativa y parte del folclor, es la más insólita manifestación de ignorancia y desconocimiento de las
costumbres de Colombia, ya que estas fiestas de toros, se celebraron durante
muchos años en Bogotá en el siglo pasado hasta que el señor Presidente de la
República general Tomás Cipriano de Mosquera, las reglamentó en 1848”.6
Mas adelante y en el mismo artículo, Puche
Villadiego agrega:
“Las corralejas
no pueden considerarse desde ningún punto de vista como una manifestación
folclórica de los pueblos de la Costa Atlántica, y menos, como fruto de una
concomitante étnica de estas comunidades; su extracción netamente española
exime de responsabilidades al Grupo Cultural Zenú, en cuya zona se celebran”.
6
En el circo siempre muere el toro. En la
corraleja ¡nunca! En el circo, algunas veces, es herido el torero. En la
corraleja se produce un herido cada 40 toros. Un torero puede morir en un
promedio de cien corridas en las que se enfrenta a 200 animales. En la
corraleja se produce una muerte por cornadas en un promedio de 50 fiestas en
las que se lidian por lo menos 2.000 toros, sobre una plaza que es cuatro o
cinco veces más grande que un circo, sin burladeros y con tres o cuatro
animales lidiados al mismo tiempo por varios manteros que son entorpecidos por
miles de entusiastas aficionados que pretenden arrebatarles los toros para
lucirse ante los asistentes a los palcos. Los porcentajes parecen suficientes
como para deducir cuál es el arte y cuál la barbarie.
Pasar del cuadrilátero al círculo, fue
objeto de comentarios de toda clase por la innovación. Un hombre de letras que
daba sus primeros pasos en el periodismo, poeta en ciernes, y hoy considerado
en Sucre y gran parte de la Costa Caribe como el poeta de la síntesis, escribió
una nota para El Cenit bajo el título de “Todo antecede a la corraleja
circular”, que dice:
“El guarapo de caña del bar La Primavera,
los dulces de leche, de guayaba y coco puestos en azafates de madera al público
en la esquina del edificio Guerra, el peto helado servido por Julia Arroyo “La
Petera” y la cal traída desde Toluviejo por los hijos de Juan P. Escobar, no
son el comercio de Sincelejo, pero sí el arquetipo de lo que para entonces fue
el comercio de Sincelejo, más las abarcas fabricadas por Víctor Baquero y el
remoto recuerdo de las mulas de Perna al igual que las recuas de don Julián
Patrón en Tolú y los amoríos y la longevidad de don Héctor en Ovejas, hechos
que en proporción al tiempo y al hombre tejen la edad recién despierta en que a
lomo de mula un pequeño mundo abre paso desde el mar y surte los mercados del
interior de la República con ganado arriado por juglares de a pie y jícara al
hombro. Todo antecede a la corraleja circular y a las edificaciones dispersas
que entre dos y siete pisos alcanzan a mostrarnos la rara presencia de una
sociedad en el trance de ser o no ser ciudad o pueblo, mientras contra el mar
Tolú con su empresa hotelera de carácter temporal y Toluviejo de cal y
cemento”.
Hay muchas diferencias entre corrida y
corraleja y entre torero o matador y mantero. Hasta en la forma de pararse
frente al toro. Los pies del mantero tienen, frente al toro, vida propia. Le
permiten al espectador, como en el deporte del béisbol, acompañarlo mentalmente
en su accionar. Los pies del novillero parecen estar en agonía. Los del torero
de cartel y traje de luces, están muertos, sometidos al pensamiento y la
armonía que les marquen. En el mantero los pies son espontáneos, en los
novilleros volubles y en el torero esclavos.
Cualquiera sea la diferencia entre las
corridas de cartel y la corraleja, el sabor de esta última puede degustarse
mejor con el texto de un poema costumbrista que dice:
TARDE
DE TOROS
Primera
tarde de toros,
el
sol ardiente derrite la frente
de
hormigas humanas
colmadas
en los palcos.
¡Qué
sol incesante! de pronto el grito
del
borracho desesperao
para
que salga el primer astao.
En
la puerta del toril
hay
movimiento de miedo
que
se confunde con sombras que dejan
gallinazos
al pasar debajo del astro solar.
Revienta
el petardo,
señal
de empezar la tarde.
Se
abre la puerta, sale un toro pitón
colorao
punta afilá.
Como
aguja de zapatero en el mercao.
Da
la vuelta al ruedo
no
hay quien lo mantée,
el
garrochero encima del caballo
para
clavar su garrocha, lo logra,
su
mejor trofeo, un aplauso cerrao
de
aquel hormiguero.
El
toro se queda parao
coge
aire, arranca, culebrea y
se
lleva un pelao, lo corta y
en
la arena quedan hilos de sangre
señal
de muerte.
Alguien
comenta “pinta buena la tarde,
si
no hay muerto esto se jodió”.
Que
alegría para el dueño del ganao.
Que
tristeza y agonía pa’ quel niño,
que
dentro de miles fue el desafortunao
Por
no hacerle caso a mama
Está
casi del otro lao.7
PRIMER AVISO
El torrencial aguacero de ese día –20 de
enero de 1974 – dejó un presentimiento de que algo habría de suceder en las
fiestas del Dulce Nombre de Jesús. Un presentimiento que se diluyó cuando
pasada la lluvia y ya en las horas de la noche, se prendieron los paquetes de
espermas en la rueda del fandango en el centro de la plaza Hermógenes Cumplido y la brisa se encargó de llevar de un lado a
otro los ecos de los porros, fandangos, cumbias, mapalés y demás ritmos de la
Costa Caribe, en una clara invitación al público a introducirse en la rueda
vertiginosa de la danza.
Cuando el clima de la región parecía ser
una línea horizontal invariable, a mediados de diciembre comenzaba en la Costa
la temporada de verano. Según algunos investigadores del acontecer sabanero,
entre los que destacamos a Roberto Samur Esguerra e Inis Amador Paternina, las
fiestas se trasladaron a la temporada en que desaparecían las lluvias, pero en
algo debió incidir el hecho de que se iniciaba la recolección de las cosechas y
para el mes de enero los campesinos poseían capacidad monetaria suficiente con
la que adquirir vestuario, insumos, herramientas, etc., para el resto del año.
Y enero se tomó como el mes para agradecer a las divinidades, y entre todas al
hijo mismo de Dios, representado en el Dios-Niño que se conocía como El Dulce
Nombre de Jesús, desplazado mucho después por otro Dios-Niño: El Divino Niño.
Por alguna rara circunstancia atmosférica, a mediados de enero siempre llueve.
Así lo asegura Samur Esguerra en su obra “En enero siempre llueve”. Y el doctor
Armando Arrázola Madrid, como si hubiera estado en el día de la tragedia, nos
relata un aguacero en los tiempos en que la corraleja se levantaba en lo que es
actualmente el Parque Santander, porque tal como en aquella ocasión, en esta
llovió torrencialmente. Dice en su obra “El Veinte de Enero”:
“Estando en esas cayeron unas cuantas gotas
aisladas como cuando llueve a sol caliente, que es cuando se están casando las
brujas, pero la gente no les hizo caso y tomó aquello como parte del juego. De
pronto las gotas aumentaron de tamaño, de número y de intensidad y se desgajó
un tremendo aguacero que puso a correr a todo mundo en busca de protección. Los
que estaban en el palco se guarecieron en la iglesia y allí esperaron a que
escampara. Los del palco del municipio no tuvieron para dónde coger y los que
estaban en la plaza menos”.
y
posteriormente agrega:
“En la plaza únicamente había quedado el toro
de turno, que no teniendo a quién agredir, porque los jinetes habían desocupado
el lugar, parecía complacerse con el nuevo clima y se quedaba quieto en un solo
punto cerrando apenas los ojos mientras su cuerpo recibía el delicioso baño con
las orejas un poco caídas para que no penetrara el agua en ellas”.4
En enero siempre llueve y así lo aceptan
sabaneros y sinuanos, regiones en donde más arraigo adquirió este tipo de
festejos. En esta ocasión – 20 de enero de 1974- dio la impresión de que las
compuertas del cielo se abrieron para facilitar la consumación del primer aviso
de la tragedia, a cargo de dos jóvenes con ambiciones de llegar a directores de
cine: Ciro Durán y Mario Mitriotti.
Las faenas comenzaron, como era normal, a la una de la tarde, después
que el ganadero de ese día ofreció el llamado brindis a ganaderos, autoridades, periodistas, locutores,
invitados especiales, manteros, banderilleros, garrocheros, coleadores,
colaboradores y muchos colados que nunca faltan en estos actos.
A eso de las cuatro de la tarde se vieron las primeras gotas de lluvia
que parecían diminutos diamantes cayendo del cielo, visión originada por la
sombra de los palcos y los rayos del sol en un contraste de luces y sombras.
Los camarógrafos Durán y Mitriotti registraban el bello panorama, mas la lluvia
se intensificó y media hora después se equiparó a un diluvio y no había lugar
en la plaza Hermógenes Cumplido donde guarecerse.
Los hombres de la Sabana y el Sinú parecen traer en los genes, cual
herencia étnica, la pasión por la lidia de toros bravos. Desde muy niños se
introducen en los corrales, los potreros y las corralejas para compartir con
los mayores las peripecias de tan peligroso ejercicio. Como si el sol brillara
a plenitud en el firmamento, los miles de hombres que se encontraban en el
ruedo, sobre la arena, que no era más que tierra común, rodaban junto con los
toros en una faena extraña, en una danza inexplicable, en un espectáculo de
ron, valor, lodo y destrezas para evitar el peligro.
Un espectáculo normal para quienes han vivido situaciones similares en
otros años, bien como espectadores sentados en los palcos o como actores
directos, pero seguido ahora y filmado por otros ojos, humanos y mecánicos, que
habrían de transformarlo y presentarlo como algo denigrante, neroniano, ridículo,
inconcebible incluso en el escenario de las peores humillaciones que ha sufrido
el ser humano: el circo romano.
Hombres revolcándose en el lodo de la rudimentaria plaza como marranos
en un chiquero, borrachos, olvidados de todo principio, brindaron el
espectáculo que ni siquiera fue imaginado por Bocaccio para su Decamerón ni por
Dante para adornar su visita a los infiernos. Y los que conocíamos de esto, nos
sorprendimos con lo que los dos jóvenes produjeron, plasmaron y divulgaron por
el mundo: ¡La barbarie!
La casualidad permitió que el documental fuera presentado en el mismo
programa con la película que originó mayores temores y desagradables
impresiones en el mundo: El Exorcista. En las salas de cine de Bogotá,
Medellín, Cali y otras ciudades, se pasaba la película y como intermedio el
documental de la corraleja. Y afirman los que ellos vieron que los espectadores
se ponían de pie para repudiar a Sincelejo, a la fiesta de corraleja, a las
autoridades, a los dirigentes y a los ganaderos, por lo que estimaban el más horrible de los espectáculos que
habían visto en sus vidas. Se acomodaron las escenas de tal manera que, la
corraleja que había alcanzado renombre mundial pasó a ser el más repudiable de
los espectáculos. Pero los que se ponían de pie en las salas de cine del
interior del país para protestar por el espectáculo de las corralejas, o no
vivieron o no habían mirado hasta entonces los testimonios gráficos de los
asesinatos múltiples que los llamados bandoleros, pájaros, etc. a nombre de los
partidos políticos tradicionales, ejecutaron en la llamada “Época de la
violencia”, esos sí horrendos, satánicos, repudiados por el mundo civilizado.
Si los vivieron, los conocieron o miraron las fotografías, se pusieron de pie
en una falsa pose, en una expresión hipócrita.
No queremos ni creemos ofenderlos, pero tal vez si revisaran las
páginas de la historia, estos hermanos del interior del país no se habrían
levantado de sus sillas.
Recurrimos a un gran escritor e historiador, Alfredo Iriarte, para
comparar la corraleja del interior del país con las del Caribe. Dice esta
autoridad:
“Todos participaban en la barahúnda, y como no había reglas ni
cortapisas para nadie, no había pasado un minuto desde la salida del toro
cuando ya el espacio de la plaza era una suerte de olla gigantesca en la que
hervían y se agitaban sin concierto un toro que repartía cornadas en todas
direcciones y una muchedumbre vociferante y enloquecida cuyo conjunto parecía a
mediana distancia un zambapalo grotesco de peleles que se agitaban, huían del
astado, avanzaban hacia él, chocaban uno con otros, eventualmente saltaban por
los aires como saltimbanquis de feria, aventados por el testuz de la fiera o ya
malheridos por los pitones que revoleteaban buscando desesperadamente piernas,
vientres y golletes en que hundirse con deleite homicida. Cualquier lienzo:
ruanas, chaquetas, camisas y aun pañuelos eran buenos en manos de estos
dementes para provocar al toro”.
Si lo anteriormente trascrito no es suficiente y nuestros hermanos del
interior, que en la materia nos pusieron la plana, piensan que la corraleja es
una costumbre bárbara limitada al Caribe colombiano, les dejamos lo siguiente,
de la autoría de un jerarca de la iglesia, Monseñor Federico González Suarez,
arzobispo de Quito, Ecuador, en un recinto similar a nuestras corralejas:
“No había plaza construida a propósito para aquel objeto. En la mayor
de la ciudad se levantaban al contorno palcos improvisados que se llamaban
tablados. El recinto de la plaza, cerrado con barreras, era ocupado por los
curiosos, y el más audaz o el más diestro era el que sacaba el lance al
toro...”.
Más adelante, resalta el prelado:
“Cuanto más bravío y furioso era el toro tanto más regocijada se
mostraba la concurrencia. Y la corrida continuaba y el regocijo no se alteraba,
aunque uno tras otro fueran despedazados por los cuernos de la fierra; los
temerarios que se habían presentado ebrios a desafiar su furia. Los muertos
eran sacados de la plaza y la corrida seguía con loco frenesí”. (Las
negrillas son nuestras).
Lo anterior ocurría en la ciudad de Quito y no en Sincelejo, Montería,
Sincé, Cereté o San Marcos.
SEGUNDO AVISO
Para hacer una fiesta no es suficiente el buen ánimo. Se requiere la
capacidad económica, y en el caso de las tierras de la Sabana, el Sinú, el San
Jorge y el Urabá costeño, los recursos monetarios estaban, y siguen estándolo,
en las arcas de los ganaderos. Por ello las corralejas se iniciaron en los
corrales de las haciendas; estos feudos de grandes extensiones se originaron
cuando la Corona Española benefició con cédulas reales a los políticos de la
época y ellos, por sí mismos, fijaron caprichosa y ventajosamente los límites
de las tierras que les otorgaron en las célebres Encomiendas.
Muchas de las fiestas llamadas patronales, como queda dicho, comenzaron
para celebrar el cumpleaños del ganadero. En un pueblo del municipio de
Montería, La Gloria, la corraleja fue instaurada por y para la familia Negrete,
que suministraba los toros bravos, levantaba la corraleja, repartía gratuitamente
bultos de ron y los pasteles,7 para alimentar a los concurrentes sin
importar su condición social. La fiesta de Planeta Rica fue sostenida por una
sola persona, Claudio Manuel Cortes Almanza, que al final de sus días libó la
amarga copa de la ruina.
En el Urabá, para las fiestas de poblaciones como Canalete, Morindó,
Mulatos, El Carmelo, entre otras, los campesinos se avanzaban hasta en cien
jornales para obtener de los adinerados el suministro, no de dinero en
efectivo, sino de licor con el cual alegrarse durante los días de toros.
El profesor e historiador francés, Jaime Exbrayat Bocompain, en un
registro histórico de la ciudad de Montería, asegura que las fiestas, antes de
la aparición de las corralejas, se limitaban a desfiles de carrozas, reinados,
fandangos, carreras de caballos y otra serie de entretenciones, que desembocaban en una lucha frontal y en una
reñida competencia entre los moradores de los barrios La Ceiba y Chuchurubí,
para tratar de hacerlo mejor, fiestas
que se iniciaban el ocho de diciembre y seguían, noche a noche, hasta el 20 de
enero. Y un trabajador de la llamada
Casa Americana, como se conocía a la empresa norteamericana Geo D. Emery Company, que procesaba
maderas del Sinú para la exportación y con
las cuales, entre otras obras importantes, cimentaron la pavimentación
de las principales calles de la ciudad de Paris, el señor Manuel Benito
Durango, solicitó avances de sus jornales por varios años, simplemente para
adquirir doce pipas grandes conteniendo Agua de Florida y Agua de Cananga, el más fino
perfume de la época, y las colocó con un gotero en su barrio, La Ceiba, para
que todos los habitantes de Montería perfumaran sus cuerpos durante los 40 ó 45
días de fiestas.8 No es entonces un fenómeno reciente ni mucho menos una moda de los sincelejanos
el tratar de aparecer como organizador o ganadero durante las fiestas de
corraleja, por cuanto ello depara un estatus social, político y económico. Al
trocarse la política de un arte de gobernar y de servir a la comunidad, para
usarla como medio de enriquecimiento hurgando con facilidad y sin escrúpulos
las arcas oficiales y para beneficiarse con distinciones, dinero, relaciones no
solo personales sino familiares, las corralejas pasaron a ser causa de
intrigas, de luchas intestinas aún entre familias, con el propósito de aparecer
los ganadores en la puja en los puestos directivos de importancia o en la lista de ganaderos que suministran
encierros en los días de la fiesta. Los organizadores, en ese lapso, son mucho
más importantes y decisivos que las autoridades de los pueblos.
Por eso la política, o mejor, la politiquería, se apoderó de todas las
corralejas costeñas. Tener la facultad de distribuir los palcos entre
familiares y amigos, o administrarlos, o construirlos y venderlos, distribuir
todos los sitios de negocios por insignificantes que sean, como los vendedores
de naranjas y confites, pasando por las fritangueras y las cantinas, hasta
llegar a la instalación de casetas, prostíbulos, mesas de juegos de suerte y
azar, y muchos otros, arroja beneficios de toda índole, desde el económico
hasta la conquista de electores.
Cada jefe político tiene su propia cuadrilla para atender las
corralejas y garantizar el aumento del electorado después de las fiestas y con
miras a las siguientes elecciones. El espectáculo tan aviesamente presentado por los señores Durán y
Mitriotti, mostraba a los ganaderos de Sincelejo interpretando el papel de los
emperadores romanos cuando las matanzas de cristianos en el coliseo.
Una costumbre que nació en la corraleja de Cereté, departamento de
Córdoba, sentó sus reales en Sincelejo. Los ganaderos cereteanos – Guzmán,
Barguil, Calume, García, Banda, Padilla y otros – arrojaban sobre los más
bravos toros, toallas, mantas, botellas de ron y lluvias de billetes de baja
denominación, para que los humildes y hambrientos, los hombres de la gleba que
colmaban la arena, se lanzaran sobre el furioso animal y colgándoseles de las
astas se apoderaran de los objetos o de los billetes.
Un poco antes, en Montería, los Negretes, Kerguelén, Mendoza, Lacharme,
Méndez, Berrocal, Cabrales y demás, acostumbraron a colocar entre las astas de
los más fieros animales, un paquete de billetes para que los manteros,
arriesgando sus vidas, buscaran la manera de quitárselo. La plaza del barrio
Montería Moderna, la tan afamada Plaza Grande, lanzaba bufidos de frustración
cuando el toro regresaba a la torineta,
como allí llamaban a los chiqueros, con el dinero en la cornamenta.
En Sincelejo, Juan Perna Mazzeo, Arturo Cumplido Sierra, Eustorgio
Alcocer Navas, Dionisio Gómez Buelvas, Miguel Madrid, Miguel Navas Meisel,
Nelson Martelo Olmos, Jorge Támara Samudio, Rogelio y Leopoldo Támara López,
Enrique Samudio, los hermanos Juan, Salim, José y Joaquín Guerra Tulena, Pedro
Juan Tulena, Vicente Urzola, Salomón Urzola, Alejo García González, Humberto
Vergara Prados, y muchos más, asumieron
su papel de ganaderos y adoptaron la costumbre cereteana y llevaban a
los palcos bultos de billetes a la espera de los más fieros toros del encierro
para arrojarlos y los vientos se encargaban de ocultar el sol con los miles de
rectángulos de papel moneda.
Quienes conocen a estos ganaderos, de aquí, de allá y de acullá, a los
que murieron y a los que aún viven, saben que era más la sana intención de
animar la fiesta que la de producir un daño. Es cierto que muchos de ellos se
caracterizan por la petulancia, pero eso no es más que el resultado de saberse
nacidos poderosos y de haber recibido, con una sola excepción en Sincelejo –
Arturo Cumplido Sierra – considerables fortunas como herencia, pero nunca una
perversidad mental. Esas riquezas fueron amasadas poco a poco por antecesores
casi siempre humildes, muchos de ellos empobrecidos inmigrantes que cruzaron
los mares del mundo para perderse por estas tierras ignoradas.
El importante artista costeño, ANTONIO ZULUAGA PADRON, ha plasmado su visión de la corraleja en varias obras que cuelgan en colecciones privadas.La rtada de este libro y ésta, destinada a resaltar a los garrocheros, nos muestran la delicadeza, la destreza y la hermosura de su arte reconocido nacional e internacionalmente.
Prácticamente todos estos
ganaderos compartieron en la niñez y gran parte de la juventud los sinsabores
de la vida en el campo y aprendieron el duro manejo del ganado en los corrales
y potreros de las fincas y haciendas de sus progenitores, como vaqueros
comunes. Sobre don Arturo Cumplido se dice:
“Nació de la alegre venta de chorizos de
cerdo, de alegría infantil y de calderos atiborrados por la ensarta de
embutidos grasientos; de la humillación pueril de ser hijo natural en épocas de
prejuicios y señalamientos; de pocas vanidades por la pobreza, pues se era
hombre muy temprano sin alcanzar siquiera a ser niño e infante.”9
El documental fílmico de Durán y Mitriotti no hizo la aclaración. Por
el contrario, una y otra vez, el montaje enfatizó sobre la neroniana actitud.
Tampoco se tuvo en cuenta que no obstante la fiereza de los toros nunca hubo ni
un muerto ni un herido por estar recogiendo billetes. Los tumultos eran tan
grandes que, si el toro pensara, habría salido en fuga. ¡Y en no pocas veces lo
hicieron!
Las estadísticas tampoco fueron consultadas, pero ellas dicen que,
durante más de diez años de estar introduciendo cuatro o cinco toros de media
casta a un mismo tiempo en el ruedo, para un total de 200 animales por fiesta,
los heridos no alcanzan a veinte por año ni los muertos a tres en la temporada
que se inicia el primer día de noviembre y finaliza el domingo de resurrección
en localidades de tres departamentos diferentes, incluyendo muertos y heridos
por diversas circunstancias. En diez años, de 1960 a 1970, conforme a una
estadística seria y minuciosa que llevaba el equipo periodístico de la emisora
Radio Piragua, en Sincelejo y sus corralejas, no llegan al total de heridos y
muertos que resultaron de una sola Feria de Cali, Feria de Manizales, Feria de
las Flores en Medellín, el Carnaval de Barranquilla o el 11 de Noviembre en
Cartagena, en ese decenio. Pero aún así las demás son fiestas del arte, la tradición y la cultura y las corralejas de la Sabana y el Sinú, de
bárbaros.
Este segundo aviso no fue escuchado. Se maldijo hasta el cansancio a
los autores del documental fílmico, y aun cuando hubo rasgar de vestiduras y
protestas, no se hicieron las aclaraciones ni se exigieron las rectificaciones;
tampoco se intentó contraponer otro documental para recalcar la fiesta original
y su lado bueno, que lo tiene. Por el contrario, se intensificó la lucha
política y se agudizaron los deseos de dominar la fiesta de Sincelejo.
TERCER AVISO
Dicen que hay que estar enamorado para saber de qué manera acosa el
deseo, o haber estado en el vicio del juego para conocer el espíritu de la
ambición. Ninguna de las dos situaciones puede retratar el sentimiento de un
político por mantener y aumentar su caudal electoral.
Se recurre a todas las inventivas, se echa mano de todas las argucias,
no hay freno para traicionar al amigo, al padre, a la madre, al hermano; se
omiten todos los principios de la civilidad. Para el político, sobre todo para el
moderno político colombiano, no hay obstáculo que no pueda eludirse.
Cuando la condición de dirigente político alcanza la sinecura de una
curul en el Congreso, se ha llegado a la plena realización personal. A través
de ella se obtienen gajes que de otra forma no se logran. A ello le sacan
jugosos dividendos los políticos de estas tierras, que se precian de educar a
sus hijos en Berna, en Estocolmo, en Ginebra, en Eton, en Harvard, en Paris, en
Massachussets, y si los muchachos salen muy cerrados de mollera, como es de general ocurrencia, en Madrid,
Ciudad de Méjico o Buenos Aires.
Si se posee una buena fortuna, trabajada por los abuelos o los padres,
ésta queda como un ridículo aporte familiar ante la acumulación de riquezas
incalculables. Y los hijos alzan vuelo por sí solos y en poco tiempo poseen
tanto que se burlan de los esfuerzos de los antepasados, que labraron fortunas
vendiendo retazos de telas durante interminables caminatas desde las ardientes
arenas de los desiertos de los que se vinieron hasta los más recónditos pueblos
de nuestra geografía. Por algo se dice que los descendientes de una parte de
esos inmigrantes suplieron con la política colombiana la lámpara maravillosa de
Aladino, que tal vez se les perdió a los abuelos en alguno de los oasis. Y
contagiaron a los nativos que abandonaron el olor de la boñiga por el de las
arcas públicas, y porque demostraron fehacientemente que es más productiva la
ubre presupuestal que la de las vacas.
Estas razones fueron poco a poco convirtiendo las fiestas de corraleja
en un botín electoral para la dirigencia política. Durante años las fiestas de
Sincelejo sirvieron dizque para celebrar el cumpleaños del descendiente de un
español, llamado Sebastián “Chano” Romero. Después la iglesia las acaparó para
festejar el Dulce Nombre de Jesús. El sincretismo permitió que a un mismo
tiempo fueran religiosas y profanas. Y en lo profano los políticos vieron una
manera de halagar a sus capitanes
para aumentar el caudal de votos.
“Con
la llegada a Sincelejo de don Sebastián Romero Troncoso, antes de la primera
mitad del siglo pasado, el rico hacendado y hombre de empresa oriundo de Sincé,
animado por su afición y gusto por los toros, interpuso sus influencias en el
poblado para que los festejos fueran trasladados de octubre, mes
tradicionalmente lluvioso, a enero mes de verano y propicio para esta clase de
eventos taurinos. Además de ello el 20 de enero era la fecha de celebración del
cumpleaños de don “Chano” por ser día de San Sebastián y San Fabián en el
santoral católico. Para el año de 1864 las fiestas se empezaron a celebrar en
enero a instancias de don “Chano”.2
El tercer aviso está plasmado en una decisión de la alcaldía y en el
programa para las fiestas del 20 de enero de 1980. Un ganadero que aducía la
necesidad de cumplir una manda o
promesa al Dulce Nombre de Jesús, de brindar los toros del día 20 de enero, el
señor Arturo Cumplido Sierra, fue sacado del programa y colocado el día antes,
el 19, pero otro ganadero, Juan Perna Mazzeo, alegó su tradición de abrir las
fiestas y en ello contaba más años que Cumplido Sierra, al que entonces
pretendieron pasar al 21. Arturo Cumplido no aceptó el traslado porque si no
daba los toros del 20 cometía un grave pecado ante el Dulce Nombre, que quién
sabe por qué no lo había castigado antes, cuando no aparecía en los programas.
“El año entrante,
40 bravos toros de media casta de la hacienda de Arturo Cumplido Sierra no
irrumpirán en el bullicio canicular de las dos de la tarde del 20 de enero en
la plaza “Hermógenes Cumplido” para originar la estampida de los amantes de la
fiesta en corraleja que todos los años esperan la llegada de esa fecha para
jugar con el peligro de los pitones de los bravos animales en el redondel
construido con mangle y bejuco malebú. Este año Arturo Cumplido ha quedado por
fuera de la fiesta en corraleja que se celebrará en enero del 80. Desde 1962 acostumbra
a prestar sus toros para que fueran jugados el propio día 20 de enero. Ya esa
fecha, para Arturo Cumplido y para los amantes de la corraleja, estaba tomando
una clara directriz de tradición. 20 de enero, como día, estaba íntimamente
ligado a este ganadero hasta cuando surgió la petición de un ganadero, Pedro
Juan Tulena, para que esa fecha le fuera entregada a él y no a Cumplido. El
presidente de la junta, señor Salim Guerra dio su visto bueno y Arturo vio
cortada de un tajo su tradición”.10
El historiador Inis Amador Paternina, por un lado, y el diario El
Espectador, por la otra, nos entregaron generosamente el comunicado expedido
por la presidencia de la junta organizadora de las fiestas, relacionado con el
cambio de un ganadero por otro. Tanto Amador como el periodista e historiador
Aníbal Paternina Padilla, el primero como vicepresidente y éste como secretario
de la misma junta, señalaron en aquella época que la decisión había sido
adoptada directamente por el presidente sin consultar a los demás miembros.
Cabe recordar que la junta la designaba el alcalde de turno en los cuatro o
cinco primeros días del mes de octubre, con candidatos de los ganaderos que por
tradición daban los toros para la fiesta. Inis Amador y su tío Aníbal
Paternina, fueron los candidatos de Arturo Cumplido, mientras que Pedro Juan
Tulena era tío del presidente de la junta, Salim Guerra Tulena. El comunicado
dice:
“COMUNICADO A LA
OPINIÓN PUBLICA. La Junta Directiva de las fiestas en corraleja 1980, se
permite informar: 1) Que está guiada por el mejor deseo de que las festividades
del 20 de enero se celebren dentro de la mayor armonía y con la colaboración de
las personas que permanente o esporádicamente dan los toros para las cinco
corridas. 2) Que ante el deseo encontrado de dos ganaderos donantes de que la
Junta les otorgue el día 20 para jugar sus toros, ha agotado todos los medios
posibles para solucionar este pequeño “impase”. 3) Que, en el día de ayer, con
sorpresa, se enteró por pancartas, murales y pasacalles que anuncian que el
pueblo ha dirimido el diferendo a favor de uno de los ganaderos. 4) Que está
consciente de que ese procedimiento publicitario es la determinación personal
de un grupo de ciudadanos totalmente ajenos a la organización de la fiesta, lo
cual es muy diferente al deseo del pueblo de Sincelejo que no ha sido
consultado ni ha expresado su verdadera opinión. 5) Que este método, por
primera vez usado alrededor de las festividades del 20 de enero, puede ser
motivo para divisiones y enfrentamientos de la comunidad y un mal ejemplo,
ahora sí ante el pueblo, de que la clase ganadera y dirigente de Sincelejo ni
para celebrar su fiesta tradicional aparece unida. 6) Que por motivos de los
hechos ocurridos que narramos en los puntos anteriores, en el día de hoy ha
recibido la determinación de los oferentes de toros señores Juan Perna Mazzeo,
Pedro Juan Tulena y Salim Guerra, de retirar el ofrecimiento de sus respectivos
días de toros a fin de coadyuvar para que el evento de la fiesta se realice,
como ha sido costumbre, sin enfrentamientos de ninguna naturaleza. En
consecuencia, la Junta Directiva manifiesta que no se retirará de la
organización de las festividades del 20 de enero y cumplirá a cabalidad la
responsabilidad que le ha sido encomendada y en tal virtud hace un llamado a
los demás ganaderos de Sincelejo que quieran cubrir el vacío dejado por el
marginamiento arriba referido y acompañar al distinguido ganadero don Arturo
Cumplido, quien hasta ahora mantiene ante la Junta el ofrecimiento de sus
toros”.11
En El Espectador, edición Costa, en la sección Figura del Día, aparece
la fotografía del ganadero Cumplido Sierra, resaltándose la decisión de dejarlo
por fuera del listado de donantes de toros.
“Uno de los grandes ausentes de las fiestas que se avecinan del “20 de
enero” en Sincelejo, fiestas en corraleja, es el importante ganadero sabanero
Arturo Cumplido Sierra, cuyo nombre lleva la principal plaza de la capital de
Sucre. Cumplido Sierra, quien por muchos años había venido trabajando en la
organización de las corralejas y hasta hace pocos días Presidente Honorario,
sacado de las directivas y le quitaron la tradición de regalar 40 toros el 20
de enero, fecha para él como una “manda” o promesa que debe cumplir todos los
años. En enero del 80 no habrá toros de Cumplido Sierra, será el gran ausente
de estas fiestas del 20 de enero en Sincelejo”.11
No obstante, el texto del comunicado en que se resalta que dos ganaderos
y el presidente de la junta se marginan de la fiesta e invitan a otros a donar
los toros que los remplacen, y a la posibilidad de que todo fuera objeto de una
maniobra de los amigos de Cumplido Sierra, lo cierto es que una mayoría
apreciable de ciudadanos llamaban a las emisoras locales para rechazar la que
consideraban una expulsión de éste. Para tratar el asunto se citó a la junta a
una reunión para dos días después, a las diez de la mañana en la alcaldía para
dirimir el problema, pero nadie se presentó. Se fijó para el lunes siguiente en
las oficinas de Fedegan pero sólo asistió Arturo Cumplido. Ese mismo día, a la
una de la tarde, se conoció
la renuncia de Salim Guerra Tulena de la presidencia de la
junta, sin embargo
e inexplicablemente en
la mañana del
día domingo, llegó
a las oficinas de redacción de
los radioperiódicos y corresponsalías de periódicos nacionales, sin que se
hubiera elegido o designado el reemplazo del presidente, del secretario, del
vicepresidente y de otros miembros, la lista de los días de toros, en la que no
aparecía Cumplido Sierra, el único ganadero que no había retirado su oferta.
El propósito real era sacarlo del programa. Era costumbre que el
alcalde dictara en octubre el decreto designando la Junta Organizadora, pero en
1979 fue promulgado por el alcalde Pedro Perna Blanco, militante del grupo
político de los hermanos Guerra Tulena, el 19 de septiembre. Conflictos de
orden político obligaron al Gobernador del departamento de Sucre, Hermes Darío
Pérez, a nombrar como alcalde al abogado Jaime García Chadid, que se posesionó
el once de octubre y quien después afirmó que en realidad “Se mostraba un
extraño interés en saber si yo había adoptado alguna determinación en relación
con el decreto de las fiestas, porque a mañana y tarde se hacían llamadas
telefónicas al despacho averiguándolo”. Pero la situación de tirantez política
obligó a García Chadid a renunciar, siendo uno de los dos alcaldes más efímeros
en el cargo que tuvo la ciudad, mientras fueron nombrados por los Gobernadores.
El nuevo alcalde fue entonces el periodista y dirigente liberal Reyes
Montes Pacheco, en representación del Movimiento Liberal Social de Sucre,
Molsos, en el que todas las posiciones directivas se encontraban en manos de
los hermanos José y Julio Cesar Guerra Tulena, pero con gran influencia de
otros dos hermanos, Juan y Salim. Montes Pacheco comunicaba a sus allegados las
preocupaciones por el relevo producido en las fiestas, no tanto por la manda religiosa sino por el hecho
cierto de que Arturo Cumplido era considerado ya una tradición para suministrar
los toros del día 20 de enero, pero por razones políticas tenía que complacer a
sus jefes de movimiento y otorgárselo al ganadero Pedro Juan Tulena. Desde que
se conoció la lista de los días de toros, Montes Pacheco vivió el martirio de
hacer lo que no quería.
Por razones de creencias religiosas, para una gran parte de la
población se consideraba una profanación impedirle a Cumplido Sierra hacerle
honor a su apellido ante el Dulce Nombre, y acreció el rechazo popular. Desde
tres meses antes se afirmaba que para las fiestas habría un castigo divino.
Los contradictores políticos de la familia Guerra Tulena comenzaron a
actuar en la sombra y con muchos bríos. Las consejas, los rumores, volaban de
uno a otro lado. Desde los primeros días de enero, sin que ninguna autoridad se
preocupara por averiguar siquiera la procedencia y las razones, se rumoraba con
insistencia de que algo sucedería, pero nadie precisaba qué. Muchas personas se
salvaron precisamente por un presentimiento que les impidió asistir a la
corraleja.
El programa para las fiestas de 1980 fue, después del de 1974 en que
aparecieron aportando toros personas que nunca tuvieron ganaderías, bastante
curioso. Con excepción del día 19, que no se sabe por qué fue respetado, los
demás correspondieron a la familia Guerra Tulena. Ese programa y quienes lo
guardan dan fe de ello, señala las tardes de toros, así: Día 19, toros de Juan
Perna Mazzeo, de la hacienda Tolemaida. Día 20, toros de Pedro Juan Tulena, de
la hacienda Cacagual. Día 21, toros de Salim Guerra Tulena, de la hacienda El
Naranjo. Día 22, toros de Reyes Montes Pacheco, el alcalde, que le fueron
prestados por Salim Guerra, ya que él no tenía capacidad económica como para
poseer este tipo de ganado, y día 23, nuevamente toros de Pedro Juan Tulena, de
la hacienda Cacagual.
Los ganaderos y la clase pudiente protestaron en sus conventículos por
el acaparamiento de las fiestas, pero como suele ocurrir en las clases altas de
la sociedad, la llamada élite, se protestaba de manera sorda, pero se
levantaban y chocaban copas de brindis, en los salones del club campestre, por
el éxito de las fiestas y de la familia Guerra.
Los Guerra Tulena, aparentemente, no se enteraron de esas cosas e
ignoraron que su pretensión de ser amos y señores de las fiestas era motivo de
agrias polémicas en toda la ciudad. Y al momento en que el número de amigos y capitanes de su movimiento político
aumentó y todos exigían un cupo en la adjudicación de palcos, se abrió más
espacio en la gigantesca construcción, lo que después sirvió para afirmar que
debido a la ampliación de palcos, se produjo la tragedia. El tercer aviso
tampoco fue escuchado ni por las autoridades, ni por los ganaderos ni por los
políticos.
LA TRAGEDIA
En los primeros días de enero de 1980, el alcalde Reyes Montes Pacheco
permaneció más tiempo en reuniones con la junta organizadora, ganaderos y
políticos, que en el despacho. Los ganaderos se dividieron entre quienes
defendían el acaparamiento por los Guerra Tulena de prácticamente todos los
días de toros, al considerar que entre ellos y el tío Pedro Juan Tulena,
poseían suficiente cantidad de toros de media casta en sus haciendas Los
Billetes, El Naranjo, Cacagual y otras más localizadas en los departamentos de
Córdoba y Sucre, para poder hacer, ellos solos, la fiesta. Otros apoyaban
abiertamente a don Arturo Cumplido Sierra, lo mismo que hacía mucha gente del
pueblo, pero éste, el pueblo, pesa poco en el criterio de la dirigencia. El
pueblo siempre ha estado para llenar el ruedo, atragantarse de licores y poner
los heridos y los muertos en las esporádicas ocasiones en que se presentan
hechos que lamentar. Un tercer grupo que nunca dejó aflorar sus intenciones
pugnaba por desplazar a unos y otros y acabar de una vez por todas las
corralejas.
Montes Pacheco salía del club campestre para el restaurante La Selva o
para el club de tiro y caza Sabanas, en los cuales, por lo menos, dos largas
reuniones tenían relación con la fiesta. En todas ellas lo acompañaba Héctor
Támara, designado como presidente de la junta organizadora. Y de cada reunión
salía una propuesta que era rechazada en la siguiente. Varias veces manifestó
sus deseos de renunciar a la alcaldía, pero como era un hombre analítico del
acontecer, concluía que su futuro quedaría sometido a los sinsabores de ser
señalado y acusado como incapaz, traidor o cobarde, y como jamás hizo nada en
que no tuviera como mira a sus hijos, de los que exigía y esperaba todo, renunció
mejor a sus deseos y a la realidad y se dispuso a enfrentar el problema, del
que quizás no imaginó tuviera tan fatales resultados.
“La gente olvida pronto, y en Sincelejo, más rápido aún”, afirmó una
mañana en los bajos del edificio Madrid, poco antes de subir al despacho de la
alcaldía. Y lo decía con autoridad, por cuanto conocía el comportamiento de los
sincelejanos, especialmente en política, en donde con inusitada rapidez se
olvidan las traiciones, los desengaños, las falsas promesas, no solamente por
su larga militancia política, sino por la no menos larga vida al servicio del
periodismo en varias ciudades del país. Esa mañana Montes Pacheco comentó los
efectos negativos que a veces produce la lealtad, y recalcó que si el doctor
Álvaro Olivares Prados, hubiera dejado en firme un decreto que dictó y firmó en
su condición de alcalde, prohibiendo la fiesta en corraleja, él, Reyes, no
habría tenido que soportar tantas presiones ni debatirse entre tantos
sentimientos encontrados y conflictivos. Pero el decreto, firmado y sellado,
dejado por Olivares Prados en custodia en manos de un periodista, fue hecho
pedazos por él mismo en una madrugada “porque el doctor Julio Guerra me
convenció que esto es una barbaridad que puede crear malestar en el pueblo y
alterar el orden público”.
En aquella ocasión no se quiso tomar el buen ejemplo de autonomía y de
autoridad dados por el alcalde de Montería, señor Méndez, y refrendado por el
gobernador de Córdoba, señor Donaldo Cabrales Anaya que mediante decretos del
año 1972, acabaron la corraleja de esa ciudad y jamás se escuchó una voz de
protesta. En ese entonces, la competencia entre Montería y Sincelejo por hacer
la mejor fiesta se encontraba en su punto máximo, pero la capital de Córdoba,
tal vez ante la tajante decisión de sus principales autoridades y porque se
encaminaba ya a niveles más altos en materia cultural, aceptó sin problemas y
cambió por otro estilo sus fiestas. Sincelejo olvida pronto y bien pudo
aprovecharse también la ocasión de disturbios, que las autoridades y la
dirigencia renuentes al cambio, atribuyeron por que sí a los monterianos, y
bien pudo acabarse la corraleja sin víctimas.
Si el club campestre se vio a un paso de derrumbarse primero que la
corraleja como consecuencia de la lucha sin cuartel por los toros del día 20 de
enero, como efectivamente sucedió según el testimonio de varios de los socios,
el asunto no llegó a conocimiento del pueblo. La élite debate sus problemas y
los resuelve sin que los cañonazos de la batalla se escuchen ni siquiera en la
avenida Las Peñitas, que pasa por el frente de ese centro social.
Arturo Cumplido Sierra quedó definitivamente sin dónde pagarle al Dulce
Nombre su promesa, tal como se planeó con la debida oportunidad por los
interesados en ello, y en un momento de arrebato, porque fue hombre bastante
humilde antes de adquirir su fortuna, anunció que el día 20 haría una corraleja
en su finca San Cayetano, localizada a corta distancia de la plaza Hermógenes
Cumplido. En la demanda para indemnizar a los familiares de las victimas de la
tragedia, el Inspector de Policía del Corregimiento de Chinulito en ese momento
– Marcos Rafael Palacios Pion – refiere que salió de su población en compañía
de los señores Francisco Cervantes y Manuel Barrios, “para asistir a la corraleja
de Arturo Cumplido”, como trascendió no solamente en Sincelejo sino en
prácticamente todo el departamento de Sucre y departamentos vecinos, pero que
al pasar por la corraleja oficial, la propietaria de una cantina que estaba en
el primer piso del primer palco que se derrumbó, la señora Josefa Berrío Ruiz,
les informó que la habían suspendido. Después de otras averiguaciones y de
comprobar que era verdad, porque en un principio creyeron que se trataba de una
forma de la cantinera retenerlos en su establecimiento, volvieron a la cantina
en donde se quedaron. Josefa Berrío Ruiz murió aplastada, Palacios Pion soportó
durante dos horas el peso de tablas y listones al quedar aprisionado y sus dos
compañeros, que lo ayudaron a salir, se salvaron milagrosamente.
A Cumplido Sierra le hicieron ver sus amigos que una corraleja paralela
a la oficial podría ocasionarle conflictos con las autoridades y finalmente
desistió. Muchos aseguran que muy temprano en la mañana del 20 de enero se fue
a la localidad de Zambrano Bolívar, mientras que otros dicen que fue a su finca
San Cayetano a cumplirle al Dulce Nombre la promesa que le había hecho.
Y el vacío en el programa lo llenó el alcalde con toros que le prestó
Salim Guerra Tulena, porque no sólo “Arturo Cumplido tiene toros para hacer una
fiesta de cinco días”.
Pese a que se aseguró que en 1980 fueron desplazados los constructores
tradicionales de la corraleja, para darles cabida a constructores inexpertos,
lo cierto es que desde por lo menos cinco años antes esos constructores
naturales habían venido desapareciendo poco a poco, relegados por la vejez o
por sus propios alumnos o por expertos de otros lugares. Domingo Manchego, José
Manuel Oviedo, Pedro Bertel, Tulio Cumplido (hermano de Arturo), el Mono Nines, Roberto Olave, el Cojo Brinco y otros 26 carpinteros
más, que compraban madera nueva y de primera calidad en el Sinú y El Carmen de
Bolívar, que no colocaban un clavo o un pedazo de alambre o una plancha de zinc
sino eran totalmente nuevos en cada año, ya no construían todos los palcos.
El señor Luis Roberto Olave Calvo, hijo de don Roberto, nos informó
durante una entrevista que para 1980, su padre construyó tres palcos. Uno de su
propiedad y dos para otras personas que lo contrataron y que los tres
resistieron el impacto negativo del derrumbe de los otros. Don Roberto dedicó
gran parte de su vida de carpintero a la construcción de corralejas, en las más
importantes localidades de los hoy departamentos de Bolívar (zona sur), Córdoba
y Sucre, hasta convertirse, en unión de otros constructores, en usufructuarios
de las corralejas mediante el sistema de remate de las plazas, que consistía en
adquirir el derecho al uso exclusivo de la plaza, levantar los palcos y
administrar la entrada de los aficionados, así como velar por la seguridad de
la construcción y de los espectadores. Sin embargo, al introducirle influencia
política a la fiesta, los constructores veteranos fueron apartados del goce de
los palcos, para darles cabida a los representantes de los intereses de los que
quedaban en la junta organizadora. Y se llegó, inicialmente, a repartir entre
los donantes de toros el perímetro de la corraleja, equitativamente, para que
ellos los regalaran, los alquilaran o los vendieran. Y un ganadero cereteano
residente en Lorica, el señor Lauandios Barguil, con suficiente capacidad
económica para hacerlo, implantó el sistema de corralejas sin división de
palcos, con una o varias entradas, a la manera de los circos, que le permitía
explotar integralmente el negocio.
Integralmente en todo el sentido de la
palabra, por cuanto la construcción le pertenecía en su totalidad. Imitar
también esta modalidad, como se hizo con el lanzamiento de nubes de billetes de
banco, fue entonces la mira de los organizadores de la fiesta sincelejana y de otros
lugares de la Costa Caribe. Sin querer aparecer como malpensados ni menos hacer
insinuaciones de mal gusto, nada tiene de raro que el intento de acaparar en un
solo haz toda la fiesta, hubiera sido una de las razones para excluir a don
Arturo Cumplido Sierra en el año de 1980.
Pese a que no se concretó con exactitud la causa de la tragedia, porque
hubo tantas versiones como criterios, no obstante, a que el testimonio físico
permaneció erguido por más de tres semanas a la vista de todos, como fueron los
parales tronchados del primer palco que cayó y nunca “hundidos como
consecuencia del hundimiento del piso que no era más que un relleno de basuras”
como conceptuó más tarde un dirigente, no fue impericia en el levantamiento de
la mole de palos, tablas y bejucos. A ella sólo le variaron la forma de
construcción, para aprovechar el tiempo, en la que pusieron a reforzarse entre
sí a los palcos y no como solían hacerlo los viejos constructores, con los
célebres vientos, o sea, enormes
crucetas de listones que venían de arriba hasta el suelo y le daban estabilidad
a la construcción, que no obstante aparecer a la vista como el resultado de un
conjunto, estaban prácticamente aislados
un palco del otro. Pero tampoco se trataba de una improvisación, por cuanto el
sistema venía imponiéndose en todas partes.
Cuando se señala el número de constructores –33- es porque cada uno de
ellos no hacía más de un palco. Eran 33 palcos, uno para cada carpintero. En
1980, por la demora en disponer el levantamiento de la construcción, se
recurrió a reforzar los palcos de la parte de sol, la parte popular, uno con
otro, como queda dicho. Ni a la
izquierda del primer palco que se vino abajo, viéndolo desde dentro de la
corraleja, ni a la derecha del mismo, se hizo la innovación. Pero no fue una
mentira de quienes afirmaron que muchos de los palcos, aún los construidos con
el viejo sistema, tambalearon y faltó poco para que se derrumbaran de manera
contraria, es decir, hacia dentro.
La corraleja se trazaba tomando como punto de referencia un hito
hincado en el mismo centro de la plaza, desde el cual pintaban un círculo del
que sacaban 33 palcos de diez metros lineales cada uno, mas un palco de cinco
metros para la junta organizadora y las autoridades. Eran 335 metros, lo cual
facilita buscar el diámetro de la arena, en el interior, y de la construcción
por el exterior.
La presión política y el apetito desaforado de los capitanes y amigos por hacerse a un palco, se levantó entonces como
un problema mucho mayor que la repartición de los días de toros. Clubes
sociales, clubes cívicos, legiones, sindicatos, asociaciones, agremiaciones de
profesionales, entre otras, se sumaron a la algarabía por conseguir la
adjudicación de un palco, pero no había posibilidad de agradar y complacer a
todos.
No existía el interés por hacer más grande la fiesta sino de aprovechar
la oportunidad para ganarse un dinero sin dificultades. Si se revisa la lista
de los primeros adjudicatarios y la de quienes al final aparecieron como
dueños, se observará que hubo palcos vendidos y revendidos en más de tres
ocasiones. Un joven empleado municipal, Felipe Pereira Verona, gloria del
deporte sincelejano, logró que le liquidaran su cesantía y otras prestaciones
sociales para adquirir un palco y no obstante a ser un activo militante del
grupo político de los Guerra Tulena, debió someterse a comprarlo a un
revendedor. El palco se derrumbó y con él se perdieron la cesantía y los demás
dineros invertidos.
Reyes Montes Pacheco dispuso encontrar una manera de complacer la
demanda y su equipo de técnicos le informó que sólo podían ampliar el círculo
en tres palcos más. ¿Para quién? Eso se perdió en el silencio posterior. Y para
ampliar a 38 los palcos, se rellenó un lado de la plaza, precisamente por el
sitio en donde ocho palcos se fueron a tierra. Para enero de 1980 se encontraba
apenas en receso una batalla campal entre los políticos sucreños, iniciada por
lo menos diez años antes. Las emisoras Radio Piragua y Transmisora Sucre
irrigaban el espacio con las consejas, las diatribas, las denuncias y
contradenuncias que se lanzaban recíprocamente los grupos acaudillados –si
acaso se pueden calificar como caudillos- por José Guerra Tulena y Apolinar
Díaz Callejas. El alcalde Reyes Montes Pacheco militó primero en el Movimiento
Popular de Unidad Liberal –Mopul- de Díaz Callejas y pasó después al Movimiento
Liberal Social de Sucre –Molsos- de los hermanos Guerra Tulena. Por ese lado no
se hizo ninguna averiguación de las razones de la tragedia; ni los
investigadores ni nadie recordó que existían odios concentrados y
reconcentrados; que los hermanos Guerra Tulena eran odiados en grado sumo por
elementos de tercero y cuarto orden de los demás grupos políticos. Se recordó
apenas el detalle de un botadero de basuras del que se servían menos de cincuenta
familias que moraban por los alrededores y que por estar bastante separados del
perímetro urbano, no gozaban del beneficio de recolección municipal, y la
ampliación sobre el mismo de tres palcos más en la corraleja. Incluso, como si
ello pudiera aclararse simplemente con buenas intenciones y sin capacidad
alguna para adelantar las averiguaciones, antes de los ocho días de ocurrida la
tragedia, se dictaminó que no había sido resultado de un sabotaje, aun cuando
ninguna autoridad explicó cómo se llegó a tan peregrina conclusión. La
persistencia de rumores en el interior de los organismos armados y de
investigación que operan desde la creación del departamento de Sucre, que
parece que aún subsisten, insinuaban la poca capacidad de los miembros de los mismos
destacados en esta sección del país. Sincelejo aparecía como un lugar edénico
al cual llegar y retornar con apreciables cantidades de bienes de fortuna, y
tal vez por ello no tuvieron eficacia a la hora de las diligencias de
investigación, a lo que se agrega que la mayoría son ciudadanos oriundos de
otros lugares del país y desconocían por tanto la idiosincrasia del hombre de
la Costa Caribe, del sabanero en particular, de la médula de la tradición de
los toros en corraleja, la manera de construir los palcos y otros pormenores
que habrían sido adecuados e indicados para llegar a una mejor conclusión.
Los sincelejanos olvidan pronto. El 19 de enero, a las nueve de la
mañana, se inició el brindis en la finca
La Narcisa y a la una de la tarde los palcos estaban repletos de gente. La
fiesta del 20 de enero había alcanzado prestigio nacional e internacional y se
calificaba como el más extraordinario espectáculo festivo y folclórico de
Colombia. En lo palcos departían sincelejanos con antioqueños, corozaleros con
monterianos, morroanos con barranquilleros, sampuesanos con bogotanos, y así,
sucesivamente, y con no pocos extranjeros llegados con el propósito de conocer
este tipo de celebración.
Los sincelejanos olvidan pronto. A la hora que sonaron las trompetas y
los bombardinos, los redoblantes, los bombos y los clarinetes, nadie recordó la
promesa de Arturo Cumplido, ni el acaparamiento de la fiesta por los Guerra
Tulena, ni los odios políticos ni las prevenciones ni los malos presagios.
Todos a una se fueron a la plaza a ver los toros de Juancho Perna, que como
dice la popular canción del compositor Danuíl Montes Bustamante, en ritmo de
porro: “Son de Tolemaida...son de Juancho Perna...”.
El día 19 fue tranquilo, como habían sido siempre las tardes de toros
en Sincelejo. Los toros de Tolemaida hicieron honor a la bien ganada fama del
ganadero y de la ganadería, y todos salieron contentos. Si algunos notaron que
como a las cuatro de la tarde (¿Un nuevo aviso?) el exceso de gentes ocasionó
la caída de quince metros de vallas en el sector de sombra, todos lo olvidaron
o lo ignoraron. Los Inspectores de Policía de la plaza, Luis Ramírez Castellar
y Celedonio Silva Corvis, avisaron a la policía el exceso de público en los palcos
desde antes de producirse la caída de la valla, y el día veinte, en las
primeras horas de la mañana, pidieron por escrito a la Comandancia de la
policía el aumento de agentes –sólo veinte trabajaron en los alrededores de la
corraleja el día 19 – para garantizar un mejor control del orden. Pero todo se
olvidó porque en Sincelejo los recuerdos se pierden muy rápidamente.
Por lo menos veinte mil personas vivieron los angustiosos y dramáticos
momentos del derrumbe de los palcos. No podríamos, ni siquiera resumiéndolos,
plasmar aquí el testimonio de los que atravesaron por tan penosa experiencia,
pero sí de algunos pocos, incluyendo al autor, para retratar el horror, el
miedo, las angustias, el valor y la serenidad de muchas personas, la entrega de
las enfermeras, el cumplimiento del juramento hipocrático por parte de los
médicos, el servicio voluntario de organizaciones cívicas, la aparición de
líderes para poner orden en el caos y el trabajo no valorado de hombres que
entendieron que no podían permanecer de brazos cruzados cuando apenas se
iniciaba la tarea de ayuda.
“Durante unos doce
años, desde el primero de noviembre hasta el Domingo de Resurrección,
transmitimos fiestas de corraleja en prácticamente todas las poblaciones del
departamento de Córdoba por las emisoras La Voz del Sinú y Radio Cordobesa, de
Montería, y hasta un año antes, las fiestas de Sincelejo por Radio Piragua.
Estábamos hastiados de corralejas. Pero el cachaco Fabio Garcés, cuya hija,
Liliana, es amiga de mi hija desde que se encontraban en el parvulario, estaba
en el negocio de los palcos – y esto demuestra que no hubo un relevo
intempestivo de los viejos palqueros sino gradual y con el paso de los
años- invitó a nuestros tres hijos a
presenciar las faenas del día veinte desde su palco.
Reinaba una gran
preocupación sobre algo que iba a ocurrir, pero nadie pudo explicarnos qué
esperaban. El rumor corría de una a otra parte de la monumental construcción y
en un momento dado, cuando nos preocupó el asunto, planteé a mí esposa
devolvernos y esperar lo acontecimientos, pero los niños no aceptaron las
excusas. Por eso no rechazamos, sino que acogimos entusiasmados la generosa
oferta de Fabio Garcés, de que nosotros también subiéramos a la edificación y
mientras los niños quedaron en el tercer piso, mi esposa y yo fuimos al cuarto
piso.
Desde que el primer toro salió por la puerta de chiqueros se acabaron los temores y todos nos prometimos una tarde memorable. Pedro Juan Tulena, con seguridad, habría preparado un encierro de primera calidad para justificar el cambio de Arturo Cumplido por él. Y desde el primer toro la esperanza se convirtió en una realidad. Era un encierro seleccionado, toros bravos de media casta, prácticamente todos negros, de alrededor de 300 kilos y muy pocas plazas, que acometían al capote con entusiasmo. Una delicia para manteros, banderilleros y garrocheros, adecuada para los voluntarios y de confianza para los espectadores, que no dejaron ese día un espacio vacío en ninguno de los palcos. Llegamos a la plaza a eso de la una de la tarde y después de conducir a los tres hijos a puestos reservados en el piso tercero, como pudimos nos colocamos en el piso cuarto en la última fila, en donde aún quedaban dos cupos.
El entusiasmo era inmenso, porque la calidad de los toros y la pericia de los encargados de las faenas, escenificaban un espectáculo inolvidable. Las botellas de licor pasaban de una mano a otra por todos los pisos de todos los palcos y allá, abajo, en el redondel. Y de pronto el cielo se fue opacando sin que nadie le pusiera atención. En enero siempre llueve y todos estábamos acostumbrados. Además, contrario a lo que ocurre en la plaza de toros de Manizales, por ejemplo, en donde los toros y los toreros son el asidero para que las mujeres que llegan a los tendidos de la plaza del barrio La Castellana los adapten como pasarela, para un desfile de modas no programado pero sí esperado para admirar la belleza de las manizaleñas, acá el lujo se dejaba para los salones de los clubes y las pistas de las casetas en los bailes nocturnos, desde que el fandango perdió importancia y se le dejó a las meretrices y ladrones.
Cuando la lluvia hizo presencia los que se encontraban en el exterior de la corraleja buscaron refugio en el primer piso, localizado debajo de los palcos, y entre las cantinas, y varios subieron a los palcos que ya estaban completamente llenos. Los del ruedo también corrieron a subirse a la valla y los más hábiles encontraron acomodo en los mismos palcos. El sobrepeso era incalculable. Mi esposa me preguntó si acaso la lluvia no podría ocasionar el reblandecimiento de la tierra y causar la caída de la corraleja y antes de que le diera cualquier explicación, uno de los ocupantes del palco que estaba a nuestro lado, de nombre Guido Zambrano, saltó como impulsado por un resorte para protestar groseramente y la increpó diciéndole que si acaso ella también era enemiga de los Guerra Tulena y de las fiestas, quizás porque ignoraba que yo había trabajado hasta una semana antes como periodista del noticiero de esa familia, pero sobre todo, su reacción obedeció a la norma de esos días gracias a la intensa polémica desatada en torno a la fiesta. Ella y yo nos miramos en silencio y nada respondimos, mientras el hombre, un anciano casi, continuó con su cantinela para demostrar con palabras que eso no había sucedido nunca ni habría de suceder.
En el silencio se me vino a la memoria el momento en que se incendiaron los palcos de la corraleja de Montería cuando la construyeron en el sitio llamado La Lechería, calamitosa pero incruenta situación que transmitimos por La Voz del Sinú, transmisión que se vio súbitamente truncada cuando alguien tiró de los cables y los equipos quedaron sin energía eléctrica. En ese momento las llamas se encontraban a menos de veinte metros del sitio en donde realizábamos la transmisión. Y me fui mentalmente un poco más atrás, cuando niño, que vimos venirse abajo media corraleja en el Corregimiento de Rabolargo, municipio de Cereté. No era entonces un imposible”.12
“216.1. el 20 de
julio de 1969 se vino a tierra el Circo Portátil de Toros levantado en la Plaza
Camilo J. Cabal de la ciudad de Buga, departamento del Valle del Cauca, con
saldo de 17 muertos, 25 heridos graves y 182 con lesiones menores”.13
“216.2. En 1972 se
cayó la “Corraleja” de Palo Alto, corregimiento del municipio de San Onofre,
departamento de Sucre, dando muerte al señor Luis Carlos Reboyo y lesionando a
medio centenar de espectadores”. 13
“216.3.
Posteriormente, en los años de 1973, 74 y 76, se cayeron palcos de “Corraleja”
en Arjona, San Marcos y Arenal. Los muertos llegaron a la decena y cientos de
heridos”.13
“216.5. En enero de
1980 se derrumbó otro Circo Portátil de Toros que esta vez se había construido
en el municipio de Supía, Caldas. Murieron varias personas y otras muchas
resultaron heridas”.13
“216.6. Durante las
festividades del 20 de enero de 1979 uno de los palcos de la “Corraleja”
sincelejana, el Mariscal Sucre, quedó retorcido como una quijada. Y, en 1980,
el 19 de enero, víspera de la
catástrofe, más de 40 metros de “Corraleja”, la parte más sólidamente
construida de la estructura, se cayeron dos veces en presencia del Alcalde
Municipal, del Presidente de la Junta Organizadora de los festejos, del
Comandante de la Policía Nacional, del de la Base Naval de Coveñas, del agente
del gobierno central, del Gobernador del Departamento, y a ninguno de ellos se
le ocurrió cumplir la constitución y la ley y mandar suspender el espectáculo y
ordenar la revisión de la estructura del circo que, la seguridad, el bienestar,
la salud y la vida de millares de espectadores, reclamaban hasta de la más inútil, deficiente y lerda de las
Administraciones”.13 (Negrillas nuestras).
“Salí del
ensimismamiento al recibir un fuerte codazo en las costillas del lado izquierda
y oír que en voz queda mi esposa me decía: “¡Mira...mira...mira...!”. Y miré
hacia donde ella tenía fija la mirada y alcancé a ver cómo un primer palco se
venía lentamente abajo, como si fuera perdiendo, piso por piso, desde arriba,
la base en que se apoyaban, y los del cuarto piso aprisionaron a los del
tercero, y los dos a los del segundo y los tres a los de abajo, en el primero.
¡Aplastados unos a otros, como si una mano gigantesca e invisible se hubiera
posado en el techo y presionando con fuerza hacia abajo, los fuera achatando
hasta formar una sola masa!
¡Los niños! gritamos al unísono y tratamos de
salir, pero ya muchos se nos habían adelantado, incluyendo al anciano Zambrano,
que hasta una fracción de segundos antes refunfuñaba en contra de mi mujer.
Volvimos la mirada al sitio donde se cayó el primer palco y además de observar
el vacío en la construcción, vimos con
horror que el de la derecha, desde nuestro puesto de focalización, a la falta
de soporte, se bamboleaba como un borracho y sus ocupantes gritaban y se
revolvían buscando dónde aferrarse, pero el palco, aplastándose de izquierda a
derecha y antes de precipitarse totalmente hacia atrás y afuera, dejó al palco
vecino en iguales condiciones y éste al otro y así hasta alcanzar ocho palcos.
Pero si allá, al frente, se vivía un dramático momento de espanto, de dolor, de llanto y de muerte, acá, en el palco “Junín” de Fabio Garcés, el terror era unánime. Todos corrimos hacia la escalera, pero por el exceso de peso se fue a tierra desde las alturas como ocurrió en todos los otros palcos que quedaban en pie, por cuanto éstas se construían en el vacío. Como pude bajé al piso siguiente y encontré a mi hijo mayor, Enrique II, con un grupo de ocho a diez niños que él acorraló en una esquina para no dejarlos salir en estampida a consecuencias del miedo.
Liliana lanzó un grito y él le propinó una
cachetada y retornó el silencio. Les expliqué el problema y la necesidad de
actuar con calma y prudencia para superar ilesos el grave momento y parece que
me entendieron, porque entonces me rodearon como buscando protección y a la
espera de las órdenes pertinentes. Extrañamente, o consecuencia lógica de
procurar salvar la vida, los mayores que habían protestado porque los niños
ocupaban los primeros puestos de la primera fila y que hicieron más de un
intento por sacarlos de allí para ellos acomodarse, salieron como volando del
palco sin tenerlos en cuenta.
Me acerqué al borde de la primera fila para ver
si podía evacuar los niños por ese lugar, pero dos cosas me aconsejaron que no.
La una, porque tuve la impresión de que el palco no había caído hacia el
redondel al recibir el contrapeso de la gente que intentaba salir, y la otra,
la presencia de los tres toros que habían salido del toril poco antes de los
hechos y que se quedaron estáticos como lo registraron las fotografías de esos
instantes aparecidas en los periódicos, sorprendidos quizás de ver a los
humanos huir de un peligro mayor que el que ellos representaban, al punto que
pasaban cerca sin ninguna prevención.
Imaginariamente medí las distancias entre el lugar en que se encontraban los toros y en el que bajarían los niños, la velocidad de desplazamiento de un animal de 300 kilos de peso y furioso, y la de un niño lleno de miedo, que debía bajar cerca de ocho metros por una valla rústica, caer al piso, dirigirse a las primeras barandas, introducirse entre ellas y ganar la calle, y concluí que los animales podían cubrir la distancia con mayor rapidez y facilidad y no podía correr ese riesgo y someter a los niños a otro peligro mas.
En esos momentos se acercó corriendo un joven fornido, metió las manos por una rendija de las tablas que separaban a los palcos uno del otro y trató de arrancarla. Le llamé la atención y le hice entender que si los demás notaban su intención se vendrían en masa y hasta corríamos el peligro de caer bajo la estampida de los desesperados. Me entendió y procurando hacer el menor ruido posible, logramos separar, no sin esfuerzo físico de ambos, una de las tablas. El joven no había perdido el miedo y antes de que apartáramos totalmente la tabla, se introdujo por el hueco y continuó su carrera hacia un lugar menos inseguro.
Fui pasando a los niños y unos quince metros adelante me asomé hacia la calle y abajo se encontraban cuatro o cinco hombres altos, fornidos, descamisados, enlodados, que invitaban a los de arriba a lanzarse al vacío para ellos recibirlos en sus brazos. Uno de ellos me identificó y me invitó a lanzarme, pero le hice saber a gritos que tenía varios niños y haciéndome señas se ofrecieron a apararlos. Pero tampoco quise correr el riesgo y salidos de no se dónde, se formó rápidamente una escalera humana. Un hombre tras otro, aferrándose a la estructura con el brazo izquierdo, recibía con la derecha a los niños y los fueron bajando uno por uno. Desde que bajó el primero vi a mi esposa, Elvira, al lado del grupo de hombres que continuaba recibiendo en brazos a mujeres y niños que desesperados se arrojaban al vacío. No supe cuándo ni cómo ni por dónde se bajó del palco, pero fue reuniendo a su alrededor, como una gallina a sus polluelos, a todos los niños que llegaban al suelo”.12
“Jairo Villegas se
encontraba en el palco de los hermanos Marcos y Víctor Lidueñas, a cuyo lado se
derrumbó el primer palco. Villegas aparece todo de blanco vestido en la primera
fila del tercer piso, en una de las fotografías del suceso. “No encontraba por donde bajar y mi situación
era más desesperante, por que irresponsablemente me lleve a la corraleja a mi
hijo Jhon Jairo, que tenía en esa época cuatro años de edad. Escuchaba que
gritaban mi nombre y al mirar hacia la arena un grupo de manteros con las
mantas abiertas me decían que tirara al niño que ellos lo recibían, pero me dio
miedo y no lo hice. Sin embargo, varios niños fueron lanzados desde otros palcos,
porque fue esta una de las formas que se idearon para despejar los palcos, al
derrumbarse casi todas las escaleras”.14
¡Si hubo proezas ese día, y la realidad en
este caso superó cualquier fantasía, la primera de ellas fue el trabajo de estos
voluntarios que recibían en sus brazos a los que se tiraban de los palcos o
formaban escaleras humanas para bajarlos utilizando solamente la fuerza de sus
manos! Me reuní con mi esposa y los niños, pero algo en mi interior me impulsó
a quedarme en el lugar. Quizás ver que iban y venían personas como
desorientadas, sonámbulas, compungidas, unas sollozando, otras que lloraban y
aquellas que lanzaban estridentes alaridos de dolor, me obligaron a disponer
que mi mujer y mis hijos se fueran a casa luego de repartir en las suyas a los
otros niños.
Sincelejo no había vivido un drama de tal magnitud y pocos sabían
qué hacer. Perdí los zapatos entre el lodo por los lados del toril y recurrí al
grito enfurecido para despertar a los que se mostraban paralizados o caminaban
errabundos, cabizbajos, como sonámbulos, mirando a los muertos y heridos; los
conminé a sacar a los heridos de entre la maraña de tablas, listones, tablones,
planchas de zinc. A los que ignoraban los heridos para tratar de sacar el
cuerpo de un familiar o amigo o conocido muerto – una característica del
costeño que se niega a entender la realidad de la muerte- también los gritaba
diciéndoles que primero eran los heridos. Ni siquiera supe en qué momento un
pedazo de vidrio me taladró profundamente en la planta del pie izquierdo.
Un grupo de amigos que formábamos parte del Club Kiwanis, integrado por Luis Carmona, Elkin Álvarez y José “Chepe” Cuadros, me pidieron que los llevara a mi residencia por estar relativamente cerca, para ellos llamar a sus familiares en Sincelejo y en otras ciudades del país y decirles que estaban vivos y en buen estado, y así lo hicimos. En esas estábamos y en el corto tiempo nos bebimos una botella de Whisky entre los cuatro como si hubiéramos estado bebiendo agua, cuando escuchamos por la radio que se pedía con urgencia gasa, algodón, jeringas, antisépticos, analgésicos y otros sedantes y elementos necesarios para atender a los heridos, porque en el hospital se habían agotado las existencias.
Luis Carmona era en esa época Visitador Médico y Elkin Álvarez el gerente de la sucursal de Dromayor, una empresa de venta de medicamentos al por mayor, y con ellos adoptamos un plan improvisado y a las carreras. Nos dirigimos a los depósitos de Dromayor, llenamos grandes cajas de cartón con varios de los elementos indispensables y nos fuimos para el hospital a unas cuatro cuadras de distancia. Si en la plaza Hermógenes Cumplido se vivían penalidades y todo era confusión, en el hospital la situación no sólo era mucho más grave y conmovedora, sino caótica. Pocos sabían qué hacer mientras que médicos y enfermeras adelantaban su trabajo en las salas de cirugía o en los pasillos adyacentes.
Los miembros del Club de Leones Presidente, después llamado Sabanas, en el que muchos de los miembros eran médicos, abrieron un puesto de primeros auxilios en la calle La Pajuela, a escasos metros del hospital. Los del Club Rotario hicieron otro tanto unas esquinas mas allá. Un puesto de emergencia como para obligar a la gente a tomar un rumbo distinto al de la calle La Pajuela, prácticamente intransitable, fue instalado por Damas Grises de la Cruz Roja en la esquina diagonal al Araujito, casa que fue de Héctor Vergara González, con 10 camas varios médicos y las voluntarias Vilma García de Támara, Alina Olivares de Bitar, Doris Guzmán de Romero, Miriam de Uribe (Q.E.P.D), Norla de Barrios, la Dama Dominicana y Cónsul de su país en Sincelejo, María Isabel....... (Q.E.P.D), Sonia de Olivares, Lía Berrocal de Haydar, entre otras. Además de atender heridos, repartir medicinas y sedantes, suministraron alimentos a varias personas, especialmente niños, que por haber llegado de otros lugares no habían podido regresar a sus hogares de origen.
Pocos se quedaron sin brindar su concurso. Paulina García Gomescáceres, quién nos relató la proeza del carabinero con un bebe entre los brazos mientras espoleaba el caballo llevando las riendas entre los dientes, nos relató su experiencia en las fiestas de corraleja desde su terruño, los cayos, hasta las más afamadas de Sucre y Córdoba, evoca con emoción como se brindaron a dar ayuda Hernando Vergara González y cuatro compañeros más que estudiaban medicina en la Universidad de Cartagena que enterados de la tragedia corrieron al Hospital a brindar sus servicios. A Gabriel Diago, que, con un grupo de estudiantes de sicología y trabajo social de varias universidades de Barranquilla, trabajaron por más de 10 días en la orientación a los traumatizados sicológicamente por la tragedia.
Pero la calle La Pajuela se convirtió en una muralla humana impenetrable por la que nada salía ni entraba, debido al afán de la multitud por conocer si algún pariente estaba entre los muertos y heridos. La multitud no dejó espacio libre desde la plaza Olaya Herrera, en donde funcionaba Dromayor, hasta el mismo hospital. Chepe Cuadros, a pesar de su corta estatura y su cuerpo delgaducho, poseía – o posee – una voz potente, de trueno, y con la autoridad del comandante militar dirigiendo tropas, fue consiguiendo abrir una calle entre la multitud y al mismo tiempo organizó a los Scout, a la Defensa Civil y a la misma policía, para formar una cadena humana que permitiera el acceso de los que traían heridos, porque no pocos murieron esperando romper la barrera.
Así, llegamos con material quirúrgico y de primeros auxilios que ya estaban agotados, tal era el número de heridos. Todas las salas de cirugía estaban copadas y en sus alrededores las camillas con heridos esperaban ingresar a los quirófanos. Dentro de éstos se confundían las batas de los médicos y de las enfermeras con la vestimenta enlodada de los voluntarios sudorosos pero atentos para cumplir con la menor indicación de los galenos. Ciertamente no eran momentos como para exigir asepsia de los que ingresaban porque lo que faltaban eran manos.
Chepe Cuadros también organizó lo pertinente a ir sacando a los pasillos del exterior del hospital a los que morían dentro de los quirófanos o que esperaban atención médica o que llegaban muertos al centro asistencial. Los andenes del primer piso fueron llenándose de cadáveres y allí encontramos al Inspector Central de policía, Ramón Castañeda, que en compañía de un agente de la policía y del secretario de la inspección, se miraban entre sí y después a la larga fila de cadáveres. Le dije que eran tantos los muertos que no podía seguir esperando más tiempo para iniciar las diligencias de levantamiento de los mismos, pero sólo me respondió: “¡No mi viejito...no mi viejito...no mi viejito!” y continuó como paralizado por la impactante escena que estaba a sus pies. En vista de ello, le dije al secretario que comenzara a anotar los detalles y procedí a meter la mano en el bolsillo de la camisa del primer cadáver y le fui dictando lo que encontraba en las ropas, pero antes de terminar la descripción el Inspector Castañeda y el agente de la policía despertaron del letargo y conscientes de su responsabilidad emprendieron la macabra tarea. ¡Una inmensa tarea!
La hilera de muertos seguía los contornos de las paredes del primer piso, unos tras otros, boca arriba, para que quienes buscaban a sus familiares pudieran identificarlos en caso de que se hallaran allí. La labor de levantamiento se veía frecuentemente interrumpida por los gritos de dolor de las madres, los padres, los hermanos, las esposas o los esposos y hasta de los amigos cuando identificaban a uno de los suyos. Hombres, mujeres, niños, viejos y jóvenes. ¡La muerte no hizo distinciones ese 20 de enero de 1980! Todos lloraron ese día.
Periodista en receso por razones de la política, no perdí sin embargo la costumbre de acopiar datos, de preguntar, de escuchar y sacar conclusiones, y al pasar por la recepción del pabellón de Maternidad, en uno de los pisos superiores del hospital, escuché que me llamaban con empeño. El periodista y locutor Miguel Salcedo Vergara, con un teléfono en las manos, me pidió que lo acompañara en la transmisión o que le suministrara detalles, ya que no había asistido a la corraleja e ignoraba qué y cómo habían ocurrido los hechos, y no podía abandonar el teléfono, que fue lo primero que buscó cuando llegó al hospital, porque se quedaba incomunicado con la emisora en la que trabajaba, Radio Sabanas. Le respondí que debía recopilar otros detalles y que por tanto debía darme un lapso de por lo menos media hora, y después de organizar las anotaciones y de dar una vuelta más por todos los pisos del centro hospitalario, volví a su lado.
Miguel Salcedo Vergara fue un gran colega y un mejor amigo, y como no tenía compromisos laborales con ninguna otra empresa radial o periodística, me dispuse a colaborarle. Más aún, porque lo vi abatido, no sólo por la tragedia, sino también porque desde Bogotá Yamid Amat, a quien no podía darle explicaciones al aire de la situación en que se encontraba, le exigía información y lo estaba dejando “como un cuero, como un ignorante, como un tonto”, me informó casi llorando de la ira. Le indique que estaba listo y él pidió el cambio y señaló que como testigo y al mismo tiempo periodista, yo estaba en capacidad de dar un informe. Hice la descripción desde el momento en que se inició la lluvia, cómo se derrumbó el primer palco y cómo los demás y utilicé la frase de cajón:
“Los palcos cayeron como cuando se
derrumba un castillo de naipes”.
Aludí al número de muertos y heridos hasta ese
momento en ese solo centro hospitalario y el drama que se vivía en la ciudad.
Fue un informe largo, como de quince minutos. Días después, meses y años más
tarde, colombianos residentes para la fecha en diferentes países del mundo han
venido expresándome sus agradecimientos por el informe que, a esa hora, diez de
la noche, hice de la tragedia. En el país y en el mundo sabían que se había
caído la corraleja, pero ignoraban detalles pormenorizados.
Dicen que Yamid
Amat destacó por la Cadena Caracol la seriedad del informe y la descarnada
descripción, pero no tuve la oportunidad de escucharlo. Las horas pasaban, pero
los que nos encontrábamos en el cumplimiento de alguna tarea no lo notamos. Las
emisoras repetían hasta el cansancio los mensajes de los ciudadanos interesados
en comunicar a sus familias que estaban fuera de peligro o las llamadas
telefónicas que se hacían desde distintos lugares de Colombia y del exterior,
que indagaban por la suerte de algunas personas.
Lo cierto es que en las primeras horas de la madrugada sabían en otros lugares los nombres de muchos de los muertos, pero lo ignoraban quienes estábamos en el interior del hospital, en donde las carreras continuaban. Seguían llegando heridos que localizaban debajo de los escombros. Y en medio de la desgracia sucedían otras, como la de una ambulancia en la que metieron cerca de diez heridos y en el afán por llegar prontamente al hospital, el conductor perdió el control al acercarse a un puente y se precipitó en el canal, y los que no murieron en la corraleja cayeron allí; los heridos leves se agravaron y los que fueron a dar ayuda resultaron heridos o muertos”.12
NO
NOS DEJEN MORIR
“Ruby Paternina sintió lo mismo cuando se montó por
primera vez en un ascensor, antes de quedar aprisionada por dos postes de
madera que le fracturaron cinco huesos. Ahora con lo que llama un “cargamento
de yeso encima” y con los ojos que apenas se le asoman por el rostro hinchado,
recuerda que en el primer momento no le importó ni el dolor ni los pellizcos ni
los apretones que recibía de manos que salían por entre las tablas, ni las
pisadas de los que pasaron por encima de su rostro, sino establecer la suerte
del hijo y de la nieta que la acompañaron a la corraleja. Minutos después ellos
mismos se abrieron paso entre los ladrones con un palo y ayudados por un hombre
que tenía el rostro ensangrentado, la pusieron a salvo. Arcadio Mejía, el
hombre que estaba tirado junto a ella (Ruby Paternina) en uno de los pasillos
del hospital de Sincelejo, opina que le fue peor. “Yo estaba en el palco de
abajo. Habíamos llegado temprano a la corraleja con otros macheteros. Nos
metimos al ruedo, yo aguanté un poco la lluvia, pero decidí meterme a escampar
en el momento en que se cayó el palco. Las piernas me quedaron aplastadas por
una torre de tablas. No las sentía, pero mi principal miedo era que los toros
que estaban en el ruedo fueran a embestirme. Me sacaron a las dos horas. Perdí
el sentido, vine a despertar esta mañana. Las enfermeras me dicen que tengo las
dos piernas rotas”. En otro pasillo, Salomón Nader, con el fémur y tres costillas
fracturadas no deja de llorar por la muerte de su hermano.12. A Dubis Pérez, una morena fornida, la llevan
cuatro voluntarios de la Cruz Roja hacia el avión que transportó 15 heridos en
la tarde de hoy a Barranquilla.
Una ambulancia de la Defenza Civil, colmada de heridos se va a una canal de aguas negras. Fueron a brindar ayuda pero el afan de servir los condenó a muerte
Tienen
que operarla de urgencia por que le surgieron complicaciones en un pulmón y en
el hospital de Sincelejo la sala de cirugía ya no da abasto. Ella estaba en el
último piso y alcanzó a presenciar el derrumbamiento del palco vecino antes de
caer encima de una plancha de zinc debajo de la cual sentía la fuerza de
personas que querían librarse. Su esposo, que tiene el cubito fracturado,
asegura que de allí sacaron tres niñas muertas por asfixia. Ella comenta que
verlas no le resultó tan impresionante como observar a una señora con un hueso
de la pierna derecha “salido” y que venció la desesperación del dolor tomándose
–como si fuera agua- una botella de ron blanco que le cayó al lado. Lombardo
Quiroga Ortega, por su parte, estuvo quince minutos debajo de una plancha de
zinc que hubiera podido quitarse fácilmente de no haber sido porque se fracturó
ambas manos en la caída. Tiene una gran herida en la garganta que se fue
abriendo más y más a medida que la gente que huía le pasaba por encima. Sintió
que moría degollado y la impresión hizo que perdiera el sentido. Se despertó a
las tres de la mañana en el hospital de Corozal. Recuerda que siguió
atentamente la asistencia de un equipo médico a una niña que sufrió un paro
cardíaco y que con los demás heridos, una vez supo que había muerto, se aferró
a la esperanza de gritar: “No nos dejen morir”, hasta que lo atendieron”.15
PROMESA
INCUMPLIDA
“Un hombre se paró a mi lado todo lleno de
lodo. En la pierna izquierda la sangre que le brotaba a borbotones se mezclaba
con el lodo del pantalón, que una punta del hueso de la pierna había desgarrado
y aparecía patéticamente a la vista. Si sentía algún dolor por la fractura no
lo demostraba. Simplemente, como drogado, nos preguntaba si habíamos visto a un
niño de unos diez años, que era su hijo, al que no localizaba. Le recomendamos
que se fuera en un campero en el que estábamos subiendo heridos para el
hospital, pero insistía en que debía seguir buscando a su hijo. Bajo la promesa
de honor de que nos dedicaríamos a buscarlo, aceptó subir al campero que partió
de inmediato para el centro asistencial. El trabajo era tanto, que nos
olvidamos de la palabra empeñada e ignoramos si el niño apareció vivo o
muerto”.12
Al día siguiente, sin contar con los del día 20 trasladados por familiares, comienza el envío de cientos de heridos a los centros hospitalarios de la costa. |
LA
PRIMERA VERSIÓN
“La primera información que se tuvo en
Cartagena de lo que había ocurrido en la ciudad de Sincelejo fue truncada por
el nerviosismo que afectó a un locutor de la emisora local “Voz de la Heroica”
que transmitía en directo los incidentes de la segunda corrida de toros. El
locutor narraba animando el ambiente que se vivía en el palco donde se
encontraba y de repente dijo: “Ha comenzado una lluvia que no estaba dentro del
programa, la gente se arremolina tratando de no mojarse...” un
suspenso y continúa “Señores la gente ha
comenzado a correr de un lado para otro, parece que se han salido los toros;
oyentes, los palcos se vienen al suelo, atención estudios, cambio, en cinco
minutos estaremos llamando”. Ese lapso prometido de cinco minutos se prolongó y
fue eterno, pues hasta la mañana de hoy ese personal no había reportado la
situación que se vivía en la capital de Sucre”15
¡DIOS
MIO, QUÉ TRAGEDIA!
“Alejandro
Romero Ortega, locutor de Radio Sabanas, tenía el puesto de transmisión al
mismo frente del primer palco que se derrumbó. Aquellos estaban en el lado de
sol y Alejandro en el de sombra. De un momento a otro comienza a decir: “¡Dios
mío!...¡Dios mío!...¡Qué tragedia Dios mío!...¡Qué tragedia!...¡Qué tragedia
Dios mío!...hasta cuando en el tumulto siguiente algo o alguien cayó sobre las
líneas, se perdió el contacto y se interrumpió la transmisión. Quienes lo
escuchaban no supieron en definitiva qué había pasado, y al día siguiente me
contó que se le embotó la mente, a tal punto, que no encontró palabras para
informar que los palcos se estaban cayendo. “Miraba al frente y la lengua se me
paralizó de la impresión y creo que fue mejor que se interrumpiera la
transmisión, porque estaba a punto de llorar del susto recibido”, agregó. 12
PERSONAS
HUMILDES
“Jalilíe
Gandur (Secretario de Salud de Bolívar) dijo que el número de víctimas es
impredecible hasta este momento, ya que muchas personas retiraron de la misma
plaza de toros los cadáveres de sus familiares y los llevaron a sus residencias
para velarlos y darles cristiana sepultura. Otro tanto ocurre con los heridos
que muchos familiares trasladaron por sus propios medios a centros de atención
diferentes a los de Sincelejo, dada la incapacidad de este para atender a los
centenares de víctimas del derrumbe de los palcos. Dijo el funcionario que la
mayoría de las víctimas son personas de condición económica baja, gente del
pueblo que observa las corridas debajo de los palcos, en los escasos sitios
desocupados que dejan las cantinas que allí son colocadas y personas que bebían
en tales establecimientos”.16
HABLAN
SOBREVIVIENTES
“Entrevistados
brevemente en sus lechos para “El Espectador”, los heridos que se encuentran en
el hospital San Jerónimo de Montería dan testimonio de la forma como se originó
la tragedia. Carmen Lucas, de 30 años de edad, comenta con marcada angustia que
por la lluvia que empezó a caer promediando la tarde del domingo ella, su madre
Juana Barroso y su hijo Franklin Sabah Pico, de 3 años de edad, se refugiaron
debajo de los palcos, cuando minutos después estruendosamente los palcos se
cayeron, quedando atrapados abajo, en el lugar de las cantinas. Llorando dice
que alcanzó a alzar entre los escombros a su hijo querido, a quien se lo
llevaron no sabe a dónde, igual que a su señora madre. Rafael Cerro Arrieta se
encontraba en un segundo piso, cuando notó que algo empezaba a tronar, y sin
tener tiempo para más, vio cuando el palco de al lado se abría arrastrando al
que él ocupaba y otros, como si fueran abanicos y fichas de dominó. Jorge
Buelvas Mercado, de 29 años, también se encontraba en un tercer piso, después
de haber pagado 400.00 por la entrada, quien sostiene que el sobrecupo fue el
motivo principal de la tragedia. Lo anterior queda gráficamente registrado en
la expresión de otro de los heridos, Rafael Arrieta, refiriéndose a la enorme
cantidad de espectadores que colmaba los palcos, dijo que en la corraleja “no
cabía ni un suspiro”.17
TEMBLOR
DE TIERRA
“El comerciante Roger, quien también estaba al
frente del lugar de la tragedia, manifestó: “Estaba lloviendo y se cayó el
primer palco el cual trataba como de hundirse y de ahí en adelante se fueron de
uno en uno. El segundo y el tercero se fueron rápidamente, el cuarto fue
cayendo lentamente como esos edificios derrumbados por King Kong presentados en
cámara lenta. La gente caía al vacío y pensaba que era un temblor de tierra.
Todo el mundo quedó estático y después la gente que no había caído comenzó a
llorar de puro miedo. Pensé en mi familia. La gente tumbó las escaleras y
tenían que bajarse de uno en uno. La gente quitaba los pisos para facilitar la
salida. Era un río humano... Todo el mundo corría por aquí, por allá. Había
mucha agua y la gente se caía y luego se levantaban enlodados. El barro se
confundía con la sangre y el pánico”.18
ESCENAS
ONÍRICAS
”
Jamás se borrará de mi mente cómo cayeron los palcos. Eran como castillos de
naipe”, dijo el tesorero municipal Roberto Pérez Santos, quien tiene dos
hermanos heridos. Pérez estaba en un palco cercano a los que cayeron. María
Virginia de Vergara, una joven señora en estado de embarazo contó así: “Jamás
había visto algo similar. Era como si estuviera soñando. Cuado comenzaron a
caer los palcos hubo un silencio total, mirábamos despavoridos, después fue el
terror. Todos los palcos temblaban. En los rostros había horror. María Virginia
estaba en un palco vecino y bajó ayudada por su esposo y algunos amigos”. 18
ESO
TRAQUEÓ MUY DURO
“En la sala de pediatría del hospital regional
de Sincelejo encontramos a muchos niños enyesados, golpeados y raspados. Entre
los chiquillos estaban Yaneth y Ana María Arias Pineda de 8 y 10 años
aproximadamente. Son hermanas y una sufre de poliomielitis. Estaban en uno de
los palcos que se cayó. Están golpeadas y con fracturas. Ana María tiene la
mitad del cuerpo enyesado. Con una tierna voz Yanet contó: “Nosotras íbamos a
bajar porque estaba lloviendo y ya queríamos irnos para la casa. Nosotros
estábamos con unas amigas y cuando estábamos bajando eso traqueó muy duro y nos
caímos. Unos señores nos recogieron del suelo”. Ana María cuenta: “Yo trataba de
ayudar a mi hermanita para que bajara porque ella sufre de polio. Cuando
estábamos llegando al suelo eso se cayó y entonces oí gritos. Ahora me duele la
espalda y todo el cuerpo”.18
CÓMO SE INICIÓ EL DESASTRE
”
Como se sabe, a esa hora caía un gran aguacero y la gente se apiñaba en los
palcos de pie para mejor capear el temporal, repentinamente dos de los palcos
del centro de los ocho del tendido de
sol que se cayeron, se hundieron por el centro al no resistir el peso de la gran
cantidad de público. En unos diez segundos esos dos primeros palcos se habían
ido a tierra con toda su carga humana, cobrando la mayor cantidad de víctimas,
los otros palcos de los lados al quedar debilitados empezaron a caer en forma
mas lenta hacia fuera de la corraleja, lo que aumentó más la confusión reinante que se convirtió en
pánico, muchas personas saltaban desde el segundo y el tercer piso de varios
palcos vecinos, en algunos otros al tratar de salir las personas en gran tropel
rompieron las escaleras con lo que
quedaban aislados del suelo”.19
MOMENTOS
DRAMÁTICOS
“Verdaderos momentos dramáticos se vivieron
durante la remoción de escombros para la evacuación de heridos y muertos hacia
los hospitales. Una señora fue encontrada muerta con una pequeña niña en sus
brazos, quien milagrosamente aun estaba viva, la señora tenía los ojos
brotados, otra estaba en avanzado estado de embarazo y debido tal vez al gran
peso que recibió en la barriga había abortado, también fue retirada muerta; un
menor fue encontrado decapitado, su cabeza no apareció de momento, una pareja
estaban abrazados, el hombre estaba muerto, degollado con una vara y ella con
ambas piernas fracturadas; muchos cadáveres aparecían completamente aplastados
con todos sus huesos fracturados”.19
Niños victimas de la tragedia |
En muchas residencias de Sincelejo se vivió
un drama. Madres angustiadas buscando a sus hijos o éstos llegaban a sus casas
y no encontraban a nadie y se creaba entonces un círculo vicioso de dolor y
llanto, que en muchos casos se mitigó al encontrarse los unos con los otros.
Como también se comprobó que alguien había quedado entre las víctimas y se
concretaba la realidad de la calamidad familiar.
Sin embargo, fue una Voluntaria de la Cruz Roja, Bella Herrera de
Diegò, la encargada de escribir una de las más tristes páginas de esta
historia. Al momento de enterarse de la desgracia se encontraba celebrando el
cumpleaños de una amiga y como había enviado a sus hijos a la corraleja, fue a
su casa y solamente faltaba uno de los muchachos, por lo que se trasladó a la
plaza de toros, buscó, indagó y no halló nada. Como voluntaria, se dirigió al
hospital y en medio de la tremolina buscó por todos lados y no encontró al
hijo, pero el cumplimiento del deber, ese espíritu de colaboración que anima a
quienes se vinculan a organizaciones de servicio, la atrapó en el lugar y
pensando que como no había encontrado al niño quizás estaba embolatado por allí
en cualquier lugar, “noveleando sobre los acontecimientos”, se entregó a su
tarea.
Vino mentalmente a la realidad a eso de las tres de la madrugada, quizás por el cansancio de la agotadora jornada, y se dirigió a su residencia. Allí le confirmaron que Freddy no se había presentado. En el mismo vehículo fue a todos los puestos de socorro, a las inspecciones de policía, regresó al hospital y entonces recurrió a su amiga y vecina, doña Olga Urzola de Angulo, para que, en la emisora de su propiedad, Ecos de la Sierra Flor, se difundiera un aviso con las características del niño y la vestimenta que portaba. Tal vez para quitarle fuerza al impacto negativo, desde la emisora le informaron que en el hospital de Corozal se encontraban varios niños y hacia esa población se trasladó encontrando el cuerpo sin vida de Freddy. Había caído junto con los palcos. La muerte le pagó a Bella Herrera de Diegó su entrega infatigable para servir a los demás, para calmar el dolor de los heridos, y muchos años después, las lágrimas le ruedan por las mejillas cuando evoca aquellos dolorosos instantes de su vida.
Vino mentalmente a la realidad a eso de las tres de la madrugada, quizás por el cansancio de la agotadora jornada, y se dirigió a su residencia. Allí le confirmaron que Freddy no se había presentado. En el mismo vehículo fue a todos los puestos de socorro, a las inspecciones de policía, regresó al hospital y entonces recurrió a su amiga y vecina, doña Olga Urzola de Angulo, para que, en la emisora de su propiedad, Ecos de la Sierra Flor, se difundiera un aviso con las características del niño y la vestimenta que portaba. Tal vez para quitarle fuerza al impacto negativo, desde la emisora le informaron que en el hospital de Corozal se encontraban varios niños y hacia esa población se trasladó encontrando el cuerpo sin vida de Freddy. Había caído junto con los palcos. La muerte le pagó a Bella Herrera de Diegó su entrega infatigable para servir a los demás, para calmar el dolor de los heridos, y muchos años después, las lágrimas le ruedan por las mejillas cuando evoca aquellos dolorosos instantes de su vida.
Pero si el día 20 fue trágico, dramático,
lleno de dolor, de llantos, de angustias, de sangre y de muerte, el 21 se
convirtió en un tétrico desfile de ataúdes desde los cuatro puntos cardinales
de la ciudad hacia el cementerio municipal. No sabia uno cuál cortejo seguir,
porque si de un lado iba un amigo por el otro venía un familiar u otro amigo y
muchos optaron por apostarse en las puertas del cementerio para expresar allí
sus condolencias a los deudos. Lo curioso y patético fue que muchos tuvieron
que darse mutuamente el saludo de pésame.
El barrio Las Américas de Sincelejo, fue tal vez el que mayor número de
muertos puso en la tragedia. A escasos metros de la plaza de la corraleja, el
21 y por nueve días, los altares, el olor a velas encendidas y a flores, y los
gemidos o llantos se escuchaban desde 16 casas localizadas por todas las calles
del sector.
En la confusión reinante, muchos llegaron a la corraleja y sacaron a
sus muertos, los subieron a vehículos y se los llevaron. Especialmente las
víctimas de otros pueblos y ciudades, como en el caso del rico hacendado Manuel
Miranda, natural y residente en la población de Ciénaga de Oro, cuyo chofer lo
vio en medio de la palizada, comprobó que estaba muerto, lo sacó y lo subió a
la parte trasera del campero y se lo llevó para su sitio de origen. Nunca
apareció en la lista de muertos. Tampoco los sepultados en Chochó, Segovia, La
Arena, La Gallera, La Palmira, Las Llanadas y muchos otros pequeños poblados,
porque el campesino costeño es reacio a entender la importancia de los aspectos
legales de levantamiento de los cadáveres y de la práctica de la autopsia, y
considera una profanación del cuerpo de sus familiares el que sea descuartizado
para establecer de qué murió, y menos en un caso como este, en donde no podía
existir duda alguna de la razón principal.
Como lo señalamos anteriormente, dentro de la tragedia principal se
escenificaron dramas no menos terribles y dolorosos. Por ello se registran
muertos que no quedaron atrapados debajo de los escombros de los palcos, como
el caso de un hombre que lanzó desde las alturas a un niño en el instante que
el palco venía hacia abajo, tratando quizás de salvarle la vida, con tan mala
suerte que el niño fue a caer dentro de un caldero de aceite hirviente, de una
de las tantas fritangas que colman los alrededores de las corralejas.
Otros se salvaron milagrosamente. Y los casos siguientes son una
muestra de la perversidad de algunos seres que ignoran el dolor y la muerte si
ello les puede reportar un beneficio. Entre la gente que trataba de quitarse el
enorme peso de tablas, tablones, planchas de zinc y otros objetos, los rateros,
cual aves carroñeras, quitaban relojes, aretes, brazaletes, sacaban carteras y
billetes, sin preocuparse si sus víctimas estaban vivas o no, si requerían un
auxilio para salvarse. No se descarta que esos rateros hubieran, con su paso
por encima de los cuerpos, ocasionado la muerte de no pocos de los que apenas
estaban heridos. Uno de los heridos refiere que no encontraba forma de quitarse
los escombros de encima y le pidió auxilio a un hombre de aproximadamente 30 a
35 años de edad, pero este lo que hizo fue quitarle las prendas que llevaba y
como pudo le metió la mano en el bolsillo del pantalón sacándole el dinero en
efectivo. Él le rogó que lo ayudara a salir y el individuo mostrándole la señal
de “pistola” le respondió: “Para que después me avientes a la Policía” y se fue
del lugar dejándolo atrapado. En un segundo caso los señores Ezequiel Barrios
Valdovino y Juan Bautista Salgado Vargas fueron vistos en amena charla en la
puerta que daba acceso al palco, de propiedad del primero. Ambos murieron, pero
a Barrios le robaron absolutamente todo el dinero producto de la entrada.
LA CARGA DE LA CABALLERIA... SINCELEJANA
Durante el largo tiempo en que guardamos los apuntes para este trabajo,
siempre que tropezamos con el caso al que vamos a referirnos, nos retrotraemos
mentalmente en el tiempo a la época de las películas de vaqueros en el oeste
norteamericano, que fueron la predilección de niños y jóvenes de las décadas
del 40, 50 y 60 del siglo pasado. El momento de las escenas emotivas en que el
“chacho” va a todo galope persiguiendo a los vaqueros “malos”, lo que nos
permitía esperar el triunfo del bien sobre el mal, en el fondo musical se
escuchaban melodías muy llamativas y adecuadas a la ocasión, a las que
posteriormente identificamos como las oberturas “La Carga de la Caballería
Rusticana”, de Pietro Mascagni y “Guillermo Tell” de Giaccomo Rossini dos obras
maestras de la música universal.
Algo similar debieron vivir los que observaron a un carabinero de la
policía que sosteniendo las riendas con los dientes para dirigir la marcha del
caballo llevaba entre sus brazos y al galope de lo que el animal podía dar en
velocidad, una niña que dejaba sobre las calles las gotas de sangre por las
cuales se escapa de su cuerpo la vida. Bañados en sangre, la niña herida, el
jinete humanitario y el caballo que con su galope parecía entender la gravedad
del momento, se desplazaba de la plaza de Mochila, epicentro de la tragedia,
hacia la calle La Pajuela. Diez cuadras de gran extensión habrían servido para
filmar la más dramática de las películas de héroes a caballo. Pero los
verdaderos héroes mueren en el anonimato. Nadie identificó al carabinero, él
mismo guardó silencio sobre su proeza, se desconoce la identidad y la suerte de
la niña, y los testigos apenas evocan con admiración el gesto del jinete.
¿SUICIDIO?
Muchos de los heridos que llegaron al hospital
no alcanzaron a recibir atención oportuna porque físicamente no había quien los
tratara, y varios de ellos murieron dentro de las instalaciones del hospital.
Pero se alcanzaron a observar casos especiales como el de heridos que estando
de pie perdían el equilibrio y se estrellaban contra las paredes muriendo en el
acto. Otros, presa del dolor, preferían golpear la cabeza contra las paredes y
los muros buscando con la muerte un alivio al intenso dolor.
Este aspecto, que parece a todas luces un suicidio, le tocó verlo al
Agente de la policía Marceliano Romero. Trabajó el sábado 19 en el turno de
vigilancia nocturna por los alrededores de la corraleja y se encontraba en
descanso, franco como se dice en el argot de los cuerpos armados, cuando se
enteró de la tragedia. Atraído por la curiosidad o por la costumbre, se fue al
hospital a realizar las averiguaciones pertinentes. Allí fue testigo de esta
curiosa forma de buscar alivio al dolor, alivio que ni él ni los otros que
deambulaban por los pasillos del hospital, podían darles a los heridos al tanto
que los médicos y enfermeras se encontraban ocupadas en la atención de otros
heridos.
¡LEVANTATE Y ANDA!
Tal como Jesús le ordenó a Lázaro, que se
encontraba en el mundo de los muertos y volvió al de los vivos, hizo con
voluntad y amor por la profesión, pero silenciosamente, la enfermera Julieta
Mejía de Álvarez.
Cumplía el turno de una a seis de la tarde el fatídico domingo 20 de
enero, y encontrándose en el cuarto piso se enteró que la corraleja, en su
totalidad, se había derrumbado, y que desde Mochila comenzaba un largo desfile
trasladando al hospital cientos de muertos y miles de heridos. Contrariamente a
sus deseos de establecer la suerte de sus hijos, debió someterse a cumplir con
la atención de los enfermos que estaban a su cuidado y sólo bajó, en medio de
dificultades al segundo piso, a las seis de la tarde.
“Me sorprendí al ver el arrume de cuerpos, puestos unos sobre el otro
como si fueran palos de leña, por los pasillos del hospital. En el patio la
cuestión era más terrible, más espantosa, y los cuerpos copaban todos los
andenes. Como tengo varios hijos y tanto a los hombres como a las mujeres les
gusta la corraleja, y hasta ese momento no tenía noticia sobre qué había
ocurrido con ellos, los malos pensamientos se apoderaron mí y supuse que
algunos de esos cuerpos fuera el de un hijo mío. Sin que nadie me lo ordenara y
para facilitar la identificación de los cuerpos, la mayoría de ellos con el
rostro lleno de barro, me dedique a limpiarles la cara. Algunos de ellos
mostraban que habían muerto por asfixia y otros estaban negros posiblemente por
haber sido aplastados.
En un momento vi un cuerpo boca abajo con todas las características de color, contextura y estatura a las de mi hijo Orlando. Se encontraba debajo de cuatro o cinco cadáveres y como pude fui quitando los cuerpos que estaban arriba y al darle la vuelta y comenzar a limpiarle el rostro me sorprendí al sentir que aún respiraba, que estaba vivo, y puse mayor empeño en lavarle la cara y comprobé que se trataba, no de mi hijo, sino del doctor Ramiro Merlano Robles, que no estaba muerto sino inconsciente. Me puse a gritar pidiendo ayuda y varios hombres corrieron a mi lado, lo cargaron, y siguiendo mis instrucciones lo subimos al segundo piso, donde le pedí a los médicos y enfermeras que lo atendieran y de inmediato le aplicaron oxigeno y quedo en manos de ellos mientras yo bajé al primer piso”.
En un momento vi un cuerpo boca abajo con todas las características de color, contextura y estatura a las de mi hijo Orlando. Se encontraba debajo de cuatro o cinco cadáveres y como pude fui quitando los cuerpos que estaban arriba y al darle la vuelta y comenzar a limpiarle el rostro me sorprendí al sentir que aún respiraba, que estaba vivo, y puse mayor empeño en lavarle la cara y comprobé que se trataba, no de mi hijo, sino del doctor Ramiro Merlano Robles, que no estaba muerto sino inconsciente. Me puse a gritar pidiendo ayuda y varios hombres corrieron a mi lado, lo cargaron, y siguiendo mis instrucciones lo subimos al segundo piso, donde le pedí a los médicos y enfermeras que lo atendieran y de inmediato le aplicaron oxigeno y quedo en manos de ellos mientras yo bajé al primer piso”.
El médico Ángel Ramiro Merlano Robles, nos confirmó telefónicamente que
había vivido una situación muy singular el día de la tragedia, pero al
entrevistarlo personalmente negó que le hubiera ocurrido lo ya señalado por la
enfermera y agregó que “no perdí el conocimiento desde el momento en que
cayeron los palcos hasta que estuve en el hospital. Eso me permitió impedir que
los médicos me operaran de una fractura que no requería intervención
quirúrgica”, lo que no reviste ninguna singularidad.
- ¿A que atribuye que el doctor Merlano niegue
su versión? Por otra parte ¿conocía al doctor Merlano Robles, antes de la
tragedia, como para no sufrir confusiones?, le preguntamos.
“No me explico esa actitud. Tal como se lo conté a usted se lo había
contado a mis hijos el día siguiente de los hechos. No me referí a este caso
frente a otras personas y si se lo manifesté a usted es porque me lo preguntó.
Sí conocía al doctor Merlano antes de la tragedia porque yo trabajo en el
hospital y él en el servicio de salud, siendo prácticamente uno de mis jefes.
No tengo ningún interés en el asunto que ya se me había hasta olvidado. Pero no
fue este el único caso. Después de dejarlo vivo en el segundo piso, regresé al
patio y ayudé a organizar los cadáveres y a limpiarles la cara, para facilitar
que los familiares los reconocieran. Estando en esto vi el cuerpo de una mujer
que conocía y que era mi amiga, la señora Marina Gutiérrez. La tomé en mis
brazos y cuando le estaba limpiando la cara también comenzó a respirar y volví
a pedir a gritos ayuda y a ella la llevamos al tercer piso. Como no tenía
fuerzas para sostenerse en pie la senté sobre una silla y pedí que le colocaran
oxigeno y ella volvió en sí pero no me reconocía y hablaba incoherentemente. La
dejé allí y bajé otra vez al primer piso y fui al puesto de trasmisión de RCN
(a cargo de Abel José Zarante y Gabriel Narváez Vergara) y tomando el micrófono
pedí a los familiares de Marina tanto en Sincelejo como en Talaigua que se
acercaran al hospital”.
- ¿Es decir, que usted levantó de entre los muertos a Ramiro y Marina?
“Sí señor, pero creo que ante todo fue la voluntad de Dios”.
-
¿Qué otra
cosa hizo y hasta qué horas trabajó?
“Con jeringas y sedantes en las manos iba donde quiera que escuchaba un
herido quejándose, para aplicarles inyecciones que les aliviaran el dolor. A
eso de las cuatro de la mañana del lunes recibí sobre la cara luces potentes
que me iluminaron. Eran camarógrafos que me sorprendieron dormida, de pie,
apoyada sobre un escritorio. Dentro de la modorra por el cansancio, alcance a oírlos
que de la misma forma habían encontrado a médicos y enfermeras que habían
trabajado durante más de diez horas bajo la mayor presión ante la magnitud de
la tragedia. Llegué a mi casa a eso de las seis de la mañana”.
La enfermera Julieta Mejía de Álvarez sacó a un hombre y una mujer del
arrume de cadáveres que, en medio de la confusión, fueron considerados muertos
y aun hoy gozan de buena salud. ¿Cuántos más, vivos, no alcanzaron la buena
suerte de que una Julieta los sacara del mundo de los muertos?
¿QUÉ FUE LO QUE PASÖ?
Hay versiones que no concuerdan, como en el
caso anterior del médico que es sacado de entre los muertos y rechaza tal
ocurrencia, pero como se diría en los folios de una sumaria, las partes
mantienen sus contradicciones.
En esta situación, una mujer sube al último de los palcos que se cayó
en compañía de su señora madre, de su esposo, de dos pequeñas hijas, y un grupo
de amigos. El que mayores problemas tuvo fue el esposo, Luis Rafael Hoyos Díaz,
que quedó aprisionado bajo los escombros y los demás salieron indemnes. A la
señora, María Gabriela Sierra Banquet, de 32 años se le encuentra en las horas
de la noche tirada a un lado de la puerta del hospital de Corozal muerta,
despojada de un fino suéter y de todas las prendas de oro que portaba.
El esposo dice: “como no encontramos boletas para los palcos de sombra
nos fuimos para los de sol. Nos sentamos todos en la misma fila y al comenzar a
llover, como una de mis hijas sufría de asma me fui con ella dos bancas atrás.
De pronto mi esposa me pregunta: “¿Qué pasa allá?” yo miré y le dije que debía
ser una pelea, pero al volver a mirar, ya no había palco a mi lado, solo el
vacío. Mi esposa grito: “¿Dónde está mi mamá?” y salió a buscarla. En ese
momento el palco traqueó fuertemente y se fue cayendo lentamente. Segundos
después me vi bajo una cantidad de palos y otros escombros que amenazaban con
asfixiarme. De allí, con la ayuda de unos amigos pude salir, pero no encontré a
mi esposa. La busqué por los escombros y nada. A eso de las seis de la tarde un
pariente fue al hospital de Corozal en donde la encontró muerta. Dos puntillas
le perforaron la aorta al lado izquierdo del cuello”.
Un miembro de la policía que nos pidió reserva de su identidad nos
declaró: “inmediatamente me informé de la caída de los palcos corrí al sitio
para controlar el orden, trasladar heridos y todo lo demás que me correspondía
como autoridad. Cuando estaba en esto escuché que una mujer me llamaba por mi
nombre. Se trataba de doña María Sierra, la esposa de Rafael Hoyos. Los conocía
a ambos y éramos amigos, ella porque negociaba en artículos de oro, y él porque
trabajaba en Telecom. Me acerqué a ella que se encontraba con dos niñas que
eran sus hijas y casi llorando me dijo que no sabía donde había que dado su
esposo y que pensaba que estaba muerto debajo de los palcos. Para calmarla le
mentí y le aseguré que acababa de ver a Rafael buscándola a ella y que
inmediatamente lo volviera a localizar le informaba, pero le recomendé que era
mejor que se fuera para la casa. En ese momento, ella portaba cadenas, aretes y
un brazalete de oro. Continué mi ronda por los alrededores y momentos después
me encontré a Rafael que me pregunto por su esposa y le indique dónde acababa
de verle y él salió para ese lugar”.
El esposo de María Gabriela Sierra señala que “al desprenderme de los
escombros busqué a mi esposa debajo de las tablas, entre los heridos y los
muertos, pero no estaba. Tampoco la encontré en el hospital”. A la pregunta de
dónde estaba en el momento del derrumbe, responde: “en el último de los palcos
que cayó”. Dice que no habló con ninguna persona que le hubiera indicado que
ella estaba viva después de la caída de los palcos.
Lo extraño de este episodio, en el que no concuerdan los testimonios,
es el del policía que afirma: “no tengo intenciones de ninguna índole, distinta
a decirle lo que recuerdo. Fue después del derrumbe de los palcos que ella
habló conmigo. Estaba buena y sana, solamente preocupada por la suerte de su
marido”.
Sobre la suerte de las niñas, en ese entonces una de siete años –
Viviana - y la otra de cinco años – Gina del Carmen – el padre dice que
encontró a la primera que vagaba por los alrededores y la más pequeña fue
hallada por el periodista Aurelio Gómez Jiménez que se la llevó a los estudios
de Radio Sincelejo, desde cuyos micrófonos y con los datos que le entregó la
niña dio avisos a los familiares de que la había encontrado deambulando por la
zona de la tragedia. Ninguna de las dos, que estaban en el palco derruido, pudo
explicar el paradero de la madre.
Si María Gabriela cayó con el palco y dos puntillas le perforaron la
aorta debió desangrarse en el lugar y pudo ser hallado allí su cuerpo. Pero si
el testimonio del agente de policía concuerda en tiempo y lugar, nada tiene de
raro que hubiera sido objeto de un atraco para despojarla del fino suéter y las
lujosas y valiosas prendas de oro que portaba. Pero ni la policía, ni el DAS, y
mucho menos el juez que tuvo – o tiene – la investigación, dedicaron tiempo a
casos como esté. No les llamó la atención que una mujer hubiera recibido,
coincidencialmente, al lado izquierdo del cuello la perforación fatal de dos
puntillas, sin sufrir ninguna otra lesión ni traumatismo.
Lo cierto es que, en medio del caos, los rateros hicieron su propia
fiesta aprovechándose de la indefensión de las victimas – muertas o heridas –
para arrebatarles todas las prendas de valor y ni aquel día ni en los
siguientes se ordenó una investigación al respecto.
ACTUACIÓN DE LA POLICIA.
El comandante de la Policía en Sucre, para la fecha de la tragedia, era
el Teniente Coronel José Guarín García. Lo acompañaba en el Comando del Primer
Distrito, con sede en Sincelejo, el Capitán Iván Darío Zapata Duque.
La sentencia en que se condena a la nación y al municipio de Sincelejo
a pagar indemnización a los familiares de apenas un 10% de las víctimas, se
basa en la imprevisión de la policía por un lado y de la infantería de marina
por el otro. Pero especialmente contra la policía que perdió el control de
acceso del público a los palcos y se originó con ello el sobrecupo.
El plan de operaciones para las fiestas de 1980 fue llamado “Plan
Corraleja”. El día 19, se dispuso que a la entrada de cada palco “un agente
uniformado debía controlar el número de asistentes a la corrida”, señala el
entonces Cabo Primero y hoy Sargento retirado de la policía Julio Rafael Viana
Reyes, quien comandó la patrulla nocturna de ese primer día de fiesta.
El fatídico día 20 “se presentó en las primeras horas de la tarde, el
Coronel Guarín y ordenó un cambio en el plan establecido y dijo: “Bájenme a
esos agentes”, un total de 32 hombres, y dejó las entradas sin agentes, a los
que organizó entonces en patrullas móviles de dos unidades “para que se viera
presencia policial”, agrega el Cabo Viana.
Al preguntarle sobre la actuación de la policía el día 19 en el momento
en que se cayeron unos 15 metros de valla, respondió: “los problemas dentro de
la corraleja, en la de Sincelejo o en cualquiera otra parte, los resuelven los
que están dentro. Jamás entra un uniformado porque con seguridad será objeto de
agre siones. Ese día, fueron los manteros y aficionados quienes repararon la
valla que se cayó”.
En lo que concierne a la actuación de la
policía Viana Reyes manifiesta: “El domingo 20 salimos una patrulla a caballo o
de carabineros, una del F-2 y quince patrullas de a dos hombres, más las 16
patrullas integradas con los policías que fueron bajados de los palcos. Luego
de varios recorridos alrededor de la plaza me senté un momento en la fonda de
la “Turca” y allí llegó el agente Alirio Cerón, quien me dio aviso sobre la
caída de los palcos y me trasladé al lugar que estaba a pocos pasos y vi la
magnitud y gravedad del caso adoptando las medidas con los agentes que estaban
a mi mando”. Viana sólo vino a enterarse del estado de salud de todas las
patrullas durante una reunión que se llevó a cabo en los patios del cuartel a
las seis de la tarde.
“La situación se complicó en el hospital cuando encontramos que los de
la infantería de marina tenían ordenes de no dejar entrar ni salir al hospital,
ni siquiera permitían movilizar los cadáveres. Esto fue lo que originó el
desorden de tremendas proporciones cuando parte de la multitud quería entrar al
hospital para buscar a sus familiares y los que estaban dentro que querían
salir, unos para llevarse sus familiares muertos y otros para seguir buscando a
los que estaban perdidos. Esta situación nos enfrentó con los infantes, pero al
final dispuse, al pensar que no había tiempo para adelantar tantas diligencias
de levantamientos de cadáveres, entregar los cuerpos que eran
identificados”.
No deja Viana Reyes de resaltar los matices positivos en medio de la
tragedia: “Encontrándome en el hospital llegó a mi lado el señor Alfonso
Vergara, popularmente conocido como el Gata, quién al mirar la cantidad de
muertos me pidió que lo presentara en una funeraria donde pudieran fiarle
ataúdes y lo lleve hasta la funeraria de don Pedro Martínez, quien me manifestó
que era suficiente con que yo se lo pidiera, además de confiar en el señor
Vergara, y le entregó 20 ataúdes que llevamos al hospital con varios
voluntarios.
Dicen varios miembros de la policía que le escucharon decir al Capitán
Iván Darío Zapata Duque, que con “la suma de errores cometidos por mi coronel
se puede escribir un libro”. Y en verdad que el Coronel Guarín García asumió
una responsabilidad inmensa al suspender el servicio de control de entrada a
los palcos para formar patrullas con el propósito de que se viera mayor
presencia de la policía en la zona. ¿Sería acaso, el rumor persistente de que
se preparaba un hecho contra las fiestas? ¿Estaban las autoridades y la clase
dirigente informadas de una posibilidad de esta naturaleza, para importarles
poco el exceso de espectadores en los palcos?
Trascendió que, a las doce del día, el administrador o dueño del palco
a cuyo lado se desplomó el último, invitaba a gritos a los potenciales clientes
a subir al palco suyo “porque este no va a caerse”.
¿Apenas una malintencionada y desleal propaganda? ¡Convencimiento de
que los palcos habrían de venirse a tierra?
Jamás fue llamada a explicar las razones de esa publicidad o si estaba
enterado de que los palcos adjuntos estaban destinados a derrumbarse.
Otro aspecto de la remoción de escombros para descartar la presencia de cuerpos.
Si la gente que tenía alguna injerencia en la corraleja pregonaba que algo ocurriría, cabe colegir que las autoridades también esperaban un hecho fuera de lo común. No cabe otra deducción frente a la conducta del comandante de la policía, coronel Guarín, que contraría sus propios planes de seguridad y control, conocido dentro del organismo como “Plan Corraleja” y dispone que sus hombres abandonen las entradas de los palcos, en donde controlaban que no hubiera exceso de cupos, para formar parejas que necesariamente estaban fuera del plan de operaciones para las fiestas. Los inspectores de policía, Silva y Ramírez, habían pedido por escrito el aumento de unidades y evitar el sobre cupo, que preveían sería desbordantes ese día. Un solo miembro de la policía, ante la oportuna decisión de coronel Guarín, sufrió heridas en la tragedia, el agente Daniel Gómez Rodríguez, que sin permiso se vino de San Marcos, sede del cuarto distrito, para observar la corrida. Dee no haberse “volado” tampoco habría sufrido lesiones.
No sabemos qué pudo decir el Oficial en su informe al investigador
correspondiente, pero en el libelo de la demanda ante el Tribunal Contencioso
Administrativo de Sucre, el Abogado Tarsicio Roldan Palacios, fustiga esa
decisión y de manera irónica resalta el que hubiera más presencia policial en
los alrededores de la corraleja para asustar a los que controvertían el
espectáculo.
“214.5. Faltó
pues suficiente vigilancia de parte de las Fuerzas Militares y de Policía
Nacional para impedir el sobrecupo,
I)
la vigilancia fue deficiente el día 19, y,
II)
francamente insuficiente, casi nula, el día clásico de los festejos, el 20 de
enero.
“214.6. Los escasos agentes de la Policía
Nacional que estaban en la plaza el día de la tragedia, porque, aunque se pidió
colaboración a la Armada, a la Base Naval de Coveñas, según cuenta el
Presidente de la Junta Administradora de las Festividades, no se prestó, se
dedicaron a controlar ladrones, borrachos, el orden público fuera de la
“Corraleja”, a quienes se venían oponiendo a esta clase de diversiones
bárbaras, pero de ninguna manera a controlar que no hubiera sobrecupo.
“Frente
a esta situación los Inspectores Municipales de Policía destacados en la plaza
libraron un oficio para el comandante de la Policía Nacional y uno de ellos lo
llevó personalmente a la guardia pidiendo el envío de un número mayor de
agentes para controlar el sobrecupo, pero no se les prestó atención.
“214.8.
Todavía más: dos horas antes, más o menos, de la tragedia el primer palco que
se cayó empezó a anunciarla. Se reventaron dos de sus parales. Y varios asistentes,
entre ellos el Inspector de Policía de Chinulito, corregimiento de Colosó,
salieron a buscar la policía para que hiciera aligerar el peso del palco. Los
agentes se asomaron, miraron y volvieron a salir sin tomar ninguna medida para
evitar el desastre”.13
Nota: Desconocemos
la autoridad judicial que acogió la investigación penal sobre la caída de la
corraleja, y si un testimonio de tanta importancia como el del Inspector de
Policía de Chinulito, Municipio de Colosó, señor Marcos Rafael Palacios Pión,
fue recepcionado y agregado a las sumarias.
Tal vez no porque, de lo contrario, el instructor abría dispuesto
establecer que miembros de la policía ignoraron tan protuberante y
potencialmente situación, y quizás habría llegado a la conclusión de que el primer
palco no se un dio por debilidad del terreno y no estaríamos hoy acusando a
Dios y al Diablo, según el criterio de cada cual como autor o autores de la
desgracia.
El 21, tan fatídico como el día anterior, comenzó el juicio para
encontrar un responsable que veinte años después no ha sido identificado. Yamid
Amat, desde las altiplanicies andinas acosó a los dirigentes de la capital de
Sucre para que le dieran un culpable. Llegó a tanto que el Gobernador del
departamento, después de responder todos los interrogantes del periodista, de
saltar los obstáculos y evitar caer en las trampas, quedó, pese a ser
catedrático universitario, como el más ignorante de los habitantes de
Sincelejo, al decir que quizás el único responsable era Dios. Posiblemente trató
de dar a entender que se debía a un hecho fortuito, a los insondables misterios
de la divinidad, pero el que hubiera culpado directamente a Dios no se lo
perdonó nadie.
Las declaraciones del gobernador HERMES DARIO PEREZ URZOLA, achacándole a Dios la culpa por la tragedia, fue objeto denumerosasnoticias de prensa, como éstas.
No era, sin embargo, uno solo el culpable, ni mucho menos Dios. La lista es extensa. Aun cuando no pueden compartirse todas sus afirmaciones, por ser algunas exageradas y en lo posible se omiten, un libelo dentro de la demanda para resarcir daños y perjuicios a las víctimas o a sus familiares, suscrito por el abogado Tarsicio Roldan Palacio ante el Tribunal Contencioso Administrativo de Sucre, nos sirve para intentar encontrar a uno o varios de los culpables, que la justicia administrativa descubrió al condenar a la Nación y al municipio de Sincelejo, pero que la justicia penal no ha podido hallar, si es que acaso existe un expediente al respecto.
“2.1.
El municipio de Sincelejo ha venido poseyendo la plaza Hermógenes Cumplido
desde el año de 1965, fecha en que los herederos de quien le dio su nombre le
cedieron esos terrenos para levantar allí la “Corraleja”, escenario central de
las tradicionales fiestas de toros del 20 de enero”.13
Nota: Los terrenos fueron donados por don Arturo Cumplido
Sierra, al igual que otros en la ciudad, como el estadio de fútbol, la pista de
motocross, etc., y en este caso solicitó que se le colocara como un homenaje el
nombre de su padre.
“2.2.
La plaza Hermógenes Cumplido ha permanecido como un potrero arcilloso,
pendiente de norte a sur, sin afirmado, sin desagües, sin la menor obra de
infraestructura de Plaza Taurina, donde el municipio suele depositar las
basuras de la ciudad”.13
Nota: No es cierto. El botadero oficial de basuras se
encontraba para enero de 1980, en otro lugar distante de la plaza.
Concretamente, a un lado de la carretera troncal de occidente. Allí, en la
plaza, en cantidad mínima la depositaban algunos vecinos del sector que para
ese entonces y por la lejanía de los otros sectores, no estaba incluido en el
plan de recolección municipal. No pasaba del medio centenar el número de familias
que habitaban en los alrededores de la plaza.
“22.1. Desde el año
de 1965 la Secretaría de Obras Públicas Municipales enviaba en diciembre
buldózeres y motos para remover las malezas, los deshechos y medio emparejar
los surcos dejados por la escorrentía de las aguas lluvias, pero en el año de
la tragedia apenas vino a mandar a mediados de enero”.
“La tierra
arrancada del sector norte de la plaza, de su parte más alta, se venía
amontonando, invariablemente, en la más baja, en el sur, sector en donde
estaban situados los palcos que se derrumbaron, con el fin de dar al suelo una
aparente horizontalidad”.
“22.4.
Con anterioridad al año de la tragedia los empleados municipales encargados de
realizar el trazado circular de la “Corraleja” se guiaban por el “centro de
plaza” que allí había clavado el arquitecto Rafael Peredo, (en compañía del
artista Antonio Zuluaga)”.
“En
1980 los topógrafos que mandó la Oficina de Planeación Municipal a trazar la
“Corraleja” y a delimitar y entregar a los usuarios los terrenos concedidos
para su uso por la municipalidad,
siguiendo instrucciones de la Junta nombrada por el Alcalde para “organizar”
las festividades del Dulce Nombre de Jesús, Fiestas en “Corraleja” del 20 de
enero de 1980, corrieron dicho centro y con él el Circo, hacia (el) sur, de la
parte más firme a la más floja, con el fin de dejar en aquella mayor espacio
para negocios y parqueadero de vehículos, razón
por la que los dueños del uso de dichos terrenos se vieron en la
obligación de construir allí los palcos que, precisamente, se cayeron”.
“2.3.
La Administración Municipal de Sincelejo (Alcaldía, Junta Organizadora de las
Festividades, Planeación Municipal, Desarrollo Urbano, etc.), que es el motor
principal de las fiestas en “Corraleja” del 20 de enero,
“23.1.
No realizó, ni exigió que se hicieran, el estudio de los suelos donde se iba a
hincar la estructura transitoria de los palcos de “Corraleja”;
“23.2.
No hizo y tampoco exigió que se realizara el estudio de la dirección
predominante de los vientos, de su velocidad y de su fuerza en el área de la
plaza.
“23.3.
No efectuó y tampoco requirió que se adelantara la nivelación y compactación de
los terrenos de la Hermógenes Cumplido.
“23.4.
No construyó y tampoco mandó a cavar canales para el desagüe de las aguas
lluvias.
“23.5.
No pidió pruebas de idoneidad a los constructores de los palcos, no vigiló su
labor; ni siquiera les entregó un plano con el fin de que se orientaran en la
construcción.
“23.6.
Tampoco controló la clase, calidad y resistencia de la madera, de las uniones y
amarres de las mismas, ni la profundidad a que estaban hincados los parales o
columnas y si tenían escores o diagonales que le dieran triangulación y resistencia a la
estructura en número suficiente.
“23.7.
No controló que las puertas de acceso y de escape fueran suficientes, y
“2.6.
La adjudicación de lotes de terrenos de la plaza Hermógenes Cumplido, de
Sincelejo para la construcción de palcos de “Corraleja” se hizo en el año de la
tragedia:
“26.1.
a última hora, esto es, sin la debida anticipación, que determinó que los
palcos se levantaran sin mayores cuidados y de manera apresurada:
“26.2.
a personas sin “experiencia y tradición en la construcción de palcos”:
a los
ganaderos, al alcalde, a la señora del alcalde, a familiares de ganaderos, a la
clientela política,
“26.3.
que en su gran mayoría los negociaron con negociantes que los negociaron,
creando la reventa, prohibida, que llevó a los últimos compradores a tener que
recurrir al sobrecupo incontrolado para salvar su inversión.
“2.7.
Con anterioridad al año de la tragedia se comenzaba a levantar el Circo de
Toros desde diciembre y, en todo caso, con no menos de un mes de anticipación a
la iniciación del espectáculo taurino. Pero en 1980 los trabajos no se
empezaron sino el 8 de enero, 11 días antes de la iniciación de los festejos.
Más
aún: los palcos que se cayeron y, concretamente el primero de ellos que se
derrumbó lo hicieron entre el 18 y 19 en la mañana, a marchas forzadas”.
“2.8.
La Administración Municipal designó inspector de palcos de “Corraleja” a una
persona que no tiene la menor idea de Ingeniería, de Arquitectura, de
Topografía, de Suelos, de maderas, de construcción de palcos, de estructuras
transitorias para el cobijamiento de público, de carpintería: al señor Alfredo
Urruchurtu, concejal de Sincelejo, que difícilmente sabe dibujar su firma”.
“2.12.-
Y la tragedia no alcanzó más vastas proporciones porque uno de los palcos que
se cayó estaba suelto del vecino, y otro, tenía las columnas bien enterradas,
reforzadas, con el número suficiente de elementos diagonales, apenas tenía dos
pisos y había sido construido con maderas nuevas, aserradas, unidas con pernos
y reforzado con alambre de grueso calibre”.13
Nota: La corraleja, por disposición de las autoridades y
para facilitar la armonía arquitectónica, era similar en todos sus contornos.
Un primer piso para cantinas y tres pisos para palcos. No podía entonces, en
1980, encontrarse uno con solo dos pisos.
A lo anterior hay que sumar a los que manipularon las fiestas para acomodarlas
a sus caprichos y requerimientos personales, pasando por las autoridades
complacientes, los que aumentaron tres palcos en la circunferencia olvidándose
que en enero siempre llueve, los ganaderos que hicieron votos religiosos sin
detenerse a pensar que la fiesta no podía ser eterna ni tomada para cumplir
promesas personales, los capitanes políticos que se encargaron de prender la
polémica, las autoridades de salud con su
jefe a la cabeza, que se dieron cuenta de que algo andaba mal y no
dieron el aviso previo ni se aviaron con anticipación para atender las fiestas
y los periodistas que nunca se atrevieron a denunciar lo que era a todas luces
un peligro latente.
20 de enero de 1980: El día en que tres
bravos toros dejaron de embestir en la monumental plaza Hermógenes Cumplido de
Sincelejo, posiblemente alelados ante el dolor y el terror de 20.000 personas
que momentos previos, tan solo unos segundos, los incitaban a ir a los capotes,
a las muletas, a las mantas y a las banderillas, y ahora muchos de ellos
pasaban despavoridos por el lado, sin
mirarlos, huyendo de un peligro mayor, o porque eran suficientes más de 400
muertos y cerca de 3.000 heridos que los rodeaban.
20 de enero de 1980: Fecha en la que por lo
menos la mitad de los que salieron ilesos, de los heridos y de los muertos,
esperaba un algo funesto, pero sin llegar a pensar que fuera de las
proporciones registradas.
UN PRESENTIMIENTO AGORERO
Ahora ha venido a
saberse que el pueblo de Sincelejo había sentido un presentimiento (sic)
funesto por la corrida del 20 de enero. Todo porque tradicionalmente los toros
de la primera jornada de corraleja – la del día 19 – eran suministrados por el
ganadero Juan Perna Macceo (sic) y los de la segunda, la correspondiente al día
20, procedían de las dehesas del hacendado Arturo Cumplido. Pero este año la
junta de las fiestas resolvió modificar el orden acostumbrado en el sentido de
que la prelación de la torada se decidiera por sorteo. La suerte jugó
caprichosa: Juan Perna Macceo (sic) conservó su puesto en la primera corrida.
Pero derrotó a Arturo Cumplido y favoreció a Pedro Juan Tulena, pariente
cercano del presidente de la junta, Salim Guerra Tulena, hermano a su vez del
senador liberal José Guerra Tulena. La gente le metió política a la cosa.
Arturo Cumplido se sintió defraudado y decidió retirar su torada de las fiestas
de este año. Los campesinos sin malicia política pensaron que el trastorno de
la tradición era un signo de mal agüero. Y el 20 fueron a la corrida con el
prejuicio, metido entre ceja y ceja, de que algo funesto iba a suceder en la
corraleja”.18
Nota: Al veterano periodista cartagenero, don Antonio J. Olier, quien llegó
a Sincelejo junto con un equipo del diario El Espectador para reforzar la
oficina local en el cubrimiento de los hechos, le informaron mal. Si se hubiera
presentado un sorteo, tanto el vicepresidente de la junta, Inis Amador
Paternina, como el secretario, Aníbal Paternina Padilla, desde que fue
entregado el día de toros a Pedro Juan Tulena, no habrían declarado que se
trató de una decisión personal del presidente, que no consultó a los otros
miembros. La decisión, precisamente, originó la renuncia de éstos y otros
miembros, e incluso del presidente, que fue remplazado por don Héctor Támara.
La politización de las fiestas no comenzó en el período de organización de las
de 1980. Es el resultado de un proceso largo, de varios años, y no sólo en
Sincelejo sino en dondequiera que se organiza y realiza este tipo de festejos
populares.
La asistencia a los palcos no es exclusiva de los campesinos. En
Sincelejo se encontraban gentes de diferentes latitudes de Colombia y del
exterior. Además, el mayor número de víctimas lo puso Sincelejo, por lo que el
“presentimiento agorero” fue general. Tampoco, como dice la información
periodística transcrita, don Arturo Cumplido “decidió retirar su torada”. El
comunicado de la junta es claro al señalar que fueron Juan Perna Mazzeo, Pedro
Juan Tulena y Salim Guerra Tulena, los ganaderos que retiraron sus ofertas para
que otros ganaderos acompañaran a Cumplido Sierra. Sin embargo, no se esperaron
ofertas, porque antes de 24 horas y en la mañana de un domingo, se divulgó el
listado de los días de toros, en donde aparecieron los que habían retirado sus
ofertas y el alcalde que no poseía este tipo de ganado, mientras que se omitió
a quien mantuvo el ofrecimiento.
En esto de los malos presentimientos,
obtuvimos de dos personas diferentes, testimonios tan extraños como la tragedia
misma, que en razón de sus actividades no deben ser identificadas. Dudamos
largo tiempo en si transcribíamos o no lo que nos manifestaron, ante la
convicción de que, de todo el contexto de este trabajo, serían calificados como
pura ficción, innecesarios o simple relleno. En verdad, no es esa la intención,
pero como complemento de toda la investigación, bien vale la pena correr el
riesgo.
El primero es el testimonio de un hombre
vinculado a uno de los organismos de inteligencia oficial, al que no podemos
identificar sin correr el riesgo de desmentidos, rectificaciones, a lo cual se
suma la posibilidad de una represalia contra él en el interior del ente
gubernamental, por divulgar aspectos que por su trascendencia deben permanecer
ocultos. Trabajamos varios años en uno de tales organismos, y pese a ser doble
el tiempo transcurrido desde nuestra desvinculación al que permanecimos en él,
aún guardamos celosamente asuntos de tanta gravedad que de ser conocidos por la
opinión crearían escándalos. Esto nos impide descubrir al informante.
En el otro caso, las afirmaciones
aparentemente traídas de los cabellos, fantásticas, como brotadas de una mente
afectada sicológicamente, que tal vez desvaría en sus narraciones por efecto de
drogas alucinantes, lo traemos a estas páginas con el propósito de mostrar otra
cara de los terribles y sangrientos episodios de la caída de los palcos de la
corraleja de Sincelejo. No es, sin embargo, desconocido por la opinión pública,
que existen y actúan las sectas satánicas. Generalmente en los meses de agosto
y septiembre se denuncian robos sacrílegos, la violación de tumbas en los
cementerios, la desaparición de menores de edad, especialmente niñas, que el
común de las gentes atribuye a las sectas que, en la noche del 31 de octubre,
“Noche de Brujas”, noche en la que Satán y todos sus demonios se apoderan del
mundo, se presentan en los altares de las misas negras. La prensa amarilla,
nacional e internacionalmente les da cabida a estas noticias desde hace varios
años y los organismos secretos de la policía y el DAS no solamente adelantan
investigaciones, realizan allanamientos, capturan sospechosos, sino que
mantienen equipos de investigadores especializados que recibieron –y reciben-
información y orientación técnica para ejecutar el trabajo de averiguar las
denuncias respectivas.
Ambos informantes son jóvenes, El uno,
oriundo del interior del país, y el otro nativo de la tierra sabanera. Bien
educados e instruidos, con título profesional el coterráneo, deambulan por esas
calles de Dios con la frente en alto, despreocupados, dedicados a sus labores
normales, sin desentonar para nada en el marco social de la ciudad. El foráneo
salió de Sincelejo hace ya varios años. Los dos nos ofrecieron sus versiones al
enterarse que preparábamos un libro sobre la caída de los palcos. Queda en el
criterio del lector juzgar qué hay de cierto en los dos relatos, y les pedimos
que nos comprendan si consideran que no debieron aparecer aquí. En primer lugar
el investigador y luego el joven profesional, dijeron:
“En cumplimiento
de una misión para evitar la acción de sectas satánicas en Sincelejo, me
correspondió, en cooperación con otros miembros de la institución, adelantar
una serie de operativos para establecer la existencia de este tipo de
organizaciones. Eso fue para los meses de agosto o septiembre de 1991. Esos
operativos fueron dispuestos porque se recibieron, en 1990, varias denuncias
sobre misas negras, desaparición de niños que supuestamente habían sido
asesinados durante ceremonias de sacrificio al diablo, violación de niñas y
otras versiones.
En uno de los allanamientos, en una lujosa residencia de
Sincelejo de propiedad de un rico ganadero, encontramos un video sobre la
tragedia del 20 de enero de 1980. El ganadero no tenía ni la más remota idea de
que una de sus hijas, estaba involucrada en el satanismo. El allanamiento, para
evitar escándalos perjudiciales al ganadero, se hizo de la manera mas sigilosa
posible. Al estudiar el material decomisado, encontramos varios videos en donde
se observan hechos verdaderamente increíbles, horrorosos y que, sólo verlos, se
le mete a uno el miedo en el cuerpo. Pero lo que nos llamó la atención y que el
jefe inmediato procedió a decomisar para evitar que fuera regrabado y
divulgado, mostraba el día 20 de enero de 1980. La toma, en los momentos
iniciales, es un paneo sobre el firmamento que se va poniendo oscuro, como para
significar que algo va a pasar. El paneo es en la plaza de Mochila. El tono
gris se va poniendo poco a poco gris oscuro hasta llegar al negro. Unos
relámpagos, captados por la cámara, se semejan a los cuernos de un toro
gigantesco. Se alcanzan a ver en la pantalla por lo menos tres veces, los
cuernos.
Tal parece que el camarógrafo está informado de lo que va a ocurrir porque mediante el paneo busca en el cielo la señal. Gran parte de la cinta se centra en el espacio encima de la corraleja, porque se deja en la parte baja de la pantalla, a manera de fondo que confirma el escenario, los techos de los palcos. La filmación, de acuerdo con los ángulos, se hizo desde uno de los lados de la construcción que no se cayeron. Se ve cuando se precipita la lluvia y tal vez faltando muy poco para caerse los palcos, se interrumpe la filmación y luego se sigue con la vista de los palcos derrumbados, igual a como salieron en las fotos de los periódicos. El video fue ocultado por nuestros superiores y sin necesidad de que se hiciera por escrito, se nos insinuó que no debíamos hablar de su existencia, porque indiscutiblemente se trataba de una acción satánica. Personalmente creo, después de ver el video porque no estaba aquí cuando se cayeron los palcos, que con ello se confirma una acción diabólica. En el ambiente se presiente una forma siniestra, satánica, que eriza la piel. No pida informes a mi institución, de la que ya salí hace algún tiempo, porque todo será negado. Nadie le hablará de ello. No olvide que los organismos de investigación son expertos en ocultar las cosas que no le convienen al gobierno. Yo mismo, negaré haber hablado con usted. Incluso, insistiré en que no sé quién es usted”.
El profesional:
“Soy miembro de
una secta que rinde culto al diablo. Fui reclutado por una amiga cuando apenas
contaba catorce años y no había terminado los estudios de bachillerato. Fue
precisamente en el colegio, uno de los mejores de Sincelejo, en donde me contactaron
y me invitaron a concurrir a la celebración de una misa negra.
El desplome de los palcos ha concluido. Esta gráfica también de El Espectador,muestra cómo los aficionados en el ruedo y también los asistentes a los palcos no han captado aun la magnitud de la tragedia. Instantes después comienzan los dolores, los gritos, los llantos y el caos._Una nube negra intensa sirve de trasfondo.
Para no perder a la amiga, con la que disfruté los primeros encantos del sexo, fui y quedé matriculado de inmediato, porque ella, la secta, no me impide asistir y cumplir con actos litúrgicos de las otras iglesias, ya que debemos aparentar la mayor normalidad en nuestras actividades comunes. Fue así que el 31 de octubre del 2000, para despedir el segundo milenio y recibir al tercero, al tiempo que celebrábamos la Noche de Brujas, asistimos a nuestro templo que es el garaje de una hermosa residencia. Concurrimos cuatro mujeres adultas, y entre nosotros se llaman adultas las mujeres que pasan de los veinte años, pero no llegan a los treinta, que son las encargadas de organizar el altar y proporcionar los elementos para la liturgia, que los que no hacen parte de nuestro movimiento califican como “misa negra”. Nueve jovencitas entre los trece y los dieciséis años, el Gran Maestro y dos Oferentes. Nueve hombres entre los dieciocho y los veinticuatro años y cinco muchachos entre los quince y los diecisiete años. Para completar el número cabalístico que le corresponde a nuestro grupo, 33, seducimos a tres niñas de diez, once y doce años, que como es lógico, estaban destinadas al sacrificio por el nuevo milenio. Llegamos temprano al garaje y simulamos una fiesta estudiantil y a las once de la noche se inició la liturgia.
A las doce de la noche en punto, apareció sobre el altar el propio
Satanás, al cual le rendimos culto y le ofrecimos a las tres niñas, a las
cuales desfloró en presencia de todos. Las niñas se mostraron complacidas del
acto y voluntariamente se brindaron para el sacrificio, pero el diablo, por
primera vez desde que hago parte de la secta, dijo que las dejaba con vida,
porque una de ellas, indirectamente, había sido inmolada y, además, las quería
para satisfacerse con ellas. El Gran Maestro, tan confundido como nosotros,
preguntó la razón y señaló que era un riesgo dejarlas vivas porque podrían
identificarnos y crearnos un serio problema, pero el diablo ratificó su
decisión. Mirando al Gran Maestro, le dijo: “Te concedo permiso para usarlas
sexualmente si así lo apeteces, pero nunca más pongas en tela de juicio mis
decisiones”.
-¿Satanás no
lanzó rayos y centellas para castigarlo?
“Los que no
conocen el mundo de las tinieblas, como lo llaman, piensan que el diablo es
negro, horrorosamente feo, con rabo y cachos. Nada más lejos de la verdad. El
diablo es un hombre siempre joven, hermoso, más bien luminoso, atractivo y
divino según las mujeres. Su aspecto es el de un hombre respetable, sumamente
culto, educado, con ademanes sencillos, pero sin amaneramientos. Por lo menos
en mi grupo, es mortal para los miembros varones mostrar cualquier debilidad o
expresión homosexual. Su léxico es amplio, su habla ponderada, de tono bajo
pero audible, aún para los que se encuentran retirados, porque su voz llega a
quien él quiere que lo escuche. Por eso no necesita lanzar rayos ni centellas y
cuando castiga, lo hace solamente con la mirada. Es una mirada de agua quieta,
que no se conmueve con la angustia ni el dolor del que va a morir. Mata sin
inquietud, sin remordimientos. Quienes entramos a su mundo, estamos por esa
razón siempre alerta a sus ordenes, y si nos toca morir, no esperamos golpes ni
actos violentos. Él mata de manera sencilla, con el poder de la mente. Y si no
queda satisfecho, revive a la víctima para someterla a un nuevo martirio”.
-Muy bien, pero
¿en qué quedó el aquelarre?
“Satanás, sin
necesidad de ello, procedió a darnos explicación de su decisión, y dijo: “Una
de estas niñas es nieta de un hombre que me fue ofrecido hace veinte años en un
holocausto, como parte de pago de una cuantiosa fortuna que le entregué a
(...aquí el nombre...) y para satisfacer sus deseos de vengarse por una afrenta
que le hicieron. El es mi protegido desde hace medio siglo”. Le pregunté si nos
podía informar el por qué pedía venganza y después de mirarme por cerca de dos
minutos, dijo: “Sí se puede. Él se sintió ofendido, rechazado por la clase alta
de la sociedad sincelejana, rechazado pese a su cuantiosa fortuna, y por ello
me convocó para que acrecentara sus bienes por lo menos tres veces más de lo
que hasta entonces le había dado. Esa nueva condición le permitiría dominar a
la clase alta de la sociedad que lo menospreciaba, y cuando le inquirí sobre la
manera de pago, me ofreció quinientas almas y me suministró los detalles del
caso. Ya se cumplieron veinte años, y él, creyendo que al refugiarse en la
iglesia puede eludirme, ha recibido ya dos toquecitos de mis dedos en su viejo
corazón, recordándole que su alma, cualquiera sea el lugar donde se meta, es
mía, y ya no importa cuántas almas más me ofrezca.
El abuelo de esta niña (dijo
mientras colocaba la mano derecha sobre la cabeza de la niña de doce años) me
fue ofrecido entre las víctimas de la corraleja, y por ello la dejo vivir.
Además, ella lo desea, ¿cierto?” “Sí señor”, respondió la niña mirándole
embelesada. Mentalmente Satán nos mostró dentro de nuestros cerebros, las
imágenes de la tragedia que, con excepción del Gran Maestro y los dos
Oferentes, ninguno de nosotros vivió por ser entonces unos niños o no haber
nacido. Los demonios se sentaron sobre el techo del primer palco y lo
derrumbaron y otros abrazaron los demás palcos derribándolos uno por uno. Se
deleitaban aplastando a la gente que quedó bajo las tablas. Pero se le vio a
Satán el gozo de haber introducido en la boca de Hermes la frase culpando a
Dios de la tragedia, porque ello dejó a su protegido y a los que le
contribuyeron, al margen. Se lo juro por Satanás, que todo lo que le he contado
es cierto. Por eso los sincelejanos presintieron la tragedia desde por lo menos
dos meses antes. Recuerde que usted no me buscó, por que no sabía de esto ni me
conocía, pero el diablo quiere que en su libro aparezca registrado el por qué
del mal presentimiento. Fue él quien regó en la ciudad ese presagio, y
lamentablemente, debía cobrar lo que le ofrecieron”.
20 de enero de 1980: El día que se pensó
que también moría una fiesta y se dividía la historia de un pueblo que las
consideraba parte de su vida. Momento en el tiempo en que salieron a relucir los
pros y los contras de las fiestas. Los partidarios de su continuidad alegaban
que “si se estrella un avión no hay que acabar con los vuelos ni con las compañías
aéreas”; “cuando los trenes se descarrilan no se acaba el transporte férreo” o
“cuando se cae un edificio no por ello se detiene el progreso urbanístico”. Los
contradictores se apoyaban en el salvajismo, en las diferencias sociales de las
víctimas – siempre de los estratos bajos de las poblaciones en que se realizan
las corralejas- y en la necesidad de transportar a la sociedad de esta sección
del país a posiciones más altas culturalmente hablando. En medio de ellos, las
autoridades y los dirigentes políticos trataban de aparentar imparcialidad.
Voces autorizadas se manifestaron en contra. Veamos algunas:
“Tan estupefacto
queda uno ante una tragedia de la magnitud de las corralejas de Sincelejo, que
ni pensar provoca. Se ve aquello tan absurdo, tan sin sentido que, si algo se
quiere opinar, pues no se sabe por dónde empezar. Uno entiende, aunque duela
demasiado, que cuando las fuerzas secretas de la naturaleza se salen de órbita,
como en el caso de los terremotos y de las inundaciones, haya muerte, dolor y
destrucción por doquier. Pero que sea la insensatez humana la causa de
tragedias tan espantosas como esta de Sincelejo, es cosa bien difícil de
comprender, así se sea tan costeño como la cacica vallenata.
Pese a que me
apasiona opinar sobre hechos que aparecen envueltos en la secular injusticia
humana, tenía el propósito de callar en este caso, porque me parecía algo tan
absurdo, que no sabía qué decir, pero luego de leer las advertencias que la
cacica nos hace a los cachacos acerca de la imposibilidad en que estamos de
entender salvajadas como las tales corralejas pues me entraron ganas de
desobedecer las órdenes de la infalible amiga. Y aquí voy. La gran escritora
costeña Consuelo Araujo nos presenta en el mencionado artículo una excelente
radiografía de la idiosincrasia de las gentes de su comarca. Y en verdad que
nada hay tan estimulante y tan vital como la alegría desbordada y despreocupada
de los costeños. Es algo que uno, montañero cachaco, envidia a más no poder.
Como producto de ese espíritu bullanguero y jacarandoso, nos habla la cacica de
tres fiestas esenciales: el carnaval de Barranquilla, el festival vallenato y
las corralejas; entendido señora mía, pero distingamos.
He gozado el carnaval barranquillero en los clubes donde se divierten los ricos y en las calles y casetas donde las montoneras gozan a más no poder. Se trata de una fiesta maravillosa que expresa a la perfección ese espíritu costeño alegre y guapachoso, que ya nos quisiéramos los del interior. Si hay sangre, se debe a casos fortuitos, como los que pueden presentarse en la solemne feria de Manizales, o en la del bambuco en Neiva. Cuando disfruté de la hospitalidad de su familia en Valledupar, alcancé a medir el noble significado del festival vallenato cuando de día y de noche, los de arriba, los de abajo y los de la mitad, beben whiskies y rones por toneladas mientras suenan sin interrupción los tambores, los acordeones y las guacharacas. Alegría sana, sanísima, desbordada entre multitudes que cantan y gritan abrazadas sin distinciones sociales ni económicas.
Varias veces pensé asistir a las corralejas, por curiosidad de periodista que debe verlo y conocerlo todo, pero siempre me atajó un profundo sentimiento de repugnancia ante un espectáculo macabro en que se divierten como Nerones unos pocos privilegiados, a costa del hambre y de la necesidad de centenares de suicidas, en medio de multitudes animalizadas por el alcohol. Alguna diferencia existe, mi querida cacica, entre el democrático carnaval de Barranquilla, su igualitario festival vallenato, y este abominable circo sin pan, pero con alcohol, de las tales corralejas.
Después de la inenarrable tragedia en la que pusieron toda la cuota de sacrificio las gentes pobres, solo cabe resignarse a darle piadosa sepultura a los centenares de muertos, pero quedan problemas sociales cuya solución yo quisiera que la cacica me ayudara a pensar. Se habla de más de 800 heridos, muchos de los cuales sufrirán por el resto de su vida los efectos de las mutilaciones, de las deformaciones y de las desfiguraciones. ¿y qué decir de los huérfanos, de las viudas y de los ancianos que han quedado en completo desamparo? Creo que el Gobierno no debe ahorrar dinero ni esfuerzos en la tarea de ayudar a todas estas gentes, pero ¿cuál piensa usted, Consuelo Araujo, que deberá ser la conducta a seguir por los multimillonarios señores feudales, doblados de caciques políticos que, de acuerdo con las informaciones periodísticas, han sido siempre los más interesados en que no se interrumpan las anuales corralejas? ¿Derrocharán ahora el dinero para socorrer a los heridos y para amparar a los que han quedado sin apoyo alguno en la vida, como lo hacían cuando regalaban cuarenta toros asesinos, y lanzaban billetes de peso y botellas de ron a los centenares de infelices como única manera de subsistir y de familiarizarse con la muerte atroz?18
El diario El Espectador, como lo hicieron también negativamente
prácticamente todos los diarios del país, editorializa tanto en la edición
nacional como en la edición Costa del día 23 de enero, de esta manera:
Edicosta: “Dicen que el
inexorable paso de los años suele dar la razón a quienes ya tienen a sus
espaldas más de unos cuantos. Para quienes se oponían y siempre se opusieron a
la realización de las Fiestas en Corraleja queda consignada en su conciencia la
satisfacción del deber cumplido. Para quienes las promovían y las defendían a
capa y espada solo queda el “trágico deseo” de no volverlas a realizar.
Sincelejo y el pueblo sincelejano borrarán de sus calendarios para siempre aquella
fecha que, durante mucho tiempo, un cuarto de siglo y algo más, anhelaban ver
llegar. Era la Fiesta en Corraleja una fiesta eminentemente popular y por ende
su larga trayectoria. Pero la fiesta de los manteros, las picas y los toros, no
es la única con ese ambiente popular en Sucre y Sincelejo.
Hay otras fiestas de
igual colorido y esplendor. Está en la agenda entre otras muchas, la del
Festival Sabanero del Acordeón que, aunque menos osada y atrevida es también
del pueblo. Que las corralejas han muerto y con ellas muchos “en vida”, es
cierto, pero ha quedado demostrado que no es solo la fiesta o la tragedia las
únicas que congregan y mantienen unidos a los pueblos. En este caso, en el de
la triste tragedia los hombres se han unido para demostrar el maduro civismo
que poseen sus cualidades excepcionales en responsabilidad y competencia para
afrontar tan tremendo desastre. Y ese gran valor cívico y ese gran sentido de
responsabilidad en el pueblo sucreño es característica indeleble e inalienable
frente al dolor y la alegría. La tragedia ha enlutado a la Costa Atlántica y ha
causado el natural dolor en toda Colombia; por eso, ahora que las corralejas
han muerto...que vivan las corralejas”. 18
En el editorial de la edición nacional, en 72 renglones, el diario de
los Cano hace un recuento de las tragedias nacionales, desde la estrellada
sobre las tarimas en donde se encontraban incluso dos presidentes, Alfonso
López Pumarejo y Eduardo Santos, de un avión militar en el famoso campo de
Santa Ana en Bogotá, la explosión de un convoy militar cargado de
nitroglicerina en Cali, el incendio del almacén Vida de la capital del país, el
incendio del edificio de Avianca, el derrumbe de Quebradablanca y otros, al
cual le puso el título de “EL SENTIDO COMUN”. El arranque y el epílogo del
editorial se refieren a Sincelejo, así:
“Muchas veces
hablamos del sentido común y, sin embargo, siempre que sufrimos una catástrofe,
un siniestro de las proporciones del acaecido el domingo anterior en Sincelejo,
volvemos a repetir que hubo falta de sentido común”,
El caricaturistaVelezefe, de El Colombiano, de Medellín, sinboliza la concepción que del ganadero costeño se tiene en el país. Primero las reses, después lo demás. |
Y remata:
“Lo del domingo en
Sincelejo nos ha dolido inmensamente. Con corralejas o sin corralejas en los
municipios del país, miles de personas atestan endebles y mal construidos
tablados que se desbaratan en cualquier momento. En el sitio de la reciente
tragedia el sobrecupo era inocultable. Ahora hay familias que lloran su
desgracia y todos lamentamos el hecho. Independientemente del análisis respecto
de los factores del insuceso, de los correctivos indispensables en cada caso,
¿no será tiempo de revisar nuestro sentido común y de probar que este “no es el
menos común de los sentidos”?”18
El diario El Colombiano, de Medellín, en su edición el día miércoles 23
de enero de 1980, en una notícula de la página editorial, dijo:
“DESAFIO A LA MUERTE".
En este momento, de angustia y desesperación, las
gentes del departamento de Sucre están identificadas en el drama y en el dolor,
y son partidarias de que el gobierno, a través de una medida drástica,
suspenda, de una vez por todas, las llamadas corralejas que durante los meses
de diciembre y enero se celebran en un gran número de poblaciones de la Costa
Atlántica y del interior del país. Fue necesaria una tragedia de las
proporciones de la que acaba de presentarse en la ciudad de Sincelejo para que
el pueblo se diera cuenta del salvajismo, la irresponsabilidad y el criminal
desafío a la muerte que se deriva de semejantes jolgorios. Centenares de
familias de esa importante región de Colombia se hallan sumidas en la
desgracia. De muchas de ellas perecieron padres, hermanos, hijos y esposos, o
sea que las viudas y los huérfanos suman cantidades incalculables.
Quiere decir
que aparte de los muertos, heridos y desaparecidos, el número de damnificados
también es elevado. Ojalá que el anuncio de la prohibición de las corralejas
sea, en realidad, algo positivo. Y que el gobierno no permita que influencias y
determinados intereses primen en su oportuna y rápida decisión. Porque si la
realización de tales espectáculos es potestativa de las autoridades de cada
municipio en particular, debe dictarse una disposición que rija a nivel
nacional contra las siniestras y ... Celebraciones populares. “En una nación
cristiana, que se precia de sus esfuerzos por colocarse entre las más
civilizadas del planeta, no se encuentra excusa valedera para tolerar,
patrocinar y autorizar un espectáculo de las trágicas, perniciosas y macabras
incidencias de las corralejas”.20
Pero lo que un gran número de sincelejanos consideró que sería el final
de las fiestas, que las gentes de otros lugares del país creyeron que quedaban,
junto a los cientos de muertos, enterradas para siempre, no fue más que un
receso de menos de veinte años. Desde 1981 se hicieron intentos para reanudar
las fiestas, entre ellos los del abogado e historiador Inis Amador y el
ganadero Arturo Cumplido, que fracasaron ante la presión popular. Los
familiares de los cientos de víctimas no se habían repuesto del dolor y a ello,
los enemigos ocultos que jamás fueron investigados por los acuciosos sabuesos
de los organismos de inteligencia agregaron llamadas telefónicas amenazantes.
Todos los propósitos fallaron hasta que el señor Alberto Gómez Revollo, tal
parece que en cumplimiento de promesas políticas secretas porque en su programa
de gobierno nada dijo al respecto, dictó un decreto mediante el cual autorizó
la reanudación de las corralejas, que desde entonces vienen celebrándose, pero
en lugares distintos a los tradicionales.
“Mientras desempeñaba la Gerencia de Emposucre, hice una encuesta entre
los usuarios con la pregunta de si querían o no que se reanudaran las
corralejas y más del 70% contestó que sí. Con base en este resultado, cuando
fui elegido como alcalde de Sincelejo, dispuse la reanudación de las fiestas y
nombré la junta directiva para la organización respectiva. No recibí presión de
ninguna clase para esto. Asumí el cargo el primero de enero y el día 15 prohibí
la corraleja del Club Campestre, no obstante, todas las protestas, y eso puede
mostrarle que estuve exento de presiones para reanudar las fiestas”.21
LAS VICTIMAS
Los palcos se derrumbaron a eso de las 4:30 de la tarde, y yo en mi condición de periodista, emito aproximadamente a las 10:00 de la noche, el
primer listado de heridos y muertos a través de la emisora Radio Sabanas,
filial de la cadena caracol. El Diario El Espectador, mediante despachos
firmados por el periodista Luis Salazar de la Hoz, publicó una lista en la
edición del día 22 de enero en la cual aparecen 162 victimas.
Entre una y otra hay diferencias en el total de victimas, teniendo en
cuenta que el corresponsal se afirma en boletines de la policía en donde
aparecen nombres como el de José Berrío, José Berrío Ruíz y Josefa Berrío Ruíz.
Tres victimas, dos hombres y una mujer, que en verdad es la mujer, propietaria
de una cantina en el primer piso del primer palco que se vino a tierra. En la
lista del autor aparece María Cruz Callejas Canole y en la de la policía como
María C. Callejas Corrales y María Cruz Callejas, siendo el primero el nombre
real. Otro caso es el de José Orobio Cruz Olarte, Orobio Olarte Cruz y Orobio
Cruz Salas. El autor considera que se trata de la misma persona porque en todos
los casos aparecen como residentes en el barrio Camilo Torres y en verdad es el
primero de los nombres que corresponde a un ciudadano procedente de una
localidad del sur del país.
Hay otros casos, como el de Félix María Contreras y María Félix
Contreras, que a la postre resultó siendo el segundo. Pero si en algo falló la
información oficial fue en la identificación de Fabio Contreras Canchila, que
aparece como Fabio Contreras, Fabio Contreras C, Fabio C. Canchila y Fabio
Contreras Canchila la identificación real.
La información de El Espectador sobre las víctimas comienza a ser más
exacta en el tercer informe suscrito por el periodista Luís Salazar de la Hoz,
que la inicia así: “Ante la confusión que reina en lo relacionado con el total
de victimas de las catástrofe ocurrida el domingo anterior, El Espectador se
desplazó a la Inspección Central de Policía, y con la colaboración del
periodista Lelis Movilla, revisó directamente los certificados de defunción que
allí se expiden, obteniéndose los siguientes resultados: (aquí sigue la
lista)” Pese a las presiones del
momento, el autor alcanzó a depurar la lista oficial y la anexó a la suya, con
la observación de los muertos registrados en el hospital de Corozal, los
conducidos por familiares y amigos a otras poblaciones, además de reportar el
número de muertos en localidades como Montería, Cereté, Sahagún y otras.
En la lista siguiente no aparece la totalidad de victimas, pero
patentiza cómo se manipularon las cifras para minimizar el resultado siniestro
y más tarde afirmar que solamente fueron cien los muertos. Si seis horas
después, en medio del afán por la suerte de los heridos que se debatían entre
la vida y la muerte ya se registraban 208 muertos entre los conducidos al
Hospital Regional y al hospital San Francisco de Asís, 115 identificados y 93
que aparecían como N.N. más los de Corozal y otros lugares la realidad es diferente.
A.
Almanza Almanza, Miguel de Jesús
Álvarez Herrera, Niro.
Arrieta, Humberto
B.
Ballesteros, Antonio. Comerciante. 58 años. Natural de Palotal,
Córdoba. Residente en el barrio El Porvenir de Sincelejo.
Barreto Molina (no fue suministrado el nombre).
Barrios Baldovino, Ezequiel.
Barrios Vega, Reinaldo. Profesor. 47 años. Natural de Cartagena. Hijo
de Reinaldo y Ana Julia. Residente en la Avenida Blas de Lezo de Cartagena.
Bertel Morales, Fraudis. Estudiante. 12 años hijo de Jaime y María.
Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Barrios Sierra, Nelcy.
Berrío Ruiz, Josefa.
Bustamante Llorente, Hermes E. Obrero. 17 años hijo de Dionisio y
Alicia. Residente en el barrio El Cabrero de Sincelejo.
C.
Callejas Canole, María Cruz. 8 años, hija de Víctor y Sofía. Residente
en el barrio Pablo VI de Sincelejo.
Campuzano Merlano, Antonio Carlos. Residente en el corregimiento El
Cerrito.
Capachero Pérez, Rufino. Comerciante. 55 años hijo de Agustín y
Ambrosia, residente en el barrio Verbel de Sincelejo.
Caro, Antonio. Residente en el corregimiento de Canutalito.
Caro Peña, Herman.
Casares Velásquez, Rafael Enrique. Estudiante 26 años hijo de Rafael y
Cristobina. Residente en Sincelejo.
Castillo Peluffo, José.
Castillo Rodríguez, Pedro.
Castillo, María Venilda.
Causil Padilla, Luis.
Contreras Canchila, Fabio. Natural de Planeta Rica.
Contreras, Julio.
Contreras, María Félix.
Cruz. Esther Olivares Hernández de. Oficios domésticos. 25 años.
Natural de Cartagena. Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Cruz Olarte, José Orobio. Empleado. 35 años natural de Tumaco Nariño.
Ch.
Chica Sierra, Victoria. Oficios domésticos. Hija de Roberto y
Enriqueta. Residente en el barrio San Luis de Sincelejo.
D.
De la Rosa Flórez, José.
Díaz Monterroza, Luis.
Diegó Herrera, Freddy Rafael. Estudiante. 11 años. Hijo de Julio y
Bella. Residente en la Calle del Comercio de Sincelejo.
La gráfica de El Espectadores patética. Muertos y heridos colman los pasillos del hospital de Sincelejo. |
E.
Evelma, Jorge Iván.
F.
Flórez Mejía, Nuriber. Aparece también como Nuriber Jiménez Mejía. En
ambos casos se trata de una niña de 8 años de edad.
Flórez Lázaro, Luz.
G.
García, Alejandro.
García Muñoz, Sergio. Apareció con el número de teléfono 45357 de
Cartagena.
Gómez Pinar, Carlos.
González Gómez, Hugo Carlos. 10 años. Hijo de Hernando y Sol. Residente
en el barrio Kennedy de Sincelejo.
Gómez, Eliécer.
Gómez Badel, Luís Guillermo.
Guevara Hernández, Adolfo. Agricultor. 53 años. Hijo de Benjamín y
Evangelina. Natural de Lorica, y residente en el barrio Argelia de Sincelejo.
H.
Hernández Flórez, Agnelio. Estudiante. 19 años. Hijo de Expedito y Cruz
María. Residente en el barrio el Progreso de Sincelejo.
Hernández Gómez, Doris. Estudiante. 17 años. Hija de José y Dora.
Residente en el barrio la Trinidad de Sincelejo.
Herrera, Jorge Luís.
J.
Jerez Almanza, Nelly.
L.
Lázaro P. Florentino. Comerciante. 75 años.
Lázaro, Olegario. Natural de Corozal, residente en la Calle Real de
Sincelejo.
Ledesma, José. 6 años.
M.
Macareno, Marcelino
Mangones Altamiranda, Jorge Enrique. Natural de Lorica.
Mangones Hernández, Jorge. 33 años hijo de Víctor y Débora. Natural y
residente en Corozalito.
Manjares, Jorge Enrique.
Márquez, Juan José.
Martínez Carrascal, Luís A. Obrero. 18 años. Hijo de Pedro y Alicia.
Residente en el barrio el Prado de Sincelejo.
Martínez Castro, Juan Agripino. Empleado. 53 años hijo de Juan y
Rosenda. Residente en la Calle Bolívar de Sincelejo.
Martínez Díaz, Medardo. Talabartero. 24 años. Hijo de Hernando Rafael e
Itala Cristina. Residente en el barrio 20 de Enero de Sincelejo.
Martínez Méndez, Buena.
Martínez Ramírez, Dora. Natural de San Marcos Sucre.
Martínez, Tuto. Vendedor ambulante de medicinas. 42 años.
Martínez, Norberto.
Maya Ruíz, Agustín. Comerciante. 24 años. Hijo de Ramón y María.
Natural de Medellín.
Medina Barreto, Luis Francisco. Residente en Coraza.
Merlano, Juan Antonio.
Tétrica gráfica publicada por El Informador de Sucre, en la que aparecen varias de las victimas fatales de la corralejaMiranda, Manuel. Natural y residente en Ciénaga de Oro Córdoba. |
Molina Campo, Pedro A. Estudiante. 22 años hijo de Pedro y Mercedes.
Residente en Sincelejo.
Molina Miranda, Elizabeth Johana. Estudiante. 8 años hija de Rafael y
Nancy. Residente en el barrio 20 de Enero de Sincelejo.
Monterroza, Dairo (ó Darío).
Monterroza Méndez, Claudia. 5 años. Hija de Ignacio y María. Residente
en el barrio la Bastilla de Sincelejo.
Montes, Teresa.
Montes Paternina, Ana. Oficios domésticos. 32 años hija de José y
María.
Montes Vergara, Denis.
Morales Barbosa, Remberto. Empleado público. 49 años hijo de Octaviano
y Máxima. Natural de Colosó. Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Morales Díaz, Jorge Luis. Estudiante. 12 años. Hijo de Jorge e Isabel.
Residente en el barrio Las Américas de Sincelejo.
Morelos Mendoza, José J. Albañil. Hijo de Pablo y Ana.
N.
Nader Canchila, Simón.
Navarro, Manuel Antonio.
O.
Ochoa Gutiérrez, Eliécer. 8 años. Residente en el barrio Majagual de
Sincelejo.
Ospino, Toribio.
P.
Pacheco Ortega, Lisandro. Conductor. 53 años. Hijo de Lisandro y
Dálida. Residente en el barrio La Bastilla de Sincelejo.
Padrón Arroyo, Crisanto de J. Hijo de José y Germania.
Paquena Velilla, María C. Oficios domésticos. 45 años. Hija de Isidoro
y Petrona. Residente en el barrio San Luis de Sincelejo.
Paternina González, Adolfo Antonio. Residente en Sampués.
Paternina, José Rodrigo.
Paternina Ríos, Eberto. Ganadero. 46 años. Hijo de Erlindo e Isabel.
Residente en el barrio Alfonso López de Sincelejo.
Peralta Márquez, Amaury.
Polo Benítez, Eleuterio.
R.
Rivera Pérez, Enrique. 6 años.
Rodríguez Velásquez, José.
Rojas Buelvas, Astrid Patricia.
Romero, Guillermo Enrique. Estudiante. 13 años. Hijo de Donaldo Salcedo
y Luz Romero. Residente en La Narcisa, Sincelejo.
S.
Sáenz, Nelson.
Salazar Paternina, Custodio Segundo. Estudiante. Hijo de Custodio y
Rosa. Residente en la calle Puerto Escondido de Sincelejo.
Salcedo Arroyo, Dora Alba. Oficios domésticos. 36 años hija de Juan y
Rebeca. Residente en La Narcisa, Sincelejo.
Salgado Vargas, Juan Bautista.
Salom Truaquero, Bernardo. Agricultor. 60 años. Residente en el barrio
La María de Sincelejo.
Severiche, Celina. Natural de Planeta Rica.
Severiche García, Grilda del Carmen.
Severiche Garcia, José.
Severiche González, Benilda del Carmen.
Severiche González, Germán.
Sierra, Doris.
Sierra Lacombe. Onel V. Estudiante. 21 años. Hijo de Onel y Dora.
Residente en Sincelejo.
Suárez, María Felicia Castillo Viuda de. Residente en Don Alonso
corregimiento de Corozal.
T.
Támara Bettin, Blanca Regina. Estudiante. 16 años. Hija de Julio y
Regina, residente en Sincelejo.
Támara Morales, Ángel M. Obrero. 33 años. Hijo de Dionisio y María.
Residente en el barrio Mochila de Sincelejo.
Tapias Orozco, Edenia. 17 años. Natural de San Onofre.
Tatis, Segundo.
Trubequen, Fernando.
V.
Verbel, Carlos Julio. Estudiante. 16 años. Hijo de Francisco y Ángela
residente en el barrio 20 de Julio de Sincelejo.
Verbel Gómez, Ramiro Enrique. Empleado. 33 años. Hijo de Juan y Corina.
Residente en el barrio 20 de Julio de Sincelejo.
Vergara Acuña, Ciro. Natural y residente en Sampués.
Vergara, Doris.
Vergara, Francisco Manuel. Agricultor. 29 años. Hijo de José y Tulia.
Natural de Palito Sucre.
Vergara Montes, Denis. Oficios domésticos. 19 años. Hija de Rafael y
Elvia. Residente en el barrio Botero de Sincelejo.
Viloria Anaya, Domingo. Estudiante. 12 años. Hijo de Apolinar y Juana.
Residente en el barrio el Bosque de Sincelejo.
De los muertos no identificados dos o tres días después de los hechos,
y debido al grado de descomposición de los cuerpos, la Alcaldía dispuso abrir
una fosa común en el cementerio central en la cual se arrojaron 20 cadáveres en
la primera capa rellena de inmediato con cal. Luego se arrojaron 20 cuerpos más
para una segunda capa de cal. Y una tercera y ultima en la que no hay acuerdo
sobre el número de cadáveres por cuanto algunos testigos afirman que fueron
diez y otros que apenas ocho.
Las autoridades, especialmente la policía, y los gobiernos Municipal y
Departamental, se mancomunaron para ocultar información que permitiera fijar el
total de víctimas fatales, que no son 108 como se comunicó en su momento.
Para corroborar este aserto, vasta mencionar que nadie sabe el total de
vehículos abandonados en los alrededores de la plaza de mochila hasta ocho o
diez días después de la tragedia, ni las marcas, modelos, placas, lugares de
matrícula ni quién o quienes los reclamaron.
En el municipio de Chinú, departamento de Córdoba, veinte años después
se comenta el caso de una familia procedente del interior del país,
posiblemente de Antioquia, que dejó frente a una de las residencias localizadas
a un lado de la carretera troncal de occidente confiando a los que allí vivían
el camión en que llegaron mientras asistían a la corraleja de Sincelejo.
Desfile de ataúdes por las calles de Sincelejo, rumbo al cementerio municipal. |
La familia la integraba un
hombre mayor, el mismo que conducía el vehículo, una señora y un joven de
aproximadamente 18 años, que aparentemente eran la esposa y un sobrino del
conductor del vehículo. Pasados los meses y en vista de que la familia no
regresaba se le aviso a la policía y esta se apoderó del camión y después de
largo tiempo de uso el vehículo desapareció de la población sin explicaciones
de ninguna clase y por ello se asegura que la institución no fue clara sobre el
destino que se le dio.
¿Supo el juez investigador estos casos? Quizás no, como muchas otras
cuestiones inherentes a la tragedia. Si la policía tomó el vehículo para su
propio servicio como se rumora en Chinú, fue porque ocultó la información y
ello permitió todo lo que ahora enloda el buen nombre de la institución.
¿MODERNIZACION DE LA
CORRALEJA?
El hecho de revivir las fiestas, y aquí se patentiza la manera en que
las clases pudientes manejan este espectáculo, sirvió para introducir ligeras
modificaciones que los favorecen en sus intereses pecuniarios. Veamos:
I.
El suministro de toros pasó de ser un orgullo del
ganadero, a uno de los negocios más rentables de las fiestas, porque cobran
ahora toro por toro y se les debe indemnizar cuando el animal sufre deterioros
visibles.
II.
Se erradicó a ganaderos conocidos, como Perna
Mazzeo, Alcocer, Guerra Tulena, etc., para contratar a ganaderos de otros
departamentos. Como Perna Mazzeo y Pedro Juan Tulena murieron años después de
la tragedia y antes de la reanudación de las fiestas, ya no podrá repetirse en
la plaza “Son de Tolemaida... son de Juancho Perna”.
III.
Las luchas intestinas para acaparar las fiestas se
mantienen vigentes. Ahora se procura que el grupo político que obtuvo la
reanudación de los festejos, a través de una figura manejable, se mantenga con
las riendas de las mismas. De todas maneras, la corraleja produce cientos de
millones de pesos que nadie quiere dejar de usufructuar.
IV.
El municipio de Sincelejo, escudándose en el
pretexto del “desarrollo cultural”, gira anualmente millonarias partidas para
la organización de la corraleja, con lo cual los organizadores aseguran sus
ganancias, además de beber, bailar y comer por cerca de un mes a costas del
erario sincelejano.
V.
La junta organizadora, a regañadientes, entrega
extemporáneamente un informe de las sumas que recibe por auxilio del municipio
y por la venta hasta del aire que respiran los asistentes a la corraleja.
Mientras la fiesta de corraleja del municipio de Sincé, fiesta que no pudo
llegar al grado de importancia de la de Sincelejo y que es una población que no
alcanza a la mitad de extensión ni de habitantes de la capital de Sucre,
registra cada año ganancias que se aportan a la ejecución de una obra de beneficio
comunitario, en Sincelejo arroja pérdidas.
VI.
La incuria oficial sigue latente. Los hospitales y
centros asistenciales sufren las mismas deficiencias y carencias de 1980. Los
familiares de los muertos reciben a cambio una rústica caja de madera para conducir
al camposanto a sus seres queridos, y pasada la fiesta nadie se acuerda de los
heridos.
VII.
La vigilancia y control policial se limita a
preservar los bienes de los negociantes de la corraleja, pero no se adoptan
medidas de seguridad ni prevención, por lo cual el público sigue expuesto a
contingencias graves.
VIII.
La innovación principal, no para defender a los
ciudadanos sino para aumentar los ingresos de los negociantes de la corraleja –
y el mal ejemplo fue seguido de inmediato en todas partes porque la corraleja
es un negocio en que ciertos socios participan de varias de ellas con dinero o
con ganado de lidia- es el establecimiento de una barrera de alambre de púas
para que los voluntarios y manteros no ingresen a los palcos, y al mismo
tiempo, rodear de “una alambrada de garantías hostiles” la construcción, lo
cual facilita el cobro del ingreso al redondel. Es decir, que en Sincelejo y en
la corraleja, se estableció el impuesto para poder morir en la arena, porque
los que ingresan exponen sus vidas frente a los toros. Ni siquiera los
sanguinarios mandatarios de la Roma Imperial, pensaron en un tributo de esta
clase para que los cristianos pudieran morir santamente en las arenas del
Coliseo.
Podríamos continuar en la tarea de resaltar los aspectos negativos de
la nueva corraleja, pero no fue nuestra intención al momento de elaborar este
trabajo ni posteriormente, el inmiscuirnos en lo que parece esencia de muchos
sabaneros y sinuanos, pero a todas luces prácticas funestas para los de la
gleba, que son, en menor o mayor cuantía, los que pusieron, ponen y pondrán los
muertos y heridos (consciente o inconscientemente) en las fiestas de corraleja, para complacer el ego de las
clases pudientes y dominantes que desde los palcos se extasían en la desgracia popular.
Pero sí cabe la observación de que la justicia penal guarda silencio en
torno a la responsabilidad, mientras que la justicia contencioso-administrativa
encontró culpables de la tragedia de 1980 y condenó a la Nación y al municipio
de Sincelejo a indemnizar a los familiares de las víctimas fatales, así como a
los que quedaron baldados.
El entierro de las victimas se inició el lunes 21, por lotes. Esta fotografía de El Tiempo, en primer plano, muestran varios ataúdes en el cementerio mientras se realiza la ceremonia religiosa. |
¿JUSTICIA?
Los diccionarios aseguran que justicia es “virtud que nos hace dar a
cada cual lo que le corresponde”. Entre los sinónimos destacamos rectitud, probidad,
honradez, conciencia, y entre los antónimos injusticia, parcialidad,
inmoralidad, inequidad, irregularidad.
Si se revisan los archivos de las
inspecciones de policía, los juzgados penales municipales, del circuito, de
instrucción criminal, superiores y la sala penal del Tribunal Superior de
Sincelejo, vamos a establecer que no obstante el número de muertos y heridos,
la rama del poder público que se califica como “judicial” no se dignó iniciar
un proceso de investigación sobre lo que pudo originar la tragedia del domingo
20 de enero de 1980, caída de los palcos, ni por acción directa (denuncia) de
uno de los afectados, ni de oficio, que como señalan las normas jurídicas debe
iniciar quien ostente la dignidad de juez al escuchar por la radio, leer en un
periódico, ver en la televisión, o por rumores que entrañen la comisión de un
hecho doloso.
Los inspectores, jueces, fiscales, ni los magistrados, vieron, oyeron,
leyeron o escucharon que el 20 de enero de 1980 se fue a tierra parte de la
corraleja, que la cantidad de muertos sobrepasó con creces el límite normal de
mortalidad a que estaban acostumbrados los sabaneros, que la cantidad de
heridos obligó a distribuirlos, ante la imposibilidad del hospital regional y
la unidad San Francisco de Asís, en los hospitales de Corozal, Sahagún, Cereté,
Montería, Cartagena y Barranquilla.
Las autoridades no se toparon el lunes 21 con los desfiles fúnebres que
coincidencialmente pasaron por el frente de algunos despachos judiciales. De
nada de esto se enteró la “justicia” sincelejana y por ello no abrieron
investigación alguna para establecer responsabilidades. Ni la policía, ni la
infantería de marina ni el DAS, les notificaron que en Sincelejo había ocurrido
una calamidad inusitada.
Si se enteraron, tal vez se atuvieron a los veredictos de las
autoridades administrativas, que antes de transcurrir ocho días de la tragedia
manifestaron que todo había sido producto de un “accidente” y se descartaba un
sabotaje o cualquier acto que implicara un atentado criminal contra la
corraleja. Y posiblemente se ampararon aún más en la afirmación del Gobernador
del momento, Hermes Darío Pérez, catedrático universitario y por esta razón
hombre ilustrado e ilustre, de que el único culpable fue Dios.
Ante tan autorizada afirmación de un hombre que profesa la religión
católica, apostólica y romana, y de contera militante del partido conservador
que ha sido abanderado de tal credo religioso, los señores de la justicia
sincelejana, si se enteraron, debieron preguntarse: ¿Cómo procesar a Dios?
Para la época de la tragedia de la corraleja, el festín para apoderarse
de los puestos directivos de la Junta Organizadora, de los palcos, de los días
de toro, era similar a la comedia para nombrar los jueces. El grupo político de
más poder acaparaba el mayor número de cargos. Sin ánimo de polemizar los
grupos políticos de mayor ascendencia eran el de los hermanos Guerra Tulena en
el partido liberal, y el del señor Carlos Martínez Simahan, en el partido
conservador. Llegar a la sinecura de un juzgado dependía en gran medida de la
orden de “Don José” o del “Chino Galerano”, y jamás de los jamases a la
capacidad, el conocimiento y la ecuanimidad, virtudes y cualidades desterradas
del ajetreo de la política sucreña.
La “justicia” se metió en el campo de los antónimos huyéndole a los
verbos y sinónimos, para no procesar ni siquiera con el pensamiento, a quienes
debían el nombramiento. No podían correr el riesgo de involucrar a funcionarios
en una investigación, por que estos eran, como ellos, invitados al mismo
banquete, y una cuchara mal movida en el plato de la sopa, podía salpicar a los
anfitriones. Así, ningún miembro de la “justicia”, del “poder judicial” de
Sincelejo, se inquietó por la cantidad de heridos y muertos.
¿Hubo justicia en el caso de la caída de los palcos? Todo nos dice que
no. Ni siquiera, como se desprende del contenido de los libelos ante la
justicia administrativa, se procedió a trasladar de ésta a la penal,
afirmaciones como las del Inspector de Policía de Chinulito, sobre la irresponsabilidad
e indiferencia de la policía frente a los avisos previos de que el palco que
primero se vino a tierra anunciaba la proximidad de la desgracia por lo menos
con una hora de anticipación. Tampoco se tuvo en cuenta la irresponsabilidad
del Coronel Guarín de quitar el control policial para impedir el sobrecupo en
los palcos en aras de alardear con mayor patrullaje y “más presencia” en los
alrededores de la corraleja.
También se omitió la descarnada acusación del abogado demandante Tarsicio
Roldan Palacio, en el libelo respectivo y distinguido con el numeral 216.6 en
que refiriéndose a la caída de las vallas el día anterior de la tragedia
denota: “... se cayeron dos veces en presencia del Alcalde Municipal, del
Presidente de la Junta Organizadora de los festejos, del Comandante de la
Policía Nacional, del de la Base Naval de Coveñas, del agente del gobierno
central, del Gobernador del Departamento, y a ninguno de ellos se le ocurrió
cumplir la Constitución y la Ley y mandar a suspender el espectáculo y ordenar
la revisión de la estructura del circo que, la seguridad, el bienestar, la
salud y la vida de millares de espectadores, reclamaban hasta de la más
inútil, deficiente y lerda de las administraciones” (negrillas nuestras).
Se condenó, sí, al municipio de Sincelejo y a la Nación a indemnizar a
los familiares de las víctimas fatales, y en el caso de la Nación, por la
imprevisión de la policía. ¿No es acaso punible la acción de quién teniendo en
sus manos impedir la comisión de un hecho, no lo hace? ¿Varió la jurisprudencia
en este caso, como para que la justicia administrativa pasara indiferente ante
una acusación que ameritaba descartar si hubo o no violación a la Ley a través
de una investigación?
Esa lenidad llevó a que hoy la corraleja sea una jugosa fruta para los
negociantes que se escudan en el folclor, la tradición y la “cultura” para
obtener enormes ganancias.
¿Cómo podemos calificar este caso: lo enmarcamos entre los sinónimos o
entre los antónimos de justicia? El lector debe llegar a una conclusión y
escoger entre conciencia, irresponsabilidad, moralidad, inmoralidad,
probidad, inequidad, honestidad, parcialidad.
Cualquiera sea el partido que se tome, debemos, porque la indiferencia
de la “justicia” en Sincelejo así nos obliga, admitir que el único “Juez”
acertado, imparcial, pero ante todo oportuno, como que lo dijo al país y al
mundo al día siguiente de la tragedia, fue el Gobernador Hermes Darío Pérez,
profesional, catedrático universitario, católico y conservador, y por tanto una
autoridad, la máxima en el Departamento de Sucre: “Dios es el único culpable”.
F I N
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CITAS
1) LA REBELIÓN DE LOS BRUJOS. Louis Pauwels y Jackes Betrgieer. Colección Manantial, Plazas y janes S.A. 1975.
2) INIS AMADOR PATERNINA. "Las fiestas del 20 de enero en la historia". revista festividades del Dulce Nombre de Jesús. 1991.
3) LAS FIESTAS DE TOROS. José María Córdoves Moure. Extracto del libro "Reminiscencias de Santafé de Bogotá.
4) EL 20 DE ENERO. Armando Arrazola Madrid.
5) JAIRO ANIBAL NIÑO. "El Mantero de la Sierra Flor". Revista Audes No. 4.
6) LUIS STRIFFLER. rEVISTA aUDES nO.4.
7) BENJAMIN PUCHE VILLADIEGO. "Las corralejas de ayer, de hoy, sus usufructuarios" Revista Expectativa. Montería, 1981
8) LEON ALVAREZ MORENO. El Cenit. Sincelejo 1973.
9)JOCHO NAVAS DIAS. poemario. "Cumbia en la Luna" 1973
10) ALFREDO iRIARTE. "Toros de Altamira y Lascaux a las arenas Colombianas. Mitos, leyendas e historia" Amazonas Editores, 1992
11) En la costa Caribe se llama "Pastel" a la vianda que en otros lugares del país recibe el nombre de "tamal".
12) JAIME EXBRAYAT BOCOMPAIN. "Reminiiscencias Monterianas". Montería.
13) INIS AMADOR PATERNINA. revista del 20 de Enero.
14) TESTIMONIOS DEL AUTOR.
15) TARCISIO ROLDAN PALACIOS. Abogado. Libelo de la demanda ante el Tribunal Contencioso Administrativo de sucre.
16) JAIRO VILLEGASTestimonio.
17) GERMAN MANGA. El Tiempo. Enero 22 1980.
18) EL ESPECTADOR. Varias ediciones.
19) EL INFORMADOR DE SUCRE. Juan Anibal Ortega Padilla. Sincelejo.
20) EL COLOMBIANO. Medellín, enero 23 de 1980
21) Declaraciones del ex-alcalde ALBERTO GOMEZ REVOLLO, al autor.
22) El hermano fue identificado como Simón Nader canchila.
(Texto contra carátula)
La primera obra editada por
Lelis Enrique Movilla Bello, “María Barilla, Sol de Medianoche”, ocupó el
segundo lugar en un Concurso Nacional de Novela histórica y recibió la crítica
favorable de los entendidos en la vida de la legendaria bailarina del Sinú.
Ahora, en un trabajo que reúne años de esfuerzos, enmarcado también en
la temática de la historia, nos presenta “CORRALEJA. SOLO DIOS ES CULPABLE”. Se
trata de una versión corregida y aumentada de la obra que bajo el título de
“Memoria de una Tarde Trágica”, recibió Mención Especial en el Primer Concurso
Nacional de Memorialistas, Ibagué, 1996.
En “Corraleja” se mantiene el estilo del periodista, profesión que
ejerce desde hace más de cuatro décadas. Por ello se puede afirmar que se trata
de una crónica extensa, con una redacción sencilla, que se lee de una vez y se
repite, por la excelente concatenación de hechos y circunstancias, que atraen
la atención.
En el primer caso una novela sobre la vida de una mujer que nació,
vivió y murió en las ubérrimas tierras del Sinú, y ahora, el testimonio claro y
preciso de un acontecimiento doloroso que enlutó a cientos de hogares y que jamás
podrá borrarse de las páginas de la historia colombiana. El testimonio de quien
vivió tan dramáticos momentos como los de la caída de ocho palcos de la
Corraleja de Sincelejo el 20 de enero de 1980, que necesariamente habrá de
remover, como dedo en la llaga, los recuerdos de más de veinte mil personas que
como asistentes al lugar, fueron igualmente testigos directos de los
sangrientos episodios.
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